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Héctor Padula: Encuentro de miradas

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Por JOHANNA PÉREZ DAZA 

«Si se entiende por eternidad, no la duración temporal sin fin,

sino la ausencia de tiempo, vive eternamente el que vive en el presente»

Ludwig Wittgenstein

Hermosamente imperfecta. Es la foto de un niño, seguramente menor de 10 años, muestra su pecho vigoroso que parece atravesar con dos flechas. Erguido y, en cierto modo, desafiante. Se ve grande y pequeño a la vez. Sus rasgos indígenas acentúan la vitalidad y la fuerza de aquella imagen, oscura y de grandes granos de haluros de plata que nos hace ubicarla en el contexto de la fotografía analógica. Atrae, tal vez porque no todo en ella es explícito. Genera tensión y curiosidad, ganas de acercarse y mirar. Es una imagen particular que se fija en la memoria y supera el paso devastador del tiempo.

Esta fotografía pertenece al trabajo que Héctor Padula viene desarrollando de manera extensa y profunda desde hace más de tres décadas para adentrarse y mostrar la selva amazónica en un viaje físico y emocional, tangible y espiritual, íntimo y compartido. Los yanomamis son los protagonistas de este viaje delineado por coordenadas de luz y sombra. Una cartografía incierta e inhóspita como la selva. Esta experiencia visual es, en sí misma, un viaje que supone la atracción hacia un mundo desconocido, siendo la fotografía esa mediación silenciosa y paciente que traza el recorrido de manera respetuosa.

En 1986 un grupo de médicos venezolanos se instalaron en el Alto Orinoco para brindar asistencia médica a las comunidades indígenas. El proyecto «Médicos de la selva», del programa Parima Culebra, significó para el doctor Padula un transitar propio: de la observación y el interés científico a la contemplación artística. En su rol de fotógrafo quería arrebatarle al tiempo lo que estaba viviendo. No encontramos fotos de enfermos, ni de asistencia médica, ni de quebrantamiento de la salud. Son fotos que remiten a la vida vibrante y su voluntad indomable. Detrás del lente, el deseo de fijar lo que veía, de extender la mirada perecedera y retar la fugacidad mediante el registro fotográfico como herramienta para recordar, para reproducir en la memoria eso que –por valioso y significativo– se busca resguardar.

Aquella experiencia se reúne en el fotolibro Ipa Wayumi (Mi viaje) editado en 2017 bajo la curaduría de Vasco Szinetar, diseño gráfico de Kataliñ Alava y textos de Lorena González. Una publicación en la que las fotos permiten al lector acompañar al autor en su viaje y atravesar juntos la espesura e inmensidad de la selva amazónica, al encuentro de sus genuinos habitantes.

En el imaginario colectivo la expresión Encuentro de dos mundos refiere al 12 de octubre de 1492 y la llegada de Cristóbal Colón a América. Más de cinco siglos después, la obra de Padula se asienta sobre otro encuentro conjugado en plural. La mirada del fotógrafo que se encuentra con la comunidad indígena, la mirada de esta hacia él, la de los espectadores que se hacen copartícipes y de los mismos indígenas que parecen mirar (¿mirarnos?) a través de retratos, individuales y grupales, de poses directas y desinhibidas o escenas espontáneas en las que la cámara ha dejado de ser una intrusa y se convierte en cómplice y testigo de una sumatoria de miradas y momentos. También se miran entre ellos. Se tocan, sonríen, observan. Se relacionan entre sí y con la naturaleza. Comparten la sencillez de los gestos diarios, la savia primigenia de lo esencial.

Otras miradas

El tema indígena ha atraído a algunos fotógrafos con enfoques que van desde lo exótico y la diferenciación cultural hasta acercamientos de corte antropológico y documental. Concretamente los Yanomami, ubicados entre el sur de Venezuela (Amazonas y Bolívar) y el norte de Brasil (Roraima y Amazonas) han despertado el interés de fotógrafos de ambos países dando como resultado algunas publicaciones que permiten referenciar y contextualizar el fotolibro de Padula. Es el caso de Los hijos de la luna (1974), un ensayo del antropólogo Daniel de Barandiarán en el que la fotógrafa Barbara Brändli presenta la vida familiar y social, la faena y festividades de los yanomamis.

Por su parte, Christian Belpaire publica Dejaste atrás lo lejano (1985) en el cual se acerca a este grupo indígena tratando de mostrar un belicismo que no tiene oportunidad de capturar. En cambio, registra sus rostros mediante retratos preparados en los que los indígenas lucen ataviados de plumas, pinturas coloridas en la piel y demás ornamentos. Sobre estos dos trabajos, el investigador español Horacio Fernández (2011) señala que: “La observación científica de Barbara Brändli parece superficial y turística en Christian Belpaire, que se conforma con mirar y renuncia a asimilar.  Sin embargo, la verosimilitud es semejante en ambos libros y hasta quizás mayor en el segundo”.

También destacan los fotolibros Yanomami (1978) de Claudia Andújar y Amazônia (1978) de la misma autora y George Love. Andújar venía fotografiando a los Yanomamis de Brasil desde 1971 y había publicado sus gráficas en revistas como Realidade de São Paulo. Ella trabaja a favor de los derechos indígenas, estudia sus costumbres y creencias y desarrolla su primer fotolibro compuesto por una serie de retratos en blanco y negro que describe como “cruelmente grandiosos” dadas sus preocupaciones por la extinción de este pueblo. Se trata de una fotógrafa comprometida que afirma: «Para tomar fotos, siempre me tengo que sentir cerca de la gente. Si no, no significa nada para mí. Si una fotografía es capaz de transmitir lo que sentiste cuando la tomaste, entonces valió la pena hacerla.»

Por su parte, el fotolibro Amazônia combina fotos aéreas de Love con las tomas de Andújar, generando diálogo y ritmo narrativo. Al respecto, Fernández (2011) señala: “Las fotografías  macroscópicas de Love continúan en tierra con otras fotos de Andújar casi microscópicas, una aproximación a la gente manteniendo cierta distancia cada vez menor, pero sin llegar a desaparecer del todo y siempre con la mayor empatía posible. El relato termina en una celebración misteriosa y extraordinaria, que parece superar las fronteras entre la vida y la muerte y no tiene más explicaciones que las que deparen las imágenes: el libro carecer de otro texto”. En su blog, Ruth Peche analiza este libro y va mostrando cómo se asocia a una interpretación de la creación.

Con estos antecedentes, el fotolibro Ipa Wayumi de Héctor Padula (2017) se presenta desde la cercanía que permite conocer a los yanomamis como si ellos mismos se estuvieran retratando. El fotógrafo se percibe como un miembro de la comunidad, no como un externo. Es un trabajo fotográfico de inmersión profunda, de largo aliento, que permite percibir lo intangible. Para el investigador venezolano Wilson Prada, Ipa Wayumi es, junto a La ceibita de Carlos Germán Rojas y Anare de Roberto Fontana, un ejemplo de lo que es en esencia un ensayo fotográfico. Y añade: “un ensayo noble, sin pretensiones competitivas y con un profundo respeto por la comunidad”.

Predominan las fotografías en blanco y negro. La riqueza visual concentra capas de significado. Vastos paisajes que por momentos nos hacen dudar y otros reafirmar, entre asombro y orgullo, el esplendor natural de este país. Abundan los retratos, en algunos las miradas agudas concentran la atención, en otros se dispersa entre sonrisas, cuerpos firmes y vistosos ornamentos. Los encuadres no excluyen objetos y detalles. Se alternan el movimiento y la quietud. La nitidez de algunas tomas –claramente definidas– contrasta con la borrosa imprecisión de otras. La cotidianidad explorada entre el vaivén de un chinchorro, la vida comunitaria, los relaciones que se mecen entre roles y tareas, el tiempo que se diluye a un ritmo que parece diferente, quizás detenido o extraviado en los misterios de la selva.

Encontramos también fotografías nocturnas caracterizadas por la escasez de luz, en ellas el grano salta a la vista y asoma la huella de un momento con sus técnicas disponibles (esta granulosidad es producto del tipo de película, el modo de revelar y el tamaño de la ampliación). Es la insistencia a no renunciar ante las dificultades o limitaciones, sino a convertirlas en parte de la obra, integrarlas a la imagen y asumirlas como un elemento del acabado e incluso como recurso expresivo y estético.

El Tótem y el viaje

En la película Inception (El origen, en Hispanoamérica) de Christopher Nolan (2010) los sueños pueden construirse y alterar la realidad, por eso es necesario escoger un tótem, un objeto que cada individuo elige y conoce a profundidad para poder distinguir si se encuentra en el mundo de los sueños o en el real. La referencia permite situar la obra de Padula como un tótem que le sirve para aferrarse a la realidad fotografiada, pues no quiere desprenderse de ella. Esa búsqueda es una suerte de tejido que el autor hilvana para no extraviarse en la confusión. Es su llamado a tierra, su anclaje con la realidad, pero también con el deseo de comprender.

Y es que el viaje es una manera de conocer. Y, en este recorrido, las fotografías pueden orientar y develar aspectos que trascienden lo visual. A través de ellas podemos percibir la autenticidad del yanomami, con sus rasgos diferenciadores pero también con aquello que nos acerca en lo esencial y ancestral. El término «yanomami» significa «ser humano», «la gente». Según su mito fundacional, los yanomamis se consideran a sí mismos como hijos de la luna, herederos de un espíritu cuya sangre les da vida. Relacionar esto con el trabajo de Padula es ubicarlo en una constelación formada por imágenes que funcionan como estrellas que, aunque distantes en tiempo y espacio, emanan un brillo capaz de llegar al presente para iluminar tanto pulsiones vitales, como lo ignoto y ajeno representados en la oscuridad.

Afirma Padula (2017) “…la fotografía no se inició en el Amazonas como un arte o una distracción, la fotografía fue una necesidad obligatoria que surgió para no olvidar (…); yo tenía que buscar cada ángulo, cada destello, cada indicio de lo vivido para que mi memoria estuviera siempre alimentada por esas imágenes”. Y fueron esas imágenes las que lo han llevado a emprender un viaje en el que la nostalgia y el anhelo, la acción y la contemplación se van entrelazando dando paso a nuevas propuestas y reflexiones. Es el médico que desde la curiosidad científica se hace preguntas y formula hipótesis, que ausculta para conocer, que examina con detenimiento. Traza nuevas líneas de trabajo, tal vez ya no tan rectas como flechas sino como los shabonos indígenas, esas viviendas comunitarias formadas por un conjunto de estructuras dispuestas en anillo y que rodean un espacio central abierto. Esta trayectoria circular y la amplitud de espacios perfilan itinerarios creativos que vuelven sobre sí mismos y, a la vez, se transforman. Inquietudes atenientes al tiempo y la complejidad de representarlo. Un desafío fotográfico que asume a partir de remembranzas, desde un transcurrir asociado al recuerdo y la memoria.

En el tiempo

Ciertas fotografías encierran la paradoja de mostrar no solo lo visible, sino que congregan elementos que van más allá de lo evidente, ya que como afirmó Barthes: “Una fotografía es siempre invisible, no es a ella a quien vemos (…)”. A través de las imágenes de Padula podemos ver el mundo indígena imantado de un tiempo inacabado que nos roba un suspiro en medio de un paisaje majestuoso que camufla la otredad, aquello desconocido con lo que estamos vinculados ancestralmente. En su recorrido visual el espectador casi puede sentir las texturas, el brillo de la piel tersa y los sonidos de la selva en los que el negro se afinca voraz y absoluto.

La foto de aquel niño que atravesaba su pecho con unas flechas está grabada en la memoria de Padula. Es una foto especial, una que lo acompaña, que lo traslada a ese lugar y momento evocando la relatividad del tiempo. El niño ya no es tal, sin embargo, en la imagen es él mismo y a ella vuelve el fotógrafo, quien parece susurrarle: “Tengo tu foto; no para acordarme de ti cuando la miro, sino para mirarla cuando me acuerdo de ti” (Julio Cortázar). Y una vez más se encuentran las miradas.


Referencias 

-Barthes, Roland (1989). La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Paidós Comunicación.

-Fernández, Horacio (2011). El fotolibro latinoamericano. Editorial RM.

-Padula, Héctor (2017). Ipa Wayumi / My trip. Ediciones Lavaka.

-Peche, Ruth (2014). “El buen salvaje. Claudia Andújar”. https://lamiradadelmamut.com/2014/11/29/el-buen-salvaje-claudia-andujar/

-Prada, Wilson (2020), comunicación personal, 11 de febrero de 2020.

– Zacharías, María Paula (2016). “Claudia Andujar trae las profundidades del Amazonas al Malba”.  https://www.lanacion.com.ar/cultura/claudia-andujar-trae-las-profundidades-del-amazonas-a-malba-nid1876178

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