Cada vez que me detengo a buscar las más justas palabras que den cuenta de la emoción que está alrededor de Precarios me viene la imagen de un muro de esos que abundan en Caracas, frágil, abandonado, lleno de fisuras, tramas de moho, grietas, sostenido por el milagro inenarrable de soportar los embates del tiempo, la naturaleza, la lluvia y los temblores, las olas de calor y el desaire de los impulsos más brutales; de sus grietas –ocres, terrosas– brotan naturalezas, vivas y con un pie en la muerte, enredaderas, restos de tiempo que me sitúan en el duro lugar aquí anunciado por Carmen Leonor Ferro.
Por los bordes, así se mueve el que va sujetado por su ruego, apenas murmura sus incomodidades y desasosiegos, cerca de la fragilidad de los cuerpos y sus tantos lugares de paso, así revoloteen –sin rostro, revueltos, casi disueltos– en los bulevares, las plazas, los bordes de las ciudades, allí donde vive tanto hollow men, pero ahora esa presencia que recorre buena parte de la poesía moderna aparece transformada en el campo de la sensibilidad personal de Ferro, vuelta ya forma en el alma necesitada de dar curso en sí a todo lo intratable que hay en la vida cuando precaria se impone; de no ser así, no sé cómo más pudo haber ocurrido la creación de un poemario como Precarios; además de un suave merodeo en esa palabra, atento a la experiencia de la fragilidad y sus interpeladores recordatorios, porque suelen presentarse en los momentos de mayor desprevención, ¿no es una exploración en el dolor –el propio y el ajeno– lo que mueve esta escritura? Basta un gesto, el asomo de un rostro, el tremor de ese estado cuando sobrepasa la “precariedad” de los fenómenos más circunstanciales para tornarse –sí– condición que puede desembocar el árido territorio de la nada (apenas una suspensión en los días).
De andar muy sola, esta disposición –la sensibilidad al desnudo– puede engendrar brumas muy gruesas. Quizás por eso veo en el tono que sostiene y atraviesa la poesía de Precarios una prominente, deliberada parquedad, así como una distancia en la entonación, dicho sea de paso, muy bien sostenida en la cuidadosa traducción de Flavia Zibellini. Así, guiado bajo esta “doble lectura”, del español al italiano y viceversa, al repasar y contrastar cada uno de los poemas de Precarios, no dudo en volver a la imagen del muro que me dio el impulso para arrancar esta reflexión y decirme, sí, este libro se detiene en pequeñas naturalezas “muertas”, la pequeña cosmología de las oficinas, los sobres y las correspondencias, la desolación de los memorándums, la amenaza cernida del que se sospecha muy pronto desempleado y fuera de toda calidez:
“Y en este desierto donde se mueve
carente de brillos
yace el foco que emana
su discontinua claridad
E in questo deserto dove si muove
carente di luci
giace il faro che emana
la sua discontinua luminosità”.
Pero está el “precario” –vuelto persona y carne– en la crudeza de la historia y sus trágicos, a veces invisibles desplazamientos. Si bien pareciera estar llevado por la pulsión del aguante, lo sostiene su gana, la sucesión de los días, su dolorosa y puntual imperfección. Así la voz de Ferro gira hacia el plural y abre paso a “los nadie”, los que deambulan como pueden con su “existencia analógica”, así lo apunta ella misma, repleta de saltos y tumbos, acaso con el peso de su condición encima; en cierto modo, por qué no, parecen estar cerca en temblor y situación de “los asomados” que suelen merodear en las fotografías de Paolo Gasparini, los que cargan con la condición del que “está ahí”, sí, pero casi afuera, aunque en un lugar elocuente. Y estos destinos de súplica son los que inquietan a Ferro, hablan en coro:
“Los precarios no tenemos historia
ni pasado ni futuro
nos movemos en un presente ciego
amenazados por un final
que no hemos tejido
y que hace despreciable
nuestra partida
Noi precari non abbiamo storia
né passato né futuro
ci muoviamo in un presente cieco
minacciati da un finale
che non abbiamo tessuto
e che rende miserabile
la nostra dipartita”.
Así entreveo en Precarios un correlato relacionado con la estancia en un paisaje y una lengua que es la propia, por vida y ganancia, pero solo hasta un punto; a fuerza de empeños y dolores, empieza la experiencia de vivirla, desde sus contornos, para sortear –tanto como se pueda– los vaivenes de la experiencia desterrada.
_____________________________________________________________________________
Precarios (Precari)
Carmen Leonor Ferro
Traducción de Flavia Zibellini
Edición bilingüe
Ensemble
Italia, 2019
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional