Por BEVERLY PÉREZ REGO
En la nomenclatura tribal norteamericana, First Nation es el término que se adjudica a las naciones indígenas que ocuparon –y ocupan– Estados Unidos y Canadá antes de la llegada de los europeos. Desde la publicación de su primer libro en 1975, la obra poética de Joy Harjo (1951) se basa en la mitología y el simbolismo de estos pueblos nativos –y en su supervivencia. Su obra es un reclamo obrado en los avatares de un presente complejo, en su liquidación cultural, ocurriendo a simple vista y en marcha desde hace siglos. Su obra también es un inaplazable instrumento hecho expresamente para preservar su tradición y sus mitos –y las vidas de quienes la cuentan, los que tejen sus historias desde siempre.
Nacida en Tulsa, Oklahoma, y miembro de la Nación Muskogee (Creek), Harjo ha erigido desde hace casi cinco décadas una obra que cuestiona las convenciones del establecimiento literario estadounidense. Su poesía recobra los relatos y tradiciones orales de estas “Primeras Naciones”, que subsisten en cohabitación entre la suprema libertad del espacio mítico, y en la abyección objetiva del espacio de sometimiento.
En la conformación de una voz que apela al colectivo, Harjo busca, ante todo, la conexión inmediata con el lector –y para ello recurre al trabajo del lenguaje en su expresión nítida, en aras de medrar ambiciones de trascendencia. Esto no se teje exclusivamente en el regazo de la “casa”. Desde su introspección, aspira a la extroversión de una presencia innegable, y se vale de todos los recursos a su mano: como feminista militante, como conferencista y participante activa de la vocería critica al establecimiento oficial; como músico, saxofonista y cantante, colaborando con artistas de distintos géneros que abarcan la música folk, rock y country; y reapropiando los personae del vate que dramatiza sus poemas al declamarlos de memoria, en ejercicio de tradiciones antiquísimas, adoptando la práctica reciente (aunque ya institucionalizada) del performance y spoken word, donde el poema es el cuerpo y la voz del poeta, en la inmediatez de su desnuda energía, de su encantación, de su temblor. En estos contextos, Harjo ha hallado herramientas para repotenciar la pertenencia a la tribu en los coloquialismos, con apelaciones a lo confesional como herramienta poética y testimonial, asumiendo las tonalidades de la lengua que hablan sus congéneres en las afueras de la academia y de los suburbios; pero también la lengua de la mayoría que sale de sus trabajos de remuneración mísera, y pasan al desahogo de los bares; lo que ellos conversan en los porches de las casas rodantes, las calles polvorientas de las reservaciones, o en la periferia de las grandes ciudades.
Harjo también nos adentra en el idioma íntimo de las mujeres de su nación –que no es exactamente la gran nación que conocemos, sino otra, revestida por la alteridad– y nos remite a sus complejas relaciones con el mundo, sus familias y sus cuerpos. Ellas, en la voz de Harjo, navegan las tribulaciones –sociales, políticas y cotidianas– minando su discurso a través de maniobras de supervivencia, recopiladas y expresadas por medio de una sabiduría tribal que atraviesa sus vivencias y reconstrucciones de leyendas urbanas de la entraña estadounidense, de las advertencias trenzadas desde el sentido común que surge de esos horizontes, urbanos, rurales, que no les pertenecen del todo, de una cultura que se sabe en riesgo, que siente que pende de un hilo.
Sus textos cobran vida íntima en el gran paisaje estadounidense, presencia inextricable atravesada por Sendero de las Lágrimas, las mitologías del sudoeste, el sureste, los spirituals, el blues y el jazz, carreteras inmensas que recorren desiertos y desembocan en la nada, soledades que se encuentran en cafeterías de gasolineras, hasta las voces de sus hijos, sus amigas y aliadas, sus muertos y sus ancestros. Traducimos sus palabras en una entrevista (1): “Creo firmemente que soy responsable por la preservación de todas las fuentes de lo que soy: de mis antepasados, de mi país de origen, de todos los lugares que toco, todas las mujeres, toda mi tribu, todas las personas, toda la tierra… [la escritura] me libera para creer en mí misma, para poder hablar, para tener voz, porque debo hacerlo; se trata de mi supervivencia”.
Harjo también ha dicho: “Mi generación es la puerta de la memoria. Por eso, recuerdo”. Diríamos, además, que se trata de la supervivencia de la voz de un pueblo, y de que la puerta de la memoria quede abierta.
En junio de 2019, Joy Harjo fue la primera mujer nativa estadounidense nombrada Poeta Laureada por The Library of Congress de EE UU.
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Notas
(1) La entrevista citada fue publicada en la página de Poetry Foundation (poetryfoundation.org).