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«Extraño viaje a La Habana», regreso al laberinto de la memoria

Carmen Luisa Plaza, Licenciada en Letras por la UCV, profesora de música y escritora venezolana. Ha publicado las novelas “La soledad de las diosas” (2010) y “Espejo de falla” (2013), así como el poemario “Espacios temporales” (2015). Ahora, regresa a la narrativa con “Extraño viaje a La Habana” (2018)

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El viaje, ese espacio de apertura y de aprendizaje, ese transitar por la interioridad en busca de respuestas, esa mirada distante sobre la propia experiencia, es el tema que presenta Carmen Luisa Plaza en su nueva novela. En este caso es un viaje hacia La Habana actual, el recorrido de una mujer venezolana que acompaña a su hermano, quien va en búsqueda de la recuperación de su salud y el cese de su adicción al alcohol en las famosas clínicas détox de la ciudad.

Reinaldo y Daniela, los dos hermanos protagonistas, habían estado antes varias veces en La Habana prerrevolucionaria, en sus años adolescentes. Habían ido con su madre y un padre cosmopolita, y de alto nivel social, que se acercaba de cuando en cuando a la ciudad para hacer negocios y disfrutar de casinos, restaurantes, playas y hoteles de lujo. “Antes de la Revolución decían que La Habana era tan deslumbrante como Manhattan, que los fabricantes de autos y las casas de diseño de modas lanzaban sus creaciones allí antes que en Nueva York. No en vano la mafia sentó sus lares en esta ciudad” (p. 26).

Ahora, la llegada al hotel solo “para turistas” adentra de una vez a los personajes en una ciudad muy diferente. Intactas las palmeras y la brisa del mar, el son cubano que tocaba un conjunto de padre e hija en los jardines del hotel, intacto el acento y la amabilidad de la gente, intacto el lujo, Daniela comienza a sentir la pesadez y el sofoco de un encierro involuntario.

Reinaldo pronto comienza a hacerse el tratamiento en su misma habitación del hotel. Le administran sueros intravenosos, procedimiento supervisado por su médica cubana, Liliana. Hubo que hacérselo en el mismo hotel ya que resultó que al llegar a la isla no había acceso a los hospitales ni a los recursos que la médica había prometido. Reinaldo se concentra en su tratamiento y deja hacer a sus anchas a su hermana quien pronto decide salir a pasear por “La Habana vieja”, el casco antiguo de la ciudad.

Daniela entra a un laberinto. Se adentra en las calles al mismo tiempo que se adentra en su memoria. Comienzan a surgir imágenes de la ciudad del pasado a medida que recorre las calles en un “coquito”, un triciclo con una estructura de fibra de vidrio atrás que semeja un coco, conducido por un joven. Junto con el recuerdo del esplendor antiguo surge de inmediato la decepción por la decadencia actual de los edificios, “hoy parecen fantasmas descarnados, con la carne hecha trizas por la desidia y marginalidad” (p. 203).

La autora va a superponer “dos Habanas” en el mágico tránsito de su protagonista. En ese “extraño viaje”, Daniela va hacia dos lugares a la vez, el pasado y el presente, hacia dos ciudades muy distintas, la de la bonanza, la de la carencia, hacia dos etapas de su propia vida, el ayer esplendoroso de su juventud y el hoy lleno de vicisitudes. Volver a La Habana es volver a lo que una vez ella fue, una mujer distinta e irremediablemente perdida.

La ciudad actual, la que exhibe cantidad de gente sentada en bancos de plazas esperando por un empleo, librerías con poquísimo inventario, Cafés sucios, automóviles de modelos muy antiguos, jóvenes prostitutos ofreciéndose a turistas, como le pasó a la protagonista, le dejan un sabor amargo. A la par que observa la decadencia, Daniela va aceptando también el fin de su propio mundo, de un padre que ya no existe, de un hermano que se está marchando de la vida lentamente, de un marido con el que ya no siente empatía. Piensa en su propio país que vive una fuerte crisis y siente que ya es imposible volver atrás, a la vida del gran mundo que ambos hermanos habían llevado hasta ahora. Además, se da cuenta de que le toca hacer la segunda parte del camino de la vida en soledad.

La salida del laberinto la marca su llegada al malecón de la playa donde las olas rompen con tal fuerza que asustan. Daniela descubre un mar tan bravío que pareciera estar lleno de ira contra la ciudad, que la arrincona, la somete y la hace sentir que está en una cárcel sin posibilidad de escape, tal como su alma se siente atrapada entre dos mundos.

A pesar de todo, La Habana nunca es odiada. Daniela critica su deterioro, pero sigue amando la ciudad y sigue amando a su gente, educada y gentil, dados a la conversación fácil y al compartir espontáneo, al llamado “cubaneo”. Para ella, la ciudad es noche de esplendor y carencias extremas, es búsqueda de sí misma y a la vez olvido de lo que una vez fue, es encuentro con la realidad y, a la vez, huida.

La sensación agobiante la persigue hasta el hotel y, apenas regresar de su paseo, le pide a su hermano que se marchen de una vez, pero él está convencido de que el tratamiento allí es el único que puede ayudarlo y él quiere vivir. Daniela acepta y se prepara para quedarse tomando “mojitos” en el bar del hotel, escuchando las canciones cubanas que tanto disfruta, y abre un compás de espera durante el cual vivirá interesantes experiencias que la conectarán con su sensibilidad, que pasan desde la visita a un babalao hasta un viaje a las playas de Varadero por interesantes caminos.

El viaje femenino se convierte en un viaje interior de aprendizaje y de crecimiento: “El bullicio no cesa, lo que cambia son los personajes de la noche, más bizarros. Se acercan al malecón como los gatos en la noche. Pisadas suaves, lentas, que no quieren llamar la atención, pero los oigo, los veo porque no quiero que nada escape a mis sentidos en este viaje donde aprendo una diversidad de formas de vida que me han sido ajenas dentro de la burbuja en que he vivido. Soy una adolescente que está viendo por primera vez el espacio que ocupa. Todo es nuevo para mí y quisiera entender por qué pasó esto” (p. 177).

“Salir de la burbuja” es acercarse al otro, a la otra, desconocida, que vive en un mundo opuesto al suyo. Ella va a encontrar una visión de la realidad que no comprende, que además la llena de dudas y presagios por el devenir de su propio país. Ha venido a La Habana con un hermano en franco deterioro, ha tomado la decisión de divorciarse después de muchos años de matrimonio, está en el giro de la bisagra, en el vértice donde cualquier cosa puede suceder. En esto reside el movimiento interno de la novela, ese vaivén que imita en lenguaje el baile de las palmeras y la perenne melodía de antiguas canciones, “capullito de alelí, maní, vereda tropical”, en todos los lugares donde llega, ritmos que acompañan los días y las noches habaneras.

La música es el hilo conector que va a unir los recuerdos del pasado con la ciudad actual y que va a aligerar la sensación opresiva del hotel y del constante tratamiento médico intravenoso de Reinaldo. Donde quiera hay música del pasado, melodías que ambos hermanos recuerdan, y hasta llegan a bailar con la misma alegría de sus visitas de antes a la isla. El ritmo de la música es el mismo que habita el cuerpo de la mujer, un ritmo que marca su paso por el mundo y que la conecta con sus propios deseos más íntimos. En este aspecto La Habana permanece. De su tristeza brota la sensualidad de un canto que se pega en la piel y hace mover los pies. Así la Habana se adhiere a los cuerpos de todos, visitantes y nativos, y se hace una con el ritmo que marca el oleaje del mar.

Es inevitable para los hermanos volver al recuerdo de la música de los grandes intérpretes del pasado. La autora presenta una Habana donde se podía ir a la cena-show de Machito, Miguelito Valdés, Rolando Laserie, Daniel Santos, Benny Moré o danzar con la famosa Orquesta Aragón. Se tarareaban después en los bares las canciones de Ernesto Lecuona y se terminaba la noche en el malecón oyendo sones que bongueros y soneros improvisaban en algún bar de la costa. Era La Habana en la que vivió Hemingway, de los grandes escritores, de Cabrera Infante, Eliseo Diego, Alejo Carpentier, Lezama Lima. La ciudad donde la palabra femenina tenía su lugar con Lydia Cabrera y Dulce María Loynaz.

A una edad cuando parece que ya nada es posible se muestra la posibilidad de un nuevo comienzo. La protagonista busca reinterpretarse, busca la comprensión de sus altos y bajos, de sus carencias y de su plenitud. El viaje no es un viaje turístico esta vez, es un viaje que la confronta con el fin de todos los ciclos, con la muerte próxima de su hermano, de no tener éxito el tratamiento. Es un viaje que le enseña los misterios y los ritos de pasaje: “He visto en este día tantas cosas como si hubiera vivido treinta años de mi vida” (p. 178).

La novela es de gran riqueza porque va a presentar aspectos característicos de la cultura cubana, el mundo del tabaco, de los ingenios de la caña de azúcar, de la religión de los santeros, del nacimiento de las radionovelas, la más famosa de América Latina, El derecho de nacer. También se va a detener en otro aspecto que, aunque no siendo cultural, se asocia a la isla en la actualidad: la medicina cubana y su poder para sanar adicciones.

Carmen Luisa Plaza va a construir nuevos signos para expresar su cosmovisión y va a ir desmontando viejos tabúes en cuanto a los roles femeninos aceptados por la sociedad. Su protagonista nos recuerda a la libertaria Antígona de los griegos, esa mujer solidaria con el dolor de los demás que acompaña a su padre Edipo en su viaje al exilio. Edipo iba ya herido. Se había sacado los ojos con las ajugas de tejer de Yocasta, su esposa, al caer en cuenta de que había vivido en un error. Es su hija Antígona la que lo guía en ese viaje y le libra del peligro, aunque al final Edipo muere sin haber regresado nunca a su tierra natal.

El regreso es importante porque cierra el ciclo del viaje. Reinaldo sí tiene esta posibilidad. Sin embargo, para este hombre volver a Caracas significó un descenso aún más profundo en su Hades personal, en su propio infierno, porque al no conseguir la cura a su alcoholismo en Cuba se entregó al vicio en la soledad de su casa y falleció al poco tiempo.

En esta novela resalta también el aspecto político en las críticas que Daniela va a hacer constantemente al mal funcionamiento de la sociedad y en la necesidad que ella tiene de experimentar su libertad. Al final, ya Daniela no es la misma. Ahora aparece una mujer que, a través del descenso, ha recuperado su propia voz, la voz tan largamente acallada por el “deber ser” y que ahora puede seguir adelante con su dolor a cuestas, pero segura de haber hecho lo que tenía que hacer.

Plaza escribe tras una extensa investigación sobre varios aspectos culturales, por lo que esta novela es también un aporte importante en el área de estudios cubanos y del Caribe. La novela fue publicada por Sofía Greaves: editor digital, en 2018.

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