“Tómame una fotografía aquí, que se vea la montaña, que salga la ciudad”, dice Heberto Padilla a su amigo Benigno Nieto, quien observa a través del lente de una pequeña cámara. El diminuto flash estalla y se refleja en los anteojos grandes de Padilla. Es un hombre que habla con serenidad. Vino a Venezuela para realizar un número del suplemento literario Linden Lane Magazine con escritores y poetas venezolanos. Es un suplemento que él edita, y dirige su esposa Belkis Cuza Malé. La entrevista se realizó en el apartamento del poeta Benigno Nieto, quien en 1985 ganó el premio de poesía que convoca precisamente Linden Lane Magazine. Esta publicación circula en muchos países desde hace cuatro años y aparece trimestralmente.
―¿Sigue ligado al periodismo?
―Siempre he sido periodista, ese ha sido mi trabajo. Ahora estoy con el Miami Herald, donde publico artículos, y antes trabajé con Prensa Latina, en Londres, la URSS, etcétera; de modo que no hay nada nuevo al sacar esta revista, de la cual soy el editor. Es una empresa casi familiar: mi esposa la dirige y yo soy el propietario. Nos interesa Venezuela, su literatura, para difundirla en el exterior. Ese es el motivo por el que estoy aquí. Es la primera vez que vengo a Venezuela. Deseo publicar a los autores jóvenes venezolanos, acompañados por pintores, dibujantes, diseñadores de aquí. Creo que con la colaboración de Luis Alberto Crespo, Fausto Masó, Benigno Nieto y otros vamos a lograr un número grande.
―¿Le queda tiempo para la poesía? (revienta otro flash y la luz blanca se traga una mano de Padilla y luego la devuelve al color de la carne).
―Siempre escribo poesía: salgo de una actividad determinada, de un artículo, el capítulo de una novela y constantemente voy a la poesía. La poesía ha estado permanentemente en mi vida. Escribo ahora un libro cuyo título provisional surge de un poema de Vicente Aleixandre: Contra un cielo perdido, y pienso publicar este año una antología de poesía en Plaza y Janés, además de Autorretrato del otro, que son memorias y opiniones que ya he estado publicando en Linden Lane.
―¿Es nostálgica su poesía?
―No tengo nostalgia porque no hay nada más agradable que poder viajar; hace pocos años que salí de Cuba, de modo que la nostalgia empezará después y quizás no será tanto el tiempo que yo use esa nostalgia, a lo mejor podré regresar en cualquier momento: nadie puede saber cuánto tiempo es duradero. Yo puedo morirme mañana, pero a lo mejor otros se pueden morir, o las cosas pueden cambiar ¿por qué no? Siento la alegría de poder estar ahora en Caracas, ayer en Madrid, París, Buenos Aires…
―En Autorretrato del otro ¿escribe sobre Alejo Carpentier, además de otros personajes?
―Sí. Fui amigo de Alejo Carpentier y hablé con él muy poco tiempo antes de su muerte.
(A medio camino de su vida, Heberto Padilla está como de regreso, cosechando imágenes, recuerdos, rostros, vivencias; se asemeja a un hombre en la selva empujando con el pecho bejucos, ramas, arbustos, vegetaciones de seres que conoció, de gente que seguirá generando libros a través de sus manos y su mente).
―¿Recibe muchas críticas por ser disidente?
―Esa situación no la veo mucho, además ¿cuál sería la posición que me molestaría? No tengo esa experiencia. No me gustan esas palabras, “disidente”, “renegado”. Dentro de lo que se considera como tal sí lo soy, pero es una vergüenza que porque una persona tenga discrepancias políticas o ideológicas con un gobierno determinado, lo persiga esta especie de sanción permanente. Fidel Castro tiene su posición, yo puedo tener la mía, quizás las opiniones de él sean más valiosas para alguna gente… en definitiva no tengo una teoría filosófica que oponer a la de Fidel Castro. Tengo reparos muy concretos a un modo de gobernar del que no me siento partidario. Sí admito que he sido partidario de ese proceso revolucionario y sigo pensando que fue necesario: creo que la revolución fue útil y que el balance que dejó en un momento determinado de su desarrollo, es un balance positivo en muchos aspectos, pero eso no significa que un gobierno que lleva veintisiete años pueda ser eterno en su bondad, porque no lo ha sido, ha habido mucha arbitrariedad, ha habido injusticias palmarias.
―¿Cuál fue el momento preciso en que usted sintió que comenzaba a disentir?
―Ese momento lo ha ido marcando el proceso revolucionario, concretamente lo ha ido marcando Fidel, en la medida en que se alejaba del proyecto original de la revolución. Él mismo se alejaba y por lo tanto todos los demás se alejaban de su decisión de llevar ese proyecto por otros caminos. No hay un momento determinado: una persona vive un proceso político, va tratando de continuar con él hasta el punto en que ese proceso responda a lo que uno cree que debe ser, a lo que se dijo en Cuba que sería. En principio seguíamos sus discursos, las posiciones de Fidel: las queríamos, nos acercábamos a ellas y las respetábamos, pero cuando se hace una polarización absoluta de un solo bando, sin matices, cuando hay una entrega absoluta a una política como la del mundo comunista, que no le permite ningún tipo de independencia…
Heberto Padilla se detiene un instante. “Quiero probar uno de esos cigarrillos”, dice y enciende con curiosidad uno. Luego prosigue.
―… Siempre una alianza permanente a todo desde la invasión a Checoslovaquia, que es un momento clásico del movimiento revolucionario. Fidel se pone de acuerdo con la URSS y acepta la invasión, él que ha criticado las invasiones. Son millones de momentos que revelan que no hay una independencia en la política exterior de Cuba. Pero hay momentos buenos, cosas buenas en la revolución y a lo mejor el balance histórico pueda ser positivo. Sí: estoy convencido de que la revolución cubana es más importante que yo: no me creo por encima de ella, creo que a pesar de sus errores fueron momentos muy importantes para Cuba…
“Es un cigarrillo suave…, oye: he tratado de ver la montaña y siempre está cubierta de nubes”, comenta mirando hacia el Ávila. Instantáneamente vuelve a la entrevista.
―… Esa es la única nostalgia verdadera que yo siento, la de esos momentos tan importantes con los que estuve completamente identificado, y con los que sigo identificado. Yo haría otra vez esa revolución si fuese necesario.
(Sus grandes anteojos reflejan este grabador, luego la sonrisa tenue y casi desapercibida de su hija; más después, cuando gira la cabeza hacia la ventana, atrapan una antena de televisión, un cielo jabonoso, una montaña ahogada de nubes y, en el cristal, de refilón, su propia cara aún conserva cierto gesto estudiantil).
―Surgieron excelentes escritores y poetas después de la revolución cubana…
―Una revolución siempre es una oportunidad histórica para hacer surgir generaciones de mucho poder literario. Después se aniquilan como pasó en la URSS… con la Revolución de Octubre aparecieron figuras como Maiakovski, Pasternak… el resultado fue catastrófico. El despegue de una revolución genera una fuerza increíble en el pueblo. Antes de la revolución cubana los mejores escritores tuvieron que exiliarse en el orden económico e intelectual. Carpentier escribió sus obras más importantes en Venezuela. Cuando la revolución cubana aparece, lo primero que se hace es crear la editorial nacional, la imprenta nacional y ahí todo el mundo tuvo la oportunidad de editar. Surgieron suplementos como Lunes y hubo apoyo a todo el arte. Fue un momento muy fértil, pero después esa libertad que otorga la revolución la niega y a veces sin necesidad, porque crece una burocracia hostil que disfrazada de ortodoxia política es la enemiga precisamente de la libertad y de la ortodoxia. Como la beatería, que es un resentimiento.
―¿Qué es la libertad?
―Nada me interesa más para definir la libertad que esto que te voy a decir: creo que un país libre es el que permite, a la gente que no quiere vivir en él, que se vaya. Ni siquiera le pido que me dé divisas extranjeras para irme: yo busco el pasaje en el exterior. Pero que se me permita salir y abandonar lo que no quiero, lo que ya no representa para mí un valor.
―A usted no le gustó la última novela de Gabriel García Márquez. ¿Exige una literatura realista?
―No. No creo que haya una literatura realista. No es que yo sueñe o promueva una literatura realista; cuando la literatura quiere ser realista es documental y subalterna, pero pienso que hay que encontrar la realidad de cada día… las ciudades nuevas de América, las ciudades de nuestro tiempo. Que pese la realidad sobre la obra literaria.
(Le gusta pasear, viajar por todo el mundo, ver calles distintas cada vez, como si se hubiera convencido de que esas miradas largas a los hogares, los edificios, las oficinas de otros, fueran una satisfacción de esas que se disfrutan inclusive hasta después de la muerte).
Heberto Padilla se dispuso a salir a la calle. Otra vez el pequeño flash lo atrapó fugazmente. En la calle la puerta de vidrio se abrió y ¡fusssss! el sol se disparó sobre el poeta vestido de gris y trató de quemarlo con ahínco, hasta el punto de perseguirlo como lava volcánica resbalando sobre el lomo metálico del carro, por las platinas, hacia la puerta: aquel carro que llegó hasta la acera cuando Heberto Padilla dijo, son sabor habanero: “Taxi” y volteó hacia acá para preguntar en el mismo son:
―Oye, chico: ¿cómo consigo la Caracas vieja? Tú sabes: Casas viejas, el sitio donde comenzó todo…
―Yo lo llevo, maestro, no se preocupe ―sonó lejos, trás el limpiaparabrisas, la voz ronca de un anónimo conductor.
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(Esta entrevista fue publicada originalmente en marzo de 1986).
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