No recordamos desde cuándo estamos siguiendo a El Techo de la Ballena. Desde que entendimos que ese movimiento coincide con los informalistas europeos –sobre todo los de España y Francia– nos apasionamos con el tema. No existe un movimiento similar en toda América Latina. Hay muchas razones que lo hacen muy importante: la unión de la política, la literatura y la plástica. Sus polémicas publicaciones. Pero sobre todo algo que lo hace especial: sus artistas plásticos tenían la discrecionalidad de plasmar sus piezas con entera libertad. Eso lo diferencia de la Escuela de Torres García. Donde la manera de pintar era casi un dogma religioso.
Hay algo maldito en El Techo de la Ballena. Se escribe sobre este movimiento aquí, en España y en USA. Se hacen exposiciones –nunca han sido de nuestro gusto las curadurías. Y mientras más pasa el tiempo, más se olvida. Más se obvia. Nadie sabe nada. Nadie compra esas piezas en subastas. Ahora podría argumentarse que eran de izquierda. Que un Ángel Luque secuestró al agregado militar de los Estados Unidos –el Coronel Michael Smolen–, en 1964, y que el hombre “cantó”, antes de lo acordado, luego de su entrega. Y luego, cobardemente, huyó a París, para no aparecer más. Que eso fue incorrecto. Y que fue un verdadero “rayado” para El Techo. Pero, sin embargo, la obra continúa presente. Y a nosotros, que nada tenemos de comunistas, pero sí somos libertarios, nos sigue gustando su trabajo. Plásticamente es impecable. Feroz, terrible, irreverente, pero extremadamente libre, divertida y seductora. Quizás la teorizaron tanto que quedó como esas tesis doctorales aburridas, pero intachables, y que al final nadie lee porque sus lecturas están llenas de tecnicismos y prosa intragable, que terminan siendo soporíferas. Y El Techo que fue tan jovial y fresco.
Nada más impactante que las obras necrofílicas de Contramaestre, las piezas de Cruxent –en las que hace sincretismo entre arte y antropología. O los dibujos pollockianos de Alberto Brandt, con sus escandalosos títulos. Qué decir de las cabezas filosóficas de Morera. De todos ellos la mejor cotizada es Elsa Gramcko. Ensamblajes exquisitos donde une la pobreza con lo cotidiano. La memoria de un candado con una vieja patina unida a unas rejillas de baterías usadas. Piezas de encanto que siempre fascinaran al coleccionista culto. Por no hablar del precursor Renzo Vestrini –quien se mantuvo al margen de la polémica política, al igual que Gramcko o Maruja Rolando. Los de este último grupo eran llamados “los satélites” porque no eran militantes acérrimos. Pero les permitían la aproximación. Algo encantador porque no eran sectarios.
Todo eso ocurre entre 1959 y hasta 1964, en la etapa de mayor actividad. Hemos leído toda la bibliografía al respecto. Creo que la más acertada –desde el punto de vista de la literatura–, fue la escrita por Carmen Virginia Carrillo. Pero en el área de la plástica siguen siendo exposiciones sesgadas, a las que se les da un tinte politiquero –porque los balleneros fueron políticos, pero auténticos. Y a excepción de alguno que otro lamentable oportunista actual, estimamos que la mayoría de ellos no se hubieran identificado con los eventos gubernamentales actuales. Eran unos soñadores, no unos vividores. Y no hay nada más atractivo que un antiguo comunista arrepentido y redimido. Hay varios artistas interesantes que trataremos por separado. Alberto Brandt, J.M. Cruxent y Fernando Irazábal –del cual nos ocuparemos en esta breve crónica.
Fernando Irazábal (Edo. Anzoátegui, 1/2/1936) –así como muchos de los miembros de El Techo de la Ballena–, no solo era un artista solicitado, sino muy premiado y reconocido. En la década de los sesenta ganó muchos premios. Incursionó con éxito no solo en la pintura, sino también en la escultura y los medios audiovisuales. Entre 1964 y 1965, fue escogido entre ocho artistas para una experiencia con el escultor inglés Kenneth Armitage. Y con resultados muy interesantes. Además investigó en la fotografía y en el diseño. Durante toda su vida le encantó explorar las relaciones entre arte, ciencia y tecnología. Sus ansias de ensayar no tenían límites. Desentrañó la materia, el gesto, el azar. Sostenía que el hombre era el eje conductual y su presencia debía ser permanente, para desestimar el arte abstracto geométrico –que era lo que marcaba la pauta en ese momento.
Irazábal fue un ganador en su momento, desde 1959, cuando participa en los Salones Oficiales. Al año siguiente participa en Espacios vivientes, en el Palacio Municipal de Maracaibo que dio inicio a la corriente informalista en Venezuela. Y, posteriormente, en el Salón Experimental, en la Sala Mendoza, Caracas. Asiste a la I Exposición de dibujos, grabados y monotipos, en 1959. Para el año siguiente presenta una dibujo monumental y crea la tendencia de exhibir dibujos de gran formato y el grafismo gestual. Prevalecía la libertad y el contraste. Hace vida en todas las experiencias de El Techo de la Ballena (1961-64). Su muestra Bestias y occisos antecede al Homenaje a la necrofilia de Contramaestre. Todo se había consumado.
Adorador de las texturas, los ensamblajes, la materia y las prominencias, sus obras son tridimensionales. Con Bestias y occisos alcanza la plenitud de su trabajo. La denuncia política estaba presente con unos seres amorfos destrozados por las torturas. Son símbolos de masacre y de terror, que relaciona con la violencia. En un momento en que no hay libertad de expresión en los medios “cose” las bocas a seres deformes y horribles – en alusión a los presos políticos y sus torturas. Tenía apenas 28 años y ya era un maestro. Siempre hemos pensado que decir las cosas cuando no se puede es un reto. Y hacerlo bien es algo grandioso. Irazábal lo dijo todo con esos personajes.
Para 1964, realiza escultura a las que incorpora audiovisuales, sintetizadores y diapositivas. En 1965 viaja a Europa con una Beca Fina Gómez a París. Para 1968 viaja a New York y trabaja con el grupo vanguardista USCO (acrónimo de United States Company), que fundaron el poeta judío-alemán Gerd Stern, el técnico en electrónica Michael Callahan y el pintor pop Steve Durkee. Este fue un enlace entre el cine expandido, la música virtual y la instalación. Nuevamente, Irazábal estaba en el lugar correcto. Unirá entonces lo audiovisual con el informalismo. Que nunca abandonará.
Sorpresivamente Irazábal desaparece de la escena plástica. Se va a vivir a Margarita y, apenas en una breve entrevista que sostuvimos en 2004, pudimos conversar y hasta la fecha, permanece desaparecido. Un vanguardista. Un artista sorprendente. Algo por volver a mirar. Una sorpresa. Una excelente obra.