Dentro del ciclo de foros que organizamos en la Universidad Metropolitana, por primera vez organizamos uno sobre la literatura de la gastronomía, que es un aspecto quizás inusitado. Los ensayistas que se dedican a historiar la gastronomía son doblemente interesantes porque la gastronomía es un hecho cultural per se, es decir, buena parte del conocimiento de la humanidad se adquiere precisamente a través de la comida –decía Arturo Uslar que conocemos mucho mejor a un alemán tomando un vaso de cerveza que leyendo algún tratado de filosofía– y no solo deben conocer la historia de la cultura sino también deben conocer la historia en sí de la gastronomía, y la forma en que están enlazadas.
El universo fantástico del ensayo gastronómico es una de las cosas más extraordinarias que se pueden hacer porque cuando uno ha leído por ejemplo a Julio Camba, a Alberto Soria, al profesor Lovera, a Germán Carrera Damas, y se da cuenta de la forma que tienen de introducirse e inmiscuirse en el universo gastronómico como reflejo del hecho cultural, reparamos que no solo disfrutamos el hecho gastronómico, sino la magnífica versión de cómo están compuestos estos ensayos.
Adicionalmente creo que este es un día de lujo para la Universidad Metropolitana porque pocas veces podemos contar con dos distinguidos invitados como son el profesor Antonio Pasquali y el profesor Alberto Soria, que son unos connaisseurs absolutos de la gastronomía. Me voy a permitir compartir parte de sus currículos para que quienes no los conozcan sepan con quiénes estamos tratando.
El profesor Antonio Pasquali es venezolano, creó el Centro Audiovisual del Ministerio de Educación en 1958 y el Instituto de Investigaciones de la Comunicación Ininco en 1974. Entre 1978 y 1989 ocupó varios cargos de la Unesco entre ellos el de sub-director general responsable del sector de la comunicación, y el de coordinador de América Latina y el Caribe. Sus obras principales son: Comunicación y cultura de masas, Comprender la comunicación, La comunicación cercenada, El orden reina, Bienvenido Global Village y Dieciocho ensayos sobre comunicación. Pero a la par de comunicólogo, el profesor Pasquali es uno de los grandes especialistas en gastronomía que existen en nuestro país.
Por otro lado, el profesor Soria es un periodista especializado en gastronomía, vinos y spirits, exredactor de la agencia France Presse y exprofesor universitario. Ha sido jurado internacional en vinos y spirits, conferencista, y director de catas de vinos, whisky, coñac, ron y aceites de oliva. Es el director de la cofradía de catadores, es columnista en El Nacional y en las revistas Caras, Producto, Dinero, Playboy y Aserca Report. Es autor de nueve libros: Los sabores del gusto, Bitácora para sibaritas, Con los codos en la mesa, El libro del whisky, Permiso para picar, Las guías ilustradas del whisky, Las cocinas de la modernidad y La cocina intercontinental en América Latina.
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ANTONIO PASQUALI
En principio, reivindico mi carácter de amateur, tiene sus ventajas. A veces hacemos cosas mejores que el mejor profesional.
Vengo a introducir este gigantesco tema en dos aspectos puntuales. El primero tiene que ver con la masa de literatura gastronómica que anda hoy por el mundo. Yo dediqué a este tema hace veintitrés años, y perdonen la referencia personal, un trabajo en el Papel Literario, y el entonces director Luis Alberto Crespo le puso un subtítulo tan perfecto que lo voy a leer: No solo de ficción y de idea vive el libro, también de comida.
Aquí hay un problema: en el mundo, hace unos veinte años, se publicaban unos mil ochocientos títulos al año de literatura gastronómica; yo no he hecho el cálculo, no me he actualizado, pero diría sin temor a equivocarme que ya debemos andar por dos mil quinientas publicaciones, lo que daría una masa de quinientas cincuenta mil recetas al año. Dentro de esa selva de literatura culinaria o gastronómica hay de todo. Hay mucho fraude; yo que colecciono cuanto libro de cacao y chocolate sale en la tierra, se los puedo decir. La historieta del theobroma cacao, que se encuentra en México, se la copian, uno tras otro, el ochenta por ciento de los autores de libros de cacao y chocolate. Para citar un ejemplo grave, puedo decirles que tengo la primera edición de La cuisine du marché de Paul Bocuse, con la que durante años sentí algo extraño, hasta que un día lo descubrí: el veinticinco por ciento de las recetas de ese libro vienen directamente de la edición mil novecientos cuarenta y ocho de la enciclopedia gastronómica Larousse y, por supuesto, su autor no es Paul Bocuse, son otros. Vale acotar que un porcentaje de esa literatura es fabricada por editores: consiguen quien les escriba el libro, que va a conversar una semanita con Bocuse, y a los quince días entrega el libro. Ahí hay de todo, Dios sabe. Yo cito, siempre como modelo imperecedero de honestidad literario-gastronómica, al gran Escoffier, que es francés. Escoffier no fue tramposo, fue un profesional de una seriedad terrible.
Critico lo que está pasando, estamos llegando casi a niveles de literatura de aeropuerto. Ni hablemos de su aspecto iconográfico, ya hoy nadie compraría un libro de esta literatura sin doscientas fotos. Ha surgido una profesión nueva: fotógrafo de alimentos, que es una especialidad que se enseña en las universidades. Noto que hay gente entendida que agarra libros locales, nuestros, de autores conocidos, y lo primero que dice es: “Qué foto tan modesta y mediocre”, porque ya los ojos son una parte muy importante. Añadamos YouTube y todo lo que vino después, que a veces es muy útil, pero todavía no sabemos cómo coleccionarlo, y llegaremos a una invasión de literatura gastronómica de todo tipo donde hay lo malo, el fraude, lo modesto, lo bueno y lo muy bueno. Pero después de hacer la crítica, y cierro este punto, yo quiero tejer el elogio de este fenómeno. Olvidémonos de lo que pasaba hace siglos; el libro de La Varenne, Le cuisinier françois de 1651, tuvo treinta y una ediciones sin cambiarle una coma, y quizás hasta cuarenta generaciones leyeron y aprendieron a cocinar con el mismo texto: El cocinero francés de La Varenne. Hoy ha cambiado todo, hoy pasamos de un libro a otro y pellizcamos de aquí, de allá y de más allá. Pero, entendiendo que a mí me ha tocado manejar el Programa de Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Unesco, la recuperación del acervo gastronómico de la humanidad por obra de editores, libreros, coleccionistas, autores, etc., es uno de los fenómenos de recuperación patrimonial más grande de nuestra época. Creo que en gastronomía y en comer se ha hecho mucho más de lo que han hecho los arqueólogos, por ejemplo. No importa que no nos detengamos en ciertos aspectos de esta literatura, lo importante es que hemos recuperado casi todo lo que existía, está ahí, tenemos el Apicius latino en todos los idiomas del mundo. Imagínense, el personaje del que les voy a hablar en la segunda y última parte de esta breve intervención, publicó su libro bajo el impacto de la recuperación en una biblioteca alemana en 1421 de la obra latina de Apicius que estaba perdida. Hoy tenemos todo a mano. Que lo usemos, no lo usemos, no importa, pero prácticamente no ha quedado manuscrito de materia culinaria que no esté publicado en algún lugar del mundo. Tenemos la base documental para salvar una gastronomía de calidad.
He sido, y seré siempre, un hombre Unesco. En la Unesco somos como sacerdotes, podemos colgar los hábitos pero seguimos rezándole a Dios por obligación del Vaticano. Si a mí me dijeran la frase: “Te vas a quedar en una isla el resto de tus días, ¿qué te llevas a la isla en comida, principios, libros?” yo no me llevaría aquella frase de los estatutos de la Unesco que habla de comunicaciones, y yo soy un hombre de comunicaciones, sino que me llevaría aquella frase del poeta norteamericano Archibald MacLeish, que fue el autor de los estatutos de la Unesco, que dice que es deber de la humanidad salvaguardar la fecunda diversidad de las culturas. La diversidad es fecunda, la falta de diversidad es estéril. Yo sí me llevaría este principio, y es un principio que yo defiendo a capa y espada. Tenemos que salvar todo lo que se pueda; todos los procesos de salvamento de la comida criolla, bienvenidos sean. Yo no apruebo el pabellón criollo metido en un cilindro bellísimo, con las caraotas abajo y las tajadas de plato, pero no importa, que lo hagan, la cuestión es conservar y dejar memoria para el futuro de cómo se hacía un buen pabellón. En este sentido, le doy la bienvenida a este océano de libros de gastronomía que ha invadido al mundo, porque dentro de sus afanes comerciales y de otra naturaleza, hay un proceso de conservación del patrimonio de la humanidad.
Segunda y última parte. Deseo concluir refiriéndome al patriarca de todo lo que estamos hablando, un señor, Bartolomeo Sacchi, llamado “El Platina” porque había nacido en una aldea llamada Piadena en el norte de Italia, que en 1474 publica el primer libro impreso de gastronomía de la historia de la humanidad. De paso, le dio al comer un calificativo eterno, imperecedero; el hombre que escribía en latín como todo buen humanista, y también escribía en griego, llamó al buen comer de honesta voluptate: el placer honesto, que es un título bellísimo al que incluso El placer de comer de Armando Scannone puede perfectamente referirse. Además añadió et bona valetudine: y del buen estado de salud, porque Bartolomeo Sacchi era un lector furibundo de cuanto libro pasara por sus manos, y se había leído toda la escuela salernitana, y una obra utilísima para conservar la salud, de Arnaldo de Villanueva, un médico celebérrimo español que murió en 1312. Fíjense ustedes la modernidad de este título: Comer bien es una voluptuosidad honesta, y está estrechamente relacionada con problemas de salud.
Bartolomeo Sacchi era lo que llamaríamos hoy un pendenciero. Formó parte de una academia humanista romana, la de Pomponio Leto, conocida porque salían de noche a hacer baraúnda, cosa indebida, emborracharse, etc. Fue protegido de un cardenal de su ciudad natal, de Mantua, y llegó un momento en que insultó al Papa de esa época que era Pablo II. Pablo II lo manda inmediatamente a poner preso, a torturar, y a pasar meses de cárcel en el Castillo de San Ángel de Roma, donde ambientaría Puccini más tarde la Tosca. Al salir, entre las obras que publica, está el De honesta voluptate. Este era un hombre que se dedicaba a la filosofía clásica, sobre todo a la historia –fue un gran historiador–, que escribía en latín, que se daba el lujo de insultar a un Papa en la década de 1450, cosa que era bastante grave, que se deja poner preso, y que de repente se le ocurre publicar una obra de gastronomía. Él me ha dado a mí la posibilidad de que teniendo una formación filosófica, esté aquí hablando de gastronomía con deleite, sin la menor vergüenza, porque me dio el buen ejemplo hace quinientos años. El hombre terminó su vida, la terminó mal, porque muere en Roma de la peste en el año 1481, pero los últimos quince años de su vida fueron muy deleitosos porque subió al solio papal en el periodo del Papa Gregorio que había sido su protector de Mantua. Lo primero que hizo el Papa Gregorio fue llamar a Bartolomeo Sacchi y nombrarlo prefecto de la Biblioteca Vaticana que era para la época la biblioteca más grande del mundo. Hoy podemos decir que el director de la biblioteca más grande del mundo escribió una obra de cocina. Es el mensaje que les quiero pasar. Ese momento fue inmortalizado por un gran pintor del renacimiento, Melozzo da Forli, y el día que ustedes visiten la Pinacoteca Vaticana, al entrar a la izquierda hay un fresco de cuatro metros por tres, muy grande, que representa al Papa Gregorio entregando a Bartolomeo Sacchi, nuestro patriarca, las llaves de la Pinacoteca Vaticana.
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ALBERTO SORIA
En Venezuela, donde hay tan buen chocolate, hay la mala idea de que el chocolate solo debemos usarlo ese día de mentira que se llama “el día de los enamorados”. Los enamorados ganarían mucho, y la cocina también, si lográramos de alguna forma que, en primer lugar, alguno de esos chocolates lo comiéramos de la mano del profesor Pasquali, y segundo, después de eso entender que la seducción es una cosa que se ejecuta y se ejerce a lo largo de todo el año, y que comer chocolate nada más el día de los enamorados es una barbaridad y una mentira, necesitamos chocolate todos los días.
En el reparto de los dioses me tocó como trabajo viajar, comer, beber y contarlo con cierta gracia, de eso vivo, ese es realmente mi trabajo. Desde hace veinte años una frase encontrada en la literatura de la gastronomía me sirve para la vida y para la profesión: “El gastrónomo es alguien que ni se siente prisionero de la tradición, ni se deja impresionar por la novedad”. Después de leerla, se la oí repetir a su autor Jean-François Richard, me quedó grabada y en las décadas siguientes me sirvió de mucho. Nunca imaginé que eso de no ser prisionero de la tradición ni dejarse impresionar por la novedad, sería una excelente recomendación en la transición del siglo XX al XXI. Creo también honestamente que les puede ser de mucha utilidad a todos ustedes. Este, el actual, es un periodo fácil para dejarse impresionar. En este periodo, algunos cocineros se comportan como estrellas de rock, las estrellas de rock enseñan a multitudes a preparar ensaladas en la televisión, y a la gente se le hace creer que el título de mejor chef del mundo existe, y que también existe el título de mejor restaurant del mundo.
Jean-François Ricard era un profesor, se reunía con sus alumnos fuera del aula en un modesto sitio de la Rue de Montpensier alrededor de un estofado. Sostenía que ese era uno de los mejores estofados de Paris. El sitio se llamaba Chez Revel, y él tomó prestado el apellido para usarlo; lo usó como seudónimo en la resistencia francesa contra los nazis, y después también lo usó para escribir y convertirse en un autor de fama. Su libro más famoso en gastronomía se llama Un festín en palabras, es un clásico y lo finalizó en 1979. Aficionado a los tratados de cocina, basándose en antiguos y nuevos relatos, escribió una historia de la sensibilidad gastronómica desde la antigüedad hasta nuestros días.
Conocí a Revel cuando visitaba con frecuencia mensual a Raymond Aron que era un filósofo, sociólogo y periodista francés, en la sala de redacción de la agencia noticiosa francesa AFP. Xavier Domingo, el periodista español quien fue mi tutor en gastronomía en la agencia, publicó después a Revel en español en la colección “Cinco sentidos” de Tusquets. Xavier, quien insistía en que lo llamaran cocinólogo y no gastrónomo es el autor de Cuando solo nos queda la comida, La mesa del buscón y El vino trago a trago. En la literatura gastronómica en español la colección “Cinco sentidos” de Tusquets es una obra muy apreciada.
La cocina, que es un lugar de identidad y de intercambio, a veces marca más que el idioma. Quien lo afirma es Massimo Montanari, director de la maestría internacional Historia y Cultura de la Alimentación, en la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Bologna. Entre otros doce libros, Montanari es autor de Historia de la alimentación, La comida como cultura y El puchero mágico. Exactamente como el lenguaje, la cocina implica y expresa la cultura de quien la practica, es depositaria de las tradiciones y de la identidad de un grupo, constituye un extraordinario vehículo de auto-representación y de comunicación, dice Montanari. Uno cree que eso es cierto, frases oídas en los pasillos de la universidad como: “comámonos un perro bien resuelto”, “vamos al McDonald’s de la Castellana”, o “te invito a un festín de sushi y rolls”, tienen claras y diferenciadas connotaciones de utilidad, representación y seducción encubierta. De su análisis yo me eximo, pero siento que sería maravilloso que entre los estudiantes se invitaran a intercambiar libros de gastronomía, y obviamente, botellas de vino y bocados elaborados por la buena.
Quien les habla cree que la literatura y la práctica, es decir, las palabras y el disfrute sensorial, son dos caminos que aún le quedan hoy por recorrer y defender a la inteligencia universitaria, para tres cosas: para resistir la homogeneización del gusto, para evitar la desaparición de las riquezas personales y regionales que cada uno hereda y para construir dentro de la locura de la prisa, de lo cotidiano, espacios para la libertad y espacios para el placer. El gusto se achica y el paladar se queda sin memoria, sin herencias, cuando se cree, por no leer, que una cocina puede resumirse en un plato o en un producto, por más emblemático que este sea. Lo plantea, además del profesor Pasquali, Dominique Fournier en sus ensayos sobre la cocina de América y los intercambios colombinos. De este autor que trabaja desde México, sostiene que la cocina es una estructura, un estado de ánimo, un conjunto de reglas, una suma de técnicas, una voluntad de afirmar la identidad cultural. La cocina de los países americanos, sostiene Fournier, es un conjunto complejo, fruto el cruce de intercambio de culturas. Negar esos intercambios en búsqueda de un excesivo nacionalismo culinario, es tentación cercana a los cultores del pensamiento único y del desarrollo endógeno.
En el mundo de la cocina, sostiene Montanari, que más aún que la palabra, la comida se presta a mediar entre culturas diferentes, a abrir para los comensales la cocina a toda suerte de invenciones, cruces e influencias, si la comida expresa la identidad y sirve también para expresar intercambios, en las carreras universitarias donde estas características de identidad e intercambio resultan vitales, no se las estudian, se enseña idiomas sin enseñar comida, diplomacia sin enseñar comida, negocios internacionales sin enseñar comida, gerencia sin comida, ciencias políticas sin comida y economía sin comida. Por eso ocurre, piensa uno, que tipos incapaces de hacer mercado quincenal y a cocinar para dos o para cuatro, se atrevan olímpicamente a decidir sobre el salario mínimo y la cesta básica.
Tengo la impresión que la literatura de la gastronomía está en deuda con los ciudadanos, especialmente con los escolares y los universitarios. Se publican, como lo acaba de documentar el profesor, muchísimos libros de recetas, como nunca antes en la historia de la literatura. Antes, se publicaban los recetarios de los apellidos correctos, recetarios de escasos grandes cocineros y los recetarios de historiadores y de académicos, pero como lo señala José Manuel Vilabella en su libro La cocina extravagante ahora las cosas han cambiado: “Hay recetarios de todo y para todo, y ningún otro mundo tiene información más puntual que el gastronómico”. Hay libros de cocina para solteros, casados, separados, viudos, recetarios ordenados por regiones, producto, perversiones, situaciones, estaciones, profesiones y estados del alma. Hay libros tan prácticos como la cocina de los melancólicos, repostería para indolentes, bizcochería para personas tímidas, pastelería para timoratos y calditos sustanciosos para los enfermos del seguro. Ya no están de moda ni los diarios íntimos de los reyes, ni los libros de memorias de los políticos, ahora lo que gusta son los secretos de la cocina de los famosos, es decir, la industria editorial ha confirmado últimamente que hay multitudes que quieren con todo detalle qué le cocinaba cuando chiquito la mamá a Jack Dorsey, el coinventor de Twitter, o cuál es el recetario secreto de Lady Gaga.
La literatura gastronómica llena un espacio importante en la vida y en las aspiraciones de la sociedad. Baudelaire, el poeta maldito, proponía que a falta de restaurantes, leamos libros de cocina. Reinterpretando a Baudelaire se podría decir que de la misma forma que pasa con la sexualidad la alimentación es inseparable de la imaginación, y por eso necesitamos literatura.
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INTERVENCIÓN DEL PÚBLICO
MODERADOR KARL KRISPIN: Hace veinticinco años cualquiera que se hubiese propuesto ser chef, y hubiese llegado a la casa de sus respectivos padres a comunicarles que decidía ser chef, probablemente lo hubiesen mandado inmediatamente al diván de un psiquiatra porque nadie en su sano juicio quería ser chef. Luego ha pasado todo lo contrario porque ahora está de moda ser chef pero como dice Anthony Bourdain es una profesión muy difícil y hay que pasar no sólo por los sudores y los fragores de la cocina, sino leerse cosas tan fascinantes pero también difíciles como la Fisiología del gusto de Brillat-Savarin. De modo que yo pregunto a los invitados ¿Cuál es el camino para alguien que quiera ser chef? Por cierto, la palabra chef se usa con equívoco porque en realidad, en rigor, chef es el jefe de una cocina y no sencillamente quien tiene el hobby de preparar algunos platillos ocasionalmente.
ANTONIO PASQUALI: Pues sinceramente no lo sé. Pudiera contestar una pregunta paralela: ¿Qué no debe hacer alguien? De eso sí estoy seguro. No debe sentirse un genio a los veintiún años porque asistió durante un par de años. Yo creo que hay que pasar cuatro años aprendiendo a cortar, a pelar perfectamente una papa con siete cortes, ni seis ni ocho, tienen que ser siete, como lo han hecho durante siglos en todas las grandes cocinas del mundo. Siete golpes y la papa debe quedar perfecta. Ese es un problema que tenemos en el país, con todo el respeto, pudiera yo ser injusto, pero hay un creerse ya genios absolutos que no conviene. Comer es una cosa terriblemente seria, es una necesidad, el hombre convirtió, como dicen los viejos refranes, una necesidad en virtud, en una obra de arte excelsa, en un hobby maravilloso, el mejor del mundo. Imagínense después de gozar preparando, además lo comemos, disfrutamos una segunda vez de lo que hemos hecho disfrutando la preparación. Hay que aprender muchísimo para después hacer lo que quieran.
ALBERTO SORIA: Me encuentro también en una situación de confusión. Con el debido respeto para todas las academias y escuelas de cocina, y con toda la mala intención, estamos observando la aparición a nivel nacional de cocinas que gradúan a chefs. Me he encontrado con los directores de esas academias y les he dicho si no les daba vergüenza tratar de formar en seis meses o en ocho a profesionales y con esa denominación. Como decía el profesor Krispin, chef significa jefe, e incluso hay un club de los clubs de los cocineros de los jefes de los cocineros de Estado. A los cocineros tenemos que llamarlos cocineros, y a los jefes de cocina tenemos que llamarlos chefs. No puede haber chefs de dieciséis y diecisiete años.
Hay toda una corriente de interés por la cocina que aplaudo, me parece fundamental para un universitario saber cocinar pues es tan importante como saber beber, saber hacer deportes, saber conquistar. Se necesita la cocina para sobrevivir. Sólo quienes no la han ejercido y quienes no han tenido los profesores adecuados, no saben la cantidad gigantesca de placer que se están perdiendo, y además de placer, salud. Me tiempla el esqueleto de saber que en los recintos universitarios las hamburguesas, las papas fritas y el perro caliente sean los ejemplos de comida cotidiana.
Debemos hacer un esfuerzo muy grande por enseñar a las nuevas generaciones que cocinar es una necesidad, es decir, no hay hombre más seductor que aquel que sabe cocinar, no hay mujer más encantadora que aquella que sabe cocinar. Además de eso, en esta ola me dicen: “usted está en contra de esta corriente” y no, no estoy en contra porque creo que al final algo va a quedar.
Auditorio Manoa, 1º de febrero de 2011
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Las razones del gusto y otros textos de la literatura gastronómica, compilado por Karl Krispin, fue publicado por la Universidad Metropolitana y Cocina y Vino, en 2014.