Por DAVID PLACER
En agosto de 2017, a los cuatro meses de su designación como embajador español, Jesús Silva fue recibido en Caracas con un regalo poco acogedor. Un grupo armado arrojó tres bombas caseras en la Embajada de España. Era una advertencia.
El regalo explosivo llegó horas después de que Silva asistiera como invitado a la Asamblea Nacional en una sesión para pedir la liberación de Leopoldo López, líder opositor a quien, dos años después, terminaría alojando en su casa.
La llegada del inesperado huésped hizo desplegar toda la presión y el seguimiento a un embajador espiado que también se reconoce como buen espía.
—¿Usted es un hombre diplomático o canta las verdades?
—Hay gente que entiende que la diplomacia es prudencia, no quejarse, pero mi experiencia no es esa. Yo entiendo la diplomacia de un modo directo y para decir verdades. Así también lo entiendo con la prensa, la política y la vida. No se puede mentir, pero hay que cuidar las formas porque tampoco se puede ofender.
—Antes de ser embajador en Venezuela, fue diplomático en Alemania, Argentina, Panamá y Jamaica. ¿Cuál es el trabajo de un embajador?
—Es una buena pregunta, pero muy difícil de sintetizar. Tuve una época en la que me dediqué a la diplomacia cultural y otra a la diplomacia económica. Y luego también somos un poco espías. Hay que informarse y estar informado de todo. Y, sobre todo, y eso es una parte que conocí en Venezuela, nos gusta ayudar al que sufre. Tuve que ocuparme de las familias de los presos españoles. El trabajo diplomático es muy variado, pero se resume en ayudar a la gente.
—En Argentina, Panamá y Jamaica, ¿vio democracias consolidadas?
—Vi que los ciudadanos tienen el sentimiento de la democracia como propio. Donde no funciona, los ciudadanos lo reclaman.
—Pero esos tres países, ¿tienen o no tienen sistemas democráticos?
—Sí, sí. Lo tienen.
—Cuando llega a Venezuela, ¿ve diferencias sustanciales en comparación con esos países?
—Si te refieres al funcionamiento de la democracia, evidentemente hay grandes diferencias. Pero también hay algunas similitudes.
—¿Cuáles son las diferencias?
—La falta de seguridad jurídica, el incumplimiento de las normas. Me llamó mucho la atención la manera cómo se atacaba al adversario político en la televisión pública venezolana, algo que en cualquier país democrático escandalizaría. Eso no forma parte de las normas básicas de la democracia de ningún país. Hay mucha gente en Venezuela que considera que no existe una democracia, que existe una dictadura. Y la gente que no piensa así no acepta que es una dictadura y piensa que es una democracia “a su manera”.
—¿Y usted qué piensa? ¿Es una dictadura?
—Ya no soy embajador en Venezuela, pero sigo siendo diplomático. Por lealtad al gobierno y a la diplomacia española, no debo manifestarme. Yo tengo mis opiniones y muchos que me conocen saben lo que pienso.
—¿Cuál fue su primera impresión de Venezuela? ¿Se ajustaba a esa imagen de país descompuesto?
—Cuando más miedo se pasa en Caracas es cuando uno está en Madrid. A veces la realidad se pinta peor de lo que es, pero evidentemente es difícil.
—¿La pintan más dura desde Madrid?
—Cuando vives allí, tienes una vida y los miedos se pierden. Pero sí es un país con muchos problemas. En Caracas ha desaparecido la vida nocturna. La inseguridad es muy importante y hay psicosis. Luego, es un país con una realidad muy cambiante. Cuando llegué, había desabastecimiento generalizado. Y no había sanciones. Una de las primeras cosas que hice fue ir al supermercado y estaban todas las estanterías vacías. Y antes de irme, iba a los bodegones y estaban mejor surtidos que un supermercado en Miami. Y sientes que los principios básicos del mercado son irregulares. Hay una política económica muy errática y eso tiene consecuencias en la población. Apenas llegué, comenzaron los muertos en las calles. Llegué al día siguiente de que el Tribunal Supremo de Justicia se arrogara las competencias legislativas de la Asamblea Nacional. Y una de las primeras cosas que sucedió es que se iniciaron conversaciones secretas entre el gobierno y la oposición en mi casa, actuando de moderador el expresidente Zapatero y en tiempos de Mariano Rajoy, por cierto. Mis instrucciones eran apoyar y facilitar las negociaciones, hasta el punto de que eran secretas y nadie lo supo.
—¿Quiénes iban?
—Por parte de Maduro, Jorge y Delcy Rodríguez, que eran alcalde y canciller. Por la oposición iban cambiando. Al principio no estaba Julio Borges, pero luego terminó dirigiéndolas. Eudoro González, de Primero Justicia, Luis Florido, de Voluntad Popular, y Enrique Martínez, de Un Nuevo Tiempo. Luego se incorporaron Vicente Díaz (exrector del CNE) y Timoteo Zambrano (AD).
—¿Estaba presente en las reuniones?
—No. Nosotros fuimos muy respetuosos. Sólo facilitamos el proceso, la infraestructura.
—Pero le comentarían lo que allí se negociaba
—Eso sí tengo que decirlo con toda modestia: la Embajada de España era la embajada mejor informada de todas, incluyendo la de Estados Unidos. En Venezuela, la Embajada de España siempre ha tenido la mejor información de todas las partes, no sólo de la oposición, sino del gobierno. Las partes me contaban prácticamente todo.
—¿No le contaba a la oposición lo que le decía el gobierno y viceversa?
—No, yo no me dedicaba a hacer de chismoso.
—Ahora le llaman mediador a esa figura
—Nunca ejercí esas labores.
—Era Zapatero quien las ejercía, ¿cierto?
—Sí, él sí lo hacía. Nosotros sólo hacíamos gestiones en temas de presos. Pero en la mesa de negociación, lo único que poníamos era el jamón. Y lo poníamos generosamente para que no se levantaran.
—A los cuatro meses de su llegada, explotó un artefacto en la puerta de la embajada. ¿Se determinó alguna responsabilidad?
—Fue por encargo. Como le digo, éramos la embajada mejor informada. Y sabemos quién dio la orden. Fueron unos motorizados y tiraron tres cócteles molotov. Dos cayeron en el jardín y no explotaron. Uno cayó en un terrazo, explotó y hubo un pequeño incendio.
—¿La Fiscalía investigó?
—La Fiscalía hizo una inspección ocular, nos dijeron que nos avisarían, pero nunca más se supo. Unos días antes había sido designado canciller Jorge Arreaza. Me llamó para decirme que estaba preocupado.
—¿Le creyó?
—Él no dio la orden, pero sabíamos de dónde venía y por qué. El día anterior, Julio Borges me había invitado a la sesión de la Asamblea Nacional que iba a condenar las detenciones de Ledezma y Leopoldo López. Asistí con los embajadores de Reino Unido, México y Francia. Tuvo mucha repercusión, fue portada de The New York Times. Y fue una reacción a eso.
—¿Eso condicionó su actividad?
—En absoluto. No es exigible el valor, pero si no lo tienes, no puedes ejercer tu función.
—¿Quién fue el autor?
—Esos detalles me los voy a ahorrar.
—¿Le hizo saber que usted conocía su identidad?
—Ellos sabían que yo lo sabía. Era gente que formaba parte de un colectivo. Y ese colectivo había recibido la orden, pero eso es anecdótico.
—Que se le ponga una bomba a un embajador no es anecdótico
—Por supuesto. Muchos embajadores reforzaron su seguridad entonces.
—¿Se sentía usted vigilado?
—Constantemente. El último año y medio, tenía a un huésped en mi casa (Leopoldo López) y estaba permanentemente vigilado. Eran entre cuatro y ocho furgonetas del Sebin. Y delante de la embajada, mínimo uno y, a veces, cuatro o cinco vehículos. En los accesos a la embajada, pedían identificación a la gente que entraba y salía.
—¿Le intentaron revisar su vehículo oficial?
—Lo intentaron, pero la convención de Viena lo prohíbe. Los diplomáticos tienen inmunidad y no pueden registrar ni sus viviendas ni sus vehículos.
—Además de vigilado, ¿se sintió espiado?
—Sí.
—¿Tenía conocimiento de que una casa colindante a la suya fue comprada por el gobierno venezolano?
—No tenía noticias.
—¿Ni un comentario, ni una advertencia?
—Te llegan algunos comentarios, pero… ¿se refiere a una compra en la avenida Mohedano (sede de la Embajada) o en el Country Club (residencia del embajador)?
—En el Country Club. ¿Conoce usted a sus vecinos?
—Sí. Había rumores de que hubo una compra, pero que no era el gobierno directamente, sino gente bien relacionada con el gobierno.
—¿Tuvo el temor de que desde allí le pincharan el teléfono, que le interfirieran las comunicaciones?
—No tiene sentido comentar eso, pero rumores había muchos.
—¿El chavismo es comunismo, dictadura, narco-Estado o algo distinto?
—Los adjetivos los ponen los demás, no me corresponde a mí ponérselos. Pero el chavismo es una realidad en Venezuela y lo fue en América Latina. Ahora creo que ya no lo es. No quita que haya movimientos de izquierdas, pero no conozco un movimiento que reivindique el chavismo como modelo. En Venezuela sí, y será una realidad que seguramente perdurará por mucho tiempo.
—¿Es ingenuo pensar que saldrán del gobierno pronto?
—No lo sé. Pueden salir mañana o dentro de diez años. Algunos piensan que el chavismo ya no gobierna. A mí me lo han dicho chavistas que no se identifican con lo que hay ahora: dolarización, liberalización, reconocimiento de la economía privada. Es una contradicción con los postulados originarios del chavismo.
—¿Durante su estadía percibió un deterioro del país?
—Sí. Muy grande. Cuando llegué, la oposición tenía libertad de movimiento. Cuando me fui, la Asamblea no se reunía en su propia sede y los diputados se exiliaban. El problema de los presos políticos se alargó y la situación social era muchísimo peor.
—Después de su trabajo ¿sintió frustración al ver que la Venezuela que dejó era mucho peor que la que lo recibió?
—No llegamos allí a salvar a nadie. Yo representaba al gobierno español y hacía lo que me decían. Siempre tuve buena sintonía con los ministros: Alfonso Dastis, Josep Borrell, Margarita Robles y Arantxa González Laya. Sobre todo con Borrell, con quien hablaba todas las semanas. Había un seguimiento del conflicto venezolano, pero nunca fuimos injerencistas ni pretendíamos ser salvadores. Los venezolanos tienen la capacidad de entenderse entre ellos. Son gente inteligente, con educación, pero tiene que haber voluntad y buena fe. Y no ha habido ni voluntad ni buena fe.
—¿No ha habido voluntad por parte del chavismo?
—Ha habido errores por ambas partes.
—No me refiero a los errores. Me refiero a la voluntad para llegar a acuerdos. ¿Cree que al chavismo le interesa pactar unas elecciones libres?
—Ahora no quiero valorar esos procesos, porque he sido parte de ellos y no quisiera pecar de indiscreto. Pero sí hay capacidad para llegar a acuerdos y lo que hace falta es voluntad.
—¿Hubo cambios de criterio y de política con la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia?
—Ha habido matices, por supuesto, pero América Latina siempre fue una prioridad para España. Por razones históricas, familiares. Hay casi 500.000 venezolanos en España y hubo casi 250.000 españoles en Venezuela.
—¿Cuál fue el cambio más importante?
—No es el momento de hacer un balance sobre eso, pero España siempre ha defendido elecciones libres.
—¿Cuál es el interés de Zapatero por el conflicto en Venezuela?
—Zapatero fue allí aceptado por ambas partes. Y el gobierno de Rajoy le prestó el apoyo que necesitaba, porque una constante de la política exterior española es que se solucionen los problemas de Venezuela.
—Rajoy apoyó la mediación de Zapatero, pero ahora un gobierno socialista, curiosamente, se desmarca de su agenda.
—En su momento fue un mediador aceptado por ambas partes, pero hoy una parte ya no lo reconoce. Por eso dejó de ser mediador.
—¿Ahora es un propagandista del chavismo?
—Él tiene su opinión, como todo el mundo. No se le puede quitar las horas que le ha dedicado al tema. Y también lo han hecho Felipe González, Rajoy y Aznar.
—¿Por qué usted fue expulsado de Venezuela?
—En la primera tanda de sanciones, se me eligió como cabeza de turco. Lo dijo claramente Maduro: fue en represalia por las sanciones de Europa y la actitud del gobierno de Rajoy que impulsó las sanciones. Fui el segundo embajador español expulsado en América Latina. El primero fue Lojendio en Cuba (que increpó a Fidel Castro en directo en la televisión pública en 1960). Y fui el primero en la historia que regresó al país que lo expulsó.
—¿Se entregó algo a cambio?
—Nada. No se hizo ninguna concesión.
—Si de usted dependiese salvar la vida de una persona en un país donde está asignado, aunque le ocasionase problemas con su gobierno ¿Lo haría?
—Si se trata de salvar una vida, es algo importante. Pero no hay que hacer nada contra tu propio gobierno si al final lo que importa es el fin.
—¿Estaba en riesgo la vida de Leopoldo López?
—No lo sé, pero el gobierno de España aceptó que viviera allí.
—¿Cómo cambió el día a día de la Embajada con Leopoldo López como huésped?
—Que hubiese un huésped no significaba que renunciásemos a nuestra actividad normal. No dejamos de tener relación con el chavismo e intentamos una vida normal. No siempre era posible, porque el Sebin rodeaba la Embajada y obstaculizaba el acceso. Y desde que llegó Leopoldo, tuve una relación más intensa que nunca con el gobierno.
—¿Por qué?
—Me llamaban constantemente. Arreaza, la vicepresidenta, Jorge Rodríguez.
—¿Lo llamaba Maduro?
—Eso es parte del anecdotario que no viene al caso.
—¿Cuántas veces al día lo llamaban los ministros?
—A veces, varias veces al día. A veces, ninguna.
—¿Para qué lo llamaban?
—Aumentó la relación, pero no nos pasamos el día hablando de Leopoldo.
—¿Lo presionaban? ¿Le pedían información del huésped?
—Siempre dejamos claro que era huésped, pero no estábamos al servicio de Leopoldo López. Seguimos manteniendo nuestra imparcialidad. No hacíamos actividades ilegales. Él no podía comunicarse con el exterior y nosotros no interveníamos en eso. Él tampoco dejó de hacerlo durante su arresto domiciliario.
—¿Le pidió el régimen que prohibieran las comunicaciones de López con el exterior?
—Eso forma parte de conversaciones privadas. A veces eran tensas, pero siempre leales.
—¿Participó en la salida de López del país?
—No, eso es falso. Nunca se ha podido probar, porque no lo hice, ninguna actividad ilegal.
—¿Precipita López su salida cuando usted anuncia su regreso a España?
—España dejó claro que persistía la oferta para que él permaneciese en la Embajada. Pero eso pregúnteselo a él.
—¿La salida de la Embajada se produce estando usted allí?
—Sí, pero no tuve ninguna relación con su salida. Fui yo quien los llamó: “Señores del gobierno venezolano: se ha ido Leopoldo López”.
—Y estando usted allí, ¿no conoce ningún detalle de cómo se fugó?
—A posteriori, sí he tenido algún detalle, pero me da la impresión de que desde el propio régimen se le ayudó.
—¿Por qué lo piensa?
—Éramos la Embajada mejor informada.
—¿Es posible salir de Venezuela sin complicidad por parte del régimen?
—Es una pregunta retórica que no voy a contestar, pero es una pregunta bien puesta.
—¿Mantuvo buena relación con jerarcas del chavismo?
—Sí, son seres humanos. Me llamó la atención el nivel de polarización, chavistas que no se relacionan con gente que no es chavista y viceversa. Hay una falta de comunicación muy grave. Mucho discurso del odio por las dos partes.
—¿Le han hecho alguna confesión?
—Hay chavistas muy críticos con los temas de corrupción. Sí he visto gente que se queja de que hay cosas que no funcionan y reconocen errores. Saben que han perdido credibilidad, que la televisión pública nadie la ve.
—¿Por qué el nuevo embajador español ha sido devaluado a “encargado de negocios”?
—Es una decisión que también ha tomado Italia, Holanda y, previsiblemente, lo harán otros países.
—España desconoce al gobierno de Maduro, pero en Madrid el embajador reconocido es el del chavismo. ¿Cómo se explica?
—Hemos sido testigos de una época en la que han sucedido cosas insólitas desde el punto de vista de la diplomacia. Reconocer a Guaidó como presidente, 60 países, Europa, Norte, Centro y Suramérica, y países lejanos como Israel o Japón, fue algo inédito en la historia de la diplomacia. La relación fue evolucionando y se optó por distintas posturas: países que rompieron relaciones y otros como los europeos que adoptamos una posición más pragmática.
—¿Fue feliz en Venezuela?
—Amo Venezuela, me parece un país maravilloso. Me ha cautivado. Lo he pasado muy bien y he hecho buenos amigos. Es uno de los países más bellos del mundo. El día que se normalice la situación, se puede convertir en uno de los mejores destinos turísticos del mundo.
—Los servicios de inteligencia del chavismo. ¿Son tan eficaces?
—Sobre ese tema, te voy a decir algo: el Sebin, los servicios secretos, inventaron muchas mentiras para desinformar a las autoridades venezolanas sobre la realidad de lo que pasaba en la Embajada.
—¿Enviaban información falsa a Maduro? ¿Por qué motivo?
—Es lo último que le puedo decir.