Salvador de la Plaza (01-01-1896/29-06-1970), Gustavo Machado (19-07-1898/17-07-1983) y Eduardo Machado (02-11-1902/06-02-1996) han pasado a ser los dirigentes históricos más emblemáticos del Partido Comunista venezolano. Tienen en común haber nacido y fallecido en Caracas, ser miembros de familias de antiguo y noble abolengo, tener una sólida cultura que iba más allá del simple catecismo marxista, y haber vivido todas las vicisitudes que comportaba la militancia comunista en un país reprimido por las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez.
Sus biografías abundan y, por supuesto, contienen referencias muy precisas acerca de sus pasos y combates durante más de medio siglo, unas veces los tres unidos bajo la misma bandera de la hoz y el martillo, y otras cuando cada quien montó tienda aparte, en esa suerte de maldición que ha tenido el PCV de dividirse y dividirse hasta quedar reducido a la mínima expresión de ahora.
Salvador se separó en 1946 y fundó el PRP (Partido Revolucionario del Proletariado).
Eduardo se separó en 1974 y fundó el VUC (Vanguardia Unitaria Comunista).
Gustavo permaneció siempre en el PCV.
En 1925, coincidieron los tres en Cuba. Gustavo se había graduado de abogado en París, y en Cuba estaba empleado en la Cuba Cane Sugar Corporation. Salvador, graduado también de abogado en París, se dedicaba a tiempo completo a la actividad periodística revolucionaria. Y Eduardo acababa de llegar a La Habana cuando estuvo a punto de caer preso en Caracas. Vivían ya en la isla muchos venezolanos, aventados al exilio. Nombremos a Francisco Laguado Jaimes, Carlos Aponte, Luis Alfredo López Méndez, y Nicolás Hernández.
Hay mucha información sobre la actividad de ellos (el vil asesinato de Laguado Jaimes al ser lanzado a los tiburones por la policía; la estrecha amistad con Julio Antonio Mella, fundador del PC cubano; el traslado a México para fundar el PRV, etc., etc.), pero, hay algunos hechos que no se mencionan, entre ellos uno que hasta los mismos tres protagonistas nunca quisieron referir, ni siquiera en conversaciones privadas con sus correligionarios: ¡los tres grandes comunistas venezolanos fueron masones!
Salvador tenía 29 años; Gustavo, 26; y Eduardo, 23.
¿Cómo sucedió su ingreso a la masonería? La documentación dice que es Nicolás Hernández (hijo del Mocho Hernández, muerto en 1921) quien hace la solicitud ante la Orden. Los aspirantes son aceptados. Queda fijado el día 17 de junio de 1925 para la solemne juramentación. La logia que les corresponde es la llamada «Unión Latina», situada en la calle Dragones 104, de La Habana, fundada el 23 de julio de 1902. Entre los miembros más destacados de tal logia se cuentan los «ilustres hermanos» brigadier José Miró Argenter, quien fue jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador y ayudante personal del prócer Antonio Maceo y Grajales; el coronel Lino Dou, también del Ejército Libertador; y el famoso abogado y escritor, don Fernando Ortiz.
Nicolás Hernández ha enviado invitaciones para la iniciación de los nuevos hermanos a muchos amigos, entre ellos el doctor Carlos Manuel de Céspedes, el ministro de China, el general Enrique Loynaz del Castillo, el capitán Pedro Caster, el capitán J. Coto y Ramón Cardona, Victoriano Calle, Miguel de Carrión, L. F. Caratini, S. E. Bello Torres, Ernesto R. de Aragón, Francisco Arredondo, Adolfo E. de Aragón, José Eusebio Acosta, René Acevedo Laborde, Enrique Llanos, A. V. Malaret, José María López, Eduardo López, y los periodistas Eloy L. Cantero, de La Nación; Lozano Casado, de El Mundo; y Paulino J. Báez, de El Día.
Casi todas las misivas son del siguiente tenor, copio:
“El 17 de junio en la Logia Unión Latina, Dragones 104, se inician los doctores Salvador de la Plaza y Gustavo Machado Morales, así como también el señor Eduardo Machado Morales, venezolanos de ideales puros, de honradez indiscutible, y me tomo la libertad de invitarle, pues deseo que ellos se den verdadera idea de lo que es la masonería al ver la luz”.
En una de esas invitaciones los aspirantes son descritos como “muchachos buenos e intelectuales”.
Y hay otra invitación muy especial: es la que se le hace al general y “querido hermano” Gerardo Machado, quien hacía apenas unos cuantos días había tomado posesión de la presidencia de la República y aún no había mostrado sus garras de feroz dictador. La misiva, también suscrita por Nicolás Hernández, señala que “sería un honor para nosotros, los venezolanos, que usted nos honrara con su asistencia, haciendo un pequeño tiempo a sus múltiples ocupaciones para ello”; y agrega que “pensaba hacerle esta invitación personal en el banquete dado el sábado en el Sevilla al señor Rivera, pero como usted tuvo que retirarse temprano me vi privado de este placer”. A los dos días, el secretario particular del presidente le responde que este le da las más expresivas gracias por su atención, y si le es posible, concurrirá con verdadero gusto.
Otro detalle que debe anotarse es el de la posibilidad que hubo del ingreso en esa misma ocasión de otro venezolano, Francisco Laguado Jaimes. Las normas no lo permitieron porque no podían iniciarse en un mismo día más de tres personas. ¿Lo haría luego? Lo ignoramos. Lo que sí es archisabido es que cuatro años después, el 2 de marzo de 1929, Laguado Jaimes es apresado, llevado al barco-prisión “Máximo Gómez”, luego a la Policía Judicial y de aquí a la tétrica fortaleza de La Cabaña, desde donde, ya torturado y agonizante, lo arrojaron al mar para que fuera pasto de los tiburones.
Aquella pasantía duró poco. Al rato, ellos se vieron obligados a abandonar Cuba. En cambio, Gerardo Machado fue expulsado de su logia. He creído conveniente escribir sobre estos hechos al toparme con la documentación correspondiente. Pero, es que algunos sarampionosos hablan de sus héroes como si fueran vestales. Véase cómo un sujeto de esos superrevolucionarios describe a Salvador de la Plaza: “Fue dueño de un carácter muy reservado pero franco. Llevó siempre una vida austera y solitaria, dedicada prácticamente a trabajar por la justicia social y el bien común. De aquí que sus amigos le apodaron el ‘monje rojo’”.
No tanto, señores, porque en París, en el verano de 1957, y gracias a la invitación en extremo generosa de ese lobo estepario y magnífico amigo que fue Hernani Portocarrero, visitamos los tres, Hernani, Salvador y yo, en una sola noche, los salones lujuriantes de los dos music halls más famosos de París y del mundo: el Lido y el Moulin Rouge. Hay que confesar que Salvador vio cada show con mucha atención.