En octubre de 1995, hace casi tres décadas, se produjo el súbito fallecimiento del dramaturgo, director teatral y de ópera, guionista de cine y televisión, libretista de televisión, conductor de programas de radio y popular cronista. El ensayo que sigue fue tomado del volumen IV de Teatro político venezolano (y otros teatros), publicado por la Academia Venezolana de la Lengua en 2022
Por LEONARDO AZPARREN GIMÉNEZ
Un país mediano con personajes igualmente medianos, que insisten en arroparse con un discurso grandilocuente, es la idea rectora y el núcleo ideológico de José Ignacio Cabrujas en El americano ilustrado (1986), especie de coda de su obra dramática. Para ello, concibió las aventuras y desventuras decimonónicas de los hermanos Arístides y Anselmo Lander, quienes pasan del anonimato a la notoriedad, uno político y otro obispo, bajo la sombra de Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano como se hizo llamar. El ascenso de Arístides de director del protocolo a ministro de Relaciones Exteriores es un desaguisado que contrasta con la precariedad de su vida familiar y matrimonial. En el caso de su hermano, Anselmo, su ascenso a obispo, al tiempo que conspira para derrocar a Guzmán, amplía la ampulosidad retórica de un universo social solo medido por el esplendor de la figuración social. Ambos sucumben ante sus frustraciones sexuales, casi escatológicas ante María Eugenia, esposa de Arístides y cuñada de Anselmo.
Si la obra de Cabrujas solo fuera eso, estaríamos ante un cuadro de costumbres sociales poco novedoso. Cabrujas representó la paradoja de una sociedad escindida entre su imagen pública y su realidad privada, y cómo aflora la medianía nacional cuando la segunda se impone. La precariedad de la vida privada de los Lander corroe su figuración pública y la retórica que la acompaña, metáfora de una pretensión nacional que elude el conflicto. En El americano ilustrado el acierto del autor reside en la ubicación temporal de la acción, los años guzmancistas (1870-1888), cuando el país presumió por primera vez ser la Gran Venezuela.
Cuando fue estrenada, en 1986, todavía el país se resistía a admitir que la ilusión de armonía era insostenible, salvo como nostalgia.
El entrelazado de la vida privada de los personajes con la discusión política, cuyo punto culminante es la cancelación de la deuda externa al reino de Gran Bretaña, evidencia la fragilidad afectiva impuesta de manera patética. Este tópico del teatro de Cabrujas y la incompetencia para resolver la práctica política radiografían el drama nacional que significa ser incompetente para asumir grandes empresas. Guzmán se regodea en la retórica para considerar con displicencia el grave problema de la deuda externa, mientras Arístides se hunde en una impotencia patética y Anselmo traiciona su fe por un amor frustrado, agravando sus fracasos sentimentales y políticos.
ANSELMO (Tras una pausa): ¿Podemos hablar en confianza?
ARÍSTIDES: Estamos solos. ¿Qué más confianza entre tú y yo, Ivanhoe?
ANSELMO (Declara): Por allí anda la Historia Universal buscándote. ¿Qué le digo?
ARÍSTIDES: Dile que tengo gripe.
ANSELMO (Tras una pausa): Estoy metido en una conspiración.
ARÍSTIDES (Sarcástico): ¿Con las hijas de María?
ANSELMO (Grave.): Con el general Pío Fernández.
ARÍSTIDES: ¿Vive? Fernández?
ANSELMO: Vino a verme la semana pasada, disfrazado prácticamente de Pimpinela Escarlata. Guzmán está caído.
ARÍSTIDES (Amargo.): No jodas, Anselmo. Tú y tus conspiraciones.
ANSELMO: ¡Esta vez es de verdad! Guzmán va a negociar con Inglaterra la entrega del territorio nacional, desde Gibraltar del Lago hasta las plantaciones caucheras del Esequibo.
ARÍSTIDES: Dios te oiga.
ANSELMO (Enfático): No estoy jugando, Lander. ¿Podemos permanecer indiferentes ante un canalla que pretende entregarnos a la voracidad británica?
ARÍSTIDES: Estoy dispuesto a sazonarme, Santa Teresa. ¿De cuándo a acá te interesa… cómo dijiste… la voracidad británica? En mi vida te he escuchado una quincalla semejante. ¿Dónde está Pío Fernández?
ANSELMO: Acecha, le contesté que permanecería a la expectativa.
ARÍSTIDES: ¿Cerca?
ANSELMO: O lejos. ¿Qué importa? Nadie te está pidiendo una conducta marcial. Hay quinientos hombres para eso.
ARÍSTIDES: ¿Y qué gano yo metiéndome en una conspiración contra Guzmán?
ANSELMO (Concreto): El Ministerio de Relaciones Exteriores. Pío Fernández me lo dijo.
ARÍSTIDES (Desolado): ¿Por qué no te ocupas de tu trabajo, Anselmo, en lugar de estos delirios? La situación moral del país es absolutamente desastrosa. ¿Por qué no redactas una homilía, un rerum, de esos rerum jodidos, principistas, y te haces oír en esta debacle?
El país, según Cabrujas, es anterior y va más allá del título de su afamada columna periodística, nombre que no se le ocurrió nunca a ningún otro intelectual, ni siquiera a quienes son emblemáticos del pensamiento y de la institucionalidad nacional en el siglo veinte. El país, en opinión de Cabrujas, es un universo insólito, en el que los personajes se construyen a sí mismos con una retórica que pretende darle lustre a existencias precarias y frustradas. Lenguaje y realidad se contradicen en la medida en que se complementan.
La grandilocuencia con que es reivindicado el honor nacional, adornado con una frivolidad que avergüenza, no basta para asegurar la condición incólume de la dignidad nacional. Por eso, cuando se llega al punto crucial en la discusión del pago de la deuda con el reino de Inglaterra, su representante es claro al considerar fútil e irrelevante plantearse una invasión para cobrarla.
El discurso de esta obra es contemporáneo con los inicios de una crisis nacional estructural profunda, producto del resquebrajamiento de lo que supuso ser la Gran Venezuela y de las inconsistencias para asumir las debilidades e inconsistencias de esa ilusión. El discurso también conlleva un profundo dolor de patria y una gran desilusión sobre su destino.
En el país, según Cabrujas, es muy importante que haya un gesto, una apariencia, como actitud fundamental y final ante el conflicto de las relaciones del personaje con el país. Por eso, Guzmán, displicente y de paso, le dice al embajador de su majestad británica que pase el último mes para cobrar la deuda que Venezuela tiene con su país. Pío Miranda, en El día que me quieras (1979), huye hacia delante y se refugia en Gato Negro, derrotado en sus afectos y por la realidad; pero deja una maleta cuyo único contenido es una bandera con las insignias del partido comunista. Amadeo Mier, en Acto cultural (1976), escribe una obra sobre Cristóbal Colón para que su proeza sea descubrir directamente San Rafael de Ejido; es decir, a él; sin embargo, la realidad es que no hay espectadores durante la representación de la obra. La búsqueda de un tesoro escondido, en Profundo (1971), concluye con una mascarada religiosa sobre el nacimiento del Niño Jesús y el rompimiento de una cloaca.
El americano ilustrado es la síntesis de una saga llena de frustraciones, porque la realidad de un país mediano siempre se impone a los gestos y a las retóricas grandilocuentes que quieren imponer ilusiones de grandeza, en cuyas falsas armonías los personajes presumen ser felices. Por esto, el jolgorio en el que persisten vivir los personajes termina siendo una mueca que solo es asumida a plenitud en la privacidad de las vidas de cada quien. La deuda se pagará el último mes. Personajes y país se encuentran y se alejan en una crisis que nadie asume personalmente.
Conclusión
Entre la carencia de responsabilidad nacional de los personajes de El americano ilustrado y la decisión de otros de vender un país hay más semejanzas de las que cabría suponer a primera vista. Si retomamos las frustraciones de los personajes de González Rincones, Gallegos y Planchart que los llevan a aspirar irse del mundo real en el que viven, podemos detectar una constante dramática, de la que participa Pedro César Dominici (1872-1954) con Amor rojo (1951), primer texto político sobre las guerrillas y la toma del poder por revolucionarios víctimas de sus propias contradicciones. El teatro venezolano ha representado y pensado al país y su desenvolvimiento social y político en términos dolorosos. El empeño por actuar para garantizar el desarrollo y el progreso nacional, las contradicciones entre desarrollo y marginalidad y el recubrir con retóricas la medianía que nos compete a todos han conducido a grandes frustraciones por la incompetencia para actuar eficazmente en el contexto social, por la presencia de fuerzas y realidades contundentes que bloquean el esfuerzo individual para ir más allá de esas realidades y por el empeño por inventar una realidad nacional solo con discursos carentes de referentes reales.
Al representar situaciones y personajes que evocan otras y otros que no nos son indiferentes y determinantes en nuestra condición de nacionales de un país llamado Venezuela, el teatro venezolano vas más allá de discursos y tesis, de diagnósticos y pronósticos, para llamar la atención sobre una condición existencial siempre presente, y representada en presente en los escenarios que impiden la indiferencia.
*Tomado de Teatro político venezolano (y otros teatros). Volumen IV. Leonardo Azparren Giménez. Edición de la Academia Venezolana de la Lengua. Caracas, 2022.
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