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Feria de Editores 2020: El inquietante asombro de la primera vez

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Por YURUANI SÁNCHEZ

El límite no es un problema. Este es el título de la conversación entre Nona Fernández (Chile) y Verónica Gerber (México) en el marco de la 9º Feria de Editores en su edición virtual. Un diálogo honesto para reflexionar sobre literatura y memoria, para pensar nuevos modos de contar, de evadir la categorización rígida de un mundo que nos demanda delimitarlo todo y en donde el libro es, de nuevo, nuestro campo de batalla. Este enunciado también recoge el sentido de la FED’20 . En un contexto pandémico los organizadores imaginaron otra manera de recrear un espacio para editores y lectores asistentes de este evento que en poco tiempo se convirtió en un hito cultural de Buenos Aires.

No había forma de predecir el éxito que tuvo la modalidad virtual y menos de una feria tan singular como la FED. Probablemente sean sus particularidades lo que convocó a más 28.000 lectores inquietos los días 7, 8 y 9 de agosto, a sumergirse en plataformas digitales como Instagram, Facebook y YouTube para asistir a charlas, talleres y conversaciones en vivo con editoriales, autores e ilustradores.

En medio de un calendario pomposo de ferias y eventos literarios, aparece la FED para conquistar un lugar inexplorado en el que editores y lectores se encuentran sin intermediarios para hablar sobre literatura, arte, filosofía, plantas, perros y demás asuntos trascendentales. Pero no solo eso, la FED generó un espacio de discusión y reflexión con un programa de eventos y debates que giran en torno a los problemas del mundo editorial contemporáneo con absoluta lucidez. Esencialmente es un lugar de reconexión con ese cuerpo vivo que es el libro y un espacio para repensar la industria editorial. Empezó hace nueve años con un grupo de 15 editoriales reunidas en la casona de La Tribu, un colectivo de comunicación y cultura. Este año participaron más de 160 editoriales a través de Facebook, Instagram y Google Meet, de 18:00 a 20:00 durante tres días.

Como lectora y expositora es una experiencia que me moviliza profundamente. Las luces azules y violetas, los banderines de colores, el maravilloso arte del merodeo en medio de libros inusuales de editoriales y sellos independientes argentinos y latinoamericanos. Conversaciones con mate o cerveza entre editores y lectores conmovidos por los mismos objetos en el mismo instante. Todo esto pasa en el Centro Cultural Konex —lugar en el que se celebró la FED’19— cuando asistes a la FED. ¿Cabe todo esto en una pantalla? Con certeza no.

Es cierto que el debate entre lo digital y la experiencia real resuena hace tiempo, justamente el historiador, especializado en historia del libro, Roger Chartier, reflexionó sobre esto en una conversación titulada La edición en tiempos inciertos que se encuentra disponible —como toda la programación— en el canal de YouTube de la FED. Alejandro Dujovne contaba una anécdota en la que un editor norteamericano le decía que estaba convencido de ser la última vez que participaba en una feria, porque ya no tenía sentido hacer un evento de este tipo cuando la comercialización del libro y el libro mismo se volcaba a lo digital. Esto en la feria de Fráncfort hace diez años. Lo cierto es que los augurios de muerte del objeto libro así como los autos voladores en el 2020 no sucedieron. La respuesta de Chartier no puede ser más acertada: el encuentro que se produce entre estos dos cuerpos extraños es una experiencia vital, insustituible, profundamente humana. Esto es lo que nos hace volver una y otra vez.

Pero también es cierto que se abrió una ventana a una generación de lectores híbridos que construyen nuevas maneras de aproximarse al libro. Encontramos la forma de multiplicarnos, de estar en todas partes a través de la pantalla, y no es es ninguna novedad, pero en un mundo tan analógico como lo es la industria del libro,  por lo menos en sus expresiones más concretas, es un salto gigante. Las conferencias que menciono están al alcance de todo el mundo (literalmente) porque se encuentran en una plataforma digital que garantiza su perpetuidad. El usuario gestiona su tiempo. Nos volvimos editores de nuestras propias experiencias de lectura y de la manera en la que queremos construir nuestros espacios de consumo. Sobre esto también hablaba Chartier replanteando el rol del editor. De alguna forma todos nos convertimos en editores cuando leyendo un libro digital podemos modificar tipografía, el tamaño de la letra, la dirección de lectura, el color del fondo. Me atrevo a extenderlo un poco más, ya no solo podemos intervenir lo que leemos, la digitalidad replantea las limitaciones temporales y espaciales de la experiencia, nos da la posibilidad de armar de otra manera nuestra cartografía de lectura.

Hago un paréntesis para contar cómo me afectó este vuelco a lo digital. Siempre estoy bordeando los límites —si es que existen— entre el lado de acá y el lado de allá, por eso me cuesta disociar mi experiencia como lectora de mi experiencia como expositora, se confunden y me hablan en simultáneo. El hecho es que nunca puedo asistir a los eventos que me interesan de las ferias porque estoy trabajando. Busco comentarios, pregunto a mis amigos, pero queda la espinita de no poder abarcarlo todo. Fue un alivio encontrar el contenido que me interesaba revisar fuera del horario “oficial” de la FED. Me sentí omnipresente, mis posibilidades se multiplicaron, el tiempo se dilató para esta exploración íntima que no dejó de ser colectiva.

Creo que es justamente el carácter colectivo de las ferias lo que potencia la riqueza de estos espacios. Un gesto que rescato de la FED’20 es la red solidaria y necesaria entre editoriales y librerías locales para la compra y distribución de los libros. Justamente en un momento en el que las pequeñas librerías han tenido que adaptarse de una manera u otra al comercio electrónico, el impulso que genera un evento como la FED visibiliza el trabajo cotidiano de estos espacios que resguardan la bibliodiversidad y que extrañamos tanto poder visitar. Además, resuelve un problema práctico y fundamental que surge al desplazar el espacio físico de la feria a la digitalidad. Las 160 editoriales de esta edición se asociaron a más de 200 librerías en todo el país para gestionar las compras de los lectores y hacerlas llegar a todas las localidades.

He mencionado algunas conversaciones que tuvieron lugar este año como la de las autoras Nona Fernández y Verónica Gerber, dos descubrimientos preciosos que agradezco profundamente. Tendría que mencionar también a la invitada de honor de este año, Margo Glantz, que con una lucidez abrumadora conversó con Diego Erlan en el segmento La biblioteca secreta, una serie de charlas que descubren las colecciones íntimas de los autores.

Me gustaría detenerme un poco en la programación de eventos de la FED para resaltar, una vez más, lo necesario de mantener este espacio que ha resultado un lugar de reflexión y discusión potentísimo, pero sobre todo plural y democrático. Un debate que se repite y parece inagotable es el del lenguaje inclusivo Disidencias y estridencias La lengua en disputa 2, a cargo de Karina Galperin (Licenciada en Letras y Ciencias Políticas de la UBA) y Santiago Kalinowski (Licenciado en Letras de la UBA y director del departamento de Investigaciones Lingüísticas y filológicas de la Academia Argentina de Letras). Ya no abordando posturas a favor o en contra sino explorando las diferencias entre dos discursos que validan el uso del lenguaje inclusivo.

Otro evento celebrado por los lectores fue Amamos tanto a Clarice: 100 años, una conversación con Paulo Valente, hijo de Clarice Lispector, sobre la narrativa de una de las autoras más leídas de Latinoamérica. Aunque yo hubiera apostado que sería uno de los eventos más populares de la FED’20 —porque todos amamos a Clarice—, la que cuenta con más reproducciones hasta el momento es ¿Qué fue de las ideas de izquierda? Una pregunta bastante ambiciosa en la que se adentraron sin temor Martín Kohan y el historiador Alejandro Galliano. La segunda en número de visualizaciones y una de las que escuché con particular atención es Memoria y lengua del exilio. Una conferencia en la que se exploraron las diferentes representaciones literarias de estas dos figuras y las lenguas que la constituyen, la relación entre dictadura, lengua y exilio, el totalitarismo y la censura. No voy a negar que la densidad de la conversación fue  por momentos agotadora, pero absolutamente necesaria.

Ahora bien, lo que realmente hace de la FED el espacio único que ha logrado construir es el grupo de editoriales que la conforman y sus propuestas estimulantes. Sería injusto mencionar algunas de ellas basándome exclusivamente en mi criterio y gustos particulares, pero me alegra poder comentar algunos títulos que circularon con mayor fuerza entre el público de esta edición y que forman parte de mi lista personal de recomendados. Traducción de la ruta de Laura Wittner (Gog y Magog) es un poemario alimentado de nostalgia que da cuenta de los movimientos de la memoria, de los espacios imaginados o habitados únicamente por el recuerdo. Otro muy cercano —una de mis lecturas favoritas del año, debo decir— es ¿Hay alguien ahí? (Chai), de Peter Orner, traducido por Damián Tullio. Un libro que explora los espacios solitarios (absolutos y parciales) de la experiencia de lectura para hablar de esa pulsión vital que impulsa a todo lector en cualquier circunstancia. Habla, nada más y nada menos, de la relación entre literatura y vida. Me acuerdo (Godot) de Martin Kohan, un collage literario construido con fragmentos de su infancia sin ser un libro de memorias autobiográficas. Para no hacer la lista más larga, cierro con Decir Berlín, decir Buenos Aires (Paradiso) de Saúl Sosnowski. Otra novela que busca reconstruir el hilo de la memoria a través de un monólogo íntimo que poco a poco se convierte en diálogo, para hablar de identidad y aprender a mirar(se) con todo lo que eso significa.

Aunque la virtualidad nos incomodara en un primer momento, para ser la primera feria de estas características en la que participamos expositores, librerías y lectores, lo que sucedió fue maravilloso. La emoción de compartir lo que nos apasiona —aunque estemos detrás de una pantalla— estuvo presente en cada uno de los lives de las editoriales. Algunas pudieron resolver sin inconvenientes el reto que representa generar una conversación sin ese otro vital que es el lector, otros tropezaron un poco más hasta adaptarse a los nuevos dispositivos y a las nuevas maneras de decir. La FED’20 nos deja a todos la sensación de asombro inquieto de las primeras veces.

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