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Juan Araujo: Sombras y Nubes en Marte (Palazzo Massimo de los Museos Nacionales, Roma)

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Por LUIS PÉREZ – ORAMAS

El 28 de marzo de 2024 inauguró en el Palazzo Massimo de los Museos Nacionales de Roma la muestra del artista venezolano Juan Araujo (Caracas, 1971) titulada Sombras y Nubes en Marte, la cual incluye una veintena de pinturas expuestas en caballetes especialmente diseñados para ellas poder integrarse al recorrido del museo. El Palazzo Massimo conserva la colección de frescos romanos más amplia del mundo, desde los famosos frisos de la Villa Farnesina hasta la prodigiosa, única, habitación de Livia Drusilla, emperatriz y segunda mujer de Augusto, cuyas paredes ornadas con motivos de naturaleza silvestre fueron descubiertas bajo tierra en 1863  y trasladadas al Museo Nacional en los años 1950. Estos frescos representan una extraordinaria variedad de especímenes vegetales, frutales y aviarios, dispuestos en la configuración de un hortus conclusus, el huerto llamado de las gallinas blancas donde fue plantado un laurel sagrado cuya rama florecida con arándanos en el pico de una gallina blanca fue dejada por un águila en el regazo de la futura emperatriz. Se trata de una de las maravillas museísticas de Italia.

La invitación a Juan Araujo para intervenir con sus obras el recorrido del Palazzo Massimo provino del director de los Museos Nacionales Romanos, el arqueólogo francés Stephane Verger, y la curaduría de la muestra fue concebida por Juan Araujo en diálogo permanente con quien esto escribe. Durante un año, desde abril de 2023, al concretarse el convite para la muestra, hasta su apertura en marzo de este año, tuve el privilegio de continuar un diálogo con Araujo iniciado en 1994, cuando yo era su profesor y él era ya un joven, brillante pintor, esta vez enfocando nuestros intercambios específicamente sobre el desafío inédito de intervenir con sus obras el contexto de los frescos romanos del Palazzo Massimo.

La oportunidad para un artista contemporáneo de mostrar sus trabajos en el marco venerable de una de las mayores colecciones de pintura antigua del mundo es sin duda un evento sin precedentes en la historia del arte venezolano, quizás también en América Latina. Ante los fragmentos de frescos romanos, Juan Araujo expone su repertorio de pinturas de escala modesta y enorme ambición pictórica, como si fuesen ellas mismas, también, fragmentos: fragmentos voluntarios que se oponen, a veces en forma de eclipses, al sol ruinoso de los fragmentos involuntarios que el furor del tiempo nos ha dejado de aquellos frescos antiguos.

En un ensayo magnífico de André Lepecki sobre otro artista encuentro líneas que resuenan con las obras de Araujo en el Palazzo Massimo: “Porque sabe que cada simple superficie del mundo —la exterior de los objetos, la interior de los sujetos— ha sido saturada con normas y clichés (incluido el cliché de lo ‘nuevo’), impidiéndonos construir y experimentar el meollo del arte, el artista borra no para negar, sino para afirmar, de manera que la borradura funcione como multiplicación de las potencialidades. Nada menos puede esperarse del arte”.

Y nada menos vino a ofrecernos Araujo con su muestra de Nubes y Sombras en Marte. En ella surgen las borraduras voluntarias —cuadros de Giorgio Morandi reproducidos y borrados, cuadros que figuran las imágenes desvanecidas de Luigi Ghirri, una hoja con un poema de Cavafy raturado por Cy Twombly y convertido en cuadro apenas legible por Araujo, el Apolo de Twombly borrado, y como para colmar este sistema de borraduras con ironía suprema, la imagen del poster anunciando la película El eclipse de Michelangelo Antonioni. Junto a estas obras «borradas», insertas en medio de fragmentos de frescos antiguos, Juan Araujo ha completado otro sistema de cuadros representando los planetas de nuestra galaxia. ¿Qué queda hoy de los dioses antiguos si no el nombre de nuestros modernos planetas? Plutón, Saturno, Júpiter, Marte, Venus. A lo largo de las salas del Palazzo Massimo, estratégicamente ubicados, estos planetas de Araujo nos hablan de la incesante e impredecible colisión de temporalidades de la cual se alimenta desde siempre la pintura, el arte como lugar ejemplar de heterocronías. En la sala de Marte, ante el trono de Venus, el cuadro que da título a la muestra figura la reproducción al óleo y cera de una página del New York Times anunciando nubes y sombras en el planeta Marte, yuxtapuesta a la imagen de una explosión mortífera en la reciente guerra de la franja de Gaza. Así, pues, el tiempo presente hace efracción en el cosmos y en la historia, y viceversa, la antigüedad resuena como un sótano del trueno en el presente —para parafrasear al gran Vicente Gerbasi.

Juan Araujo se expresa con maestría en el manejo del arte de la pintura. Sus obras a menudo hacen acopio y reproducción de imágenes encontradas en catálogos, libros, periódicos, revistas. Uno de los temas en la obra de Araujo es, con ello, las políticas de la imagen, su modo colectivo de ser, desvanecerse y aparecer entre nosotros. Araujo pone en cuestión, y exaspera por así decirlo, la temporalidad de las imágenes, revelando sus múltiples sedimentos constitutivos, sugiriendo conexiones y síncopes entre la naturaleza de lo visual y el lenguaje, ofreciendo libérrimas licencias de relación poética, aparentemente arbitrarias, que la obra logra plenamente justificar por su eficacia, belleza y maestría figural. Al convocar la colisión de tiempos en sus obras, Araujo nos sugiere que no existe nada que pueda ser llamado un “tiempo real”, contemporáneo y único. Su obra se hace eco de una verdad acertada por Pascal Quignard: ingenuo aquel que cree ser su propio contemporáneo. Un abismo de alteridades temporales se ensanchan o desmayan en nosotros. La obra de Juan Araujo en esta muestra funciona como un sutil manifiesto sobre el tiempo-flujo, río de avatares en el que el presente se dilata y se extiende para recibir los rastros del pasado, haciéndose y deshaciéndose en la estopa múltiple del olvido y de la recolección, de la borradura y de la emergencias, de la ruina y de lo que brota como cuerpo de lo inolvidable.

La astrofísica moderna nos ha revelado que cuando miramos las estrellas brillando en la oscuridad celeste en realidad estamos recibiendo la resonancia fósil de catastróficos y seminales eventos que acontecieron hace millones de años, el temblor lejano de un tempestivo universo originario, apenas acariciando nuestra mirada. Mirar los planetas —parece sugerirnos Araujo— no es distinto que mirar los fragmentos de los frescos más antiguos de la vieja y eneida capital del imperio romano. Así en la sala de Livia, mujer de Augusto, se oponen, en clave poética, en cifra reveladora, la pintura de un proyector de planetario apuntando hacia los frutos del cielo y hacia las arcádicas espesuras forestales antiguas y la representación de la Casa de Vidrio de Lina Bo Bardi que Araujo hizo en São Paulo mientras miraba, desde la transparencia moderna, hacia la atávica densidad forestal del atlántico tropical: rastro del presente en la ruina del pasado, jardín contra jardín, arcadia versus arcadia.


*Palazzo Massimo, Museo Nazionale Romano, Roma. Marzo-Junio 2024.