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Hombres notables, de Blanca Strepponi

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“Estos catorce hombres notables lo son porque en ellos opera una integridad, en ocasiones quijotesca, a veces insensata, pero siempre empeñados en construir con sus pequeños gestos una micro narración, o un relato enmarcado, casi encapsulado, a modo de figuración plástica, como si pertenecieran a un diorama o un camafeo”

Por GUSTAVO VALLE

Cuando llegué a Buenos Aires en el 2005, una de las primeras películas que vi en el gran cine Goumont, fue Historias mínimas de Carlos Sorín, una hermosa película con tres personajes sencillos, conmovedores, trabajadores, y fusionados con la inmensidad de los paisajes de la Patagonia Austral. Cuando la vi sentí que había llegado a un país con otra sensibilidad, y esa sensibilidad me gustó. La película destacaba la llaneza y el anonimato de personajes que ejercían un heroísmo a su medida. Había allí un gusto por el detalle, por lo pequeño, por los márgenes, por las historias mínimas.

Recordé esta película al leer Hombres notables, de Blanca Strepponi, este magnífico inventario de catorce personajes únicos, sencillos,  secretos; catorce hombres, casi todos en su adultez o vejez, pertenecientes a un ámbito muchas veces rural, incluso los que son de la ciudad parecen estar al margen de ella, al margen también de modas o modernismos, al margen de la tecnología, profundamente enraizados a los lugares en los que viven, y con vocaciones y oficios que practican con la generosidad y la testarudez de los agradecidos.

Estos catorce hombres notables lo son porque en ellos opera una integridad, en ocasiones quijotesca, a veces insensata, pero siempre empeñados en construir con sus pequeños gestos una micro narración, o un relato enmarcado, casi encapsulado, a modo de figuración plástica, como si pertenecieran a un diorama o un camafeo.

Son hombres notables porque son individuos verdaderos, equilibrados, no demasiado reflexivos, y la verdad los acompaña como un talismán. Esta es una de las grandes virtudes que tiene este libro: haber creado un catálogo de personajes verdaderos.

Y digo verdaderos no porque hayan existido en la vida real (Strepponi confiesa que todos los personajes que integran el libro tienen existencia real) Son verdaderos por su actitud ante el mundo, verdaderos porque se plantan firmes, casi siempre íngrimos, y resisten a la corriente. Permítanme una metáfora: resisten no como salmones, sino como algas.

Por eso, estos hombres, en su escala mínima, son el reservorio de una humanidad en riesgo de desintegrarse a causa de los avances tecnológicos, la ferocidad de las economías modernas y la sociedad de lo virtual. Este libro se sitúa diametralmente del lado opuesto a lo virtual. Su vocación es lo real, la realidad, es decir, la naturaleza, porque no hay nada más real que la naturaleza.

Y también son notables porque son dignos de ser notados, anotados, es decir, merecen ser registrados, y al fijarlos en el papel adquieren un aira de fábula.

Un pastor de ovejas que ve amenazado su trabajo por la llegada de la minería, que “dice la verdad y sabe que ha perdido”; un cantante callejero de tangos de ochenta años que “canta viejos tangos olvidados”; un anciano médico barrial, alto y digno, con una “fe intacta en lo humano”; un peluquero que todos los domingos acude con sus utensilios de peluquería a un hospital de niños en Berlín; un hombre que ama la naturaleza, pero vive en la ciudad, y cuida de su sembradío ubicado debajo de la autopista; un hombre y su viñedo, un migrante que siembra un vergel en compañía de una vaca y su ternera; un humilde, enamorado y trabajador, que ha perdido el amor de su vida; un conductor de camiones, un cocinero, un cerrajero, o el maestro de taekwondo que enseña a las niñas a defenderse.

Magnífica galería de artes y oficios, porque todos comparten un sentido, digamos, laboral de la vida, se vinculan desde el “hacer” con el mundo que los rodea. Y los acompaña un espíritu, como dice el taekwondo, indomable. Porque estos catorce hombres notables son catorce almas indómitas, rebeldes desde sus anacronías y testarudeces, desde su amor por lo que hacen y por su entorno; la sociedad tecnologizada y mercantilista en la que viven no logra disciplinarlos.

A su manera, son héroes. Los acompaña un destino trágico, sus vidas están siendo sometidas a un empujón de época, por momentos parecen desplazados, lucen obsoletos, los recorre un sentido de resignación, de pérdida, pero al mismo tiempo, o quizás por eso, poseen una gran fortaleza: son honrados.

Mirada melancólica, sensibilidad nostálgica: “Todo ha cambiado”, dice Vladimir, descendiente de pescadores, que “antes eran marinos y ahora son seres vencidos”. Hay incluso una nostalgia inversa, “lo que hoy es pequeño tal vez sea grande mañana”, como una especie de anhelo imposible o impracticable, una ilusión solo sostenida en la intuición. Ese es otro de los atributos de este libro: está lleno de intuición.

La acción de estos hombres notables es la persistencia, la permanencia, casi diría la obstinación, y una gran vocación de preservación. Pareciera que el tiempo no pasara a través de estos seres angélicos, iluminados y atemporales, leves y ligeros, aunque localizados rigurosamente en el espacio y en el tiempo. Se comportan como oriundos milenarios. Parecen los herederos o el vehículo a través del cual desciende una tradición que los arropa, como un mito o un folclore que los antecede.

Hay un aire ritual o ceremonial en ellos, una índole religiosa, pero carente de dogmas. Y a pesar de las dificultades que transitan parecen impregnados de bienaventuranza.

No es un secreto que Blanca Strepponi es budista, y publicó en el 2016 Crónicas budistas, el libro de poemas que ganó el Premio de la Crítica en Venezuela, y que es como un libro hermano de Hombres notales. En Crónicas budistas están, digamos, las bases conceptuales que luego se implementan a cabalidad en Hombres notables. Ya en ese libro del 2016 aparece la reflexión sobre el lugar del individuo en el mundo, dentro de un paisaje y una naturaleza. Ambos libros son, entre otras cosas, homenajes a la naturaleza, a la tierra, a los árboles, y también al microcosmos humano. Se podría decir que se trata de una poesía ecológica, que incluye en partes iguales el goce y fusión con la naturaleza y la conciencia de su preservación.

Quizás por eso no hay muerte en este libro. Es lo opuesto a otros poemarios de Strepponi como El jardín del verdugo (1992) y el Diario de Jon Roberton (1990), donde la muerte y el asesinato son motivos de exploración. Sin embargo, una cosa, comparten: el gusto por los personajes. En buena medida, esta poesía es una poesía de personajes. Y su pulsión es narrativa. No olvidemos que la autora también es cuentista.

Pero, además, es artista plástica, hace collages, dioramas. Me entretiene pensar que las estrategias con que Strepponi recopila, realiza inventario y registra los recortes de revistas y material de desecho para sus composiciones, es similar a la manera en que construye estos micro perfiles de hombres notables.

Hace algunos años concibió un proyecto comunitario y barrial. Adquirió una cámara Reflex digital y salió al barrio Villa General Mitre a fotografías a sus vecinos: a la señora del kiosko, al peluquero, al cartero, a la señora de la mercería, al fundador de El Balón, el bar que ella frecuenta. Y a todos les preguntó cómo imaginaban su trabajo dentro de cincuenta años. Nuevamente el tema del mundo laboral marcando el eje vital de los personajes. Hombres notables y este proyecto foto periodístico, comunitario y antropológico, van de la mano.

Austeridad, sencillez, incluso reticencia y por supuesto un uso mínimo de recursos expresivos. Acá no hay ni derroche ni adornos. Sencillo, según el diccionario de Corominas, viene del latín singullus (“uno cada vez”, “uno solo”, “una vez aisladamente”). Singulares, a veces aislados, únicos, estos catorce hombres notables nos enseñan algunas cosas importantes y, sin proponérselo, son maestros, sabios, discretos, que Blanca Strepponi buscó, perfiló y ordenó en un delicado inventario que ahora nos ofrece en forma de hermosos poemas.


Un poema de Hombres notables

 

El peluquero

 

Vive en Berlín

una ciudad hermosa y gris

la Historia pasó por allí y dejó su huella

 

¿Quién puede olvidar las heridas?

Las cortinas blancas no ocultan el pasado

 

Pero la vida se abre paso

eso también es historia

 

Aunque a veces la vida es demasiado corta

apenas un relámpago

 

Qué hacer con ese dolor

 

Y sin embargo él encontró

algo pequeño, una luz breve

que no es suficiente

pero es mucho

 

Cada domingo va al hospital

con sus tijeras y afeites

sin faltar nunca

 

Los niños sonríen

charlan de cosas simples

la música de moda

las mascotas que esperan en casa

se miran en el espejo, bromean

es un momento ligero

de amistad

 

A veces los niños se van

 

y es tremendamente triste

pero él lo acepta

y vuelve cada domingo

con su corazón por delante

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