Papel Literario

Garante de enfermeras

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Por DAYANA FRAILE

Mi amor es el excedente de la felicidad y la beatitud del ángel.

Mi guerrero angélico no me ha escrito ni un solo correo. Estoy destruida. Soy la garante maldita de pinturas de gatos rosados y siluetas de frutas tropicales.

Una pérdida de tiempo.

Quiero que me lleven al reino de los animales de plástico. Yo era un león hecho de pieles o, más bien, de cueros de dinosaurio.

Triceratops era mi inscripción.

También fui un escarabajo. Un escarabajo azul eléctrico que se alimentaba de la energía de las hormigas.

Yo las drogaba y las hacía correr en círculos a mi alrededor. Yo me alimentaba de su energía pura. Yo era un escarabajo eléctrico.

Mi amor es la inmensa felicidad y la terrible certeza de que nadie podrá liberarnos del escarabajo.

Somos hormigas dopadas por esta irreverente sensación de euforia.

Beatitud suprema la del que se entrega.

Soy una reina que toma cerveza en el sofá.

Mi ángel del exterminio se llama Alberto y es garante de enfermeras.

Tiene una espada azul y cuando lo conocí estaba enamorado de January Parker.

Estaba enamorado de su presencia de lípidos y yo lo rescaté de sus contradones.

Una sola de sus tetas pesaba tanto como dos de sus piernas.

Yo lloraba por la desolación que me causaba tanto despecho.

Yo lo quiero, yo lo quiero, yo lo quiero, yo lo quiero. Repetía en las mañanas nubladas.

Es mío, finalmente mío. Cuando lo supe bailé sobre la mirada tiesa de January Parker.

Mi amor es el excedente de la felicidad y la beatitud del ángel.

Finalmente será mi segundo esposo: él es un orfebre: tejerá las perlas de mis ojos con los diamantes de mi lengua.

Mi ángel del exterminio se acostó con mi abuela antes de luchar por mí en la batalla del Apocalipsis. Comió su gelatina con leche condensada y prometió que me convertiría a mí en vessel de la muerte de ella.

en vessel de su cuerpo carcomido por los gusanos

en vessel de su funeraria andante

Yo soy su abuela ahora.

Mi ángel del exterminio se llama Alberto.

El cálculo celestial me entregó su arquetipo para salvarme de la muerte simbólica.

Mi reino son las pecas en mi pecho.

Un fragmento

El fragmento que sigue pertenece al relato “Guisantes y gasolina” del libro La máquina de viajar por la luz, publicado por CAAW Ediciones (2020), que incluye un prólogo de Mario Morenza

Por DAYANA FRAILE

Lo odia porque el viejo era un misógino y un verdadero degenerado que la obligaba a sintonizar todas las tardes programas repetidos de Los tres chiflados, a aprender piezas para guitarra clásica compuestas por Aldemaro Romero y a leer las obras completas de Arturo Uslar Pietri. Además, me sé de memoria la historia de cómo el viejo aterrorizó a su único amigo del bachillerato amenazándolo con una escopeta. Pero yo nunca le creí. Siempre pensé que lo que más la afectó, si es que aún pudiera existir una cosa peor que estar rayadísima en tu liceo por ser la hija del bizco sicópata de la escopeta en tiempos de Madonna, Tropi Burger y los patines en línea, es que luego de que el viejo se ensañara tanto con ella, en nombre de su amor paternal, no saliera corriendo a buscarla cuando se puso a vivir en un barril con Mugre, el mentecato con el cual terminó fugándose. Ciertamente, todos cuando chicos nos escapamos de casa alguna vez y volvimos, moqueando, al día siguiente. Lo increíble del caso es que Meche, cual personaje de una de esas novelas de huerfanitas decadentes que me hicieron tragar en el bachillerato, quedó sumida en la más aplastante y feliz indigencia. Wild thing, pensarán.

Mugre no era feo, lo juro. Pero era flaco, desgarbado y pálido como un cadáver. Era un imbécil redomado y un personaje pintoresco de la fauna underground caraqueña, acólito de la escena del punk y el metal del Distrito capital. Meche dice que, cuando lo conoció, el tipo no estaba tan quemao, pero olvídate. Al escaparse con él, Meche intentaba alcanzar desesperadamente esa utopía degenerada que todos los jóvenes, esos que nos criamos viendo elefantes volar en las películas de Disney, intentamos alcanzar: la libertad.

Pura y dura comiquita.

**

Desde hace tres días no sé nada de Meche. No contesta mis llamadas. Cuando marco su número solo escucho ese tono tan desagradable repicando en el vacío. Pongo a todo volumen el primer disco de The Strokes. Escucho la canción número cinco, una vez detrás de otra. Si volviera a nacer quisiera ser esa canción.

Meche dejó sus zapatos deportivos aquí. Sé que es totalmente ridículo, pero los acaricio con la mirada como si a través de ellos pudiera tocarla. Me gustan esos zapatos. Los compró en una tienda de artículos deportivos y muestran varias L y varias T que se concatenan en colores grises sobre el cuero negro. Las extremidades de las letras parecen estar siempre tironéandose de una manera violenta, sin perder por ello la postura estilizada de los yoguis. Las piernas de las L y los brazos de las T permanecen rígidos, imbatibles, recreando una proeza gimnástica y, al mismo tiempo, una estampa de amor tántrico.

Acostumbra a dejarlos en la entrada de la habitación, al lado de la puerta. Yo los observo desde la cama con aire triunfal. Ella se quedará dos horas más. Mis piernas de L, sus brazos de T permanecerán entrelazados, desatendiendo toda estética, en medio de un caos de almohadas y edredones, hasta que llegue el momento de ir a la oficina.

Me gustan esos zapatos al lado de la puerta. Es como si dijeran nos vamos, y luego se quedarán allí, con los cordones desatados, y la lengüeta encorvada, sin poder dar un paso. Me gusta cuando ella los deja al lado de la puerta, porque entonces entra a la habitación en puntillas, con el respeto de quien penetra en un recinto sagrado. Va en puntillas solo por no ensuciarse las medias (son mis ojos los que inventan la reverencia). Una procesión peregrina y de rodillas, la manera en que un pie adelanta el otro, y las manos que buscan sujetarse del aire antes de alcanzar finalmente la cama.


*Dayana Fraile (Puerto La Cruz, 1985). Licenciada en Letras (UCV). Obtuvo una maestría en Hispanic Languages and Literatures en University of Pittsburgh. Su primer libro de cuentos, Granizo (2011), recibió el Primer Premio de la I Bienal de Literatura Julián Padrón. Su cuento “Evocación y elogio de Federico Alvarado Muñoz a tres años de su muerte” (2012) recibió el Primer Premio del concurso Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores. Su poemario Ahorcados de tinta (2019) fue publicado por CAAW en Miami. Escritos de su autoría han sido incluidos en distintas muestras de narrativa venezolana como, por ejemplo, en la Antología del cuento venezolano de la primera década del siglo XXI (Alfaguara), y el Dossier de narradores venezolanos del siglo XXI editado por Miguel Gomes y Julio Ortega, publicado en INTI. Revista de literatura hispánica.