Por JUAN CARLOS RUBIO VIZCARRONDO
El sexo es ahora un acto conceptual, probablemente solo en los términos de las perversiones es que podemos hacer contacto uno con el otro; decreta sin pena alguna Traven, el protagonista de la novela experimental, según unos, o colección de cuentos, según otros, titulada La exhibición de atrocidades.
Esa sola cita es sumamente descriptiva sobre lo cómo se manifiesta, capaz, la obra más subestimada del escritor inglés James Graham Ballard (1930-2009). Eso es así porque en La exhibición los elementos más comunes de nuestras vidas se ven desprovistos de sus significados corrientes. Por ejemplo, el amor no es amor, el sexo no es simple sexo y la violencia no es solo violencia. En el contexto de La exhibición, todo está entremezclado, todo está sujeto a la más surreales de las asociaciones; tal como si fuese un jardín de juegos para toda clase de pensamiento lateral.
En tal sentido, siguiendo los ejemplos anteriores, en La exhibición el amor puede verse como las bombas de napalm lanzadas en Vietnam en los años sesenta, el sexo puede comprenderse como la manifestación fisiológica de un accidente de tránsito y la violencia puede ser percibida como un método para entender a las grandes tragedias de nuestros tiempos.
Explico esto porque, quien se atreva a leer esta obra, debe entender que La exhibición no sigue narrativa tradicional alguna. Esta obra no tiene principio o final y se puede empezar a leer desde cualquiera de sus secciones. Sus secciones a su vez se dividen, conforme al criterio del propio autor, en una serie de novelas condensadas (párrafos con títulos propios). La disgregación es de tal nivel que hasta nuestro propio protagonista, Traven, se quiebra en diferentes alter egos por cada sección. Podemos llamarlo Traven, Travis, Talbot, Talbert o como nos parezca.
No obstante lo anterior, La exhibición, incluso con lo impenetrable que pareciese ser, sí tiene hilos que lo unen como un todo. El asunto es que los mismos no son literarios, sino conceptuales. El autor se ha asegurado de ello a través de sus incesantes referencias a la geometría, a John Fitzgerald Kennedy, a Marilyn Monroe y a Elizabeth Taylor, a accidentes de tránsito, a la muerte, al sexo, a vallas publicitarias, al inconsciente, entre otras.
Tales referencias no son superfluas porque son el vehículo que nos conecta a los grandes temas de la novela; a esa galería de obsesiones que han quebrado al capaz psiquiatra, capaz paciente, Traven.
Traven es un individuo que ejemplifica la pérdida de contacto con la realidad que se deriva de la saturación de contenidos; de la sobreexposición a cuanto ruido pueda salir de los medios de comunicación. Él retrata a una generación de hombres que, en un contexto como ese, sus instrumentos para comprender la realidad provienen de las mismas cosas que la alejan de ella: el narcisismo, la cultura de la celebridad y toda gama de simulación.
Puesto de alguna manera, La exhibición con la crisis de su protagonista nos ilustra lo que pasaría si interiorizáramos totalmente al mundo de la información que nos rodea y cómo se vería, por vía de consecuencia, lo que se supone que está afuera. La respuesta de la obra es clara; no obtendríamos más que incomprensión y disociación. Viviríamos dependientes de unas ficciones para poder lidiar con otras ficciones, mientras que la verdad yacería inerte debajo de toneladas de propaganda, medias verdades y comerciales.
Ahora bien, la obra también trata otras aristas más allá de lo ya mencionado. Pudiendo apreciarse temáticas variopintas como el cosmos, la guerra, la sexualidad, la psicología y toda clase de reflexiones sociológicas y culturales. Tal variedad, además de lo que son los temas centrales de la novela, tiñeron a lo misma con una aura profética que no pasó desapercibida ni por el mismo Ballard.
La exhibición, siendo un libro publicado en 1970, no solo describió con gran antelación el paisaje comunicacional y nuestra relación, en muchos casos patológica, con él. También anticipó dentro de sí ideas que Ballard desarrollaría a profundidad más adelante, destacándose entre ellas la obra Crash de 1973, que profundizaría en la temática de los accidentes automovilísticos y la parafilia relacionada a ellos, y El imperio del Sol de 1984, que relataría de forma semiautobiográfica las experiencias del autor en Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
La exhibición de las atrocidades, a manera de conclusión, es sin duda la novela más particular dentro de las obras de Ballard. Él pudo crear algo así de transgresivo y experimental una sola vez en el transcurso de su vida y, cuando amistades le pidieron una secuela, simplemente le fue imposible. Esto no debe sorprender, La exhibición es un encuentro inusitado entre creatividad, visión y desenfreno. La misma no solo se anticipó a los tiempos que hoy vivimos, también se anticipó a la trayectoria de su propio autor.