Por JONATAN ALZURU APONTE
Eran las cinco de la tarde y su estómago empezaba a revolcarse, pronto cruzaría los cielos rumbo a la incertidumbre. Los látigos de sol parecían no advertir el paso de las horas. Entró, con el desgano del silencio, al aeropuerto. Mientras pisaba su despedida, se petrificó contemplando aquellas paredes y aquel piso que antaño eran trampolín hacia la fiesta o la alfombra para los nuevos festejos. Pero ahora… quizás eran las magdalenas y sus olores: la búsqueda del tiempo perdido.
¡Curioso el arte! —se dijo— y como una catarata de imágenes, pensamientos, anécdotas y reflexiones engranadas con un mar picado, se agolparon en su cuerpo. ¿Cómo llegamos a este desastre? —suspiró—. No había terminado de formular la pregunta, cuando el título de un ensayo se le vino como un vómito: La cultura democrática es Cruz-Diez.
Estaba temblando. Todos sus familiares se habían ido. Estaba solo, íngrimo. Quizás su pensamiento revoloteaba para olvidar su desgarramiento. Hablaba consigo mismo, en voz baja. Policromía, eso somos. La Fisicromía es una fotografía de lo que somos, pero proyectada hacia el lugar donde deberíamos ir como pueblo. Por eso, ella nos jala hacia su lugar; recinto utópico como toda obra de arte. Aquella reflexión que le surgió de sus intestinos le gustó. La repitió una vez más para no olvidarla. Le preguntó a la señora que lo miraba de reojo cuándo saldría por fin aquel vuelo. “Señor, parece que tendremos que esperar un par de horas más; aquí todo es así, nunca se sabe cuándo es la hora de algo, porque un ratico puede ser hasta mañana o hasta más nunca”. Tenía tiempo para escribir, pensó.
Buscó un lugar tranquilo, se sentó en aquella silla descuidada, sacó la portátil, la colocó en la mesa desconsolada y escribió en automático: Fisicromía. La luz en su movimiento. No somos blancos, no somos negros. ¡Qué horror llamarnos afrodescendientes! Nacimos chupando mar, bebiendo al mundo, somos españoles, franceses, italianos, portugueses, zulúes, alemanes, ingleses, congoleses, turcos, saudí, chinos, pemones, guajiros y pare usted de contar.
La jovencita, Venezuela, nunca se sintió en estado. Tenemos nombre desde hace rato, País portátil, seguro. Somos un burdel a la orilla de un puerto, con un hotel mal construido en el centro de un pueblo minero; improvisado por supuesto. Eso sí, con una mitología de un pasado heroico; somos telenovela y bailamos el dolor con ritmo y guaguancó: “Ya las tumbas son crucifixión/Monotonía, monotonía, cruel dolor/Si sigo aquí, enloqueceré. Cuándo yo saldré, de ésta prisión/Que me tortura, me tortura mi corazón/Si sigo aquí, enloqueceré.”
Cuando transcribió aquellos versos, sintió a Maelo y sus Cachimbos en su sangre; y empezó a moverse como si el bongó y las tumbadoras le removieran la historia. Escribió: Heidelberg no tiene fustanes pá comprender cómo se fusionan ciencia, gerencia y arte en un mismo ser; menos metida a la orilla del barrio o descargando, pao pao pao pappao, ese quiebre sonoro y angelical de Trina Medina.
Cuando escribió la última frase soltó una carcajada y casi como un volcán activo revivió aquella rumba, en los cincuenta años del Aula Magna, con Trina, Canelita y Oscar D’León; pero un viento de nostalgia le fue apagando la sonrisa y se disolvió entre los móviles de Calder.
II
Doce horas y seguía sin salir. Se había quedado dormido. El salitre le derretía en sus pupilas los últimos aceites del adiós. Releyó el escrito. Se levantó. Caminó acelerado, buscando algún lugar para divisar la esencia de lo que somos, para olerla a su distancia, sentirla antes de irse… La observó de lejos y se dijo: Somos una fisicromía, somos los penetrables; dos caras de una baraja, Soto y Cruz, amistad y sonrisa, a ritmo de tonada de luna en cuarto menguante. Justo en ese instante decidió hacer una nota a los apuntes dispersos que relataban la historia de su piel razonada.
III
Alemania, país gris, prusianamente disciplinado, cuyo dios fue la razón y el sistema; los griegos del mundo contemporáneo; el Estado de verdad con ritmo clásico y violín wagneriano, produjo a Hitler y la mitología perversa de la superioridad de las razas… Tampoco fue una disfunción accidental aquel suceso; y los otros, los del primer mundo, los del norte, científica e indiscriminadamente arrasaron con Hiroshima y Nagasaki. Y para qué seguir contando que la cuna del renacimiento se inclinó ante el Duce… la deshumanización de la humanidad fue un producto cultural; magma que brotó del centro esencial del Occidente moderno.
¿Y entonces?
IV
Yo te lo he dicho, te miras con la vara europea sin comprender a tu propio cuerpo. Yo lo escribí hace mucho tiempo. Lo escribí irónicamente. ¿Recuerdas? Describía las prácticas de nuestros colegios y de las familias pudientes de Caracas como una comedia: “…viajes a Europa para olvidar su lengua y volver con crespos a la francesa, relojitos muy chiquitos con cadenitas de filigrana, andando muy ligeritos, saludando entre dientes, haciendo que no conocen a los conocidos y hablando perfectamente dos o tres lenguas extranjeras… todo para hacer honor a la familia. Si alguno estuvo en España, vuelve hablando de las calles de Madrid, y trae un criado nombrado Francisco, para llamarlo delante de las visitas, en voz alta y sacando la lengua: Francisco: cierra la puerta y tráeme los zapatos…”. Esa práctica que describía en clave de comedia tiene un fundamento ético, político y social que lo expresé de la siguiente forma: “(…) La sabiduría de Europa, indudable y la prosperidad de Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar… en América. ¿Por qué? Por la fiebre y la enfermedad de la imitación. (…) No sea que, por manía de imitar servilmente a las naciones cultas, venga a América a hacer el papel de vieja en su infancia”.
Pensar desde nosotros supone interrogar desde otros lugares, en nuestro caso, frente al espejo. En mi tiempo no existía el mundo dividido entre izquierda y derecha; esa división es un invento reciente, de tu época. Y lo que creo es que se dividen por la profesión de fe; la confesión que hace uno o el otro a la tradición de pensamiento a la que se arrodillan; aunque tengan las mismas prácticas, las mismas costumbres. Piensan distinto pero sus deseos y prácticas son iguales. Ya el dicho popular lo expresa perfectamente: “Obras son amores y no buenas razones”. En mi época la oposición era entre república y monarquía. Igualmente, se pensaba que el asunto era confesional. ¡Nada que ver! No importa tu confesión, a quien invoques o cómo manifiestas tus deseos, sino cómo lo actúas. Yo lo escribí hace mucho tiempo, el asunto reside en las costumbres. Titulé mis reflexiones Sociedades Americanas. Les hice una dedicatoria: “SE DIRIGE A los que entran en una sociedad que no conocen —a los que necesitan formar costumbres de otra especie— para vivir bajo un gobierno diferente del que tuvieron sus padres…”. Es una carta para ustedes. Te repito como un mantra, no importa la confesión ni tu tradición de pensamiento. Lo que se requiere con urgencia es que cambien las costumbres de cómo se ejerce el gobierno. Cuando digo gobierno seguro tu mirada se va, exclusivamente, a quien dirige el país. Allí reside uno de los tantos extravíos, confundes árbol con montaña. La montaña es una sumatoria de árboles, como la fisicromía. Cuando digo gobierno, es la sumatoria de gobiernos. El gobierno de ti mismo, el gobierno de tu casa, el gobierno de tu comunidad, el gobierno escolar, el gobierno universitario, el gobierno en el aula, el gobierno de la fábrica, el gobierno de la organización, el gobierno en los talleres, el gobierno de los partidos políticos, el gobierno de los medios de comunicación y, por supuesto, como condición sine que non, el gobierno de la república… el gobierno de sí y de los otros. Allí está la policromía, la sumatoria de costumbres, de hábitos, de prácticas distintas que se hacen bella como la obra de arte que te atrapó o, por el contrario, se perciben fragmentos dispersos, roturados, truncados, difusos.
En aquel entonces, se los dije, te lo dije, con las siguientes palabras: “Las costumbres que forman una educación social producen una autoridad pública, no una autoridad personal. La diferencia que más distingue la Monarquía de la República y que debe tomarse por característica es que en las monarquías, las costumbres reposan en la autoridad. En la República, la autoridad reposa en las costumbres”.
El horizonte no es el bicolor moderno que oculta la pluralidad. No es el debate de izquierda o derecha. Deja los confesionarios para los exégetas. Interroga distinto. Yo lo advertí en mi momento: “El estado de la América no es el de la Independencia, sino el de una suspensión de armas”. Sé que ahora padeces la tierra porque te sabes sin independencia y con violencia. Llamo independencia al ejercicio práctico de la autonomía que se evidencia en la creación; es un obrar permanente: el arte de vivir en comunidad. La vida en común como una obra de arte. Para hacerla hay que hacerse artista, creador. Creador de espacios como talleres de geometría variable. Para ello es imprescindible, pensar y actuar sin ataduras confesionales. No dejes que los libros piensen por ti. “Leer es resucitar ideas sepultadas en el papel: cada palabra es un epitafio: llamarlas a la vida es una especie de milagro, y para hacerlo es menester conocer los espíritus de las difuntas, o tener espíritus equivalentes que subrogarles; un cuerpo con el alma de otro, sería un disfraz de carnaval; y cuerpo sin alma, sería de cadáver”. Yo me preguntaba en aquel entonces por dónde empezar, porque era evidente que el cambio constitucional no era el camino, eso era confesión jurídica y nada más. Eso lo reflexioné a partir de nuestro fracaso. Repúblicas caídas y recaídas. La norma adquiere sentido y valor social, cuando ella se instituye como resultado de unas costumbres y no a la inversa. ¿Cómo cambiar las costumbres? Me preguntaba y empecé a experimentar allí, en el soporte social: “(…) Lo primero que hay que enseñar en la primera escuela es a convivir el blanco, el negro y el indio, a partir del trabajo…”. Del hacer en común, del fabricar en común. Pero me creyeron loco. No le hicieron caso al loco. Y lo sabes bien, vivieron fragmentados hasta mediados del siglo XX; Venezuela eran tres países como mínimo, geográfica y socialmente, desajustado en sus colores en cada uno de ellos. Rotura social y cultural es el Fracaso (mientras le hablaba recordó a Rafael Cadenas). Hay que crear la fisicromía. ¿Cuál es el reto cultural?: “Un gobierno etológico, esto es, fundado en las costumbres.”
V
Último llamado para abordar. Se despertó conmovido. Simón Rodríguez le trazaba un mapa con independencia a las tradiciones ideológicas, ese invento moderno para pensar las relaciones sociales y políticas. ¿Qué costumbres replicar, mantener, potenciar? ¿Cuáles cambiar? ¿Cuáles crear? ¿Cuáles erradicar? ¿Cómo hacerlo? Para ello, tendría que transformarse en un ecólogo de la cultura, para observar los comportamientos tanto de sí mismo como de los otros. Costumbres en los barrios, costumbres en las cárceles, costumbres en las universidades, costumbres en las redes sociales, costumbres. Recordó que en los años ochenta se instauró una buena costumbre de cómo viajar en el metro de la ciudad… quizás…
VI
Sentado en la desventura del avión, por la ventanilla observaba ese pedazo de tierra que lo constituía. Respiró profundo. Abrió el computador y anotó: ¿Cómo han cambiado nuestras costumbres? ¿A qué nos acostumbró el ilegalismo despótico hecho sistema? Petare, la Cota 905, la Universidad Central, hospitales y bañarse y la comida… sus manos temblorosas estaban adoloridas de llanto. Somos un país marginal, escribió en negritas. La frase le entró como una bala en el centro de su ser y con el crujido de su cuerpo recordó que Rodríguez decía que los locos y los niños dicen las verdades. Sonrió entonces, encorvado en su tristeza y en ese estado logró anotar sus últimas reflexiones, aquel recuerdo vivo que lo inoculaba como un torpedo.
Otro loco, desde su oscura lucidez, nos ofrendó algunas pistas, éticas y estéticas, para pensar y actuar asumiendo la condición marginal y transformar la periferia en centro, en costumbre luminosa; nos donó un manantial de sabiduría práctica para lidiar con ella y rehacerla como un mosaico de Billos, Armando Rojas Guardia, el día que ocupó el sillón W de la Academia Venezolana de la Lengua, el 31 de octubre de 2016:
“La única manera de revertir la negatividad de nuestro sentimiento de fracaso es encararlo, no reprimiéndolo, ni disfrazándolo, ni edulcorándolo con nuevas posturas épicas que nos alejan de nuestra realidad histórica truncada.
(…)
Por supuesto que se puede. Cuando asumimos conscientemente la marginalidad lo hacemos, de modo tácito e implícito, tratando de transformar esa misma marginalidad en un centro inédito”.
Y, por favor, ajustarse el cinturón que estamos próximos al aterrizaje.