Por SENTA ESSENFELD*
Hombre de espíritu apasionado y actitud vertical, organizado y estudioso, investigador histórico y creativo, científico de la conducta. A veces rígido y exigente en lo familiar y definitivamente involucrado, en obra y persona, con su país. Quien no guardaba el más mínimo silencio en la configuración en la historia de los primeros orígenes biopsíquicos y ambientales de nuestra población. Según su propia esposa, fue “un guerrero que enfrentó mil batallas por sus ideas”, y según él mismo: fue “herido muchas veces” en ellas. Yo lo describiría como alguien a quien le dolía Venezuela. Se batía ferozmente con cada capítulo de la historia nacional y en cada polémica denuncia institucional, en las semblanzas culturales de su Historia fabulada con un estilo magnético, envolvente y frontal. La etapa final de su vida estuvo marcada y auto reconocida por el fenómeno de la depresión, productiva en su caso y la que él mismo definió como melancolía: tristeza plácida, indispensable en la vida de todo ser pensante, y citada como “concomitante con la inteligencia”. Entre varias otras convicciones suyas él creía en el Romanticismo contra el Superrealismo de nuestra época, cuya falta de idealismo, según él, era nefasta, y su consecuente incertidumbre que infectaba a la juventud con un hedonismo rampante.
Una obra más bien reciente, que me tocó presentar, Una conversación final, realizada de manera inédita por la periodista Margarita Esquenazi, aprovechando su eventual vecindad con Herrera Luque, logró que el personaje central fuese el autor de las demás novelas. La historia de su propia vida y un álbum como retrato bordado por quienes le conocieron: familia, amigos, colegas y hasta opositores.
Una vida trajinada y consumida en la pasión e inquietud por la Venezuela que había sido la que era y, la que casi como adivino, la Venezuela que iba a ser mucho después, hoy a 30 años de su desaparición física.
Influido tempranamente por un abuelo narrador de la tradición oral, observó que esas historias eran muy distintas a las que le enseñaban en la escuela y de allí nació, luego, su búsqueda en solitario y su pintura de la misma y las obras, las cuales unidas a su vocación y profesión de médico psiquiatra, le hizo retratar y disecar con el bisturí verbal los caracteres, especialmente a los antihéroes y otros de nuestra historia. Aquello fue el producto del fuerte y exitoso entrelazamiento de sus dos vocaciones: psiquiatra y escritor en el encuadre clínico-intelectual de una brillante interpretación psico-socio-histórica, con la habilidad literaria. Todo ello resultaba en una fascinante disección, anamnesis, abonada con una aguda visión del pasado, presente y hasta futuro del país que amaba y que hoy asombra.
En 1976 yo escribí un análisis de su obra En la casa del pez que escupe el agua, donde expresaba que aquello era el análisis insolente, real y terrible del Gran Hogar y la Gran Familia nuestra, un ágil y descarnado tratado psicológico del poder en Venezuela. Además, si había algún “pecado” del autor era llamar las cosas por su nombre. Y eso disgusta a algunos. Pocos autores tienen el valor de hacerlo. Sorprendida, tuve el honor y la satisfacción de recibir una carta pública del entonces embajador en México, el Dr. Francisco Herrera Luque, donde decía que se había sentido fielmente interpretado y que nadie le había dicho hasta entonces el sentido de Psicología del Poder que tenía su obra y esa parte de su trabajo en la cual el gran público no repara. Y luego se expresaba así: “No soy político, no intento halagar, soy psiquiatra, hombre de ciencias, prestado por los momentos a la novelística y a la diplomacia. Mi labor y mi deber son señalar fenomenológicamente la realidad que me rodea. Estoy imbuido de una voluntad terapéutica, Creo que al escribir cuando se acierta al delinear un fenómeno social con palabras claras y precisas hace igual que el psicólogo o el psiquiatra, lo destruye con el insight”. En las obras, Francisco Herrera Luque diseccionaba personajes, costumbres y reacciones que habían trajinado, y aun lo hacen, nuestra historia, especialmente el rostro de la fascinación por la captura y el dominio del poder en Venezuela. Hasta sus personajes desgranan sentencias costumbristas locales, por ejemplo: “Jefe es jefe y vive solo”, “Ni muy popular ni muy señor, hay que ser un popular señor”. Y muchas más.
Por cierto, investigaciones colectivas concluirían luego que el poder es la motivación prioritaria, lo cual en Venezuela y otros países define la cultura de los pueblos (Motivación de McClelland, estudios realizados por Oswaldo Romero García).
Muchas reacciones adversas provocaban esas aseveraciones por las cuales fue calificado de rasgos de resentido y quizás afanes de venganza contra su gentilicio. Había dicho a esto: “No hay escritor sin heridas y yo he sido herido profundamente pero no creo ser un resentido”.
En el trato personal era muy grato, ocurrente, de buen humor, muy irónico y metafórico. Recuerdo que a un comentario mío sobre la seriedad y producción de su trabajo me dijo: “Es que a veces tengo que bajarme del caballo”, y además a veces creo que le envolvían los aires de sus novelas. Contó que escribió algunas en la pieza antigua del escritorio de uno de nuestros héroes históricos.
Francisco Herrera Luque, a 30 años de su desaparición física, ocupa cada vez un puesto más firme y cierto, visionario, valiente y necesario en el imaginario de nuestra conformación histórica presente en lo intelectual y anímico y hasta biopsíquico de sus primeras obras como psiquiatra, las cuales siendo adversadas entonces hoy son citadas como referencia primaria de los antecedentes genéticos colectivos de la población.
Inevitablemente controversial en sus interpretaciones y consecuente con su carácter auténtico.
Su obra novelística atrapa y de ahí su éxito editorial —otro elemento para ser envidiado— y su vigencia, el contenido no es una diatriba contra o a favor de determinados grupos, es una contribución por la cual un intelectual dijo a su viuda, María Margarita: “Es el único escritor que le ha dicho la verdad a los latinoamericanos sobre nosotros mismos”.
*Doctora en Psicología y Científico Social. Autora, escritora, académica, planificadora social. Postgrado en la Universidad de Stanford y en la Universidad de Columbia. Doctorado en Psicología en la Universidad Católica Andrés Bello. Secretaria General del Consejo Venezolano del Niño. Ministra de la Juventud 1989-1992.
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