Papel Literario

Fragmentos de Cautivas, de Susana Rotker

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Por TUNUNA MERCADO

Es muy emocionante estar aquí hablando de Susana, se me hace cuento, no puede ser que ya no esté. Yo tampoco tenía una definición del tiempo que hace desde que murió. Incluso acá hay una frase de Tomás, increíble. Dice lo siguiente:

“Cada palabra le pertenece, y las veces en que creí necesario mover una coma de lugar me sentí intruso e irreverente. Al releerlos, se advierte cuánto rigor hay en cada línea y cuánta pasión, cuánta riqueza se han perdido con su muerte”.

Yo la conocí a Susana a través de Tomás, por supuesto, tuvimos largos períodos de convivencia, tanto en los Estados Unidos, en Rutgers, como en México. Ellos venían a mi casa, con Solanita, y verdaderamente hacíamos una vida muy familiar y muy cerca de los trabajos de Tomás. Ahora Noé va a contar cuando Tomás estaba haciendo Santa Evita, y nos mostraba y comentaba sobre el original. La relación con Tomás viene desde muchísimo antes, yo creo que desde los años 70, o antes, yo fui compañera de él en el diario La Opinión también. Durante el tiempo que nosotros vivimos en Europa, Tomás apareció muchas veces a vernos. Era como un hermano mayor, como un padre, y siempre muy pródigo, muy generoso en su apoyo. La verdad que estoy muy agradecida por todo lo que me dio, y también lo que me dio fue a Susana. La verdad es que tuve con ellos una relación muy profunda, muy afectuosa. Ahora recuerdo haber visto este hermoso libro de las Cautivas del cual voy a leer unos fragmentos:

“Cautivas, desaparecidos sobrevivientes o víctimas de distintos actos de violencia a lo largo de la historia humana: retazos de memoria, pacto de silencio, vastas e injustas soledades históricas. La memoria no es solo el gesto de recuperar relatos o representaciones, sino una acción con profundas implicaciones políticas y culturales. Tanto es así que el silencio que oculta o borronea a las cautivas argentinas no se revela en la falta de información propiamente dicha, puesto que quien se ponga a buscar datos, datos encontrará, aunque la tarea lleve años: la bibliografía que acompaña este libro es prueba palpable de ello. Pero la existencia de datos no significa que el silencio no exista, ya que esos datos no han accedido a la memoria colectiva. La enorme mayoría de materiales son de muy difícil acceso y hay que rastrearlos en bibliotecas especializadas, en los anaqueles de algunos estudiosos, en borrosas fotocopias pasadas de mano en mano; otros están allí y siempre estuvieron, como es el caso de los cuadros que cuelgan en los museos o las imágenes que ilustraban, por ejemplo, La cautiva de Esteban Echeverría”.

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Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina trata de entender la fundación de un país discursivamente blanco revisando el macro-relato o conjunto de imágenes/textos que definen esa fundación, al menos en el ámbito cultural, durante el siglo XIX. Es un estudio sobre las poéticas de la memoria o sobre los pactos de silencio: cómo se construye una versión de la identidad, mientras se acalla a los indios, a los negros, a las cautivas. Ahora bien, ¿por qué las cautivas? Quizá porque ellas encarnan un terror obsesivo que me ha perseguido siempre: la soledad de las personas que, presas de acontecimientos que no controlan, de pronto se ven del otro lado y ya no pueden regresar, porque los suyos no les perdonan haber estado allí. Asocio imágenes, casi inconscientemente, y siempre tienen que ver con una mujer: la protagonista de Hiroshima Mon Amour, atrozmente humillada y con el cabello trasquilado por haber sido amante de un soldado alemán; una mujer a la que nunca conocí y que fue quemada en la noche por algún desconocido en un barrio de la ciudad de Maracaibo, sin que ningún vecino reaccionara ante los espantosos gritos nocturnos; la fotografía de mi madre durante la Segunda Guerra Mundial, con el pelo teñido de un rubio muy claro y una expresión de distancia en la cara, como queriendo adoptar una identidad desenfadada y seguramente no judía; yo misma treinta años después, vestida con las ropas de mi madre y recorriendo Auschwitz, con el repentino terror de que el tiempo revirtiera y me quedara atrapada dentro del campo de concentración”.

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“El silencio ha tenido consecuencias asombrosas para toda forma de heterogeneidad en la Argentina: a los indios, exterminados, no se les concedió ni siquiera el mito de los orígenes y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia de España. A los negros se los fue eclipsando lentamente y por completo, mediante una política de blanqueamiento aún más exitosa que las guerras de exterminio. Luego de la Conquista del Desierto comandada por el general Julio A. Roca, se inició una política tan vigorosa de sustitución de la población local que hacia 1914 el 30% de los habitantes había nacido en el extranjero. Los afroargentinos ‘desaparecieron’ a un ritmo asombroso: a comienzos del siglo XIX una de cada tres personas de Buenos Aires era negra, mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a menos del 2 por ciento”.

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“Desde este punto de vista, la cohabitación con el indio amenazaba la integridad de las tradiciones y de la identidad, en el sentido de que el indio, como todo enemigo durante el siglo XIX, representaba justamente lo no domesticado. (…) La cautiva, entonces —y su cuerpo como metáfora del espacio social— era expresión de un sistema significante y fundador, espacio de tensiones tan profundas, que se constituyeron en uno de los tabúes del relato nacional. Tabú por el contacto racial que se desea evitar, tabú porque esta Miranda de la pampa ha atravesado una frontera cultural y comprenderla obligaría a repensar el propio proyecto de desarrollo: acercarse a ella, darle la palabra, obliga a verse a sí mismo desde el otro lado, operación inaceptable porque impondría matices en un espectro donde el bien y el mal estaban absolutamente definidos por la escritura. (…) Si el salvaje era despreciado y temido, el contacto carnal de las cautivas con él las contagiaba y las volvía a su vez potencialmente contagiosas: de acuerdo a la lógica del tabú, cualquiera que haya violado la prohibición del tabú tocándolo, se convierte a su vez en tabú”.

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“Quiere decir que, más que un enfrentamiento racial lo que se verbaliza en Argentina es un enfrentamiento político entre grupos de poder con proyectos distintos (federales/unitarios, conservadores/liberales). Por esto también el borramiento de las minorías y de los diferentes queda fuera del campo discursivo, aunque su eliminación fuera una práctica consuetudinaria. Dentro de una cultura tan polemizadora, este es uno de los quid de las desapariciones de la Historia y de la Cultura tanto de las cautivas como de los indios, los negros o de presuntos militantes políticos de oposición más adelante en la Historia. El Verbo se centra en los debates internos de los que tienen acceso al espacio público (llenándolo con sus versiones); pero la mano derecha no sabe (o no le importa) qué hace mientras la mano izquierda. La palabra solo recrea fragmentos y silencia los otros: los que se refieren a minorías y diferentes, a los pobres, a los obreros, a los inmigrantes ilegales”.

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Se ve cómo la posición de Susana era política, actual, vigente y discursivamente activa. Es decir, no era una académica que se ocupara de los sistemas, sino que estaba totalmente inmersa, tanto en la Argentina como en Venezuela.

También quería leer algunos epígrafes del sexto capítulo, muy interesantes, titulado: “Voces de la frontera. La ética de la representación: textos cautivos”:

“Cuidado que Eva tiente á Adán. Las mugeres siempre han sido instrumento de que se ha valido el comun enemigo para perdicion de muchos, á escepcion de Maria Santísima y de otras pocas más”. Fray Marcos Donati, el “Redentor de Cautivos”

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“compadre también me mando desir depalabra lo que me daba por una cautiva me daba sien pesos plata sinco camisas sinco pare de Consoillo sinco rreboso un poncho de paño un pañuelo desea un sombreo y algomas yo le pido sien pesos mas ya he Usted compadre de que estoy tan pobre Contanta familia que tengo (…)” Coronel Manuel Baigorria, durante su vida entre los indios

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“No ce olvide, lo que siempre le he encargado, una o dos indias, tengo una mui buena colocación para ellas (…) es escusado decirle a Ud. que no quiero que sean viejas.” Bernardo Lacase, intermediario de Pedro Lavase, “rico propietario de Calamuchita”

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“Los indios q’bienen aquí son bien tratados y estan alojados en una buena ramada. Si se quejan es porque quieren”. Coronel Julio A. Roca

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“Doña Angelita Lopez me escribio diciéndome que se haria cargo de alguna cautivita que no tuviera deudos, era y será si Ud. quiere colocar allí una para su hija de ella Rita, tuvo años pasados una negrita que le murió de viruela, me consta que la trataba bien (…)”. Fray Moysés Álvarez

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“(…) el teniente Coronel Cayupan está preso, dicen que su prision es motivada por un maltrato bárbaro que ha dado á una cautiva que tenia en su poder (…)”. Padre Marcos Donati

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“(…) como se que Ud. compra cautivas, la presente es para ofrecerle una en venta”. General Manuel Baigorria

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“Los indiesitos de la Escuela van mui bien ya saben la doctrina cristiana de memoria. Yo voi los sabados y les esplico alguno o algunos capítulos, que aunque sea como hablarles en griego pero algo les hade quedar (…)”. Fray Moysés Álvarez

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“Hase 11 o 12 años que me cautibaron los Yndios a una hermanita unica llamada Marta Mujica”. Selestino Mujica, desde Río Cuarto

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Hay muchísimas citas agregadas por Susana de Baigorria y de Estanislao Zeballos, quería decir que esos eran parientes míos. Ahora yo quisiera entrar en esa historia: cuando era chica decían que nosotros éramos descendientes o que Don Manuel Baigorria tenía que ver con nosotros. Efectivamente, en mi familia hay un montón de Manuel Baigorria.

Bueno, yo no lo puedo repudiar ahora porque esos señores ya no están, pero me llamó la atención que fue Susana la que me trajo esto, porque yo lo tengo medio olvidado, es decir, no hubiera estado todo el día discutiendo sobre mis parientes, mis antecesores. Pero sí era muy común en mi casa decir que un abuelo haya tenido una especie de pupilo, una persona que se ocupaba de él, tenía gente a su servicio, lo cual era totalmente común. Bueno, lo deben saber, la tradición argentina así lo quiere: las familias viejas y las familias antiguas de corte anterior, no sé si de acá de Buenos Aires, supongo que también, tenían esas costumbres “consígame una chinita para que juegue con mi hija”.

En mi casa llegó a haber un niño, mi mamá lo contrató para que jugara con mi hermano. Esas eran prácticas de una clase social, una clase provincial; y venía el chico, como si mi hermano no pudiera salir a jugar a la calle, pero ella quería que viniera uno especialmente para eso. Esas son historias de familias del interior. Noé, yo quisiera que vos te refirieras un poco sobre Susana, ya que estamos como en familia.


*Susana Rotker. Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina. Editorial los cuadernos del destierro, Argentina, 2019. El libro se presentó en diciembre de 2019, en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Buenos Aires.