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Fruto Vivas o la fe en la concha

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Por FAITHA NAHMENS LARRAZÁBAL

Si la obra de un autor —su discurso construido y convertido en algo tangible— es su mensaje, entonces el legado de utopías y revoluciones arquitectónicas cumplidas del barquisimetano que trazara sus maquetas a mano alzada serán, más que un anuncio, un manifiesto; también un argumento a favor de la tenacidad. Si a esto se suma lo que dejó escrito y las lecciones que dio en la cátedra de arquitectura de la Universidad Central,sus arengas podrán oírse en el bosquejo audaz de sus realizaciones urbanas, sobre todo en sus celebérrimas casas.

Lo que produjo tan real y maravilloso es suficiente para elaborar una narrativa favorable. Por otra parte a propósito de su partida y la despedida oficial con protocolos de jefe de estado con que fue homenajeado en la Casa Amarilla el ecologista, humanista, profesor y creyente a pies juntillas en los desgastados dogmas de la lucha de clases, no será difícil suponer que saldrá a flote, junto a las condolencias, un rezongo de voces contrariadas con razón; no es poca la lesión causada. Por lo demás, la honestidad en la trayectoria de Fructuoso Fruto Vivas luce blindada a entredichos. Son las juntas lo que provocará lamentaciones. ¿Con quién se anda es prueba inequívoca de quién eres?

Hombre que buscó soluciones fuera de lo convencional, con sus proyectos bandera de estética impredecible y geometrías facetadas convocará históricamente y acaso sin proponérselo el entusiasmo tanto de tirios como troyanos; burgueses y proletarios en el esquema político que hasta su último suspiro asumirá de manera inexorable. Obras de diseño que parecen flotar, con techos de vidrio que descubren la vida que transcurre en las estancias desnudas, el autor de audacias y promotor de la celebérrima idea de la casa del árbol —con él, Italo Calvino, Tarzán y todo niño— propondrá desde su devoción por la Naturaleza imitar a los seres vegetales que mientras echan raíces van creciendo.

Su idea de la casa ideal es aquella casa viva que sin problemas, sin corsés, podrá aumentar sus espacios a medida que la familia se multiplica. Su fijación es propiciar el diálogo con el entorno urbano y la clorofila tenaz. Que se cuele lo verde por las ventanas. Que los balcones conversen con la ciudad sin cortapisas. Que los límites entre el afuera y el adentro sean difusos. Las quintas hechas por encargo, que son su marca, las diseñará como territorios que se abren como su orquídea hidráulica de la Exposición de Hannover. Y no querrá construir islas, “esas diseñadas para el regocijo individual y que no se reconocen en lo que les rodea”. Defenderá la tesis de la casa —o construcción— que se integra al paisaje sin hermetismos.

Hecho de una arcilla antigua que contiene la solidez y la contradicción, el exguerrillero y también hombrede talante ingenuo, luchador social y adalid de las consignas que redimen al pueblo sufrido —tal vez nunca como ahora—, a sus 94 partirá con las retinas ancladas en la quimera congelada de la justicia, devenida lastimera manipulación. Pero lo que no logrará en la montaña el militante que se zambulló —y también salió a flote— en las aguas del mar rojo lo hará con el oficio: conquistar utopías, aproximar lejanías. Verbigracia desafiará la gravedad con la ocurrencia de un techo suspendido sin hilo que la sujete a nube alguna en el Club Táchira de Colinas de Bello Monte; así se mantiene desde 1955.Tan seguro de sus cálculos, o tan confiado en aquel que lo auxilió en esos menesteres, que para confirmar que la obra jamás se caería, no más terminada se colocará debajo de su égida para demostrarlo: ¿ven que no me aplasta? Nada lo hará.

Además de su reputación sin tacha, su manera de tejer relaciones desde la perenne gentileza tendrá efecto de cápsula hasta entre los camaradas que lo exonerarán. Considerado como un idealista, al autor de acrobacias con el hormigón podría tal vez comparársele con aquel que también creyó en el aire y en las nubes y alzó techos de la nada, el también arquitecto Carlos Raúl Villanueva, quien sin ser perezjimenista asume las riendas de la construcción de la Ciudad Universitaria y cargará su sambenito de respingos por parte de la izquierda pero el tiempo lo exonerará hasta el que desaprueba la foto en que el también soñador de imposibles está al lado del sátrapa que corta la cinta.

En el caso de Vivas (le habría diseñado casas en La Orchila a los mandamases de ahora) su proverbial humildad lo saca del tiro al blanco. A veces ciertas proximidades son trago amargo en pro de un proyecto, concederán algunos (más bien el caso de Abreu y el Sistema de Orquestas o el de la pianista Teresa Carreño, quien como los músicos del Titanic dirigirá en Caracas una temporada de ópera promovida por su pariente, el mismísimo presidente Guzmán Blanco: tan venido a menos que nadie compró boletos). El arquitecto como el artista necesitan ser contratados dirán las voces conciliadoras. Lo cierto es que su trabajo será su aval. Su salvoconducto. Su parteaguas.

Sin duda, también, por las viviendas que serán habitadas por la felicidad, esas de escaleras impensadas que desembocan en estancias sin subterfugios, tan divertidas como un parque de atracciones. Por la frescura de los hogares que alza, producto de su consideración con los vientos, el clima y a dónde apuntará el sol cuando se ponga. Menos porsu afán solidario de la casa posible en el país y toda América. La que deberá dar amparo a los sintecho. Comprometido programa que trabaja con sus alumnos y los lleva a viajar a Cuba y Nicaragua para estudiar los procesos, suscribirá también las casas causa. El éxito sin embargo le vendrá por las que construye a clientes particulares.

“La gran arquitectura se mete en su jaula unipersonal para ser contemplada desde el exterior como quien ve una corrida de toros desde los tendidos; mientras acorrala al hombre y lo hacer perder sus nexos vitales con la sociedad”, dirá en una carta a Carpentier, fechada en 1966, “quién más que tú, Alejo,que conoces las reservas culturales de América para empezar a definir los fundamentos de eso que algún día habrá de llamarse la gran arquitectura de masas, creada por todo el pueblo en su conjunto…”. Misión Vivienda no fue un proyecto a su cargo, salvo algunos modelos caraqueños. Incluso polemizará con el colega desconectado ha buen tiempo de la escena vernácula, el arquitecto Farruco Sesto, hace rato en España, a cargo de desarrollar el plan. Fruto Vivas no callará que son construcciones que se entregan amobladas, sí, pero sin servicios, sin ascensores, tristes a la vista  y desprovistas.

A lo que el ministro le refutará que mientras no haya otra opción, defenderá este programa justiciero cuya noble motivación es darle vivienda a todos los desamparados a quienes su urgencia de cobijo no parece importarle a nadie. Fruto Vivas verá desde su esquema de clases que en la ciudad conviven los ricos atrincherados —la clase dominante, los amos del valle y de las lomas— desvinculándose de los vecinos; la esforzada clase media, apenas saludándose en los ascensores, los hijos sin saber “qué es un murciélago”; y con sus carencias, los más entrañables, los pobres, todos en una suma que será un tenso caos. Farruco Sesto responderá que hay que enfocarse en construirpara los desposeídos de manera acelerada en los intersticios del maremágnum caraqueño donde hay espacio suficiente como para que nadie quede sin vivienda, porque mandar a la gente al interior no es opción. ¡Es que en Caracas cabe otra Caracas!, lanzará. Fruto Vivas ripostará que hay que dejar margen para los pájaros. Uno soñador, el otro castigador, los dos crearían distopías.

Ese Fruto Vivas indemne a fuerza de encanto es el eterno niño que frisando los cinco, y por encargo paterno, sale en búsqueda del boticario para que le entregue un remedio, una noche de emergencias. El y su hermano mayor recorrerán caminos solitarios y fríoshasta cumplir el mandado.Al regreso de la experiencia que implicaríasortearla oscuridad del pueblito andino sin luminaria, a la pregunta de si había sentido miedo responderá al papá que el miedo se lo había echado atrás en la espalda. Y a la de ¿y cómo se guiaron en la oscuridad?, contestará con la frase que es poesía y que repiten aun hoy los Vivas, los trece hijos de Fruto, sus quince hermanos tan unidos, y además está en libros: es que la Luna se hizo Sol.

Despiste o fe ciega, entenderá la vida como expresión poética del inefable compromiso.Como una utopía insoslayable que habitarácomo si fuera per sé un espacio onírico, él en primera fila blandiendo la esperanza en el pensamiento único ¿cuál otra idea se necesita cuando se habla de igualdad? Entonces no verá sino como acto de valentía el devastador cañón de futuro que traerá la libertad que ya reinaría en su arquitectura.Visto con una mirada distinta con la que se escanea a los fundamentalistas, él como excepción, el devoto irredento de consignas manidas —porque fue amamantado con ellas— será medido con una vara flexible en reconocimiento a su alma creadora.

Enconchado —por sus andanzas, no por la Concha del Club Táchira— recibirá una llamada del propio Carlos Andrés Pérez, excompañero de colegio. No, no, ninguna represalia. Se trata de una invitación para que se integre al Inavi. No, chico, no irás preso, le diría el luego defenestrado presidente, refiere la anécdota Thaelman Urgelles, guaro como él. Sí, Fruto Vivas logró aglutinar afectos alrededor suyo. Y la democracia, sin resquemores, le sonrió y más que eso. El arquitecto nunca pararía de trabajar ni de soñar.

Quien suscribe también el Museo de Arte Moderno de Caracas deja una obra que da cuenta de las conexionesentre la arquitectura, la economía, la política, la reivindicación de lo propio y lo natural —son modelo para él las chozas y casas primigenias— y la vida. Deja en la escena un aire libérrimo por el que apostó hasta su último suspiro. Deja las cuentas claras, aun cuando sus cofrades no lleven el horror de las suyas. Despedido por sus querencias que entonarán para él canciones del repertorio añoso y soviético, valga la redundancia —o bella ciao—, descansará en paz. No, no hizo el mausoleo del galáctico: los colegas que lo admiran, que no son pocos, dicen: “No se habría caído”. Su memoria se mantendrá a buen resguardo.