“¿Y ahora?”. Tras los pronunciamientos de Juan Guaidó el pasado 23 de enero, un amigo que hace varios años dejó el país me suelta esta pregunta que pareciera justa. A lo mejor piensa que, por el hecho inexplicable de continuar viviendo acá, uno tendría cierta potestad ante semejante interrogante.
Pareciera tan sencilla, tan solo palabra y media: ¿y ahora? Su pitido no deja de zarandearme mientras trato de corregir los trabajos finales de un semestre que vuelve a terminar de manera atropellada a causa del espectáculo, ya normalizado, de protestas y represión. Soy profesor de la UCV.
Quizás mi amigo que vive afuera consideró que uno debería tener más precisado lo que ocurrirá, como si aún fuera posible creer en una correspondencia entre lo que vivimos día a día y lo que se dice en los “no lugares” de la política venezolana. Si ni siquiera sabemos cuál servicio fallará mañana o si la universidad podrá continuar en tal estado de deterioro.
Hay que ver cuánto de vaticinio se espera de nosotros a la hora de hablar de lo que nos está sucediendo, justo cuando deberíamos manejarnos con más cautela. En verdad no sabría qué decirle más allá de suposiciones, y confieso que estoy harto de la ronda de apostadores y agoreros que suelen creerse analistas. Si algo me ha quedado claro en estos años es la rapidez con que la gente gusta llevarse por rumores, ya sean de calle o de redes sociales, como si buscaran la minúscula fortuna de acertar, de creer que se adelantan a los acontecimientos.
En realidad, más allá de consuelos y pronósticos, no sabemos lo que pasará en Venezuela. Nos haría falta detenernos a reflexionar con cuidado, con más discernimiento que “información”, sobre todo cuando esta viene de un tuit. Muchas veces da la impresión de que apenas saben leer con los dedos, sin llegar a ver lo que dice la pantalla.
Además, hace rato que los hechos renunciaron a una continuidad verosímil y pareciera que solo esperamos un deus ex machina que detenga el derramamiento de sangre en esta escena que el público, entre el temor y el asco, ha ido abandonando.
Al mismo tiempo que los crímenes de la élite del poder empezaron a relucir, en una especie de miasma que cubre la polis; al mismo tiempo que sus inmundicias quedaron aún más expuestas, tanto así que no vale la denuncia, el rumbo del país se nos tornó aún más oscuro.
Creo que dicha oscuridad no solo se relaciona con nuestro padecimiento o el desastre económico en el que nos encontramos sumergidos. Quizás también se debe a que nos cuesta tener abiertos los ojos mientras vamos en picada, y a que no queremos perder la esperanza de que haya una malla de seguridad que nos haga rebotar, justo antes del golpe, a un tiempo en el que “no estábamos tan mal”, en el que con nuestros sueldos por lo menos podíamos pagar un examen médico o darnos “el lujo” de comprar libros.
“¿Y ahora?”, me preguntan, y yo no quiero responder. Desde hace mucho tiempo ese ahora se me escapa entre tantas noticias que en el fondo no dan con el presente, actualidades que solo agregan más confusión, cuya brevedad no tiene nada de precisa.
Así que solo puedo hablar de lo que veo, sin que esto signifique algo más que una mirada. Ante la realidad tan tremenda que nos ha tocado deberíamos guardarnos nuestras elucubraciones, porque la vida se nos está yendo en esto.
*
Para mí, esta semana empezó con el cabildo que se realizaría el lunes en la UCV. Me encontré con un buen número de asistentes, unos cuantos cientos que no cupieron en la plaza cubierta y se trasladaron entonces al frente del Rectorado. Los muchachos y profesores esperaban bajo el sol con el mismo entusiasmo que se vería dos días después en las distintas concentraciones que confluyeron en Campo Alegre.
La universidad se unía a la serie de cabildos abiertos que se estaban llevando a cabo desde una semana atrás en varios sitios de Venezuela. Los estudiantes y profesores de la UCV volvían a manifestarse en contra de la mengua y la corrupción que se han apoderado del país y cuyos estragos en la universidad son incuestionables. La seguridad es mínima; los empleados y obreros se mantienen en un paro casi indefinido; los mismos estudiantes realizan colectas y jornadas de limpieza; imprimir un informe o realizar una maqueta es una hazaña, por no hablar de las carreras que requieren de los recursos más costosos.
Si la UCV se mantiene en su lugar se debe al empeño de sus estudiantes y los profesores que subvencionan con sus salarios miserables la educación de los más jóvenes. La universidad en la que fuimos preparados es una tradición que no estamos dispuestos a perder. Ante los que tienen las armas, a nosotros solo nos han quedado unos pocos símbolos de lo que alguna vez fuera la Venezuela civil.
Por lo que realmente tiene mucho peso que la Asamblea Nacional apele en este momento a la figura del cabildo, otro de esos símbolos. Se podría decir que se trata de un llamado a nuestros orígenes, ya que Venezuela se consolidó como país tras un cabildo abierto.
Sin embargo, hay que decirlo, el cabildo se quedó apenas en el nombre. Más bien se trató de un espacio en el que varios diputados de la Asamblea Nacional, entre ellos Guaidó, y miembros de la comunidad universitaria invitaron a la concentración que habría el 23. Parecía un evento más cercano a un mitin político, con todas sus prédicas, en el que sonó con insistencia el llamado a los militares a cumplir su función de proteger y acompañar a la ciudadanía, y no a los que atentan contra ella.
Creo entender la estrategia en esta convocatoria, y hasta comparto el desespero, pero como civil y universitario que pocos minutos antes había visto un grupo de la guardia nacional apostado en la entrada de la universidad, como al acecho, este llamado no dejó de causarme escozor.
*
Ante el nuevo estallido de noticias y rumores, yo diría que esta semana ha prevalecido un clamor por dejar atrás esta vida suspendida de un hilo muy fino, en la que cada vez son menos las palabras y las ganas con que podemos contarla. Porque lamentablemente aquí nada ha cambiado.
Volver a ser una democracia, así sea maltrecha, fue lo que se hizo oír en todas partes. Nada más que un país, eso se exige, un territorio común en el que todos nos reconozcamos, con respeto, y no esta especie de desierto en la que estamos a merced de forajidos y especuladores.
¿Y ahora? Necesitamos algo más que fe. Tal vez sea este el motivo por el que tengo aún en “visto” a mi amigo que vive afuera. La respuesta a su pregunta no puede venir más que de la confianza o la esperanza que hace mucho tiempo, debo admitir, tengo bastante menguada. Sobre todo desde que vi con rabia cómo se especuló con las vidas y expectativas de la gente, especialmente en 2014 y en 2017, a cambio de rédito político.
La consigna “Sí se puede” que sonó nuevamente en la concentración de este 23 pareciera más una suerte de plegaria, en la que todos juntos cantamos por la bondades que nos traerá el paraíso después de una vida llena de penas en esta tierra. Cuando, al contrario, hace mucho rato que no tiene sentido seguir creyendo en bienaventuranzas y mucho menos en mesías.
Aquí todavía no hay nada que celebrar.
Sin embargo, más allá de lo que haya pasado, rescato de esta semana, cuyas noches han estado marcadas por los estallidos de violencia y represión en varios sectores, esa insistencia en hacerse oír. He allí una certeza. Hacerse oír por encima de la avalancha de rumores y propaganda. Porque en definitiva se trata de que no olviden que aquí seguimos. Aunque no sepamos qué viene ahora, aquí seguimos.
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