Por NELSON RIVERA
—En una especie de pórtico -realizado con dos fotografías y sus respectivas leyendas- antes de iniciar el volumen I, Arte y política en tiempos oscuros”, se refiere al derribo de la estatua de Colón, en octubre de 2004. Aparece allí como una especie de poderosa metáfora de los dos libros. ¿Qué emblematiza ese derribo?
—No tanto desprecio por el arte sino por la historia. El hecho fue condenado por el propio Chávez, sin embargo, la acción vandálica fue producto de toda su campaña contra Aznar por asociarse con Bush y Blair contra Irak. Ese pórtico fue ideado por la diseñadora Waleska Belisario y yo añadí las leyendas, pero para la portada escogí una imagen de Carlos Germán Rojas, en que sólo faltan las efigies de Colón y la de Venezuela, porque Fundapatrimonio se había comprometido a restaurarlas y restituirlas. Ante la amenaza de los chavistas radicales de que las volverían a tumbar, el gobierno se abstuvo, pero al llegar Maduro optó por quitar las restantes (alegorías de Italia y España) y usurpar el pedestal para homenajear a caciques con un estatuario empírico de pésimo gusto (Julio César Briceño Andrade) quien ha sacado mucho provecho de la ignorancia del poder en materia de arte. Ese nuevo monumento bien puede tomarse como emblema demagógico muy cercano a la política del dictador mexicano Porfirio Díaz: enaltecer el pasado indígena mientras la política dirigida a las etnias venezolanas -necesitadas de educación, asistencia médica y tierras de cultivo- son víctimas de abandono, acoso y represión. Lo más deplorable del derribo del Colón del escultor Rafael de la Cova es que uno de los cabecillas de esa ignominia resultó Roland Denis Boulton, sobrino nieto del gran historiador, fotógrafo y mecenas. Era la aplicación más burda del “discurso salvaje” descrito por el filósofo Briceño Guerrero en 1981, el del odio hacia todo lo occidental.
—En el ensayo La calidad sospechosa hace un recorrido por la historia de los salones entre 1883 y 2004. Deseo preguntarle por la cuestión, siempre controvertida, de la inclusión y exclusión de artistas en los mismos. ¿El chavismo ha cambiado esas prácticas? ¿Qué diferencia las exclusiones de hoy a las de ayer?
—Lo que se discrimina son las obras de arte, no los artistas que las producen. Cuando vivíamos en democracia, la decisión sobre quiénes exhibían, era competencia exclusiva de los directores de museos, de los curadores, siempre gente bien informada, profesional, con experiencia en el trato con los artistas y conocedores de las tendencias contemporáneas del arte. Para las competencias o Salones, donde se deciden premios en metálico y honoríficos, los jurados se integraban con coleccionistas, artistas, críticos, museólogos, siempre en número par; sus deliberaciones eran en privado y sus veredictos inapelables, lo cual garantizaba una absoluta autonomía. Había confianza y respeto hacia el juicio profesional por cuanto no se hacían concesiones a los intereses del gobierno de turno. La salida de Chávez por dos días del poder, en abril de 2002, instaló una orientación dilemática o evangélica en el exteniente coronel: si no estás conmigo, estás contra de mí. El que no usaba chaleco antibalas ni “anillos protectores”, recibe los primeros auxilios (contagios paranoicos) de quien temía no perder al hijo putativo sino la ganga petrolera que Betancourt le negó. A partir de 2003 los jurados empezaron a confeccionarse al interno de las instituciones oficiales con burócratas o artistas afines al chavismo para el premio nacional y las convocatorias de Salones se hicieron populistas: era la feria del horror por la cantidad de chucherías artísticas que se exhibieron, sin selección previa, en los más prestigiosos museos del país. El ministro “Farruco” marcó así su huella. Desde hace años ya no hay convocatorias oficiales ni privadas y, con la caída de los precios petroleros y la destrucción de PDVSA, si un artista afín al régimen desea exponer en un museo, debe correr con todos los gastos. El fotógrafo Esso Álvarez debió pagar su propio montaje, su catálogo y diseñador en la Galería de Arte Nacional. Por otra parte, los artistas “desafectos” al régimen (así serían llamados en Cuba) ya no están interesados en exponer en los museos, pues nadie iría de todas maneras.
—En octubre de 2006 se inauguró la exposición Miranda y su tiempo, que Usted inscribe en el capítulo llamado “Retroceso museográfico”. Ese día se inauguró la nueva sede de la GAN. Una doble pregunta: ¿Por qué esa exposición califica como retroceso? ¿Y cómo evalúa el desempeño de la GAN, a lo largo de estos 15 años?
—Por la importancia que Chávez le daba a Miranda y por la universalidad del personaje, esa exposición debió abarcar todo el Museo de Bellas Artes (19 salas en sus dos edificios) con la participación de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y España. La curaduría la ejerció una historiadora (Carmen Bohórquez) sin experiencia alguna en cuestiones museísticas, tanto que casi escondió la principal obra, el Miranda en la Carraca (1896) de Arturo Michelena, porque mostraba a su héroe derrotado. Ubicando la exposición en la nueva Galería de Arte Nacional, que no estaba concluida y que sigue estando a medio hacer, el ministro Francisco Sesto Novas quiso ganar puntos pues hasta el techo del diseño original del arquitecto Gómez de Llarena lo modificó. La exposición no tuvo catálogo ni visitas guiadas. Es decir, comparada con la gran exposición del bicentenario de Bolívar de 1983, resultó no solo un retroceso sino un fiasco. La Galería de Arte Nacional tuvo unos pocos años de decencia al pasar por ella el poeta y crítico de arte Juan Calzadilla; por lo menos la colección permanente se exhibió con dignidad, aun cuando le tocó hacer concesiones con artistas del régimen como Azalea Quiñones, Antonio Moya, Alexis Mujica (ya entonces fallecido). El homenaje a César Rengifo por su centenario fue vergonzoso pues sólo sirvió para confirmar su medianía como pintor; lo único digno fueron sus acuarelas, nunca antes exhibidas. La sucesión de directores burócratas ha afectado a todos los museos por igual. El gobierno ha terminado por colocar artistas de tercera o cuarta fila que nadie hoy conoce. El edificio sigue sin concluirse, con cabillas oxidándose y sectores en ruinas.
—En su libro se documentan innumerables casos de destrucción del patrimonio cultural. Hablo de bienes físicos e intangibles. De perversión de uso, degradación simbólica, deterioro o acción deliberada en contra del patrimonio, de mudanzas arbitrarias o desquiciadas, de politización absurda. ¿Qué explica el carácter sistemático y amplio de esa destrucción? ¿Cuáles hechos resultan especialmente emblemáticos? ¿Cuál ha sido la reacción de sectores de la sociedad venezolana ante la destrucción del patrimonio, como los artistas, las academias, los políticos?
—El patrimonio artístico de la nación no resulta prioritario para el chavismo, no reporta votos. Pero hay que matizar: si el régimen municipal (Fundapatrimonio) no reparó el daño al monumento a Colón, más allá de limpiar el pedestal de “pintas”, en cambio, el “brazo social y cultural” de PDVSA (La Estancia) asumió la reparación del desvalijamiento de obras emblemáticas de la modernidad caraqueña, debidas a los más conocidos artistas cinéticos: Soto, Otero y Cruz-Diez. En todo el país la vandalización de bustos y estatuas se debe tanto a la miseria repartida por el socialismo bolivariano como a la indiferencia de las autoridades: los “mineros urbanos” (así los llamó Freddy Bernal) se apropian del metal y lo venden por kilos a fundidores o lo trafican en Colombia. La denuncia en redes sociales ante lo ocurrido con una obra caraqueña de Narváez, embadurnada por unos obreros, obligó al gobierno a limpiar de inmediato escultura. Pero no es lo normal. Existe un video espeluznante realizado por el finado Luis Brito con el título escatológico de “Misión Vuelvan Mierda”, donde se recogen numerosos casos de destrucción patrimonial. La prensa digital sigue publicando reportajes de sustracción y venta ilegal de obras de arte, y más ahora que por la pandemia del Covid-19 permanecen cerrados los museos. El caso más delirante y surrealista fue la desaparición de la Odalisca de pantalones rojos de Henry Matisse en pleno diluvio de diciembre de 1999 y su rescate años después en Miami por agentes encubiertos del FBI. Para cerrar el primer volumen, incluyo un monólogo de la víctima, en dos actos, en donde relata su extravagante periplo.
—Usted remite al lector a abundantes casos de falta de rigor, carencia de hábitos profesionales, uso de anacronismos -también en autores como Herrera Luque o Uslar Pietri-, uso de falsos argumentos por parte de los funcionarios chavistas de las instituciones culturales. ¿Por qué tanta y tan repetida chapucería, improvisación, descuido?
—Los anacronismos que señalo son propios de las incursiones de literatos o cineastas en temas históricos y la explicación es simple: descuidos de los autores que no invalidan el interés de la obra, pero molestan a un lector mejor informado. Otra cosa es el grado de incompetencia en el campo de la gerencia. Un rasgo notorio del chavismo es que, al designar alguien para un cargo de responsabilidad pública, importa menos el currículum, el profesionalismo, y más su lealtad al partido, al régimen, cuando no la cercanía familiar del responsable de más arriba (vulgar nepotismo). No hay una sola institución u organismo oficial que pueda vanagloriarse de contar con un jefe con experiencia reconocida. Se promueven burócratas vinculados al partido oficial o, peor, militares. Desde PDVSA a la más modesta oficina pública. Esto incluye, por supuesto, el área cultural, específicamente en las artes. Y por eso “estamos como estamos”.
—Usted hablaba en 2010, de “catalepsia museística”. ¿Cuál es al estado de los museos del Estado, una década después?
—Moribundos, sin autonomía, sin presupuesto, sin personal (los formados por la democracia se están jubilando) y, lo peor, sin público. Y las colecciones, descuidadas. Con directores que no pueden dar declaraciones ni programar nada pues sólo siguen instrucciones desde arriba. No se adelantan curadurías basadas en investigaciones del patrimonio y mucho menos hay catálogos que den a conocer nuevos conocimientos. Los museos no están peor porque una buena parte de sus empleados siguen confiados en que este abandono acabe pronto, pero, como la espera se alarga, se van jubilando. Son museos a la deriva.
—El régimen ha hecho una inversión, cuya cuantía está por establecerse, para imponer el culto a la personalidad de Chávez y, como un capítulo de ello, nivelar o establecer un vínculo entre Bolívar y Chávez. ¿Cree Usted que, hasta este momento, lograron imponer a Chávez como un héroe de la patria, de la misma categoría de Bolívar?
—Chávez resumió su doctrina con la imagen del árbol de las tres raíces: Bolívar, Simón Rodríguez y Zamora. Muchos murales callejeros (algunos espontáneos, otros encomendados) efigiaron a Chávez junto a Bolívar, según el modelo ya usufructuado por Guzmán Blanco en 1883. Ha sido una característica de los antiguos regímenes comunistas: Marx, Lenin, Stalin; o en Cuba: Martí, Fidel Castro, Ché Guevara. A la muerte de Chávez se produjo una avalancha de deudores que desfilaron ante su féretro durante una semana. Muchos le estarán agradecidos por algún beneficio recibido, por ejemplo, un apartamento, aunque no lo puedan dejar en herencia a sus hijos. Dudo que esos mismos chavistas reconozcan que su héroe acertó en la elección de su sucesor; quizá cuántos de esos admiradores tuvieron que irse del país. Sin duda, ha sido el presidente venezolano más publicitado y con la mayor cantidad de libros escritos para explicar su figura y trayectoria, estando en vida. El académico Rafael Ramón Castellanos compiló más de mil referencias bibliográficas sobre el personaje. No fue el único record en batir, también fue el que más países visitó sin dejar nunca a nadie encargado de la presidencia. Hasta en Egipto tienen un busto suyo entre otros dirigentes mundiales famosos. En mi libro doy cuenta de las estatuas y bustos erigidos a Héroes latinoamericanos que luego fueron identificados como Villanos y, por consiguiente, sus efigies derribadas. En eso sí que el chavismo no siguió la lección de Fidel Castro de quien no hay una sola estatua o busto en Cuba por expresa prohibición de él en vida. El chavismo siguió más bien el ejemplo del dictador Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana con sus dos mil estatuas. La crisis económica ha impedido seguir inaugurando estatuas de Chávez.
—La acción de ocupar las instituciones y los espacios culturales, ¿qué consecuencias ha tenido para el desenvolvimiento de la actividad cultural? ¿Solo parálisis y destrucción? Cita Usted la preciosa frase de José Vasconcelos a propósito del repentino militarismo de Leopoldo Lugones, “perdimos a un poeta y ganamos a un bufón”. ¿Hay artistas e intelectuales oficiales u oficialistas que se hayan beneficiado? ¿De qué modo?
—En mi libro anterior, País en vilo. Arte, democracia e insurrección en Venezuela (UCAB, 2017) dedico un capítulo al tema de los artistas e intelectuales frente al poder. Tengo una colección de todos los manifiestos firmados a favor o en contra de tal o cual gobierno. La serie aumenta con el chavismo y disminuye alarmantemente con el errático sucesor. El número de intelectuales y de artistas que Chávez cautivó al principio se fue reduciendo; es posible que no lograron lo que aspiraban o se desilusionaron del personaje. Por supuesto no hay cargos para complacer a todos. Ciertamente alguno ha sido enviado como embajador y pasado por la pena de ser declarado persona non grata (Vladimir Villegas a México). Quien levanta todas las envidias y suspicacias es el poeta Luis Alberto Crespo, quien dirigió el Papel Literario de El Nacional por veinticinco años, estuvo un tiempo realengo, pero al pasar Oscar Sambrano Urdaneta a la presidencia del Conac (1995), ocupó su cargo en la Casa de las Letras y desde allí dirigió la revista Imagen (fundada en 1967) que fue siempre inclusiva, hasta que fue sustituida por En alta voz, exclusiva para escritores chavistas, con Willian Osuna a la cabeza. A Crespo le bastó con declarar que Chávez era el mayor poeta del país para que al mes fuera designado embajador ante la Unesco. Sustituir a Mariano Picón Salas, a Arturo Uslar Pietri (que también pasaron por el Papel Literario) y a Antonio Pasquali ante la Unesco, no es una golilla. Sólo hay un caso de evidente enriquecimiento, denunciado en su momento por Últimas Noticias (antes de ser vendida por los Capriles) y fue con el exministro de Cultura, Francisco Sesto Novas. Incluyo como anexo del segundo volumen, “Intelectuales.com y otros tópicos patrios”, un artículo de Teodoro Petkoff sobre el asunto. Pero me reservo informar sobre un prestigioso artista simpatizante del chavismo en sus inicios al que nunca le pagaron la obra que le encomendaron y ello afectó seriamente su salud.
—La frase, “hay que escrudiñar mejor el legado de Bolívar”. ¿Podría desarrollarla para nuestros lectores?
—De eso se han ocupado notables historiadores nacionales a quienes me remito: Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Tomás Straka. Yo parto de Alfredo Boulton, nuestro mayor iconografista bolivariano. Mi primer texto se remonta a 1983, por unos ataques destemplados contra el busto de Bolívar realizado por el republicano español Visctorio Macho, y reproducido para Venezuela por Boulton. Desde hace tres lustros he vuelto sobre el tema, y algunos adelantos he publicado en Italia y Colombia, así como en TalCual y el Papel Literario. Mi interés sigue siendo el del historiador del arte, que debe saber tanto de historia como de arte, en este caso la iconografía del héroe, pero también lo que la sociedad ha hecho con su memoria y traducido en monumentos. En mi nuevo acercamiento decidí abundar en aspectos no tratados por la historiografía artística. Confío en que ese próximo libro (Bolívar, la tea de la discordia. Artes visuales y bolivarianismo), pueda interesar a los lectores tanto en su parte académica como en la más polémica, ensayística y actual, dedicada al “Bolivarianismo en proceso”. Al igual que en Poder versus Cultura, incluyo el cine, esta vez el histórico centrado en la figura de Bolívar, a partir de un estudio pionero de Rodolfo Izaguirre.
—Recuerda usted a Juan Carlos Palenzuela y reivindica su firmeza crítica. Sus dos libros me hacen pensar en cuestiones como la complicidad, la autocensura, el temor al debate, el acomodamiento. ¿Podría hablarme de Palenzuela y contrastar su aporte con nuestro presente?
Palenzuela murió temprano, a sus cincuenta años. Escribía sobre lo que le gustaba y sobre lo que aborrecía. Pero dejó una decena de libros, la mayoría voluminosos, muy ilustrados y documentados, que permiten obviar su intemperancia periodística pues llenan los vacíos dejados por Boulton al abarcar la fotografía, la escultura, las artes gráficas. Durante estas dos décadas se han publicado libros significativos, pero más que todo monografías de artistas (la última sobre el recién fallecido escultor Harry Abend, con textos bilingües de Freddy Carreño, Bélgica Rodríguez y Víctor Guédez), con el apoyo de galerías comerciales o fundaciones privadas. Dentro de la crítica institucional está uno de María Elena Ramos, La cultura bajo acoso (Artesano editores, 2012). Apenas hay dos libros sobre patrimonio público de parte de la Asamblea Nacional, según proyectos de vieja data. En 2007, para la I Feria Internacional de Arte Nuestro de Cada Día, en Valencia, el ministerio de Cultura realizó un primer coloquio de crítica de arte sobre el tema “Prácticas institucionales y artísticas en la contemporaneidad”, en que participaron Gerardo Zavarce, Miguel Guaglianone, Nydia Gutiérrez, Carmen Hernández, Zuleiva Vivas, Katherine Chacón, José Antonio Navarrete, Lorena González, Félix Suazo, José Javier León junto a varios invitados latinoamericanos. Las ponencias se publicaron, pero no hubo continuidad. Ni que decir que en la Asociación Internacional de Críticos de Arte ni nos enteramos. Sobre las políticas artísticas del régimen, Luis Duno-Gottberg coordinó un grueso volumen La política encarnada: Biopolítica y cultura en la Venezuela bolivariana (CELARG y Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, 2015) con participación de varios intelectuales cercanos al régimen (Sandro Oramas, Carmen Hernández) y algunos lejanos (Fabiola Arroyo). Por cierto, el primer texto es de Roland Denis Boulton, rabiosamente antimadurista. Uno puede encontrar en la prensa de la época entrevistas de Perán Erminy Perán o artículos de Miguel Miguel García, en abierto desacuerdo con las políticas del régimen. Cuando hice una reseña crítica de una exposición organizada por el Centro Nacional de Historia para la Estancia, me llovieron dicterios y descalificaciones de parte de dos intelectuales chavistas: Juan Antonio Calzadilla Arreaza y Enrique Nóbrega, cuyos juicios uso como publicidad en la contraportada del segundo volumen. Si es por colegas vinculados al gobierno, dos graduadas en la Escuela de Artes han publicado una colección de ensayos (Zuleiva Vivas), ninguno de actualidad y dos libros académicos (Carmen Hernández), ambas autoras ya desligadas de la actividad curatorial expositiva. Muy reducida ha quedado la actividad crítica pues ya no hay prensa, aunque se multipliquen los blogs (Susana Benko, Félix Suazo, Katherine Chacón) o los encuentros on line (Humberto Valdivieso, Bélgica Rodríguez). Por otra parte, el éxodo de venezolanos ha incluido a colegas, y la oferta de galerías privadas se ha ido reduciendo por la crisis económica.
—El chavismo ocupó las instituciones y los espacios culturales; los programas y los festivales; de las becas y los premios; de los cargos y las representaciones. Isaías Rodríguez, poeta de calidad infame, se hizo publicar en Biblioteca Ayacucho. Pero esa acción, me parece, no ha cambiado el destino de su poesía: son los versos de un mediocre. En un plano más amplio: ¿han logrado los artistas oficiales y oficialistas reconocimiento y legitimidad? ¿Lograron discriminar a los que han rechazo o perseguido? Por ejemplo, el caso de Briceño Guerrero, que Usted analiza con detalle: ¿ha sido castigado el interés por su obra, a causa de su afiliación política
—Muchos autores desconocidos han sido publicados por el gobierno, incluido un exjefe de vigilantes de la Universidad Central que aportó al conocimiento público todos sus memoranda de su vida profesional dentro de un concurso de “testimonio”. Y sobre el poeta-fiscal de la nación, hay una nota muy simpática de Fernando Rodríguez en TalCual. Los artistas que han sido ensalzados por alguna exposición oficial, ya eran reconocidos antes; quizá sólo Saúl Huerta, luego de veinte años sin exponer, lo compensaron algo en La Estancia, luego de haber pretendido ser director del Instituto Universitario de Estudios Superiores Armando Reverón sin tener título universitario. Otros también recibieron su promoción: Mateo Manaure, Manuel Espinoza, José Antonio Dávila, Manuel Quintana Castillo, Régulo Pérez, Alirio Oramas, Juan Calzadilla, Ender Cepeda, defensores del chavismo. Se coló Omar Carreño, pintor abstracto, por ser pariente de Rafael Ramírez, pero no permitieron que Perán Erminy fuera su curador. La Estancia, en diez años, hizo mucho más por divulgar el arte venezolano que la Galería de Arte Nacional. Ninguno de esos artistas ha sido reivindicado de malos tratos durante la democracia. Respecto a Briceño Guerrero, es un autor de culto, Premio Nacional de Literatura en 1996; lamentablemente, a pesar de las innumerables veces que se han reeditado sus principales obras, sigue siendo una celebridad local, para orgullo de sus exalumnos o colegas en la Universidad de los Andes. Su “inconsecuencia” política no es tal como intento demostrarlo en mi análisis pues fue un populista y odiaba la política de partidos. Al morir, la Fundación para el Desarrollo Cultural de Mérida, del gobierno socialista bolivariano, lo homenajeó con la publicación de tres artículos, igual que a Domingo Miliani. Por su parte, Monte Ávila Editores se comprometió a publicar de nuevo toda su obra. No sé si lo ha cumplido. En cuanto a si por razones políticas alguien se ha visto afectado, bueno, basta recordar que Israel Centeno, luego de publicar su novela El complot (Alfadil, 2002) fue amenazado de muerte telefónicamente y hasta sufrió un atentado que lo obligó a huir con su familia del país. También el fotógrafo Luis Brito (cuyo caso detallo en mi libro) fue amedrentado por un sospechoso del G2 cubano. Otro que tuvo que huir del país, pero por los caminos verdes, fue el sociólogo y gerente cultural Tulio Hernández ante la amenaza de cárcel de parte de Maduro. Quien reconstruyó su caso fue Lorena González en su columna de El Nacional. Lo más patético: Monte Ávila devolviéndole a Antonio Pasquali sus derechos de edición. En cambio, el libro de Ensayos crudos de José Balza lo han editado dos veces (2006 y reimpreso 2009). Allí, entre otros temas, habla muy bien de meritorios autores de su generación como Laura Antillano (titiritera y novelista), Gustavo Pereira (director de la Revista Nacional de Cultura), Humberto Mata (director de la Fundación Biblioteca Ayacucho), Carlos Noguera (director de Monte Ávila Editores), y en una crónica sobre una reunión de intelectuales en Miraflores convocada por Carlos Andrés Pérez, califica de “ventosidades” las telenovelas de José Ignacio Cabrujas. Cuando regresé de México en 2002, al saludar a José Balza en la Fundación Polar, me aclaró que no él era chavista sino chavólogo. Como recién llegado, entonces no capté el mensaje. A mí nada me ha pasado, a pesar de la aprensión de algunas amistades: debo resultar inocuo para los inquisidores; pero cuando fui invitado por la Fundación Herrera Luque a charlar junto a Marianela Balbi autora del libro El rapto de la odalisca [de pantalones rojos] (Aguilar, 2009), su editorial nos comunicó que había recomendado a la autora no presentarse por ciertas amenazas recibidas. A pesar de las excelentes relaciones que Chávez cultivó con el “justicialismo” argentino, nunca aquí se ha dado una redada policial de intelectuales opositores como la ordenada por Juan Domingo Perón en 1953 cuando fueron retenidos por breve tiempo el filósofo Francisco Romero, la editora y ensayista Victoria Ocampo, el ensayista Alfredo Palacios y Roberto F. Giusti; tampoco aquí se designó a ningún intelectual de nota, digamos Rafael Cadenas, inspector de algún matadero de pollo como se hiciera con Jorge Luis Borges para obligarlo a renunciar a su cargo de director de una biblioteca municipal. Quizás no ocurrió porque el mismo Chávez se consideraba un intelectual sui generis capaz de retar a Mario Vargas Llosa, a Elías Pino Iturrieta y al mismo Pedro León Zapata.
—Para cerrar, permítame preguntarle por sus hábitos de investigador, por sus archivos y disciplinas documentales. Me ha asombrado la cantidad de datos y referencias que cita en sus libros, la prolijidad de sus amplios recorridos, el rigor con que mantiene su apego a los hechos. ¿Puede hablarnos de su método de trabajo, de sus archivos y fuentes, de cómo realiza el seguimiento de los temas que investiga?
—Dediqué veintisiete años a la docencia en la UCV (Escuelas de Comunicación Social y Escuela de Artes) y unos cinco a la ULA (siendo estudiante de letras, en el Centro Experimental de Arte y Diseño): esto se traduce en muchos exalumnos, algunos de los cuales trabajan o trabajaron en museos o galerías, o son colegas en el campo de la crítica o artistas. Aprendí a investigar con Domingo Miliani: heredé su prolijidad y rigor. Todo lo verifico y, cuando en algún libro se me escapa algún dato errado, he tenido exalumnos o colegas que me corrigen y en un texto siguiente rectifico y agradezco, como en efecto en este nuevo de Poder versus Cultura lo hago con Lourdes Blanco respecto a la formación de Miguel Arroyo. Cualquiera pensaría que tengo una excelente memoria, pero no, yo anoto todo lo que me interesa (oído, visto o leído), en cualquier papelito; y, entre sueño y sueño, puedo levantarme a escribir algún nombre, o frase o párrafo que me venga a la mente pues luego se me borra. De mis lecturas saco lo que me interesa o resulta interesante en hojas recicladas que guardo en carpetas por temas, aunque nunca lo vaya a usar. Al vivir en el área de los museos, frecuento las exposiciones que muchos de mis colegas desprecian. Además, tengo una muy bien surtida biblioteca en arte venezolano y latinoamericano. El resto es indignación ante tanta chapucería y fariseísmo.
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