Por VÍCTOR BRAVO
Encanto
Es posible preguntarse, ¿de dónde brota el encanto de la obra literaria de Jorge Luis Borges? ¿Por qué ese creciente interés que lleva a sumar congresos, conferencias, publicaciones sobre su obra en diversas partes del mundo? ¿De qué ese fervor que llegó a mitad de obra y vida del escritor y que después de su muerte no cesa de multiplicarse? El escritor se defendió muchas veces de esos vientos contrarios describiendo su obra, con leve ironía, como “mis borrones”, “irresponsables juegos de un tímido”, “serie de divagaciones, acumulaciones, reiteraciones”, y de ser un escritor “decididamente monótono”.
La obra de Borges parece constituirse en irradiación de los signos fundamentales de la nueva “imagen de mundo” , de la nueva era del mundo, si atendemos a la expresión de Monod.
Borges parece situarse en el cruce de senderos de la modernidad: la expectativa de la verdad objetiva que proyecta la razón, para horadarla en el juego de la ironía, en la revelación de intersticios donde toda normalidad se niega, en los pliegues y repliegues de esos horizontes, en las vertientes de la paradoja, en la perplejidad ante las “acciones fantasmales”, según la expresión de Einstein, donde toda posible verdad es desplazada por la conjetura y toda certeza de lo real por situaciones de abismo.
Descartes, Galileo y Newton se muestran como paradigmas; en el discurso científico como su más acabada expresión; en la conquista de la verdad objetiva y la certeza de la capacidad de revelar los enigmas del universo. De allí la frase de Pope, “Dios dijo hágase Newton, y nació la luz”, o la certeza de Laplace de poder dilucidar todos los enigmas si se conocieran las causas. Borges se ha referido explícitamente a la teoría del “monstruo” de Laplace: “Si existiese un mortal cuyo espíritu pudiera abarcar el encadenamiento general de las causas, sería infalible; pues el que conoce las causas de todos los acontecimientos futuros, prevé necesariamente el porvenir”. Borges puntualiza: “Laplace jugó con la posibilidad de cifrar en una sola fórmula matemática todos los hechos que componen un instante del mundo, para luego extraer de esa fórmula todo el porvenir y todo el pasado”. Laplace, como Newton, como Descartes, representará el paradigma de la modernidad optimista. Cuando Borges observa en “Los crímenes de la calle Morgue” (“The Murders in the Rue Morgue”, 1841), de E.A. Poe (1809-1849) el nacimiento del relato policíaco, no hace sino poner en evidencia un ámbito de relato donde la “ratio” despliega sus poderes y “des-oculta”, de manera objetiva, la verdad. La verdad revelada por la mente racional de Auguste Dupin, como posteriormente, en la inusitada expansión del género por Sherlock Holmes, Hércules Poirot, El Padre Brown, Maidret. Pepe Carvalho… cederá ante los poderes de la razón que son los mismos que del “monstruo” de Laplace.
Cuando Borges, en contraposición del relato policíaco de Poe, escribe “La muerte y la brújula”, nos muestra la razón posmoderna, aquella donde la verdad no es tal sino una interpretación: la verdad revelada por la “ratio” no es sino, desde otra perspectiva, una verdad indeterminada, falaz.
Prolijidad de lo real
Lo real está allí, como prolongación de la vida. No hay “real” sin un “orden”; y el hombre no puede vivir sin las presuposiciones de un orden. Por ello quizá ha dicho Pope que el orden baja del cielo; pero ¿qué es el orden y qué es lo real? El orden es el horizonte donde se constituye toda cultura que, por constituirse, legitima ese orden que podríamos concebir como un ámbito, una suerte de “burbuja” donde se hace posible la vida. Ámbito constituido por un conjunto de presuposiciones, por relaciones de poder y jerarquía, por interdictos y leyes, por la legitimación de la verdad, por redes causales y redes lógicas; por el despliegue del poder y la imposición de límites; por el lenguaje y su competencia comunicativa, por una moral reguladora. La cohesión del orden y lo real lo dan las convicciones y hábitos identitarios, de allí que la condición de siervo sea el primer elemento cohesionador del orden. De allí el valor de la libertad como elemento perturbador. Rudolf Carnap ha señalado: “Todo objeto real pertenece a un sistema comprensivo que se comporta según ciertas leyes”. La modernidad y, sobre todo, la posmodernidad han visto en la génesis del orden y lo real menos una ontología que es una construcción. En este sentido Borges habla de una “postulación de la realidad”; y señala: “el hecho mismo de percibir, de atender, es de orden selectivo: toda atención, toda fijación de nuestra consciencia comporta una deliberada omisión de lo no interesante. Vemos y oímos a través de recuerdos, de temores de previsiones”. Uno de los primeros asombros de Borges no es tanto que el hombre no pueda vivir sino según un orden; sino descubrir esa enigmática e invencible vocación por la construcción de un orden y por la voluntad, que parece venir del fondo del ser, de someterse a ese orden.
Paradojas e intersticios
Paradojas en el mundo, sin embargo, y fisuras que nos permiten imaginar otros mundos. Borges lo ha señalado explícitamente: “Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso”. Borges, como Carroll, crea un campo narrativo de juego, vértigo de combinaciones y desplazamientos, de inversiones y rupturas de límites, donde brota la crítica y la refutación a lo real; y donde se revela la “fisura” de lo real –el hueco de lo real diría Lacan– desde donde se prefigurarán otros mundos, otras formas de lo real; tramadas por otros principios lógicos y causales que emergen de un fondo de paradojas y laberintos…. Es posible observar, en la expresión plástica de un Magritte, como la transgresión de los límites, en formas heterogéneas de ámbitos distintos, por ejemplo, lo humano y lo animal y lo mineral, etc.
Ese juego de desplazamientos lleva, en Borges, a la intervención narrativa del mundo creado por Cervantes (como en “Pierre Menard, autor del Quijote”) y de Shakespeare (como en “La memoria de Shakespeare”); y lleva a un espectro de posibilidades, de meandros causales y de “senderos que se bifurcan” por donde se precipitan los diversos relatos y la expectación de muchos de sus versos.
Cuántica
El texto borgiano pone en crisis, desde la paradoja, la causalidad, sin violentarla, sino resolviéndola por la vía de la reproducción de series. La apreciación de la causalidad en Borges hace confluir la teoría del “monstruo laplaciano” y las teorías actuales del azar y de indeterminación que se presentarían no como ausencia de causalidad sino como producto de causalidades complejas y desconocidas. La causalidad, su arco objetivo que construye la realidad de nuestras presuposiciones, y la posibilidad de la fisura causal por donde acceder a otros órdenes, a otros saberes, a otros mundos. En un importante trabajo sobre Borges y la física cuántica, Alberto Rojo señala que es posible ver citas borgianas en textos científicos, así “en ‘La Biblioteca de Babel’ para ilustrar las paradojas de los conjuntos infinitos y la geometría fractal, referencias a la taxonomía fantástica del Dr. Franz Kuh; en ‘El idioma analítico de John Wilkins’ (un favorito de neurocientíficos y lingüísticos), invocaciones a ‘Funes el memorioso’ para presentar sistemas de numeración; y hace poco me sorprendió una cita a El libro de arena en un artículo sobre la segregación de mezclas granulares”. Señala cómo en “El jardín de los senderos que se bifurcan” “se anticipa se anticipa la tesis de Hugh Everestt III, de 1957, sobre ‘la interpretación de los muchos mundos’”.
De Spinoza a Borges la pregunta ante el enigma alcanza una nueva posibilidad: la de su presencia irreductible en el universo, y su despliegue en una visión panteísta.
Borges se presenta como el oráculo de los tiempos modernos.