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Hipercomunicación. Las manchas ciegas de la psicopolítica

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Por CARLOS COLINA

Panóptico digital y sociedad psicopolítica de la vigilancia

La hipercomunicación, definida por Byung Chul Han, se desarrolla en una sociedad de control total: transparente, positiva y extenuante. A la manera clásicamente frankfurtiana; “comunicación y control coinciden completamente…” (2014b:35). En esta línea de ideas, estamos hablando de comunicación y vigilancia totales.

El imperativo de rendimiento atraviesa todos los espacios y tiempos vitales, y nos conduce a exigirnos productividad y cálculo incesante en todas nuestras actividades, medibles y no medibles. En un contexto de exceso de positividad, los problemas sociales se trasladan a un plano psicológico y actitudinal y si el individuo fracasa, se culpa a sí mismo. En una sociedad porno, nos transformamos en strippers de nuestros sentimientos y emociones. La comunicación digital desmantela la importancia de las distancias y desdibuja la distinción lejanía/cercanía.

Para el profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, hoy día podemos hablar del  panóptico digital, es decir, de un gran dispositivo que se  corresponde con la   sociedad psicopolítica de la vigilancia de rasgos totalitarios. Según el planteamiento foucaltiano, el biopoder habría sustituido el poder del soberano desde el siglo XXVII. Actualmente, para este autor,  sería  reemplazado por un psicopoder que controla nuestras mentes y emociones. Dicho sea de paso; este tránsito entre regímenes de información y poder es concebido en términos dualistas.

Según el filósofo citado, en la era del Big Data, las compañías Alphabet Inc. (Goolgle), Meta (Facebook) y Acxion se han convertido en verdaderos servicios secretos. La última de la lista es una empresa estadounidense que tiene más información sobre centenas de millones de ciudadanos  que la FBI y el Internal Revenue Service, el organismo de impuestos federales de USA.  La sociedad del control se ve consumada por el Internet de las cosas, con sendos sitios web que envían informaciones detalladas sobre nuestras acciones y omisiones. Con gafas de datos como Google Glass, cada quien es Gran Hermano y prisionero a la vez.

Ahora bien, la estructura panóptica de la sociedad digital es peculiar, no se estructura sobre la base del aislamiento entre los individuos, como imponía la arquitectura benthaminiana original, sino sobre la base de su comunicación intensiva, por necesidad interna  de “exhibirse sin vergüenza” (2014a:75).

La transparencia es permanencia en el presente, ajena a la temporalidad a largo plazo. Su imperativo se traduce en la repetición de lo igual, porque genera conformismo y coacción. Las ideas disidentes y divergentes no se explicitan.

La esfera pública se ve minada por la infodemia (2022), es decir, la multiplicación viral de la información. De hecho, dicho ámbito se fragmenta y se desintegra en espacios privados. En lugar de discursos, ahora tenemos espectáculos y publicidad. Los distintos temas no interesan ya a la sociedad en su totalidad y la  comunicación se acelera, fragmenta y se torna presentista. No hay tiempo para la acción y argumentación racional, que requieren cierto detenimiento.

La democracia fue sustituida primero por la telecracia  y ahora esta última es reemplazada por la infocracia. A  través del Big Data y la inteligencia artificial (en adelante IA), se accede a las bases inconscientes y emotivas de nuestro comportamiento. Así como la cámara fotográfica revela un inconsciente óptico personal (todo aquello que nuestros ojos no perciben), la acumulación masiva de datos nos puede hacer descubrir modelos de comportamiento colectivo que desconocemos, es decir, una suerte de inconsciente digital (colectivo).

La autonomía y el libre albedrío, bases de la democracia, se ven socavadas por la psicopolítica. Esta última recoge información psicográfica y elabora perfiles de personalidad para predecir y controlar conductas. Con el microtargeting y los dark ads, psicométricamente optimizados, cada quien recibe un mensaje individual y personalizado. Las clásicas campañas electorales y publicitarias cambian radicalmente.

Las contiendas electorales se transforman en guerras de información o en  certámenes de memes, afectos y emociones. Troles y bots distorsionan los debates políticos, al influir en los climas de opinión a través de fake news y teorías conspirativas. En esta dirección, el autor  señala el papel de Cambrige Analytica  en el triunfo electoral de Trump en el año 2016 y en el Brexit. La personalización algorítmica, la creación de burbujas comunicativas y la desaparición del otro debido a múltiples factores, ponen en jaque a la democracia.

En realidad, la infocracia es dataísta y conductista. En función del control, le interesa optimizar la circulación de información. El razonamiento humano es reemplazado por la computación y cálculo de la IA. En un universo desfactificado, un nuevo nihilismo cataliza la desvinculación con los hechos y  produce un desdibujamiento de los límites entre verdad y falsedad. Lo fáctico pierde valor en el orden digital.

Han cita a Foucault, para quien existirían dos principios claves de una verdadera democracia: la isegoría y la parresía. La primera, establece el derecho a expresarse libremente, y la segunda, constituye la prescripción a decir la verdad. La parresía presupone la isegoría, pero la trasciende, y construye la base de la acción política ciudadana (2022). Estas nociones clásicas tienen un origen polibiano y platónico.

El enjambre digital. ¿Comunicación sin comunidad ni mediación?

Según Byung Chul Han, la hipercomunicación reinante no crea ni se sostiene en una comunidad, sino por el contrario, se establece sobre la interconexión de individuos narcisistas aislados, sin responsabilidad social ni solidaridad. En este marco, no observamos la emergencia de un nosotros. El autor redefine a la figura de los hikikomoris, como aquellas personas que permanecen solas frente las pantallas en sus respectivos hogares, en una suerte de relevo de los coach potates.

Las redes de indignados son reducidas a smarth mobs, es decir, constituyen multitudes fugaces y dispersas. No conformarían un discurso público ni una narrativa relevante. Cuando surgen las shitstorms son incapaces de cuestionar las relaciones de dominación. La indignación digital no genera una acción poderosa enmarcada en una narrativa y mucho menos en una épica, como el mēnin de  Aquiles.

En realidad, encontraríamos solamente enjambres constituidos por personas aisladas, concentraciones casuales, incoherentes y sin voces manifiestas. No tienen la indistinción  del hombre masa porque si bien pueden actuar en el anonimato, poseen perfiles propios… “actúan de manera carnavalesca, lúdica y no vinculante…” (2014a:18).

Para Han, la comunicación digital se produce sin mediación. Los blogs o plataformas  como Facebook o Twitter están desmediatizados. El medio digital implica y demanda una presencia que cuestiona la idea de representación en todos los ámbitos, inclusive en la política. Se cede paso a la presencia y copresencia. “Windows son ventanas con puertas que, sin espacios ni instancias intermedios, comunican con otras ventanas…” (2014a:22.23). Masificación, vulgarización de la cultura y del lenguaje y repetición de lo igual son fenómenos concomitantes.

En el tiempo digital nada germina y nada fenece. La mera sucesión de presentes impide las acciones que ameritan duración, tales como responsabilizarse o prometer. De esta manera, se estimula la falta de vínculo y el corto plazo. Este tiempo es posnatal, posmortal, pospolítico y posmetafísico. El ser humano del futuro es un homo ludens que no actúa en sentido estricto.  En lugar de trabajar, teclea. El tiempo de trabajo se totaliza de tal forma que invade hasta nuestros sueños y hace desaparecer el tiempo de la musa. Los aparatos digitales conllevan una nueva esclavitud porque implican el trabajo móvil permanente, sin delimitaciones espaciales ni temporales.

La comunicación se vuelve acumulativa y la información se convierte en deformativa. La masificación de lo positivo no tiene nada que ver con la exclusividad y selectividad del saber y la verdad. La información aditiva es pura exterioridad  sin interioridad.

Hoy en día, somos cazadores de información y no tenemos necesidad de establecernos en ningún lugar. Los cetreros paleolíticos usaban arco y flecha, los cazadores digitales emplean smarthphones. Los ojeadores digitales son impacientes, acechantes y extrovertidos. Para Han, no tienen las cualidades y el carácter del labriego heideggeriano.

Más que sujetos sometidos, con los medios digitales, nos creemos proyectos en  proceso de diseño emergente. Empero, a la postre, el proyecto supuestamente liberador se troca en una figura coactiva, bajo el imperativo del rendimiento, optimización y explotación de sí mismo. “La técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitoria, protectora o represiva, sino prospectiva, permisiva y proyectista…” (2014b:34).

La operación sustituye a la acción en el orden digital. En su eficiencia, no duda ni tarda. El cálculo sustituye al pensamiento. El giro digital hace que abandonemos el estable, fuerte y delimitado orden terreno, en favor de la ingravidez y la fluidez del código binario. El ensayista señala a Heiddeger como el último defensor de este suelo primigenio.

Para Han, en la fenomenología del me gusta no está presente lo otro del espíritu. La extinción de la negatividad de lo otro y la autorreferencia narcisista imposibilita el despertar del espíritu. Sin el otro y sin dolor, no hay verdaderas experiencias.

El aparato digital protésico.

En muchos casos, el análisis de Byung Chul Han  es unidimensional, determinista y reductor. “Todo cambio fundamental de medios de comunicación crea un nuevo régimen. El medio es el dominio…” (2022:13). En esta perspectiva, el teléfono móvil celular se transforma en un mero dispositivo de registro de nuestros datos. El nuevo medio de sometimiento es el smartphone…” (2022:17).

La comunicación digital es más eficiente y confortable pero hace desaparecer los cuerpos, los rostros y la participación simultánea de todos los sentidos. No están presentes las personas reales y sus miradas se empobrecen. En efecto, se reconstruye la tríada lacaniana: “(se) desmonta lo real y (se) totaliza lo imaginario. El smartphone hace las veces de un espejo digital para la nueva edición posinfantil del estadio del espejo. Abre un estadio narcisista, una esfera de lo imaginario, en la que yo me incluyo. A través del smartphone no habla el otro” (2014a:29).

El input-output del teléfono móvil celular es pobre en complejidad por el encogimiento de la mirada, la estrechez temporal y el cortoplacismo que lo caracteriza.  El me gusta está ligado a una espacio de exceso de positividad sin negatividad.

Para el autor seulés, si hablamos del  videoteléfono sólo tenemos la ilusión de una presencia. Con el Skype la mirada es asimétrica y no es posible observarse con las peculiaridades de la comunicación cara a cara. La cara visible no es un semblante que me mira, y perdió la interioridad, debido a la intencionalidad exhibitoria. Han agrega que la ausencia del otro no es responsabilidad exclusiva de la óptica de la cámara, saliéndose esta vez del determinismo tecnológico.

En suma, los teléfonos inteligentes serían el simple vehículo del imperativo de la comunicación. La coacción a la comunicación estaría  relacionada con la lógica de la circulación del capital. De resultas, en nuestra relación obsesiva con estos artilugios, la libertad se ve transmutada en coacción. El consumidor no es ciudadano, y elige como compra.

Imagen digital

La crisis de representación reaparece en todos los ámbitos, en la comunicación digital y en la política. Cada quien se representa a sí mismo.

En una civilización iconológica donde producimos y consumimos imágenes,  la realidad se concibe defectuosa. Las imágenes parecen más vivas y bellas que la realidad y, en efecto, más que copias, son modelos. Al volverse consumibles y domesticables, las figuras pierden su semántica especial, su poética y su verdad. El nipón síndrome de París se genera a partir de la disparidad entre la ciudad de la luz preconcebida en instantáneas y la sucia realidad. Las ventanas digitales siguen el imaginario universalizado y nos blindan de lo real. En esta línea de ideas, la analogía con lo real es menor en el medio digital. Las técnicas de optimización se aplican también a la producción de retratos que se producen masiva e intensivamente como huida o protección de la realidad. La fotografía analógica está atravesada técnicamente por la negatividad del tiempo y la entropía. Por el contrario, la fotografía digital no envejece ni perece.

Para el autor surcoreano-alemán, la fotografía barthesiana es una emanación del referente que obstinadamente deja sus huellas de verdad en el papel. Sin embargo, en nuestra época digital se produce una desvinculación de la representación con respecto a lo real. La hiperrealidad de la fotografía digital no representa nada, presenta. Es el fin del tiempo de la representación y de lo real y su verdad. De hecho, el autor continúa desarrollando sus generalizaciones  a partir de un tipo particular de uso y señala que “…En ella no está contenida ninguna indicación del referente real…” (2014a:69). Han se refiere a un uso social extendido de la fotografía digital que apela a múltiples filtros y a una poderosa tendencia cultural, pero obvia la existencia de otros usos, y de usuarios que promueven abstenerse del empleo de cualquier cedazo digital.

Manchas ciegas

Al igual que sus padres de la Teoría Crítica, Byung Chul Han identifica y describe magistralmente  tendencias claves de la contemporaneidad, pero soslaya otras de singular relevancia. La idea delirante de totalidad y el elitismo frankfurtiano resurgen en sus ensayos. Si bien reconoce el carácter simétrico y potencialmente dialógico de los medios digitales, no identifica como han sido aprovechados por movimientos sociales de distinto tipo. Estos últimos no pueden reducirse a un supuesto  tribalismo identitario, polarizante y sin alteridad (2022). El uso más visible de las redes sociales es el infoentretenimiento, y está relacionado con los influencers y sus seguidores, pero existen otros usos, socialmente relevantes. El autor omite todo lo relacionado con la legislación europea de protección de datos y los nuevos derechos digitales. La aparente profundidad hermenéutica esconde muchas simplificaciones y generalizaciones inadecuadas, sin negar sus puntuales y profundos aciertos. Con sus ascendentes teóricos puede ser muy díscolo pero también demasiado fiel.

En ocasiones, Han nos retrotrae a planteamientos que habían sido aparentemente superados en la comunicología. El consumo no tiene que ser ineluctablemente pasivo y puede tener un componente político e implicar cierta ciudadanía, tal como demostró en su momento Nestor García Canclini. El consumo ecológico es una muestra de este fenómeno. La comunicación móvil ha tornado caduca la figura del hikikomoris haniano, porque, evidentemente, el usuario no tiene que permanecer en casa y puede pasear su soledad, en todo caso, si insistimos en la tesis del aislamiento y en un tipo de uso cotidiano.

Si bien es verdad que la vulneración actual de la privacidad es algo que hemos de afrontar por su potencial totalitario, no podemos obviar que desde el mismo siglo XIX asistimos a la redefinición de lo público y lo privado e íntimo, y que la división clásica entre lo público y lo privado nunca tuvo límites rígidos, tal como podemos constatar si revisamos Historia y crítica de la opinión pública de J. Habermas (G.G.1981). La alerta política de Han es atinada, pero no se reprime en el uso de nociones teñidas de conservadurismo tradicional,  tales como vergüenza y decoro. Para el escritor, crítico literario y catedrático español Luis García Montero, la poesía es una expresión que imbricaba ya lo público, lo privado y lo íntimo.

La resistencia al cambio ha sido  identificada  por una parte, con tendencias teóricas denostadas por su alcance medio y su aparente superficialidad, y por otra parte, con corrientes como el psicoanálisis, que ha sido descalificado, contrariamente,  por su profundidad especulativa. En realidad, aquella noción  acierta en describir una de  nuestras conductas básicas, inclusive presentes en gigantes intelectuales como  Walter Benjamín, quien habló del shock que causaría la recepción cinematográfica.

Ante las innovaciones tecnológicas que se han producido desde la primera revolución industrial no han sido comunes las evaluaciones matizadas sino las argumentaciones extremas, generadoras de discursos apocalípticos o apologéticos, aunados a modas intelectuales y académicas. Dentro de los primeros, hemos encontrado una suerte de ludismo racional que se renueva constantemente. En el caso de los numerosos cambios disruptivos que hemos visto desde las tres últimas décadas del siglo XX hasta la IA del presente milenio, lo pertinente es una evaluación social específica de cada sistema o aparato tecnológico, donde primen criterios éticos que sopesen la afectación o salvaguarda de la libertad y la autonomía humana. Evaluaciones cautelosas y sin premura, a sabiendas de que algunas de las reflexiones sobre los nuevos artilugios tienen fecha de caducidad. En la transición entre milenios se arribaron a conclusiones etnográficas y comunicológicas sobre el chat primigeniamente textual, sin videoteléfonos y sin la impensable IA. En su momento, nadie se imaginaba el ChatGPT. En el devenir histórico estamos expuestos no sólo a un sinnúmero de probabilidades sino a la improbabilidad en sí misma.

Los medios digitales son multivalentes y tienen también un potencial democratizador. El autor suscribe una visión simplificante del poder que ignora la dualidad de las estructuras, que pueden constreñir pero también posibilitan.  El algoritmo es un conjunto de instrucciones de un programa y si ahora, favorece la polarización, podría programarse de otra manera, de tal manera que el usuario eligiera qué tipo de opciones quiere visionar en cada momento: ora dispares, ora afines, ora aleatorias. La mediación continúa presente y puede ser reestructurada. Si observamos a la televisión por cable, podríamos corroborar la tesis  del infierno de lo igual, pero sería difícil negar las inconmensurables potencialidades artísticas de los videojuegos y de la producción audiovisual que recurre a la animación digital, la realidad aumentada y la edición digital.

El  filósofo y ensayista surcoreano se ancla en el concepto tradicional de comunidad y, en algunos casos la idealiza, cuando muchas veces, puede colisionar con ciertas libertades. De esta manera, se niega a percibir el surgimiento de nuevos tipos de comunidades y de sociabilidad y de tribus juveniles urbanas que tienen un carácter glocal. En otro rango etario, cabe mencionar el nomadismo digital que combina negocios y turismo y que constituye un fenómeno de élites profesionales numerosas, y que desmiente cualquier determinismo tecnológico. Por otra parte, movimientos sociales como el feminismo, el ecologismo y el activismo LGBTIQ+ han usado las redes sociales para articularse y lograr reivindicaciones significativas. Finalmente, la resistencia ciudadana ha recurrido a estas mediaciones digitales, en regímenes políticamente totalitarios o en aquellos típicamente autoritarios que promueven la cerrazón cultural.

Referencias

Han, Byung-Chul (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

(2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.

(2014a) En el enjambre. Barcelona: Herder.

(2014b) Psicopolítica. Barcelona: Herder.

(2015) El aroma del tiempo. Barcelona: Herder.

(2016). Sobre el poder. Barcelona: Herder.

(2018). Hiperculturalidad. Cultura y globalización. Barcelona: Herder.

(2021) No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy. Barcelona: Penguin Random House. en formato digital.

(2022).La sociedad paliativa. Audiolibro. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=L-Rp3KnMJos

(2022). Infocracia. Barcelona: Penguin Random House. Edición en formato digital.

(13.10.2022). La sociedad del cansancio. Conferencia en la UNIVERSIDAD INTERNACIONAL «MENÉNDEZ PELAYO». Palacio de La Magdalena, Santander, España.  Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=v3aoF-BfLSI

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