Por GABRIEL GASAVE
«Si los bienes y servicios no pueden cruzar las fronteras, las cruzarán los ejércitos»
Frédéric Bastiat
Quienes anhelen comprender los beneficios que la vida en libertad trae para la felicidad y prosperidad de los pueblos, tendrán en Frédéric Bastiat (1801-1850) un aliado insuperable. Escribir sobre su obra superaría bastamente los límites de esta columna, por lo que intentaré sintetizar las ideas de este pensador francés y compartir con ustedes algunos de sus aportes más brillantes.
Estudioso de las obras de Adam Smith y otros economistas clásicos, dedicó parte de su breve existencia al periodismo y la política, y aunque no llegó a conocer los aportes de la Escuela Austriaca de Economía, se percató de que era menester del buen economista entender el comportamiento de los seres humanos antes que pergeñar teorías inspiradas en las ciencias naturales desde una torre de marfil. Ese humanismo en su análisis económico estuvo presente desde su primera publicación en 1844, La influencia de los aranceles franceses e ingleses en el porvenir de ambos pueblos, para el Journal des Economistes, tan solo seis años antes de su fallecimiento. A partir de allí, sus ensayos sobre el libre mercado aportan, con una terminología muy simple y franca, herramientas intelectuales formidables a la hora de demoler argumentos proteccionistas aun hoy a más de ciento setenta años de publicados.
Sus trabajos Armonías económicas, Sofismas económicos y Ensayos de política económica incorporan gran parte de su extensa producción. Sofismas económicos, un compendio de gran parte de sus artículos cortos, resulta una lectura imprescindible para quien aspire a convertirse en un juicioso economista. Armonías económicas intenta demostrar que, en una sociedad, cada individuo puede perfectamente alcanzar aquellos intereses que estima legítimamente deseables en total armonía con idéntico propósito de sus semejantes en un clima de libertad y responsabilidad individual y que la coerción gubernamental en un intento por conciliar artificialmente esos objetivos supuestamente contrapuestos, tan solo generaría desdicha y despilfarro de recursos.
La Petición de los fabricantes de velas a los señores diputados es un muy difundido discurso de su autoría. El mismo refleja perfectamente el modo en que Bastiat intentó siempre, por el lado de lo absurdo, enseñarnos lo ridículas que son las medidas intervencionistas en general, y en particular las tendientes a “protegernos’ del ingreso de bienes y servicios extranjeros. La insensatez de restringir mediante la fuerza el uso de la luz solar, obligando por el ejemplo a mantener las ventanas cerradas durante el día, a fin de que aquellos que producen velas no se vean perjudicados por tan desleal competencia, es el tema de este eventual reclamo a los miembros de la Asamblea.
Lo que se ve y lo que no se ve es un ensayo en el que Bastiat explica que todas las medidas que se toman en materia económica generan efectos. Algunos de esos efectos se ven, pues tienen lugar en el mismísimo instante en que la medida es implementada. Otros efectos sencillamente no se ven, y al igual que un boomerang que regresa, sus consecuencias serán percibidas recién con posterioridad. Según este autor, el contraste entre un economista malo y uno bueno consiste en que el primero se queda con aquello que se ve, en tanto que el segundo contempla también lo que acontecerá en el largo plazo, incluso mucho después de la implementación de la medida original. Recurre Bastiat al ejemplo de la vidriera rota, fabuloso relato para refutar una y otra vez a aquellos que aun hoy siguen sosteniendo que, por ejemplo, las catástrofes tienen su lado positivo al dar lugar a toda una reactivación económica cuando se incurra en gastos tendientes a solucionar los daños que ocasionó.
Entre otras de sus obras encontramos el libro Acerca de la competencia en el que encara el tema de lo que hoy día denominaríamos monopolios artificiales; el ensayo El productor y el consumidor; su escrito Teoría y práctica con el que nos demuestra que en definitiva no hay nada más práctico que una buena teoría y el ensayo intitulado La balanza comercial en el que analiza esta suerte de síndrome mercantilista que, desde hace siglos, parece dominar el comercio internacional.
No puedo cerrar esta columna sin mencionar su trabajo de 1850, quizás el más conocido de toda su enorme producción, La Ley. Para Bastiat, la ley debe tener como fin supremo la protección de los derechos individuales, resultando envilecida cuando permite que alguien viva a expensas de los demás, en sus palabras cuando “… la ley quita a alguno lo que le pertenece para dar a otros lo que no les pertenece”. Eso es lo que denomina la expoliación legal, la más perniciosa de todas según el autor, enfoque basado en el derecho natural y muy lejos del positivismo jurídico que se imparte actualmente en las escuelas de leyes de todo el mundo.
Como alguien que se ha dedicado siempre a difundir el ideario de la libertad, Bastiat ha sido para mí un compañero de ruta sin parangón. Sus ejemplos, su ironía y la sencillez de sus argumentos lo hacen único a la hora de ayudarnos a lidiar con nuestros ocasionales rivales colectivistas. Leerlo y difundirlo no es solo una manera de rendirle un merecido tributo, sino una forma de ayudar a nuestra supervivencia.
Santé, mon ami Frederick!
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