Por NARCISA GARCÍA
En la Unión Soviética había, en cada esquina, postes con megáfonos para la propaganda, gritada día y noche en la cara de los hombres. Joker (Todd Phillips, 2019) es eso: un megáfono en la cara, un par de cornetas en un camión de carga, un chiquillo tirando volantes en una plaza pública. Joker no es un panfleto, sino algo menos elaborado, más primitivo y peligroso: una consigna entre la muchedumbre, un empujón en una turba enfurecida.
Es difícil, de por sí, asimilar lo que Phillips ha hecho. Ha dicho claro y alto, en la sentencia de esta cinta, sí, la revolución debe darse, la justifico; así como justifico dañar a quien considere me ha dañado: justifica así, cabe suponer, el 11 de Septiembre, Columbine y un largo etcétera. No debe tomarse a la ligera esta cinta. Habrá que esperar a que pase la euforia a su alrededor. Sin embargo, no deja de ser escandalosa y peligrosísima. Otros harán propaganda, pero Phillips no. Ha abandonado incluso la forma, el contenedor. Está arengando en medio de la patulea con antorchas.
Me explicaré. Un villano de los más reconocidos de la cultura pop es en esta cinta una víctima del sistema, y de la maldad de cierta gente muy específica: los hombres blancos, ricos y famosos. Él es buen chico, amable, responsable, trabajador, cuida a su madre con cariño, se gana la vida como puede. Una maravilla, vamos. Sí que tiene un trastorno que le hace reír cuando está en situaciones de tensión, pero nada más. Hasta que decide matar. Porque el sistema lo llena de medicamentos, luego lo abandona el Estado al cortar los fondos para sus terapias, luego sus figuras paternas, sus compañeros de trabajo… y es entonces cuando decide que es suficiente, y mata: no al azar, sino selectivamente, consciente como cualquier otra persona del bien y del mal, puesto que a quien “lo trató bien” lo deja vivir. Y es que el maltrato ahora justifica la muerte; solo basta, por ejemplo, consultar cualquier panfleto feminista. Así, este nuevo héroe de la inversión del orden de las cosas (o de toda noción de orden), este villano que en realidad no es villano sino que de manera rousseauniana fue desviado por la sociedad de su pureza y bondad, deviene impulso del caos y la revolución que, paradójicamente, lleva máscara cuando el director ha decidido dar este alarido rojo de la forma más directa y franca posible.
La luz no miente. En una de las escenas, cuando el protagonista ha decidido matar una vez más, su rostro se fotografía con un resplandor casi cegador, y a continuación la luz del sol baña con suavidad su rostro cerca de una ventana. Phillips además da a algunos personajes la voz de la sensatez −“¿acaso lo que te han hecho justifica matar?”−, para prueba de que él también, como su personaje leniniano, reconoce el bien y el mal, y escoge el mal. Este no es Thanos, que cree estar salvándonos a todos con su genocidio. Es más bien Stalin, que manda a asesinar a Kírov y luego, en las pompas fúnebres que le ofrece, se apresura a besar el cadáver. Koba que, tras haber condecorado al niño que delató a su padre, comentó lo “cabrón que era. Delatar a su padre así”.
Una última observación: se ha atrevido Phillips a hacer bailar al Joker, con la excusa de que le gustan los musicales clásicos, con la noble y contraria figura de Fred Astaire en la pantalla del protagonista. Los números musicales −por llamarlos de alguna manera−, resultan forzados en el sentido de que tratan de hacer grandilocuente el momento, de impresionar artificialmente, con los tonos graves o de rock n’roll de la banda sonora, intentando otorgar una gravedad, una seriedad, una rebeldía que no son tal, que son mero infantilismo tonto y pretensión ridícula. Haber escogido al mejor de los mejores bailarines del mundo como referente es otro signo de que Phillips hace todo con intención muy clara: pretende no solo compararlo, sino igualarlo a este engendro patuleco y desgraciado, es decir, relativizar el talento, y en última instancia, invertir los códigos morales: el talento de no tener talento. El Joker de Nolan, que sí es genial, está mucho mejor construido, actuado y desplegado en pantalla que esta suerte de excusa vil para el homicidio y el terror. Una cinta que enseña no solo a no reconocer el mal, sino a hacerlo pasar por el bien, como tantas hoy en día. Horror, de principio a fin.