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Homenaje a la Escuela de Letras. 1

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Textos de Eleazar León, Elí Galindo, Alejandro Oliveros, Alejandro Sebastiani Verlezza y Andrés González Camino


Eleazar León

Viajeros

No han regresado
los viajeros de ayer.
Les dije adiós
amaneceres por venir, pero algún puerto
les retuvo los pasos, y ahora resuenan
con inminencia sin saludo
de las memorias en soledad.
De seguro se dieron de cara con el viento.
No es bueno
crecer por dentro con las distancias,
ir más allá sin bienvenidas
y las cartas de vuelta.
Cómo quedarse contemplando partir
a nadie consigo mismo.
Yo voy con todos a la cita del tiempo
a estar de juego con la vida.
Si hemos guardado naipes bajo la manga
ningún albur apostará
por quien de golpe gana los años, su cara
verdadera, su sueño verdadero
y hace las paces con el torrente.
Se detendrá la rueda
y el girasol
seguirá girando.

*De Reverencial. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas. 1991.


Eli Galindo

Mi casa me busca

Mi casa me busca
me husmea
a todas partes me sigue

Aunque me encuentre en lo más desolado
ella está conmigo

De las calles me recoge
en los malos sitios me azota
jamás me abandona

Ni en los peores momentos
de nada me priva
Ante su patio me coloca

Bajo la sombra de sus hermosas hojas
me da techo
Es capaz de ofrecerme su propio alimento
de todo me cobija

Cuando me sabe solo
junta su rostro al mío
y aullamos como lobos al viento

Delante de vosotros no estoy
sombra del que fui
me lleva
en su niebla

*De Ruido de las esferas. Monte Ávila Editores. Caracas. 1986.


Alejandro Oliveros

Sueño de un estudiante venezolano en el exilio

Caracas no había cambiado:

el metro, como siempre,

nos dejó en la estación 

las Tres Gracias.

Los profesores conversaban

en el cafetín antes de clases;

un curso sobre Gógol,

y otro sobre Macbeth.

Después, unas cervezas 

en Las Américas,

y la caminata hasta tu casa

en Los Caobos.

Las noches eran serenas

Bajo la silueta protectora del Ávila.

Un viento helado

abre la ventana.

El sueño se interrumpe;

afuera, una noche ajena,

la soledad y el derrumbe. 

*De Poemas de la luna líquida, p. 56. Pre-Textos, Valencia (España). 2021. 


Alejandro Sebastiani Verlezza 

Un salto

La Escuela es una comunidad heterogénea: impresiona la continuidad entre los profesores de experiencia y los relevos. Nunca ha sido una isla: en su pasillo resuenan los dramas del país entero.

El departamento de Literatura y Vida se me presentó como el lugar de las intuiciones y los tránsitos más “paraliterarios”, la fidelidad a los llamados más íntimos y la atención los detalles más imperceptibles: el hechizo de cierto epíteto homérico, la epifanía escondida en una nota al pie, la revisitación de  la genealogía olímpica, bibliografías recónditas, autores, obras infrecuentes.

Con María Fernanda Palacios, Teresa Soutiño, Jaime López-Sanz, Douglas Mendez -mis profes en el pregrado- aprendí que la imagen se escurre de la vida a las formas, las traspasa y anima para abrirle paso a “algo” más escurridizo, casi innombrable.  

Son unos “estudios” muy vivos, el desparpajo de su movilidad los renueva y sostiene la fidelidad a su movimiento principal: hacerle sitio a la expresión -así sea fugitiva- del alma. 

La literatura se presenta como un sistema linfático; de hecho, para Giorgio Agamben está hecha de ninfas; siempre líquidas y fluidas, son “la imagen de la imagen” recuerda el autor y suelen escaparse. 

Ocurre en las Metamorfosis de Ovidio, cuando la móvil Eco perseguida en el bosque por el fauno hambrientose funde con el río en un salto acrobático.

Por ahí va…


Andrés González Camino

Corrección de una línea de tiempo

Hace poco encontré una observación apuntada al borde de una hoja en un escrito de medio semestre introductorio de la Escuela de Letras, en 2001. Era de la profesora María Fernanda Palacios: la materia era la Odisea, del curso de Literatura y Vida. Se trataba de una advertencia muy fina, astutamente académica, personal, también cautiva de una vehemencia parsimoniosa. El mensaje me exigía mayor compromiso. De lo contrario, recomendaba, mejor desistir de la carrera. 

Rezaba lo siguiente:

“Andrés, tengo la impresión de que aquí funcionó la ‘ley del mínimo esfuerzo…’ (más comillas sobre comillas que siguen: ‘Es un trabajo cumplidor que no intenta explorar nada, ni se demora, ni ahonda…”.

Así decía la nota. No les voy a decir cuánto del 01 al 20, pero esta fue la calificación escrita bajo del texto de una torpe y desolada hoja de referencias bibliográficas sobre el poema homérico.

La Profe tenía espacio de sobra para proseguir profusamente en su apunte corrector ante quien, en aquel entonces bachiller, aquí escribe. Era como de un cuarto de cuartilla por debajo de los datos que intentaban corroborar mi escasa investigación presentada.

“Espero que en otras asignaturas encuentres temas más afines o interesantes para ti en los que puedas exigirte más y entregarte con más interés; si no…”.

Así es. Un punto y coma del tipo ‘deja de cojear’.

“… si no, temo que los estudios aquí te resulten muy fastidiosos”. 

La misiva estaba clara: ir a ver qué hacías. Mi reacción fue un balde de agua fría. Aquellos meses de 2001 acá se acabaron. “Cámbiate para Comunicación mañana. Si puedes”. Me decía yo.

“Pero aparte de eso debo decirte…”. 

Señalamientos bien incisivos e incluso más atenuados, precisos, y hasta inspiradores tras un punto ‘seguido’ en lugar de ‘aparte’.

“… que pongas más cuidado a la manera como dices las cosas, a las palabras que empleas, a la composición y al tono. Cuando se escribe hay que escuchar las palabras antes y así son ellas las que nos van descubriendo lo que hay que decir. Hay que dejarse sorprender por el lenguaje, pero ser muy conscientes y responsables por cada palabra que empleamos”.

Tan devastador fue el final del veredicto que hasta consuelo parecía. No sé si tan personal como para invitar o para retirarme del recinto a sabiendas de quién era uno. De qué vientre venía. De quién era el hombre.

“Exígete más”.

Y me quedé.

Y lo peor es que fue el viejo, Adriano, quien en mayor medida me ayudó a escribir ese “trabajo escolar”… Mira tú… por ser yo inseguro y volátil. Sobrado y menor de edad. Pero es que el Aula 201 como que me quedaba grande para la Literatura y, cómo no, para la Vida. Una vida que al final me empezó a descubrir a mí mismo con esa palabra, ese gesto y ese tono de seguir el tema profundo, vago y de mundo que me dejó más permeado al verso que a la academia, pero que siempre estuvo dentro de la Escuela.

Sin haber releído hasta hoy en ese viejo papel lo que la Profe Palacios dijo, me di cuenta de que la suerte estaba echada. Que en verdad sí… que, tras ahondar en lo que las palabras te empapan propiamente, se me proyectaron años prodigiosos, testigos de los mejores retos a niveles pensantes, sensoriales, explícitos, jocosos, anhelantes, vacíos de puro llenos y de intensas posibilidades sobre cuerpo, alma, vivencia o cualquier resolución que he tenido en mi vida. Junto a muchos panas. Junto al amor y la decepción. Que los quiero. En pertenecer a esa Escuela que quiero como casa y quiero que ella resista con gente como uno.

Perdonen la tristeza.

Y la emoción de romper baúles de cuerdas polvorientas. 

Bah, nostalgia y ya.

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