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Estampa de Rafael Cadenas

Publicado con el seudónimo de Edgar Hamilton, este texto apareció en este Papel Literario, el 17 de octubre de 1971

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En 1952, a contracorriente del activismo, en una duermevela permanente en el calabozo de la Cárcel Modelo, Rafael Cadenas recordaba sus viajes por el interior para vender, como medio financiero de la JC, álbumes de Bracho y Lobos; decía una o dos palabras sobre sus “agites” en el liceo “Lisandro Alvarado”; ensayaba su francés de paciente autodidactismo. Casi todos sus compañeros salieron desterrados hacia México, Chile, Francia, Colombia, mientras él hubo de restar en Trinidad, contemplando barcos, flores, aguas, polvorientas tiendas. ¿Cuántas veces recorrió Charlotte Street, la calle que Romero-García atravesaba al tiempo que planificaba utópicas invasiones? ¿Cómo fue agudizando aquel su inglés que otros apenas mascullaban y en qué punto de sí mismo imaginó que el exilio era tan largo que ya lo había sacado fuera del propio centro? Lo cierto es que en 1956, Cadenas retornó a Venezuela, donde encontró algunos viejos (jóvenes, a pesar de todo) camaradas y una ciudad nueva (vieja, a pesar de todo) en la que andaba como barrenado por la angustia y una triste, depositada e inmensa esperanza. Con íntimos amigos conversaba de las costas y de las sales, del destierro interior y de los días que en Trinidad fueron cayendo en forma de conmoción acostumbrada, de hechos habituales. Por entonces no pensaba publicar Los cuadernos del destierro, producto repentino de una sedimentada y larga soledad meditativa, de un trabajo fatigoso sobre la palabra, de una “poesía para prosa o en prosa”. En El Nacional, por septiembre de 1936, Cadenas dio a conocer dos poemas de regreso: “Palabras para recibir el amor” y “Estampa”. En “Estampa” había ya la tendencia a la disposición en prosa y la característica sencillez expresiva de Cadenas:

“Un barco, a velas desplegadas, se pierde en el remoto confín donde los ojos pueden alcanzar.

Llegó con la última luz de las estrellas, tomó la siesta en el puerto y siguió abrazado a las aguas intranquilas donde tantas veces he visto reflejada mi esperanza”.

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Serie Archivo Sanoja Hernández. Curaduría: Camila Pulgar Machado.

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