Por LUISA CASTRO
El título de este libro de poemas, En falso, está bien puesto. No es otra la sensación que una tiene cuando se adentra en ellos, la de pisar un territorio movedizo, deslizante, y que sin embargo nos atrapa desde el primer momento. Nos atrapa porque perdemos pie, porque lo seguro empieza a tambalearse como ocurre cuando franqueamos una línea sagrada. El hechizo se deshace cuando sales de los poemas, pero la sensación de pérdida no desaparece, y quisieras volver a ellos, pero los poemas ya son otros, no se dejan manipular. Hay una poesía de la que se puede hablar, a la que se puede parafrasear, pero hay otra que solo puede explicarse desde dentro. Ocurre lo mismo con el misterio, aunque las palabras que lo nombren sean cotidianas.
Las cinco partes en que se organiza este libro dan cuenta de esa progresión, de lo sagrado a lo común, a lo corriente. Pero ¿qué es lo común? ¿Y cómo se organiza la lengua para reflejar esa dimensión sagrada de lo corriente? Gabriela Kizer nos invita a este viaje, nos embarca desde el principio en esa nave, la de Caronte, que parece llevarnos hacia el confín de la vida, y que es en el fondo un viaje iniciático hacia la memoria, hacia los primeros destellos de la memoria de un pueblo y de una familia. Primero, Gabriela Kizer nos acoge en un introito, un pórtico de una iglesia, y luego ya muy pronto van apareciendo las imágenes, la fragilidad de la vida, la visión de lo vivo como un estado peligroso, la niña que cae, que se pela las rodillas y descubre en esa sangre un mensaje de Dios. La eucaristía de las heridas infantiles, y beber esa sangre. La piedra lanzada al transporte escolar, y comprender más tarde el pronóstico y el mensaje. Gabriela Kizer escribe de la pulsión de lo mistérico y de la materia, que son lo mismo, y desde ahí emprende un viaje en dos direcciones opuestas que se encuentran al final del libro, cerrando un círculo precioso: el de la genealogía a través del padre, de la abuela, la niña. La ascendencia y la descendencia emprenden su viaje vertiginoso y opuesto hasta que ambas líneas convergen.
Pero en el comienzo hay una pregunta: «¿Quién nos da un rostro?». Y una respuesta que viene del padre: «He soñado con una escritura sobre mi cuerpo cuyo sentido no comprendía». La adolescencia, el asombro, la incógnita de las muchachas y el descubrimiento de Eros, la memoria de la ciudad, las promesas que se filtran a través de los delgados tabiques de los pisos. Es al final de esta primera parte del libro cuando Gabriela se interna ya en una nueva esfera. Los poemas van haciéndose más diáfanos, narrativos, los mensajes sellados se abren a la exploración de lo común. El conocimiento del amor cincuenta años después de haber iniciado el viaje, y entonces aparece en el libro otra voz potentísima, que es la misma pero ahora revestida de la desnudez de los clásicos, poetizando la realidad entre la ironía y el drama: «Océano y Tetis riñeron para toda la vida con el único fin de darle estabilidad al mundo. ¿Qué vas a pedir tú?». Describe así Gabriela Kizer con exactitud la aceptación del tránsito, de la irrealidad de la vida y sus motivaciones inescrutables, las de esos «ríos en los que entramos y no entramos, y cómo somos y no somos los mismos». O la única lección que nos enseña la pérdida, con su firme y su ineludible cómputo de desengaños: «Y no sabes cuánto lamento que este amor no te haya servido para vivir».
Con esta primera lección, y a modo de carpetazo a los infinitos cuentos de la lechera, el libro se interna en una tercera parte compuesta por poemas en prosa a modo de luminosos ensayos. Ya no se trata de la vida, sino de cómo mirar la vida y cómo contarla, porque tal vez no exista otra cosa más cierta en el mundo: una poética. La serenidad y la inteligencia de la escritura de Gabriela Kizer se abren paso, y piensa sobre sí misma. Como desde una cima se ha investido ya con los atributos de la Hacedora, y es ella la que nos da lecciones, instrucciones de uso. Cómo tratar la fábula, la musa, la lengua, y ese poema de noble y profunda sabiduría flamenca, cuando uno ya no busca la verdad sino que la lleva dentro, la ofrece como en un altar a través del baile, de la música, el escalofrío del arte. Ensaya también Gabriela Kizer en su «Filosofía de la composición» un bellísimo parágrafo sobre «El cuervo» de Edgar Allan Poe, y empiezan a enumerarse los principios del arte: «Que el fin último de la poesía nada tiene que ver con la intoxicación del corazón. (…) Que el fin último de la poesía nada tiene que ver con la consecución de la verdad. (…) Que la contemplación de la belleza es el más intenso placer y nos hace derramar lágrimas». O el aprendizaje de los orfanatos y la ausencia de amor a través de Coco Chanel y Marilyn Monroe. O ese poder inconmensurable de la vida frente al arte, expresado por Mark Strand. O de cómo un pelícano muere después de su impecable ejercicio de caza. Como el poeta, como el poema, ambos armados con doble anzuelo: uno para matar y otro para morir.
La cuarta parte de este libro es otra vez un retorno a la memoria, pero ahora el salto está tamizado por los signos de lo poético y se mueve hacia otra esfera. Ya no se trata de la memoria ancestral o íntima, que hemos dejado atrás, sino de la memoria social, de la violencia y el hambre y la indigencia de un país tomado por el ejército. Paco de Lucía recién muerto, el arte muerto y los corderos de José Agustín Goytisolo atacando a los lobos, como en el poema. O una visión de la triste Caracas por la que deambula una Naomi Campbell caribeña, prostituta hambrienta y ahíta de belleza entre el absurdo y la desesperanza. La perfección de esta parte, que actúa a modo de espejo entre el humor y la claridad, nos hace pensar si no es esta la verdadera caja negra del libro, desde donde nace y se organiza, la explosión germinal del arte como único refugio, como única salvación ante el dolor y ante el caos.
Y es así como el libro se cierra sobre sí mismo en la última y quinta parte, recogiendo velas y soltando amarras. En sus últimos poemas Gabriela Kizer, como si de una síntesis se tratara, alcanza su propia transformación a través de la alquimia entre arte y vida, y se hace la pregunta fundacional del poeta y el historiador: ¿puede la palabra nombrar lo real? ¿O es solo ese intento, y esa impotencia, lo más cerca que estamos de nuestra naturaleza? Y es aquí, en ese último poema que da título al libro En falso donde comprendemos que solo el tiempo trabaja sobre los rasgos de nuestro rostro. Y solo él puede hablarnos del misterio, y de la belleza.
*En falso. Gabriela Kizer (1964). Prólogo: Luisa Castro. Edición a cargo de Nicole Brezin. Editorial Visor y la Fundación Para la Cultura Urbana. España, 2022.
*Luisa Castro (Lugo, España, 1966) es poeta, cuentista y novelista española.Con solo 17 años, en 1984, publico su primer libro, Odisea definitiva: Libro póstumo. Dos años más tarde, con Los versos del eunuco (1986) obtuvo el Premio Hiperión de Poesía. Su novela El somier (1990) fue finalista de la VIII edición del Premio Herralde. Otra novela suya, El secreto de la lejía (2001), ganó el Premio Azorín de Novela. La segunda mujer, novela, obtuvo el Premio Biblioteca Breve 2006. Su libro de poemas Los hábitos del artillero ganó en 1988 el VI Premio Rey Juan Carlos de Poesía. En el 2018, la editorial Visor publicó dos libros: Actores vestidos de calle y La fortaleza. Obra reunida (1984-2005).
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