Por NELSON RIVERA
—Franklin Brito hizo 9 huelgas de hambre entre 2004 y 2010. ¿Por qué volvía al mismo método de protesta? ¿Qué había en su personalidad que lo llevó al extremo de sacrificar su vida? ¿Qué quería Franklin Brito? ¿Creía que le reconocerían sus derechos?
—La muerte siempre, hasta que se le sentó encima y le quitó el hilo de aire que le quedaba, fue una hipótesis para Brito: una terrible pero remota hipótesis, que se vuelve realidad, dramáticamente, tras agotar todas y cada una de las instancias jurídicas, políticas, comunicacionales y existenciales a las que apela persuadido de que por fin obtendrá respuesta a su solicitud. Pensó que su vida era su propia boya o tabla de salvación, que tenía la valía suficiente él, Franklin Brito, biólogo, maestro y correcto ciudadano, para proponerse como canje, y convencer a los poderosos a que reconocieran el error del solapamiento de su propiedad y sin duda de su dignidad. Siempre recibió un no. Pero también se coló algún quizá. Las huelgas de hambre, las nueve, más cortarse un dedo, más escribir una carta de 30 páginas a la OEA, y todo cuanto hizo, las reuniones, los documentos de su propia inspiración, el aprenderse las leyes o las movilizaciones en autobús desde el estado Bolívar hasta Caracas, tenían que ver con su profundo convencimiento de que la justicia vence y la tenacidad te acerca a lo deseado. En su caso no en esta vida. Tuvo sin duda un temple poco común, o más bien único. En una conversación con su hija Ángela le decía que nunca debía pagársele al secuestrador la coima, extorsión con la que vende al rehén, porque así es como te doblega el delincuente. A Elena, su esposa, le dijo, horas antes de partir, que no se preocupara porque no lo dejarían morir.
—¿Qué factores concurrieron a lo largo de todos esos años que concluyeron en la muerte de Brito? ¿Las acciones fueron tan decisivas como las omisiones?
—Tal vez su tenacidad y entereza fueron un espejo muy incómodo al que nos acercó con su continuado reclamo pacifista, creo que se convirtió en el ratón indescifrable del gato, en una voz enorme aun cuando salía de una garganta cansada, de un cuerpo que devino hueso. Creo que fue una suerte de desafío quebrarlo. Creo que se toparon la persistencia y los de la resaca rencorosa infinita. Todas las veces que le prometieron resolver el problema él se las creyó y abandonó su protesta. Asimismo cuando le dieron un cheque que debía resarcir los daños decidió no cobrarlo porque no venía con una factura que explicara su procedencia. Eso debió asombrar a los burócratas, curtidos en eso de repartir y comprar a discreción a diestra y siniestra, sin rendir cuentas. Los de los billetes brotando de los bolsillos, como los dibujó Weil, debieron picarse con aquel Gandhi sentado exigiéndoles el comprometedor recibo de pago para firmarlo. Porque ¿significaba que reconocían oficialmente el error con transacción impresa en una forma membretada?
—El relato que usted ha ensamblado escenifica la lucha imposible de un hombre contra una barbarie poderosa e impune. ¿Brito entendía que se enfrentaba a fuerzas que lo superaban?
—Parecía que no pero creo que sí, y que creyó que su forma de lucha, con la dignidad y la transparencia, las mejores armas, vencería. Creo que tenía razón incluso ocurriéndole lo contrario a lo esperado; y que aún su familia puede ser vindicada. Ganar con métodos dudosos, dejando las huellas en la bolsa del botín no es ganar. Brito es un ganador porque salió de escena con 33 kilos pero limpio, impecable, con una voluntad a prueba de tentaciones. Será reconocido con orgullo como un venezolano de honor.
—¿El poder estaba suficientemente informado de que la vida de Brito estaba en peligro real? ¿Por qué Hugo Chávez Frías no impidió esa muerte? ¿Quería la muerte de Brito? ¿Chávez pensaba que Brito lo había desafiado?
—Su protesta fue pública, en plazas de Caracas. En la Plaza Bolívar lo azotaron. De la Urdaneta, frente al Ministerio del Interior, lo sacaron. En la Plaza Miranda lo visitó Jesse Chacón. Fue llevado a clínicas un par de veces que el Estado pagó, el mismo Estado que luego dijo que estaba loco según evaluaciones que sí le hicieron pero revelaron lo contrario. Sí. Sí sabían y tal vez le temían. Elena Brito recuerda que en una ocasión viendo tele en la plaza se pusieron atentísimos cuando Chávez en primer plano abre la prensa y grita ¡pero bueno! ¿Y el problema de este hombre no se ha resuelto? ¡Chacón, vaya! Y llegó. Luego Andrés Izarra dirá sin compasión aquella frase: “Brito huele a formol”. Creo que los desconcertó su dignidad, por decir lo menos. No quisieron dar su brazo a torcer o reconocer el error por estúpida ufanía o retractarse porque podría ser signo de debilidad, craso error. No querían matarlo pero lo dejaron morir rescatándolo de la huelga contra su voluntad pero ubicándolo en una habitación junto a la cocina, todos los olores en sus narices, y dándole una atención médica dudosa. La pregunta es: ¿quién prefiere la muerte?
—¿La sociedad venezolana dejó a Brito a su suerte? ¿Los medios de comunicación? ¿Los líderes políticos? ¿Qué dice la muerte de Franklin Brito de nuestra sensibilidad y de nuestra cultura política?
—Su perseverancia también nos toma por sorpresa a los que pudimos hacerle una compañía más comprometida. Creo que la crisis que padecemos es un trabajo extra a la jornada laboral sin horario que cumplimos para obtener migajas. Pero quizá enfocarnos en esta historia, que es una radiografía de nuestras instituciones, creencias, procederes, hubiera sido mejor para él y para todos como colectivo que desde un punto de mira abres la toma y muestra el panorama completo. La prensa siempre estuvo allí, Elena lo dice. También la iglesia. Pero le faltaron, sí, cuadres a Brito. Mucha gente, además, pensó que debía sopesar entre su familia y un lío de tierras y no tentar el destino, no arriesgarse más. Franklin Brito para algunos fue un insensato. Pero no es poco si nos enfocamos en la reconstrucción de su memoria.
—La investigación que hizo y la redacción del libro, ¿han irradiado hasta su desempeño como periodista? ¿Hay algo que haya cambiado en su visión profesional?
—Me confirma que siendo humanos podemos hacer de nuestras vidas paradigmas, explorar lo mejor y lo peor. Que cada historia es única. Que un hombre humilde y del que no tenemos referencia alguna puede crecer hasta convertirse en gigante. Que Venezuela no es solo lo que salta a la vista. El periodismo es un riesgo porque lo es luchar por la esquiva verdad. Lo que hizo Brito. Que supera la conmovedora saga del Quijote para luchar no desde una romántica fantasía paradigmática sino con su propio cuerpo y su cabezota terca que no cambia de parecer porque ¡no pierde jamás la esperanza! Ese concepto es conmovedor. La historia de Brito rompe esquemas y convierte el camino en línea recta, sin atajos ni boberías.
—¿Es comparable el sacrificio de Franklin Brito con otros sacrificios? ¿Es comparable con Óscar Pérez? ¿Es un héroe civil venezolano? ¿En qué consiste la especificidad de su heroísmo?
—Brito no quería morir, no quería ser mártir, no era un Prometeo. Entiende la dignidad como asunto esencial, vital, pero no quería dar su hígado a los cuervos. Quería justicia. No se inmola, presiona con su humanidad, que entiende es su arma, una de valía como te dije, suponiendo que con eso basta. Pero se topa con una muralla. Óscar Pérez, por su parte, luchó un lapso más corto y en otro tablero. Sabía que se arriesgaba y quería no la solución de un problema particular (que se vuelve asunto de Estado) sino la libertad. Uno sin comer y el otro robándose helicópteros, tal vez allí se unen ambos. Brito denuncia con su fe y paciencia la realidad y la ausencia de un Estado de derecho, el irrespeto a la institucionalidad, lo averiada que está la democracia. Óscar Pérez con su voz y sus gestos confrontacionales, ídem. A este lo acribillan, aquel muere en el hospital militar entubado en una habitación helada. A los dos, el Estado de derecho que se asoma pero luego no ves, como el pañuelo del mago, les cobra su osadía. (¿El comunismo cobra? ¿No es eso capitalismo?).
*Franklin Brito. Anatomía de la dignidad. Faitha Nahmens Larrazábal. Edición a cargo de Cedice LIBERTAD. Caracas, 2020.