Por CARSTEN TODTMANN
El autor de novelas de suspenso es una araña que cazó al insecto antes de haber elaborado la red.
Sir Arthur Conan Doyle
Fui uno de sus editores y juntos publicamos cuatro de sus muchas novelas: Réquiem para Goethe (2007), La decisión justa/La luna envidiosa (2013), Demencia (2015), La concursante triste/Los reclamos del alma (2017) y Los rizos de los ángeles/El fiscal enamorado (OT en Amazon 2020). Pero más allá de la relación editor-autor, Roig, como lo solía llamar, fue un verdadero amigo, afecto que no me quedó más remedio que compartir, ya que con su buen humor, su forma de ser sencilla y amena le abría fácilmente la puerta a la amistad a muchos. Él ya no está entre nosotros y esa evidencia suscita dolor.
Como editor no me corresponde opinar sobre sus libros, cometido que corresponde a sus lectores, a los críticos. Mi trabajo fue, eso sí, interesantísimo al compartir con Roig la lectura y confección editorial de sus novelas y luego, a través de la actividad de promoción, alentar a la lectura de un autor con una obra poco frecuente en temas y estilo en el universo literario local. Por cierto, Roig era reacio a la faena de promoción, a la publicidad. Hemingway opinaba que los autores deberían escribir parados para que sus oraciones fuesen cortas. Roig no escribía parado, pero sí con frases cortas, contundentes. Teniendo ya la víctima, elaboraba con precisión y maestría su red. En sus novelas siempre hay una víctima… de la injusticia, de la ignorancia y de la maldad. Víctimas, por cierto, desmedidamente presentes en los tiempos que corren.
Los autores son los llamados a construir castillos en el aire, castillos que habitan los lectores. Dicen algunos enterados que los editores son los encargados de cobrar el alquiler. Para recordar a Roig deseo cuantiosos habitantes en sus fabulosos castillos y créanme que no es por el alquiler.
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