POR LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
El niño duerme. Tenía fiebre antes de dormirse. Fiebre alta de garganta mala, creemos, o de oídos malos, o de catarro. Durmiendo sudó, se orinó, se despertó. Lo cambié y siguió durmiendo, atravesado en la cama de abajo, donde dormiría yo, derecha, sin moverme. Estoy al lado en el suelo, tocándolo con la izquierda cada diez minutos y escribiendo con la derecha. Ha pasado antes.
En el tomo digital de poco más de 500 páginas se repiten poemas que leí hace dos días. Cada PDF de ese primer email era como un canto de sirena, seductor y peligroso a la vez. Recuerdo las palabras casa y lobo, origen y depredador. Las leo al comienzo, de nuevo, como un sino imperdonable. Con la casa y el lobo empieza todo. Se reúnen aquí doce libros, un período de tres décadas que va de 1981 a 2011. Voy de una pantalla a otra, formando, como se dice, un entrisale. Leo a Yolanda Pantin:
Esta casa surge despacio en el agua de la lluvia que caía por los muros y olía a yerba y a todo eso.
Yolanda Pantin
La lluvia de algo que viene hace ruido de lluvia afuera. El huracán no ha llegado al país, ¿qué pasará después? Ruido tenebroso en la noche, sobre los techos de las casas y los carros, sobre los ventanales, sobre las matas y las higueras con forma de arcos de bienvenida. Son las casas y los carros de una ciudad donde vivo pero no donde nací, de un país al que he emigrado. Un país donde tuve y me quitaron (como un objeto que se corta a la mitad) lo que quería y tuve. En un abrir y cerrar de ojos, lo que más quería en el mundo, me fue quitado. La mitad exacta del tiempo, quitado. Odio la fiebre, pero me he convertido en una mujer que agradece tener a su hijo, aunque sea con fiebre; y si tiene fiebre mejor que esté conmigo.
Los doce libros reunidos son: Casa o lobo (1981), Correo del corazón (1985), La canción fría (1989), El cielo de París (1989), Los bajos sentimientos (1993), La quietud (1998), El hueso pélvico (2002), Poemas huérfanos (2002), Épica del padre (2002), País (2007) y 21 caballos (2011). No sé si me supere lo místico en la poesía. Ya no leo. Leo a Yolanda Pantin:
La mole se perfila contra el cielo blanco
pero ellas no sienten nada
Yolanda Pantin
El sábado 15 de octubre, en ciudad llamada Miami, leeremos a Yolanda Pantin en forma de coro griego o en forma de selección desarraigada de fútbol. No conozco a Yolanda Pantin. Nunca la he visto en persona. En las fotos, cuando sonríe, sus dientes resaltan. Todo el mundo, cuando habla de ella, hace mención a los dientes. Mi novia también tiene los dientes grandes y a mí me parecen muy seductores. Leo los poemas pensando en sus dientes y en sus encías, los de Yolanda, porque los dientes de una mujer que escribe como Yolanda Pantin, entregando lo que ella entrega, no tienen nada que ver con los dientes de una mujer cualquiera y mucho menos con los de un hombre cualquiera.
Si hay un lugar donde esos dientes se han encajado, ese lugar es la escritura. Lo digo en pasado porque estoy frente a una antología que cesó en el 2011. Compraré por Amazon el título de Visor, para ponerlo junto a Playstation, de Cristina Peri Rossi. No creo en la poesía pero de vez en cuando aparecen cuerpos poéticos que se me presentan, como dioses en la lluvia, y se me paran delante. Son escaparates, edificios o mogotes. El huracán tocará el país por el extremo occidente, una zona de mogotes.
El término de mogote se emplea para cerros, aislados o unidos, con paredes muy escarpadas, casi verticales, rodeados de planicies aluviales en los trópicos, independientemente de que los estratos carbonatados en que se hayan formado estén plegados o no. Crecí oyendo esa palabra y gustándome, porque en cierta parte de la geografía de Cuba son comunes. Igual que son comunes los huracanes. Fue de forma huracanada que recibí los poemas de Yolanda Pantin. La invitación a leer primero y el huracán de poesía después, aunque yo dije que sí porque ya había leído antes, entre saltos de internet, lo suficiente. Leo complejidad, imposibilidad. Leo a Yolanda Pantin:
No todo mi corazón te ama
sólo la parte que está enferma.
Yolanda Pantin
Concebí a mi hijo durante la temporada de huracanes del 2017, una semana después del paso de un huracán por esta ciudad perenne, donde la gente se queda a vivir, a veces, porque no le queda más remedio o porque se acostumbra. El peso de la costumbre en el poema pesa más que en la realidad. Es un peso calmo, como de ojo tácito de huracán, como de quietud incómoda, aplastante. No quiero ningún tipo de costumbre para mí. Ni siquiera la costumbre de leer.
Aunque furiosos y cínicos, en ocasiones, yo podría decir lo mismo de la voz de Yolanda Pantin. Hay una mudez mortal en ella. Una mudez ex profesa que me está ocultando algo. Íntima y abierta, pero también desconfiada, sigilosa. Más de veinte veces lo único que entendí fue: será mejor que me calle. Es decir, yo voy bien, leyendo bien, hasta que Yolanda Pantin prefiere, porque es mejor, callarse. No estoy hablando de quiebre ni de rompimiento. El poema no ha terminado, lo que ha terminado es la información. La elegancia de su voz actúa paralizante. Leo a Yolanda Pantin:
Yo hice a mi criatura
con mi sangre
Yolanda pantin
Fue 15 de septiembre el día que un espermatozoide logró fecundar exitosamente al óvulo. Aquí en Estados Unidos se dice successfully, la palabra es dulce, llena de c. Celebro cada septiembre como si fuera 2017, aunque este año, por primera vez, no celebré a su lado, sino sola en mi mente, conmigo misma, en un apartamento viejo de Brooklyn, esperando. Ese día, al anochecer, paseando con mi novia por Church Avenue, aprovechando que sonreía para mirarle los dientes, compré un relojito de Baby Yoda y una pizarra magnética para mi hijo. Él pertenece al plano de lo milagroso inmenso.
Los mogotes contundentes de Pinar del Río no lograron evitar que el huracán impactara, efectivo y negativo, contra el territorio. Una fuerza no se opone a la otra. El meteoro azotó con ráfagas de 208 kilómetros por hora. La pared del ojo penetró por las inmediaciones de una playa. El mar penetró en la tierra. Un sistema penetró en el otro. Antes de abandonar el país, pasó por encima de la ciudad, donde estaba despejado. ¿A qué plano pertenece la poesía? Leo a Yolanda Pantin:
Tendremos paz
pero no tendremos alegría
Yolanda Pantin
La última antología de Yolanda Pantin, llamada País, salió bajo el sello de la editorial Pre-Textos. País se llama también el décimo libro en la antología, que empieza con un poema en francés sobre Martinique, entre comillas. La portada es el dibujo de un hueso pélvico femenino, donde se ven las superficies articulares, la cresta ilíaca, los orificios sacros, el promontorio sacro, la espina isquiática, el acetábulo, el orificio obturador, el coxis y el hueso púbico. La disminución de la pelvis mayor generará en la mujer la incapacidad de desarrollar partos naturales. Aunque pudiera tratarse de una recreación libre de mariposa huesuda.
¿Por qué hay, frente al mundo, un hueso pélvico de mujer representando a una mujer, con el nombre de un sustantivo que significa espacio, identidad? ¿La osamenta de mujer, diferente a la de hombre, es su última palabra, antes de desintegrarse y empezar a formar parte, silenciosamente, del universo? ¿Su sexualidad, su pubis dentro del hueso, es su última palabra? Leo a Yolanda Pantin:
–Un secreto es siempre
un secreto de amor,
dice María Zambrano.
Yolanda Pantin
Mañana debo entregarlo, con fiebre y todo, con huracán y todo. No me hallo sin espejuelos, imagínate sin hijo. Leer el agobio de Yolanda Pantin desde el agobio perpetuo, desde el cuerpo obligado. Hueso pélvico sujeto a ley, cavidad sujeta a fallo. Te vas a acostumbrar, dice la gente, como si supiera de qué está hablando. Nadie sabe de qué está hablando cuando me dice que me voy a acostumbrar. Luisa Roselia Moronta Pacheco no se acostumbraría. Roselia Amparo Iglesias Moronta no se acostumbraría.
Ninguna mujer que haya tomado decisiones parecidas se acostumbraría ni se conformaría, porque la mitad de esas decisiones han tenido consecuencias irrevocables. Yolanda Pantin, venezolana, no se acostumbraría. Los poemas de Yolanda son imposibles de leer para alguien que busque conformidad, porque futuro está lleno de mala poesía y de pastillas para poder dormir. La simulación, entonces, se convierte en poema. ¿Debo creer en él? Leo a Yolanda Pantin:
¡Vaya consuelo! A los cuarenta o a los cincuenta,
se trata de la dignidad de la persona.
Yolanda Pantin
Por eso no se sabe si valdrá la pena escribir desde el dolor o desde el no-dolor, y por eso todavía no puedo identificar desde dónde escribe ella, pues el extremo A es igual al extremo B. Y si me dicen que no hay extremos, que un poema va en círculos y no en línea recta, les digo que una línea y un círculo son, por supuesto, idénticos. Yolanda Pantin persigue, en el poema, la libertad, y sabemos, en el poema, que la libertad quedó atrás, mucho antes del lenguaje. Fuera del poema, la libertad es el poema.