Por MAARTEN VAN DELDEN

El debate sobre la definición del sistema político y económico que se impuso en Rusia después de la revolución bolchevique ya se había prolongado por varias décadas cuando la publicación de Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn hizo que la disputa aflorara con renovada vehemencia (1). Según Enrique Krauze, la lectura de la monumental obra de Solzhenitsyn fue un “parteaguas” en la trayectoria intelectual de Octavio Paz (2). Para Christopher Domínguez Michael, significó el término de un proceso de “desaprendizaje” (3), el momento clave “ya no en el desencanto sino en la execración final del bolchevismo” (4). No cabe duda que el encuentro con Solzhenitsyn fue fundamental para la comprensión que desarrolló el poeta mexicano de la naturaleza histórica de la Unión Soviética.

También es cierto, sin embargo, que el itinerario intelectual y político de Paz fue complejo e intrincado, y probablemente más gradual que repentino en sus transformaciones. Su pensamiento en torno a los rasgos claves de la gran potencia comunista, y en particular sobre la ideología marxista-leninista en la que se fundaba, siguió evolucionando después de su lectura de Archipiélago Gulag. De hecho, como veremos más adelante, se pueden detectar diferencias de perspectiva y énfasis en los mismos ensayos en los que Paz reflexionó sobre el testimonio de Solzhenitsyn. No hay que olvidar, además, que a pesar del impacto que tuvo Archipiélago Gulag en la visión paciana de la Unión Soviética y de la ideología marxista-leninista, existían profundas diferencias entre el escritor mexicano y el ruso, sobre todo en lo que concernía a la modernidad y el nacionalismo. Una lectura detallada de los dos ensayos en los que Paz reflexionó sobre su lectura de Archipiélago Gulag, “Polvo de aquellos lodos”, publicado en la revista Plural en marzo 1974, y “Gulag: entre Isaías y Job”, que apareció en las páginas de la misma revista en diciembre 1975 (5), nos permitirá precisar los acuerdos y desacuerdos entre los dos escritores, los matices y las contradicciones de un encuentro intelectual que, como señalan Krauze y Domínguez Michael, sacudió profundamente al premio Nobel mexicano.

En sus escritos sobre Solzhenitsyn, Paz expresa la gran admiración que siente por el autor ruso, llamando la atención sobre la claridad de su visión del mundo y su absoluto compromiso con la búsqueda de la verdad. Ensalza a Archipiélago Gulag por constituir “un testimonio —en el antiguo sentido de la palabra: los mártires son los testigos— del sistema represivo fundado en 1918 por los bolcheviques” (6). Señala además que “el temple del escritor, la hondura de sus sentimientos y la rectitud y entereza de su carácter despiertan espontáneamente mi admiración” (7).  Solzhenitsyn le parece un ejemplo de integridad moral cuya obra expresa una implícita censura a los innumerables escritores e intelectuales del siglo veinte que cerraron los ojos ante los crímenes cometidos en nombre de la utopía comunista. Al concluir su primer ensayo sobre Archipiélago Gulag, apunta en tono sombrío que “muy pocos entre nosotros podrían ver frente a frente a un Solyenitzin” (8). Se trata de un hombre, en resumen, de gran prestigio intelectual y moral.

La lectura de Archipiélago Gulag le permite a Paz dar una mayor profundidad a su interpretación del sistema soviético. Regresando al affaire David Rousset de casi un cuarto de siglo antes (9), Paz se enorgullece de no haber permitido que la postura de la facción dominante en ese momento del mundo intelectual francés enturbiase su visión del tema de los campos de concentración en la Unión Soviética. Al conocer el informe de Rousset, Paz entendió que era imperativo denunciar la existencia de los campos, y, con la ayuda de Elena Garro, preparó con ese propósito un texto que sería publicado por la revista argentina Sur (10). A la vez, Paz reconoce que en sus comentarios de 1951 se había equivocado al tratar de explicar por qué existían los campos de concentración en la Unión Soviética. Cuando estalló el caso Rousset, Paz estaba convencido de que los campos tenían una función económica; en 1974, después de leer a Solzhenitsyn, entiende que se había adherido a una interpretación errónea del fenómeno concentracionario soviético. El autor ruso demuestra en Archipiélago Gulag que los campos eran “una institución de terror preventivo”, cuya intención era obligar a la población entera del país a vivir “bajo la amenaza de internación (11)”. En otras palabras, la función de los campos era política y psicológica, no económica (12). El segundo error que Paz se empeña en corregir es la idea de que “los campos de concentración soviéticos eran una tacha que desfiguraba al régimen ruso pero no constituían un rasgo inherente al sistema” (13). No cabe duda de que el aspecto más significativo de la lectura que hizo el poeta mexicano del pensador ruso es el rechazo de su opinión previa en el sentido de que los campos representaban una perversión de la ideología marxista. Insiste en la necesidad de “una revisión de la herencia autoritaria del marxismo”, y afirma que este repensar de la herencia de Marx “debe ir más allá de Lenin e interrogar los orígenes hegelianos de Marx” (14). Para Paz se ha vuelto imperativo investigar la medida en que el mismo Marx fue responsable de los crímenes cometidos en su nombre por sus seguidores. El poeta mexicano quiere plantear de este modo la posibilidad de que los excesos de las revoluciones del siglo veinte fueron una consecuencia del ideario marxista, no un desvío.

Sin embargo, es precisamente en relación con este tema que surge una importante discrepancia entre Paz y Solzhenitsyn. Paz reconoce que “en el marxismo había tendencias autoritarias que venían de Hegel”, pero también señala que Marx “nunca habló de dictadura de un Partido” (15). Este fue un nuevo elemento que introdujo Lenin. Según Paz, la esencia del leninismo reside en “la concepción de un partido de revolucionarios profesionales que encarna la marcha de la historia” (16). Con esta idea se inicia el proceso que culminó en el estalinismo. Más adelante en el mismo ensayo Paz llama de nuevo la atención a la necesidad de diferenciar entre Marx y Lenin. Admite que hay rasgos autoritarios en el pensamiento de Marx, pero insiste en que “los gérmenes de libertad que se hallan en los escritos de Marx y Engels no son menos fecundos y poderosos que la dogmática herencia hegeliana” (17). El poeta continúa con su defensa de la herencia marxista, afirmando que “el proyecto socialista es esencialmente un proyecto prometeico de liberación de los hombres y los pueblos” (18). Hacia el final del ensayo, en un pasaje dedicado a establecer las diferencias entre el nazismo y el estalinismo, Paz llega incluso a resucitar la misma idea sobre la falta de relación entre estalinismo y marxismo que antes cuestionaba. “El stalinismo,” afirma contundentemente, “fue la perversión de la gran y hermosa tradición socialista” (19). Hay un evidente filo-marxismo en la postura de Paz en esta fase de su pensamiento político. La defensa de la dimensión utópica del pensamiento marxista no la abandonará hasta unos años después (20), y sirve, a mediados de los años setenta, para marcar la distancia entre Paz y Solzhenitsyn. En el pensador ruso jamás encontraremos una defensa del pensamiento de Marx como la que propone el mexicano (21).

Paz y Solzhenitsyn también tienen un desacuerdo en torno al tema de la modernidad. Paz explica que siente una afinidad con el escritor ruso porque lo considera un crítico no sólo de la Unión Soviética y del bolchevismo, “sino de la edad moderna misma” (22). Solzhenitsyn era conocido por sus denuncias de la represión en la Unión Soviética, pero también por su rechazo de las democracias liberales de Occidente. En “Polvo de aquellos lodos”, Paz se refiere a la “repugnancia” que sentía Solzhenitsyn hacia Occidente, “su racionalismo y su democracia materialista de comerciantes sin alma” (23). Desde hacía mucho tiempo, el poeta mexicano albergaba sus propias dudas sobre las sociedades occidentales. Por otro lado, en los años setenta, la defensa de los valores de la libertad y la democracia se había convertido en uno de los principales temas de sus escritos políticos. Era imposible no reconocer que estos valores florecían mucho más en las democracias de Occidente que en otras partes del mundo. En la medida en que Paz se perfilaba no sólo como un crítico sino también como un defensor de la modernidad, el poeta mexicano ocupaba una posición en el debate intelectual muy distinta a la de su colega ruso. En “Polvos de aquellos lodos”, Paz comenta que su admiración por Solzhenitsyn no implica “adhesión a su filosofía” (24), y señala que el autor de Archipiélago Gulag critica al mundo moderno “desde supuestos distintos a los míos” (25). ¿En qué se diferenciaban los supuestos de los dos escritores? Un acercamiento a la visión que tenía Paz del movimiento disidente ruso nos brinda una respuesta a esta pregunta. Además de Solzhenitsyn, algunos de los líderes entre los disidentes eran Roy Medvedev, quien criticó al sistema soviético desde una perspectiva marxista, y Andrei Sájarov, cuyo rechazo del régimen comunista emanaba de una postura ligada al liberalismo occidental. Sin duda, el disidente ruso del cual Paz se sentía más cercano fue Sájarov (26). En resumen, la identificación de Paz con la tradición liberal lo distanciaba de Solzhenitsyn. Paz era a la vez más marxista y más liberal que su colega ruso.

Hay otro aspecto del diálogo de Paz con Solzhenitsyn que revela la complejidad del pensamiento del poeta mexicano en esta época. Como hemos visto, Paz era más liberal que Solzhenitsyn. Al mismo tiempo, expresó cierta simpatía por la perspectiva nacionalista y anti-occidental del escritor ruso. Paz siempre insistió en la importancia de las culturas locales y las tradiciones en el mundo social y político. ¿Pero qué hacer si la cultura y la tradición entraban en contradicción con los principios de la libertad y la democracia? Este es el dilema que se presenta cuando Paz y Solzhenitsyn se unen en la defensa de la unicidad de las tradiciones culturales de sus respectivas naciones. Paz apunta que el escritor ruso aceptaría un régimen no-democrático en su país, a condición de que este régimen no estuviera en conflicto con “la imagen que se hizo el pensamiento tradicional del soberano cristiano, temeroso de Dios y amante de sus súbditos” (27). Paz piensa que en este punto Solzhenitsyn ofrece “una visión más bien realista y honda de su patria” (28). Y alienta a sus compatriotas hispanoamericanos a que enfrenten su mundo con la misma “sobriedad” que el escritor ruso (29). Paz nos recuerda que la tradición hispánica y la rusa tienen un importante elemento en común: “Ni ellos ni nosotros tenemos una tradición crítica porque ni ellos ni nosotros tuvimos realmente algo que se pueda comparar a la Ilustración y al movimiento intelectual del siglo XVIII en Europa” (30). Cómo enfrentarse a la ausencia de la Ilustración en Hispanoamérica fue una preocupación perenne de Paz. A veces su respuesta fue la de encarnar el mayor número de dimensiones de la Ilustración en su propia persona. En “Polvos de aquellos lodos” señala un camino distinto, uno que implicaba, algo sorprendentemente, un distanciamiento con respecto a los valores de la Ilustración.

Su lectura de Solzhenitsyn lleva a Paz a pedir “un pensamiento político propio” para Hispanoamérica (31). Es necesario subrayar que la defensa que ofrece Paz en este ensayo de un pensamiento político que surja de las circunstancias concretas de Hispanoamérica no desemboca en un apoyo a favor de un sistema liberal y democrático. Al contrario, Paz sugiere en un pasaje poco comentado de “Polvo de aquellos lodos” que la democracia tal como se entiende y se practica en Occidente tal vez no sea el mejor sistema político para Hispanoamérica, y aporta dos razones para justificar su escepticismo con respecto a la democracia. En primer lugar, alega que la democracia ha fracasado en su lugar de origen. De acuerdo con Paz, “el fracaso de las instituciones democráticas, en sus dos versiones modernas: la anglo-sajona y la francesa, nos debería impulsar a pensar por nuestra cuenta y sin los anteojos de la ideología de moda” (32). El segundo problema es que las instituciones democráticas de los países occidentales no necesariamente pueden ser exportadas a otras partes del mundo. Según Paz, las instituciones políticas deben armonizar con las condiciones del país donde se implementan, cosa que no siempre ha sucedido en Hispanoamérica. En otras palabras, es posible que la democracia como sistema político se encuentre fuera de lugar en el continente hispanoamericano. En su primer ensayo sobre Solzhenitsyn, el poeta mexicano aparece no como un defensor de la democracia, sino como su crítico.

Repasemos con cuidado los argumentos de Paz en contra de la democracia. Sin duda, su crítica de la democracia occidental resulta sorprendente a la luz de su fama como paladín de la democracia, sobre todo a partir de los años setenta. Sin embargo, es imposible no reconocer que en sus escritos sobre Solzhenitsyn Paz adopta una postura en contra de la democracia, o al menos, en contra de lo que podríamos llamar la democracia realmente existente. En “Gulag: entre Isaías y Job”, arguye que la mayor amenaza a la que se enfrentan las sociedades occidentales en este momento es el giro de la sociedad burguesa hacia “el totalitarismo burocrático” (33). Paz cree que tanto en el Este como en el Oeste se observa el mismo proceso de burocratización (que Paz repetidamente asocia con el totalitarismo). En el fondo, las naciones del mundo comunista y las democracias occidentales no son tan diferentes: ambos bloques forman parte del nuevo fenómeno de la civilización industrial (34). Y es precisamente la civilización industrial que porta en su interior los gérmenes del totalitarismo. Para Paz el estado burocrático es el gran mal del mundo contemporáneo; es un mal que se expande a ambos lados de la Cortina de Hierro. Contemplando la situación en Occidente, Paz observa el proceso de burocratización en el poder que acumulan “las grandes empresas transnacionales y otras instituciones que son parte de las democracias de Occidente, como la CIA” (35). Ahora bien, si Paz rechaza a la Unión Soviética pero también expresa su repudio hacia las democracias capitalistas, ¿cuál sería la posible alternativa a estas dos opciones en bancarrota? Al llegar a este punto en “Gulag: entre Isaías y Job”, Paz se limita a subrayar la necesidad de buscar nuevas rutas para el futuro. “Si la libertad ha de sobrevivir el Estado burocrático”, comenta, “debe encontrar una alternativa distinta a la que ofrecen las democracias capitalistas” (36). En este texto, Paz parece no reconocer una diferencia entre los dos contendientes en la Guerra Fría (37).

¿Y qué podemos decir del segundo argumento que propone Paz en contra de la democracia? Aquí, el problema pareciera ser no tanto el fracaso de la democracia occidental en Europa y Estados Unidos como la inaplicabilidad de sus principios en Hispanoamérica. La imposibilidad de introducir la democracia en Hispanoamérica tendría que ver con la incompatibilidad entre los principios liberales y las tradiciones del continente. Sabemos que el conflicto entre tradición y modernidad en México fue una de las preocupaciones más constantes del poeta. También sabemos que Paz abogó tanto por la modernidad como por la tradición. Pero, ¿qué hacer si en la tradición cultural del país descubrimos elementos nocivos? Paz tenía una conciencia muy clara de que esto podría ocurrir. En “Polvos de aquellos lodos” el poeta mexicano afirma que no es un adorador del pasado. “No siento nostalgia alguna”, afirma Paz, “por el Tlatoani o por el Virrey, por la Culebra Hembra o por el Gran Inquisidor; tampoco por su Alteza Serenísima, por el Héroe de la Paz o por el Jefe Máximo de la Revolución” (38). En otras palabras, Paz no siente ninguna parcialidad por la tradición autoritaria de su continente. Pero al mismo tiempo subraya que los hispanoamericanos no deben negar o reprimir su pasado: “Esos nombres grotescos o temibles designan unas realidades y esas realidades son más reales que nuestros códigos” (39). Sonando mucho más como un José Martí que un, digamos, Enrique Krauze, Paz afirma que las tradiciones culturales y políticas autóctonas tienen mayor peso en la sociedad que las ideas e instituciones importadas de otros países. Recordemos que Paz inicia esta digresión en su ensayo aludiendo al hecho que Solzhenitsyn estaría a favor de un régimen no-democrático en su país, a condición de que ese régimen fuera leal a las tradiciones del país. ¿Quiere esto decir que Paz también estaría dispuesto a apoyar a un régimen no-democrático mientras cumpliese con los requisitos mencionados? No lo dice explícitamente, pero tampoco rechaza la idea.

Su lectura de Solzhenitsyn lleva a Paz a reflexionar sobre otros temas, además de la definición histórica de la Unión Soviética. Hemos visto que el poeta mexicano discrepó con el pensador ruso en torno al marxismo, filosofía política sobre la cual Paz sostenía en este momento de su carrera una opinión más favorable que Solzhenitsyn. La reacción de Paz a la crítica dirigida por Solzhenitsyn a las democracias occidentales fue mixta. Aunque Paz simpatizaba con la denuncia de Solzhenitsyn al materialismo y la falta de espiritualidad de Occidente, a la vez tenía una visión más liberal, menos religiosa de la sociedad. En cuanto al tema de la identidad nacional, hubo una convergencia entre los dos autores. Ambos consideraban que era esencial tomar en cuenta a la nación y sus tradiciones para entender y orientarse debidamente en el mundo en que vivían. Pero es precisamente en torno al tema del nacionalismo que se produce una nueva división entre ellos. Hacia el final de “Gulag: entre Isaías y Job”, Paz critica a Solzhenitsyn por pasar por alto uno de los fenómenos más significativos del mundo contemporáneo: la aparición en el panorama global de los países del Tercer Mundo. El autor ruso interpreta la política mundial exclusivamente en términos del conflicto entre el bloque comunista y el bloque democrático y capitalista. Lo que no ve, según Paz, es que “el siglo de la desintegración y la liquidación del sistema imperial europeo ha sido también el del renacimiento de los viejos países asiáticos, como China, y el del nacimiento de jóvenes naciones en África y en otras partes del mundo” (40). Paz piensa que cierta arrogancia del escritor ruso le impide reconocer “los sufrimientos de los pueblos humillados y sometidos por Occidente” (41). También lo lleva a malinterpretar la guerra de Vietnam, que Solzhenitsyn concibe como el resultado de la rivalidad entre los imperios, y no como una guerra de liberación nacional, como propondría Paz (42). Parecería que el nacionalismo ruso de Solzhenistyn le habría impedido reconocer la realidad del nacionalismo tercermundista (43).

Al observar la trayectoria intelectual de Paz en los años posteriores a su regreso a México en 1971, sus adversarios izquierdistas se enfocaron en la persistencia y el fervor de los ataques de Paz en contra de la Unión Soviética y sus aliados ideológicos y no tardaron en tacharlo de reaccionario (44). Los aliados de Paz, entretanto, han puesto el énfasis en su defensa de la democracia. Ven a un hombre que hizo una contribución importantísima a la revaloración de la democracia en México en los años ochenta y noventa. La imagen del Paz demócrata me parece mucho más acertada que la del Paz reaccionario. Y sin embargo, no es fácil trazar su itinerario ideológico pues reaccionaba de forma variable y matizada a una diversidad de factores políticos y culturales.

Me parece claro que, a mediados de los años setenta, Paz se mantenía mucho más cerca de la izquierda política de lo que suele reconocerse. Sus reservas en cuanto a ciertos aspectos del pensamiento marxista no le impidieron alabar otros. Su denuncia de la Unión Soviética no lo ubicaba plenamente y sin ninguna ambigüedad en el campo occidental. Al contrario, Paz mantuvo una postura fuertemente crítica hacia el imperialismo de Estados Unidos y siguió lamentando la pobreza espiritual que reinaba en las sociedades de Occidente. Por último, su crítica a la tradición autoritaria en Hispanoamérica no lo convirtió en un escéptico de todas las revoluciones en el Tercer Mundo. En esta fase de su carrera, Paz seguía expresando su simpatía por las luchas de liberación nacional en las naciones colonizadas por Occidente, aún si esa lucha, como hemos visto, era liderada por comunistas, como en el caso de Vietnam (45).


Referencias

1 Para una historia (parcial) de los debates provocados por la publicación de Archipiélago Gulag, véase Elisa Kriza, Alexander Solzhenitsyn: Cold War Icon, Gulag Author, Russian Nationalist? A Study of the Western Reception of his Literary Writings, Historical Interpretations, and Political Ideas, Stuttgart, Ibidem, 2014, pp. 109-188. Kriza estudia la recepción de la obra de Solzhenitsyn en Alemania Occidental, Gran Bretaña y Estados Unidos.

2 Véase el resumen que ofrece Enrique Krauze de la lectura que hizo Paz de Archipiélago Gulag en Krauze, Redentores: Ideas y poder en América Latina, México, Random House Mondadori, 2011, pp. 247-250. Krauze emplea la palabra “parteaguas” en Rafael Tovar y de Teresa et al., Octavio Paz, 1914-2014: Memorias de un homenaje, México, Conaculta, 2014, p. 46.

3 Christopher Domínguez Michael, Octavio Paz en su siglo, México, Aguilar, 2014, p. 404.

4 Ibid., p. 406.

5 Ambos ensayos fueron recopilados en Octavio Paz, El ogro filantrópico: Historia y política, 1971-1978, México, Joaquín Mortiz, 1979.

6 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, El ogro filantrópico, p. 248.

7 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 247.

8 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 261.

9 David Rousset fue un sobreviviente de los campos de concentración nazis quien en un artículo publicado en París en noviembre 1949 llamó la atención a la existencia de una inmensa red de campos de trabajo forzado en la Unión Soviética. Gran parte de la izquierda francesa optó por denunciar no a la Unión Soviética, sino a Rousset. Para un repaso del llamado “affaire Rousset”, véase Tony Judt, Past Imperfect: French Intellectuals, 1944-1956, Berkeley, University of California Press, 1992, pp. 113-15.

10 Véase Octavio Paz, “David Rousset y los campos de concentración soviéticos”, Sur 197, marzo 1951, pp. 48-76. Este texto incluye documentos relacionados con el caso Rousset, así como un comentario extenso de Paz. Aunque no aparece el nombre de Elena Garro, el mismo Paz reconocería posteriormente que la que en ese momento era su esposa le había ayudado a preparar el artículo para Sur. Véase Octavio Paz, Itinerario, México: Fondo de Cultura Económica, p. 97.

11 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, pp. 243-44.

12 Aunque Solzhenitsyn se enfoca más en describir que en explicar el surgimiento de un vasto sistema de campos de concentración en la Unión Soviética, no es de sorprender que Paz haya llegado a esta conclusión sobre la función de los campos después de su lectura de Archipiélago Gulag. Lo que no queda claro, sin embargo, es por qué las dos interpretaciones han de verse como mutuamente excluyentes. ¿Por qué no asumir que los campos cumplían funciones tanto económicas como políticas? La idea de la multifuncionalidad de los campos se explora en algunos de los estudios más recientes sobre el tema. Véase, por ejemplo, las reflexiones de Michael David-Fox sobre “the interconnection of multiple functions” [la interconexión de múltiples funciones] dentro del Gulag, en Michael David-Fox, “Introduction: From Bounded to Juxtapositional—New Histories of the Gulag”, The Soviet Gulag: Evidence, Interpretation, and Comparison, ed. Michael David-Fox, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2016, pp. 13-14.

13 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 242.

14 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 245.

15 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 252.

16 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 252.

17 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 259.

18 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 259.

19 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 260.

20 En Tiempo nublado, Paz propondrá que el espíritu utópico en sí es responsable de las catástrofes políticas provocadas por los regímenes comunistas del siglo veinte. Afirma que el error ha sido pedirle a “la revolución lo que los antiguos pedían a las religiones: salvación, paraíso”. En este texto encontramos un diagnóstico mucho más preciso—y devastador—del error del marxismo en comparación con el que Paz ofrece en sus escritos de mediados de los años setenta. Véase Octavio Paz, Tiempo nublado, Barcelona, Seix Barral,  p. 27.

21 En Archipiélago Gulag los principales responsables de los horrores de los campos de concentración son Lenin y Stalin. Sin embargo, al tratar de explicar por qué tantas personas colaboraron en la vasta empresa de persecución que surgió después de la Revolución de 1917, y por qué la represión comunista produjo un número tan alto de víctimas, Solzhenitsyn culpa a un fenómeno mucho más abarcador, que es la ideología en sí. No cabe duda que la crítica a la ideología implica una crítica al marxismo. Véase Aleksandr I. Solzhenitsyn, The Gulag Archipelago, 1918-1956: An Experiment in Literary Investigation I-II, traducción de Thomas P. Whitney, Nueva York, Harper & Row, 1974, p. 174.

22 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 248.

23 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 247.

24 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 247.

25 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 248.

26 En Plural, la revista mensual que Paz dirigió de 1971 a 1976, las actividades de Sájarov fueron cubiertas con cierta frecuencia, y siempre con simpatía. Véanse I.F. Stone, “La campaña de Sájarov”, Plural 26, noviembre 1973, pp. 16-18; Laurent Schwartz, “La lucha de Sájarov”, Plural 45, junio 1975, pp. 15-18; Anónimo, “Andrei Sájarov: Premio Nobel de Paz”, Plural 50, noviembre 1975, pp. 91-92. En Plural también aparecieron dos artículos de Roy Medvedev sobre Archipiélago Gulag. En ambos textos, Medvedev alaba a Solzhenitsyn, a la vez que expresa su desacuerdo con algunas de sus posiciones, entre otras la negativa de Solzhenitsyn a reconocer las diferencias entre Lenin y Stalin. En sus textos sobre Solzhenitsyn, Medvedev reafirma su lealtad a la ideología marxista. Véanse Roy Medvedev, “Sobre Archipiélago Gulag”, Plural 30, marzo 1974, pp. 8-11, y “El Gulag 2 de Solyenitsin”, Plural 58, julio 1976, pp. 76-80. Por otro lado, en Plural también se publicó un ensayo muy crítico de I.F. Stone sobre el estudio de Medvedev del estalinismo, publicado en una versión en inglés en 1972 bajo el título Let History Judge. La principal queja de Stone es que Medvedev se niega a reconocer que los gérmenes del estalinismo se encuentran en el leninismo y quizás incluso en el marxismo. Véase I.F. Stone, “¿Puede cambiar Rusia?”, Plural 7, abril 1972, p. 35.

27 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

28 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

29 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

30 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 254.

31 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

32 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

33 Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, El ogro filantrópico, p. 265.

34 Como señala Domínguez Michael, Paz tomó la idea de “una sola sociedad industrial dividida en dos bloques políticos” de Raymond Aron. Véase Domínguez Michael, Octavio Paz en su siglo, p. 3

35 Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 266.

36 Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 266.

37 Para una interpretación del pensamiento político de Paz que enfatiza su militancia pro-occidental en la Guerra Fría, véase Salvador Vázquez Vallejo, El pensamiento internacional de Octavio Paz, México, Miguel Ángel Porrúa, 2006.

38  Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

39 Paz, “Polvos de aquellos lodos”, p. 255.

40  Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 267.

41  Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 267.

42  Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 268.

43 Paz combina su defensa de las luchas de liberación de los pueblos sometidos por Occidente con una denuncia del régimen de Vietnam del Norte al que califica, siguiendo al periodista e historiador francés Jean Lacouture, como “el más stalinista del mundo comunista”. Véase Paz, “Gulag: entre Isaías y Job”, p. 268.

44 El uso de la palabra “reaccionario” para definir la postura política de Paz es muy frecuente entre los comentaristas de izquierda. Veamos un ejemplo que pertenece al periodo que estamos estudiando. En su libro, Los intelectuales en México, E. Suárez-Iñiguez informa que en una entrevista publicada en Excélsior en agosto 1972 Paz critica a Fidel Castro por ser un típico caudillo hispanoamericano. Suárez-Iñiguez también menciona que a pesar de su evaluación negativa de Fidel, Paz considera que es esencial defender a la Revolución cubana de sus enemigos. Y sin embargo el crítico concluye que “el anti-estalinismo de Paz es nada más que el disfraz de su anti-marxismo y su anti-socialismo. El gran poeta pone su visión lúcida al servicio del pensamiento reaccionario”. Resulta extraordinario que lo que aparenta ser una defensa de la Revolución cubana provoca la acusación de ser “reaccionario”. La posibilidad de que se pueda criticar los regímenes totalitarios desde una perspectiva izquierdista simplemente no se le ocurre a Suárez-Iñiguez. Véase E. Suárez-Iñiguez, Los intelectuales en México, México, Ediciones El Caballito, 1980, p. 223.

45 John King documenta que en ocasiones Paz no decía exactamente lo que pensaba sobre ciertos temas de la actualidad política, en parte debido a las posturas de otros miembros del grupo de escritores e intelectuales reunidos en torno a la revista Plural. Esto se refleja en la cautela con la que la revista en sus primeros años de publicación se acercaba al tema de Cuba, pero también en el rechazo de otros miembros de la revista a la idea de Paz de organizar una encuesta entre escritores e intelectuales hispanoamericanos sobre el sistema represivo soviético. A pesar de la insistencia de Paz, la encuesta nunca se realizó. King señala que para Kazuya Sakai, uno de los redactores de la revista, la encuesta constituiría una provocación innecesaria. El episodio demuestra que las circunstancias a veces obligaban a Paz a evitar el enfrentamiento directo con la izquierda. Véase John King, The Role of Mexico’s “Plural” in Latin American Literary and Political Culture: From Tlatelolco to the “Philanthropic Ogre”, Nueva York, Palgrave MacMillan, 2007, pp. 93-96.


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