IMAGEN: Algunas de Buenos Aires / Luis Mancipe León

Por LUIS MANCIPE LEÓN

Hacer esta breve selección de poesía argentina, siendo Buenos Aires donde hoy vivo, es un gesto más bien pequeño para el agradecimiento que siento con esta ciudad, con sus poetas y artistas, de quienes he aprendido tanto de las emociones e impresiones —incluidas las mías, por supuesto. No creo que esta aclaración sea innecesaria, porque este vivir en Buenos Aires me ha revelado tal diversidad —de seres, ideas, opiniones, obras y acciones— que me he visto en la necesidad de redimensionar mis límites —los de mi lengua— de una manera que jamás imaginé. Por eso quiero reconocer también los límites de esta “selección de poesía argentina” con los de mi experiencia como lector, sabiendo que hay muchas propuestas que dejo por fuera —sin contar las que ignoro. Me gustaría compartir más cosas… ¡Y es que aquí hay tan buenos artistas!, no solo poetas: artistas visuales, músicos, actrices, actores, diseñadores, curadores, bailarines, performers, editores, djs, bartenders, ciclistas, raperos, libreros, cocineros, ¡gente llena de poesía!, que he descubierto gracias a sus acciones una nueva noción de lo contemporáneo en mí. Entonces otro límite que quise imponer a esta selección es que la compusieran solo poetas que aún viven —pensar en los muertos sobrepasa la idea que tengo. Lo que ocurre en esta ciudad a nivel artístico, y me atrevería a decir, en este país —porque, aunque en estos cinco años no he ido más allá de la provincia de Buenos Aires, he conocido argentinos de muchos lugares, que, o bien han migrado o están de paso por aquí—, consiste una convulsión constante.

En Buenos Aires, cuando estoy en un evento, muchas veces ocurre que que me estoy perdiendo de algo más donde también me gustaría estar, y con ese sabor en la boca admito mi cuerpo, su sola ubicuidad virtual. He escrito un poema que quiero dedicar a esta ciudad.

IMAGEN: autorretrato escuchando poesía / Luis Mancipe León

Ardor

De ti me llegó la inseguridad

y la habilidad para escribir versos

Ana Ajmátova

Despierto con heridas

que p(a)latean el gusto

de la última vez

 

Y tengo la sospecha

de que

se debe a que

delante de ti muerdo bien,

el labio más carnoso

al entrar el vino en mi boca

respiro y dejo el aire

fricativo

hierva y agite

los costados de la lengua

debajo

la impregne

 

Trago

y un poco me gusta, me he dado cuenta,

sacar el jugo de sus anémonas papilas

entre caricia y rasguño

entre incisivos

colmillos y molares,

y sepa entonces

deslizante

cómo se mezclan mis aspiraciones

 

El humo circule

 

Para saciar el ardor

que caiga otra vez

vuelva el aire

y el vino hierva

Mis aspiraciones —y exhalaciones— en esta introducción responden a la ambición de mostrar algo de lo experienciado en esta ciudad. Los poemas de Cecilia Pavón, Alan La Veglia, Eleonora González Capria y Nahuel Lardies, que aparecen en esta edición del Papel Literario, son apenas, estimo, una bella muestra de la poesía argentina contemporánea.

IMAGEN: Algunas de Buenos Aires / Luis Mancipe León

***

Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) es, de los cuatro, la poeta con una trayectoria más consolidada. Recientemente la editorial Blatt & Ríos ha publicado Diario de una persona inventada. Poesía reunida (2001-2023).

Dice Dorothea Lasky, en “La esencia del relámpago: creatividad y poesía”, prólogo del libro:

Quizás sea una tradición literaria argentina la de explorar entre los límites de los géneros literarios, como de alguna forma hace Pavón. Buscar que el lenguaje se empape de lo que ya es para ver lo que puede ser. La poesía de Pavón revela que nunca vamos a llegar más allá de la tierra, y tampoco de lo real. ¿Para qué escribir como si lo contrario fuese posible? Una vez que nos rendimos ante los milagros de la realidad, las posibilidades de la vida creativa se vuelven infinitas.

Me parece oportuno traer esta cita a cuento porque uno de los rasgos que quisiera destacar de esta selección es la diversidad de las propuestas de cada poeta —con sus respectivos vasos comunicantes, a los que cada quien les irá encontrando tal vez los hilos—, y esto se debe no solo a la labor de Cecilia Pavón —y muchos otros— como poeta, sino como gestora de lecturas, talleres y exhibiciones —tradición, se podría decir, de Buenos Aires. Y ha sido en espacios como los que ella ha promovido que he podido encontrar poetas de toda índole.

A finales de los noventa, junto a Fernanda Laguna, fundó la galería de arte y editorial Belleza y Felicidad. Y creo que no es descabellado pensar que ha sido una de las principales influencias en años recientes para despojar la solemnidad que retiene a veces al mundo literario y artístico como fenómeno cultural, para revelar en la cotidianidad, entendida no solo como el aburrimiento formal o la languidez ociosa de los días —con temple y carácter, cuando se requieren—, “los milagros de la realidad”, que van componiendo el alma de los días, de cualquier día, de cualquier vida.

***

Eleonora González Capria es, además de poeta, editora de la revista Hablar de Poesía, y traductora de oficio y cuidado, arte —el de la traducción— que también enseña y atraviesa su poética.

En sus poemas —los que he podido leer hasta ahora en Revientacaballos (Caleta Olivia 2021)—, tengo la impresión de que las palabras —todas en español— llegan desde diversas latitudes, incorporando distancias en el corazón de cada poema, dispersándolo entre los versos, reconciliando imágenes que ondulan, como una tela al viento se despliega o se hunde en un mar cuando terminamos de leerla, impregnada de la memoria y el cuerpo de una voz, que está siempre acompañada, de una forma u otra, por una conciencia especial del lenguaje —cosa que parece una obviedad si pensamos en poesía moderna, pero que en la de González Capria es a todas luces la sombra de sus palabras, y resulta conmovedor cómo ese traducir conduce sus poemas. Ellos emergen de una búsqueda insistente del ritmo y diría la dicción, digitación justa; hay en ellos un proceso de talle atento. Y esto ya da, quizá, una idea de cómo trabaja la materia de sus versos.

Quizá la mejor manera de expresar esta impresión sea con palabras que no son mías. En “Excursus. Traducir sabores”, María Fernanda Palacios escribe lo siguiente: “(Cuando leo ‘sabroso’, cuando leo a gusto, siento que traduzco. Aunque esté leyendo en mi propio idioma, si leo con gusto es porque voy traduciendo la palabra que me alimenta en sabor, hago que ‘sepa’)”.

***

Nahuel Lardies (Buenos Aires, 1987) es también editor en la revista Hablar de Poesía. Publicó en ella varios poemas y ensayos, y algunas traducciones suyas han sido publicadas en otros medios y editoriales. Pero lo conozco cercano como ávido lector y librero: actualmente trabaja en Eterna Cadencia. Buena parte de las lecturas que más he disfrutado por recomendación en estos últimos años se las debo; curiosamente para mí, han sido casi todas novelas.

Y confirmo al releer los poemas de Álbum (Caleta Olivia, 2021) que en varios de ellos —no en todos— radica un germen novelesco: una capacidad de hacerse con cierto núcleo de las experiencias a través de imágenes en las que algo escapa más allá de sus contornos. Como nos ocurre al encontrar un álbum —con el sentido, entre otros, íntimo y doméstico que puede sugerir el título—, y reconocemos los movimientos —el andar— de un personaje, a veces dos o tres en el encuadre de una página a la otra. Como si la voz fuese el diafragma que permite la respiración de la memoria, que va cristalizando una fantasmática de luz y sombra de esos cuerpos que en la imagen no son más que un grabado “donde quedaron impresas / las huellas / de las idas y vueltas / por la parte autobiográfica de nuestra vida”, dicen los últimos versos del libro.

Varias veces recurrí a la promesa, ante la ausencia de una cámara, de capturar la esencia de un momento vivido en mi memoria. Por supuesto, nunca lo logré, no exactamente. Es esa esencia que escapa lo que aparece en los poemas de Lardies, cuerpo-escrito(r) cuerpo-que-escribe, poesía, fotografía y novela.

***

Y, finalmente, Alan La Veglia (San Miguel del Monte, 2001). Desconozco si se trata de una voz atípica entre su generación, pero al escuchar sus poemas en el ciclo de poesía El rayo verde, curado por el poeta Osvaldo Bossi, sentí que ese tono de arroyo discurre imágenes en el tiempo, haciéndolo, al tiempo, más pleno —no precisamente dilatado, porque es en la brevedad del instante donde florece, de pronto, el alma de los gestos, los gestos que (con)funden lo humano con la naturaleza.

Luego, cuando leí sus poemas, me acordé de Cadenas: de algunas atmósferas de Rafael Cadenas —la segunda persona—, cuya voz ha tocado, aunque sea de manera tangencial, casi cualquier poética de la literatura venezolana contemporánea, para su salud. Pero pensar en Cadenas, mientras leía los poemas de un joven poeta argentino, además de contar con una dosis importante de arbitrariedad propia de las afinidades de mi memoria, significó una maravilla, una sorpresa de nuestra lengua (y no quiero que se piense que comparo a La Veglia con Cadenas, nada más lejos de mi intención; quizá más bien me interesa considerar que hoy existe una rama de la poesía escrita en español que destella (1) silenciosos sentidos de Oriente, milenarios), pues, hasta ahora, ha sido la primera vez que me pasa; quizá habrá otra vez primera.

***

Quiero agradecer a cada poeta por permitirme compartir en esta edición sus poemas: que este gesto, más bien pequeño, se hace rico en sus palabras, y me llena de alegría.

IMAGEN: Algunas de Buenos Aires / Luis Mancipe León

1 Un destello es un resplandor instantáneo, que emerge, por lo general, a partir de un reflejo. La etimología revela que destello viene del latín destillare, que quería decir “gota que cae” y que desprende un brillo efímero en su trayecto. https://etimologias.dechile.net/?destello# 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!