―¿Qué hay allá adentro? ―pregunta el hombre que rueda el carrito de helados. No le ha hecho la pregunta a alguien específico, pero siente que todos están como él, observando a los personajes que entran al Ateneo de Caracas y se mueven por toda el área. Pasa Mario Vargas Llosa y el heladero murmura “a ese lo conozco”. Luego entran unos jóvenes de lentes oscuros, estrechos, aretes en las orejas, ropa pegada; unos señores de barbas, de cabellos canosos alborotados; mujeres esplendorosas, gente de cultura, gente de teatro.
“Una vez trabajé cargando maletas a los gringos en un hotel del Litoral y llegaron una mujer rubia, alta, buenísima, y su esposo, un hombre alto también y muy serio. Ella andaba en pantaloncitos cortos y no me atrevía a verla de frente”, decía el heladero: estaba conversando con un jardinero del Hilton que se hallaba agachado detrás de una pequeña cerca.
José Donoso entró al Ateneo de Caracas en ese momento. Los periodistas lo abordaron. Donoso es un hombre de cabellos castaños y barba blanca, de un blanco delicado. Sonríe con placidez y tiene aspecto de mosquetero: Dumás aprobaría ese aspecto. José Donoso es un mosquetero que se bate a duelo con las palabras: hay palabras que parece adorar y otras que detesta. Le da muchísima importancia a las palabras.
Mario Vargas Llosa ha expuesto sus motivos para pasar a la dramaturgia y ha convencido: prácticamente en torno a sus opiniones ha girado el foro Literatura y Teatro, que ha tenido importantes ponencias expuestas por Luis Britto García, Manuel Trujillo y Alfonso Sastre.
―¿Cuál ha sido el motivo de Donoso al hacer de su cuento Sueños de mala muerte una obra teatral?
―Yo ―dice Donoso― pienso que todo esto entra más bien en el campo de lo anecdótico que de las intenciones.
Explica el escritor chileno que la novela es libre, en la narrativa puede prolongar los personajes, hacer lo que quiera con ellos. Sintió la necesidad de una disciplina, de cierta rigidez, y encontró que el teatro tiene ambas cosas, hay que ceñirse a un tiempo, a un espacio. “Cada instante en el teatro son cien páginas en una novela”.
De video y cuentos
Donoso ha aclarado que la obra fue montada al mismo tiempo que se hacía el video y que él escribía o desarrollaba la novela corta titulada Sueños de mala muerte.
El heladero sigue hablando afuera, y mientras lo hace, mueve las campanillas, anunciando inconscientemente su mercancía.
“Todos los días la mujer bajaba a la piscina y yo le atendía; buscaba su periódico, le compraba el bronceador, pero no me atrevía a verla mucho. El esposo estaba haciendo negocios en Caracas… oye: está llegando mucha gente conocida al Ateneo… aquel es Pedro Infante… no: Pedro Infante se murió… bueno, como te decía…”.
José Donoso siente que salió bien la obra que ha montado con Ictus, de Chile. El hecho de que se hiciera procesándolo todo a través de un video, y que él escribiera simultáneamente, no tiene que ser tomado como un plan determinado o una experimentación.
Esta década le preocupa un poco “porque entre otras cosas voy a envejecer y es una cosa que me asusta bastante. Va a haber un segundo capítulo de la historia reciente de Chile que me gustaría presenciar”, ha comentado aparte.
―¿Qué se propone como novelista en estos días?
―No me propongo nada… solo trabajar como demonio. Un libro hace una pregunta, no la plantea. El haber terminado un libro es una experiencia existencial.
Posteriormente, unos diez segundos después, dijo que la experiencia de su generación es la experiencia de la novela “literaria vital”. Ahora siente que “esto se está abriendo hacia el mundo del cine, del teatro… de la imagen y no solo del texto”.
―¿Cómo se siente en Santiago de Chile en estos tiempos?
―Tengo pasaje de ida y vuelta…
―¿Es un escritor satisfecho con su obra?
―“Satisfecho” es una palabra que me hace pensar en una persona gorda. La idea me ha dado más de lo que esperaba. Hay una parte de la escritura que es totalmente parte de la vida de uno, autobiográfica… no es posible dejar de ser testigo.
Para José Donoso “toda obra artística tiene que ser una definición de espacio, un abrir de espacios, puertas, ventanas, vistas… incorporar el exterior al interior, lo social a lo individual… esa es tal vez la labor del escritor”.
―Usted ha hablado algo del orden…
―La gente cree que orden es A-B-C y eso es enumeración. Igual que con Do-Re-Mi-Fa… el orden real es la imaginación, cuando se resuelven y combinan las letras y surgen las palabras y cuando se desordenan y combinan las notas y brota la música.
―¿Cuál es el tema de la novela que está escribiendo?
―Escribo una novela sobre una monja, cuyo único acto de rebeldía es no quitarse el velo de la cara, jamás, ni siquiera ante el presidente de la República. La novela se titula Conjeturas acerca de una vocación, y esa monja es hija del abuelo mío. Ella entró a un convento de clausura, aunque se plantean tres interrogantes: ¿entró voluntariamente?, ¿la metieron?, ¿o nunca la llevaron? En realidad, son tres personajes: la que no se quita el velo; una que es chivo expiatorio, paga penitencia por toda una familia y rechaza a su madre en el acto de no querer quitarse el velo del rostro; y una tercera, sustituta de otra que se había suicidado en el convento.
José Donoso ha hurgado en el pasado de su familia para tejer una historia que requiere mucha imaginación y denota un poderoso deseo de conocerse a sí mismo conociendo los vericuetos del pasado.
Se despide porque le espera el foro sobre Literatura y Teatro. Sonríe un momento al decir que le gustaría vivir hasta más allá del año 2000, para conocer aquello. Sí señor: aquello. Todos desean ir hasta más allá de esa fecha.
El heladero ha seguido contando su historia: “Finalmente la mujer hermosísima me dijo que subiera a la habitación y cuando estuve allá se metió al baño y me dijo que bajara a la lavandería unas camisas. Lo hice y al día siguiente estaba la policía cacheándome porque me habían acusado de robarme un dinero y unas joyas. La pareja se fue del hotel sin pagar, y menos mal que no me había robado nada, porque estuve tres meses detenido. En la cárcel aprendí a tallar pájaros de cuernos… Oye: es gente de teatro: allá va una artista muy conocida, una de televisión. A mí me gusta el teatro… si vendo los helados temprano voy a preguntar qué cosa presentan. ¿Te conté lo que me pasó el domingo en el hipódromo?”.
Ya José Donoso y todos los demás escritores, dramaturgos, directores teatrales y artistas del teatro están de nuevo debatiendo sobre realismo, existencialismo y tragedias griegas; y Carlos Gorostiza acaba de referir sarcásticamente, simpáticamente, que un día le preguntaron: “El teatro ¿es realista?” y él se limitó a responder: “No. El teatro es republicano”.
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Esta entrevista fue publicada en el diario El Nacional el 28 de abril de 1983.
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