Por ANTONIO GARCÍA PONCE
Los entendidos no salen de su asombro, y los ciudadanos corrientes contemplan, entre sorpresas y satisfacciones, un movimiento musical que nació en 1975 y cuya onda expansiva alcanzó, en la primera década del siglo XXI, las más altas cumbres de la calidad sonora a escala internacional.
Su nombre: el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela.
Su creador: José Antonio Abreu.
De ademanes firmes, ojos muy vivos y contextura de asceta, el maestro Abreu despliega una actividad que no puede encerrarse en ningún horario, lleva a la práctica sus planes con un tesón, una perseverancia y una capacidad de convencimiento que se traducen en una curva de logros en sostenido ascenso. Su mente, llena de ese lenguaje tan especial de los compositores y directores de orquestas sinfónicas, es capaz de entrar en sintonía con los niños, con los vecinos de las barriadas populares, con los gobernantes y los artesanos, para que entiendan sus proyectos, se incorporen a ellos y sean actores, en mayor o menor medida, de su magno sistema musical. Poseedor de la paternidad de un fenómeno musical y humano que retumba en Carapita y en Tokio, en Tucupita y en Lucerna, en el Aula Magna y en el Concertgebouw, lo rodea como una coraza la modestia, el desapego por la publicidad. Replegado en su traje oscuro y holgado, castigado su porte por la flacura, proyecta en sus discípulos (Gustavo Dudamel, Edicson Ruiz, o el más chico de sus violinistas) lo mejor de su saber, de modo tan espontáneo como cuando dialoga con Claudio Abbado o con Martha Argerich. Conduce con corrección a su legión de músicos y atrae con entusiasmo a millones de melómanos y gente de la calle. Diríamos que es el Mahatma Gandhi de la música.
En uno de los salones de la sede del Sistema, en Parque Central, lo hemos entrevistado. He aquí las respuestas a nuestras preguntas:
—El sistema de orquestas juveniles e infantiles que usted ha fundado une el componente musical (cultivo de la vocación artística) a un objetivo de mejorar de modo integral la situación del joven o niño en la sociedad (componente social). Por tratarse de algo inédito, ¿cómo explica usted el mecanismo de tal articulación y cómo es que ha obtenido tan buenos resultados?
—La articulación se da en la práctica. El niño, en su ambiente de hogar, es un ser que crece, pero al actuar en una orquesta entra a formar parte de una comunidad, de un colectivo, y allí se hace creativo, interdependiente. Es decir, se conciertan unos con otros. Además, entra en una escuela de vida social, por lo que valora su esfuerzo humano, es interactivo al relacionarse con los demás, y con los vecinos y el ambiente donde reside. Se le hace indispensable el rendimiento individual y el colectivo, por lo que se logra una bella simbiosis. Se forja un espíritu solidario, un sentido de equipo. Cuaja una conducta, surge una suerte de ética social. Con ello, surge un portador de ciudadanía. Y cuando esta articulación se hace en un medio familiar o vecinal de bajos o escasos recursos, acosado por las drogas y la criminalidad, la música forma una barrera defensiva. Es que el niño y el joven han adquirido una identidad. En un medio de pobreza, lo grave está en no ser nadie, no ser reconocido, y la orquesta da identidad y autoestima. He comprobado que así, la música, al enriquecer espiritualmente, se convierte en un arma contra la pobreza material. La riqueza espiritual puede conducir a la riqueza material. Y lo hace porque el niño, en su condición de artista, educado en la música, (vale decir, en la orquesta, en la danza, en el coro, en el canto) discierne, aspira, escala. En épocas pasadas, se formaba el intelecto a partir de las ciencias exactas y sociales, y quedaba poco margen para el desarrollo de la sensibilidad, los sentimientos, los valores. Hoy es un imperativo concebir la educación preescolar con un componente inseparable de educación estética. Es que el niño aprende primero a captar los sonidos que una regla aritmética.
—¿Quiénes son los músicos y compositores, (o los movimientos musicales), del país, desde la Escuela de Chacao colonial hasta nuestros días, que más han influido en usted, en su formación, o como inspiración para desarrollar su liderazgo?
—Muchos son los maestros que ejercieron una influencia sobre mí, empezando por la magnífica pianista y pedagoga de mis primeros años, Doralina de Medina, y concluyendo con el insigne Vicente Emilio Sojo, digno sucesor de aquel padre Sojo, de la escuela colonial venezolana de Chacao. Aquella pléyade de creadores, formados bajo su batuta, crearon un sistema de educación musical propio, dieron al país un enorme aporte artístico, imprimieron originalidad a sus actuaciones y, sobre todo, estaban pletóricos de constancia, trabajo y fe.
—Dentro del amplio espectro de la música, ¿cree usted necesario o conveniente promover alguna restricción hacia cualquiera de sus modalidades y expresiones, por considerarla que no contribuye a la justa formación del individuo, sobre todo si es joven o niño?
—De ninguna manera. Toda expresión musical tiene un sentido. No surge por azar. Responde a una escala de valores estéticos presentes en un momento dado en una sociedad. Tanto en el jazz como en la salsa del Caribe y, más abajo, en el rap, se encuentra ese sentido real. La capacidad de expresión, cualquiera que sea, debe apreciarse.
—Dentro de sus miras, ¿hay algo más por hacer, realizar, desarrollar?
Difundir en el mundo entero nuestro Sistema, consolidar la red musical de América Latina y el Caribe, contribuir al desarrollo de redes con España y Portugal, mantener un estrecho contacto con Escocia y su sistema inspirado en el nuestro, lo mismo con Westfalia del Norte; en toda Venezuela, implementar una amplia infraestructura física, con edificios, instalaciones, salas, las mejores técnicas de instrumentación y acústica, equipamiento electrónico, ingeniería de sonido, etc.