Por ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZA
A lo largo de su vida ha escrito incontables textos sobre el país, artículos, ensayos breves sobre filosofía, política, cine, literatura, artes plásticas. No han sido recogidos aún, lo merecen, pero conforman una obra original
La verdad es que sí: he escrito no sé cuántos artículos, a lo mejor mil y más. Fui editorialista, alternando con Juan Liscano, crítico de cine del Papel Literario y columnista de El Nacional durante años. Hice dos lustros de crítica en Cine al día. En Tal Cual, donde escribí también años, dirigí un suplemento cultural, hice editoriales, columnas a granel. Trabajé en libros colectivos. También en cuatro o cinco semanarios de la ultraizquierda hace ya muchísimo tiempo. He escrito decenas de prólogos y catálogos. Ahora coedito un portal académico, Trópico Absoluto, con Manuel Silva-Ferrer, y escribo todos los domingos en El Nacional, básicamente sobre política.
Seguro tiene trabajos más extensos
Recuerdo ahora un ensayo de cincuenta o sesenta cuartillas para Ildis, la institución alemana, sobre el intento de Teodoro —muy incompleto— de fundar el MAS sobre la base del materialismo. También está el prólogo a las Obras Completas de Federico Riu en Monte Ávila y un breve libro sobre Marx en una colección de El Nacional para bachilleres sobre los hacedores de la modernidad, muy bella gráficamente, seguramente útil, pero no duró nada, no sé por qué. He estado en comités de revistas muy diversas, desde filosofía académica hasta pasquines subversivos.
¿Qué rasgo une a todos estos textos?
Sí, en síntesis, he escrito bastante, pero siempre corto. Ese es mi signo más permanente. No puedo pasar de unas breves cuartillas. Con decirte que fui profesor de filosofía en la UCV veinticinco años y no pude hacer sino un par de trabajos de ascenso, cosa que he lamentado hasta salarialmente, aun habiendo sido director de la Escuela. Algo parecido me pasó en la Cinemateca Nacional, la cual presidí durante un quinquenio y tenía varias publicaciones institucionales.
¿A qué se debe esta tendencia?
Creo que tiene que ver con mi ADN o mi inconsciente. Pero ya es muy tarde para enderezar el camino. Para colmo de males soy un desordenado crónico. De lo que he escrito, no he guardado, ni ordenado, sino una pequeña parte.
¿Y la poesía?
Trato de escribir poesía, pero creo que no encuentro ahora algún camino cierto. Tengo un par de poemarios publicados, Ópera prima y Salario común, pero me ha costado mucho sentirme a gusto con lo que escribo de un tiempo hacia acá.
¿Hacia dónde le lleva el impulso poético?
Pienso que es una manera de sustituir la filosofía que no pude o no quise hacer. Yo sigo reverenciando a la filosofía. Sus grandes momentos son unos de los mayores de la inteligencia humana. Se afana por contestar las grandes preguntas de la existencia y es un apoyo muy valioso a otros saberes. A la poesía la amo, pero hay mucha que detesto. Y creo que de verdad he extraviado mi voz poética, si alguna vez la tuve. Unas veces encuentro muy prosaico lo que escribo, demasiado conceptual. Otras, por el contrario, demasiado hermético, difuso. Sigo buscando mi tono, la poesía propia es difícil de juzgar. Además: temáticamente la vejez no ayuda. Tendemos a lo oscuro, a reiterar en el tema de la finitud. Y eso se ha dicho tanto, desde los inicios del género, incluso de la especie misma. A lo mejor los ríos y la mar de nuestro primer gran poeta lo dijeron casi todo en pocos versos maravillosos. Hay que buscar estímulos vitales. Insistiré. Te pediré consejos.
¿Se ha sentido tentado de escribir ensayos más personales, retrospectivos?
No, nunca. No me gusta volver la vista atrás, al pasado. Es esencialmente triste lo que fue y no volverá. En ese sentido Roland Barthes dice que vemos fotografías con una cierta nostalgia penosa. Y mientras más antiguas sean esas fotografías peor. Es eso. Y no creo que mi vida haya sido excesivamente triste, si es que eso puede medirse, pero organizar y analizar los recuerdos siempre lo hago con pesar, le huyo. “Cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor”, decía Jorge Manrique.
Pero esta entrevista se propone un retrato.
Fíjate: yo pertenezco a una familia materna oligarca. Viene de la Colonia, jamás la he rastreado, rara vez lo he comentado. Paradójicamente, no poca gente me ha dicho que soy un buen contador oral. Además, me psicoanalicé durante años. Reconozco que es curioso.
¿Puede distinguir algunas constantes en los ciclos de su vida filosófica que le permitan identificar ciertos patrones generales?
Uno pasa por varias edades, contextos vitales y sociales, lo cual se refleja en la rumiadura filosófica. Pero te diría que yo me formé en el existencialismo francés, en París, donde hice mi posgrado. Mis autores de entonces: Sartre, Camus, Merleau-Ponty…Y sus soportes: Husserl, Heidegger. Bueno, he visitado otras comarcas, pero ha permanecido sobre todo en el joven Sartre. Y si quieres una definición: te diría que tengo un pensamiento marcadamente pesimista de una época terrible, la de las guerras mundiales. Mis obras: La nausea, El ser y la nada de Sartre. El extranjero, El hombre rebelde de Camus. Y sus vecinos.
¿Cómo es su existencialismo?
Te lo resumiría diciendo que creo que el azar de la evolución no acertó con esa creatura que somos, la cual está condenada a una vida que termina en la nada y, además, lo sabemos y lo sufrimos. Es la esencia de nuestro existir. Y que sí es cierto que tenemos grandes virtudes creadoras y afectivas, podemos ser también de una crueldad y una vileza ilimitada. Pero, así como estos autores, Sartre, Camus y compañía, fueron hacia la política después de la Segunda Guerra, yo también lo hice y quedé marcado por la idea de compromiso. Ha sido absolutamente permanente.
¿Qué distingue a su generación?
Es de hacer notar que la mayoría de los artistas e intelectuales venezolanos de mi generación, sesentosos, se identificaban con la izquierda marxista y hasta con la guerrilla, pero en lo que se refería a su trabajo intelectual repudiaban lo que sostenía la internacional comunista, dogmática y arcaica.
Uno que otro militaba a favor del realismo socialista.
Prácticamente casi ningún artista lo hacía, prefería militar en las vanguardias. Y en la filosofía, a muchos nos sirvieron de soporte los existencialistas de izquierda. Otros, en cambio, fueron hacia el neopositivismo por su fiera adhesión a la cientificidad. Después de mayo del 68 hubo un rejuvenecimiento del marxismo: el joven Marx, algunos clásicos censurados, la Escuela de Frankfurt, nuevos enfoques, como el de Althusser, lo cual permitió acercamientos más frescos, pero ya comenzaba a atardecer para el marxismo.
¿Qué pensadores le han interesado recientemente?
Recientemente me he interesado por los filósofos más modestos, los que quieren un pensamiento para la cotidianidad y la felicidad posible, algo estoicos. Todo ello matiza, enriquece, pero lo más esencial está en lo que te apuntaba: creo en la metafísica existencialista y en que la ciencias humanas —el establecimiento de sus presupuestos— son imposibles sin lo más trascendente de Marx, su epistemología materialista. Y, ya te dije, que todo intelectual debe comprometerse con su tiempo. A la derecha, como Vargas Llosa. O a la izquierda, como Chomsky.
El psicoanálisis ha sido importante para usted.
Cuando comenzamos el análisis casi siempre esperamos una suerte de revelación, de iluminación, de un recomienzo total. Creo que no es así, no en mi caso. Yo diría que me liberó de un mal de amores, hizo más abierto y funcional mi trato con los demás, me dio más confianza intelectual y afectividad. Fueron cambios cuantitativos, no cualitativos. Lo esencial permanece, dice Lacan. Y además no todo viene del diván, sino de la vida. Tuve un gran analista, luego mi gran amigo, Fernando Yurman.
Usted fue amigo de Teodoro Petkoff. Uno de sus colaboradores principales. Tenían intercambios constantes. Escribieron y pensaron juntos muchos textos. Más allá de sus conocidas peripecias, ¿cuál es su aporte al país?
Ante todo fuimos muy amigos. Pasábamos la semana en el carro, porque íbamos y veníamos juntos a Tal Cual. En el trabajo estábamos cerca, a dos metros. Compartíamos hasta el ocio familiar. Intelectualmente, de verdad, infinidad de veces tocábamos piano a cuatro manos. Para el país y allende, muchas veces allende, Teodoro fue un gran político y un notable intelectual por décadas y en las más diversas circunstancias, desde la lucha armada hasta la resistencia a esta basura chavista que nos oprime. Creo que solo Betancourt puede igualarlo en el prestigio de su presencia en nuestra contemporaneidad.
¿Y después, en qué desembocó todo este movimiento?
Ahora bien, si Teodoro logró tener una voz fundamental para las clases más cultas, tanto tiempo, al menos medio siglo, ello no se tradujo en lo que más pretendía en definitiva: hacer un gran partido democrático y socialista que llegara al poder. Dije una vez que Teodoro fue un fracasado incesante en llegar a las masas y el MAS se volvió un perol sin importancia.
¿Se siguen leyendo los libros de Teodoro Petkoff?
En cuanto al teórico: sus primeros libros, los más sonados, ciertamente tuvieron un señalado impacto político. Le dieron un vuelco al comunismo nacional, lo democratizaron y se sumaron a la revisión mundial del marxismo ortodoxo y despótico. Pero yo creo que no logró teorizar esa democracia socialista, entre el comunismo y la socialdemocracia. No pudo salir del molde clásico: en síntesis hay que acabar con la burguesía. Sí practicó un muy sensato quehacer político. Progresista, claro. El mismo Teodoro terminó reconociéndose con desgano socialdemócrata. Ah, me olvidé, Teodoro, el hombre valiente, honesto, cultísimo, moral, apasionado por el cambio social, aplaudido casi mundialmente. Vargas Llosa, en un discurso, lo igualaba a André Malraux. Un verdadero paradigma para el futuro de este país destartalado y enmudecido, pisado por la banda cleptómana que lo ha destrozado.
Recuerdo un poema tuyo:
En el más lejano confín del bosque
en zona muy umbrosa
el hombre viejo
(muy pero muy viejo)
le indicó al niño
vestido de guerrero de las galaxias
donde estaba el camino de las ciudades
en aquella abigarrada espesura.
El niño lo miró con ternura y corrió jubiloso por el sendero
con su casco blanco y su espalda luminosa.
Entonces el viejo se sentó titubeante sobre una roca.
Y se evaporó.
Me parece que abre otra zona. Y en otro, sobre la risa, presiento lo mismo:
Se basta a sí misma,
rotunda y ensimismada,
su génesis y sus temas son susceptibles
del psicoanálisis,
pero éste no da cuenta de su ímpetu
animal y cósmico.
Unos pensadores, apenados por los barrancos de la condición humana, meten la cabeza en un barril. Otros optan por la risa. Usted, posiblemente, está en el segundo grupo.
Posiblemente tienes razón. Creo que el nihilismo que practico me obliga a buscar sentidos a la vida. El primer poema es un acto de alegría y angustia por un hijo menor que quiero mucho. Lo tuve demasiado viejo y quiero desearle una buena vida cuando yo desaparezca. Es un poema amoroso. Y el de la risa es, si quieres, celebrativo. Sartre dijo aquello tan repetido de que la vida es una pasión inútil. Muchos años después, apasionado por la política, le preguntaron qué pensaba de esa frase. “Sigo creyendo en ella”, dijo, “lo que pasa es que entonces se subrayó sobremanera el adjetivo inútil, también se puede enfatizar el sustantivo pasión”. El Sísifo de Camus sube la piedra a la cima de la montaña a sabiendas de que va a caer. Y la vuelve a subir, por una especie de orgullo o dignidad de ser hombre.
Insiste en la muerte de los dioses.
Los dioses fueron siempre fantasmas generados por el miedo o el deseo de poder, el hombre tiene que aprender a vivir sin ellos, en la orfandad cósmica, lo cual no impide reír, fornicar, poetizar, sufrir y morir de la mejor manera. Morir, quizás, como recomienda Montaigne, trabajando en el huerto de cada quien, ojalá que para ayudar a los otros. Esto último, en el fondo la fraternidad con el prójimo, creo que es lo que habría que muy prioritariamente recuperar en esta época de individualismo estéril e infeliz, la cual va en detrimento de todo lo colectivo. La fraternidad de los revolucionarios franceses y la generosidad de siempre debería ser la consigna. Simplemente la lívido, el amor.
¿Y el país?
Al parecer está en el infierno. Mañana no sé, ni lo sabré. Ojalá al menos pelee, parece haber olvidado ese mandato. Ni siquiera grita.
¿Y su cultura?
Su cultura no escapa a la hecatombe. Basta mirar las universidades o cualquier museo. Eso no puede sino limitar a los creadores. Bastante pasivos han sido políticamente. Como siempre con excepciones.
¿Pero por qué? ¿Qué espera de ellos?
Hay que pelear contra los vándalos, cada uno a su manera y con sus límites. La política es ante todo una voluntad, una pasión, una fe. Los “intelectuales” tienen unas cuantas armas adicionales para luchar por la dignidad de su ciudadanía.
Cuénteme sobre su estancia en la Cinemateca Nacional y en la Dirección de la Escuela de Filosofía de la UCV.
Por una parte me entusiasmó —sobre todo la Cinemateca— el saber que podía hacer, construir cosas dignas, bellas. Y pasar de la filosofía al cine era como estar de vacaciones. Fue durante el segundo gobierno de Caldera que el MAS apoyó. En la Escuela todo era más difícil.
¿Por qué?
Un ejemplo: yo propuse, en nombre de un grupo, en el Consejo de la Facultad, un cambio realmente estructural de la Facultad. Eso hacía que el Consejo durara un tiempo adicional, al ya muy largo que duraba siempre, lo cual postergaba nuestro almuerzo hasta las cuatro o cinco de la tarde. Cuando el proyecto terminó siendo un rollo inmanejable, Inocente Palacios me dijo: “Fernandito, yo tengo ya unos años en esto y me convencí de que en la universidad hay dos tipos de problemas: unos que se resuelven solos y otros que no los resuelve nadie y suelen enloquecer. El tuyo es de los segundos, así que tranquilízate y vamos a almorzar como Dios manda”. No le faltaba razón, a pesar de la hipérbole y el humor.
¿Por qué lo dice?
Son puestos bastante burocráticos. Deben ser actos de amor por la sabiduría, como la cicuta de Sócrates. Pero, en ambos casos, algo inconsciente me decía que estaba haciendo eso para no hacer lo que yo sentía era mi proyecto vital: escribir, cualquier cosa, pero escribir.
Un escritor, a secas.
Yo soy un escritor, lo mío es escribir.
¿Y lector?
Fíjate: yo no soy un gran lector, de esos lectores de verdad. Los hay obsesos, de pasarse la mitad del día leyendo. No siempre es mi caso. Fíjate qué curioso: yo me lancé al Decanato y perdí por pocos votos y algunas traiciones. Mi comando de campaña me había criticado porque solía decir muchas imprudencias en las múltiples reuniones y la competencia estaba diciendo que eso se debía a que quería perder o me sentía perdido.
¿Cómo?
Lo comenté con mi psicoanalista como una locura electoralista del adversario. Fernando Yurman solo me preguntó: “¿Usted está seguro de que no es así?”. Mucho tiempo después lo comprendí: sí, era así. Pero ojo: la universidad fue el espacio más sustancial de mi vida, un amor grande y turbulento.
Una reflexión para los ciudadanos desencantados de la política.
La antipolítica es una enfermedad. El hombre deja atrás su esencia, la de ser social, un animal político. Es el triunfo del egoísmo y el camino de la desigualdad creciente. Hoy se ha convertido en una especie de ideología generalizada: el liberalismo extremo. Es decir: cada uno a sus billetes y al consumo sin límites. Un tipo dijo una vez: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Es un llamado a la política y a la igualdad y hasta a la revolución. Es inequívoco. Hasta de inverosímil realización, pero la intención es obvia.
Otra reflexión para los que rechazan la política.
Tendrían que darse un paseo por el Petare profundo, cualquier hospital de niños y una cárcel, pero que no sea la de Tocorón, preferiblemente después de la mañana en el club y del almuerzo en el restorán francés. A lo mejor el contraste tiene algún efecto. Es bastante quimérico, pero no se me ocurre otro en este momento.
¿Le parece todavía operativa la distinción entre izquierdas y derechas?
Después de la muerte del comunismo se ha hecho más inoperante. Pero para muchos usos no ha sido sustituida por otra más manejable. Sigue siendo de amplio uso para nombrar la gobernanza de Estados con amplias políticas sociales frente a los del reino del libre mercado. No debería usarse en política como alternativa a la dicotomía democracia-dictadura. Es un disparate reaccionario. Biden y Obama son demócratas y en el léxico gringo son de izquierda, liberals. Los ultras les dicen comunistas. Hay que decir también que esta distinción entre izquierdas y derechas sigue siendo particularmente útil para encarar el problema de las identidades, las libertades sexuales, el racismo, el feminismo, la muerte digna, dado que en estos temas la derecha suele ser particularmente oscura y represiva.
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