Por JIMENA MARALDA
El cuerpo: objeto de estudio, de escrutinio, de deseo, de censura, de violencia. Estos y otros aspectos a propósito explora la escritora Margo Glantz en Apariciones (1996) donde, por medio de breves estampas, se narran dos historias de mujeres de épocas diferentes, así como un proceso de escritura que comienza en el cuerpo, habla de él y se inscribe en él.
La novela conjuga el relato de Lugarda de la Encarnación y Teresa Juana de Cristo, dos monjas del siglo XVII que se flagelan y hacen penitencia para alcanzar, finalmente, la unión absoluta con su Divino Esposo. A su vez, esa ficción es un texto que la narradora/escritora está desarrollando paralelamente al declive de su propia relación amorosa. De esta suerte, el tema de la ausencia del ser amado se entrelazan con la aflicción de las religiosas ante la imposibilidad de ver a Cristo.
Por otro lado, se trata el vínculo entre una mujer y su amante, y el efecto que la hija de ella tiene sobre cada uno. Esta pareja experimenta una sexualidad intensa, violenta incluso −al igual que Lugarda y Teresa Juana cuando se azotan−, cuyo foco está siempre en las posibilidades de un mayor goce corporal. En ambas narraciones, las acciones están dotadas de una gran sensualidad que se encuentra siempre en tensión con el pudor, la culpa o la consciencia de que ese ímpetu puede desaparecer.
La obra tiene una estructura fragmentaria, que alterna indistintamente capítulos o apartados muy cortos, y forma una especie de rompecabezas que, por momentos, parece contener piezas repetidas. Algunas partes de la historia no se revelan completamente al lector, antes se insinúan mediante pasajes donde lo más elocuente es la descripción de los personajes; ¿cómo sienten sus cuerpos?, ¿cómo se mueven?, ¿de qué forma se vinculan con los otros?
Cabe destacar que en su construcción la obra es de por sí un ejercicio de reescrituras: la autora reproduce a otros autores y se vale también de su amplio conocimiento acerca de las religiosas en la Colonia. Lo hace con tal maestría que logra crear un universo fascinante y único. En este sentido, se asemeja a una pintura descrita en la novela misma donde una joven vestida de rojo ha sido reemplazada sobre su caballo por un jinete que lo monta a horcajadas; aunque algo del original permanece en el cuadro y ese testimonio primero subyace tras las capas de pintura, el resultado último es ya otra cosa distinta. Así se perciben los ecos de esos otros escritores sin que por ello se pierdan los particulares tono y voz de la autora.
Aunado a lo anterior, en Apariciones la repetición es un recurso fundamental para tejer el entramado donde se cruzan todos los hilos narrativos, el de la pareja, el papel que juega la niña en dicha relación, la vida de las religiosas y sus penitencias. En la novela se da un juego de espejos tanto en los fragmentos que la componen como en los personajes y en otros elementos sensoriales: los colores rojo y blanco, la música y la voz en relación con los gemidos de dolor o de placer, o las texturas. Otros motivos recurrentes son el énfasis a determinadas partes del cuerpo tales como los pies, las uñas o los senos, o a algunas posturas como sentarse con las piernas abiertas o, por el contrario, cuándo se mantienen cerradas, arrodillarse, montarse sobre otro, etc.
En el mismo tenor, la narradora/escritora hace constantemente la pregunta «¿Gozaste?». Aunque la respuesta a veces es afirmativa, en ocasiones se elude. Me parece interesante resaltar la importancia de que en una ficción erótica escrita por una mujer que dialoga con otras voces autorales, con otra época incluso, se plantee ese cuestionamiento usando la segunda persona gramatical –que se maneja en los fragmentos correspondientes a la pareja y la niña. Leer hoy día un texto como Apariciones, a la luz de nuevos planteamientos acerca del amor, el placer, el dolor, y, por supuesto, el cuerpo, posibilita un tercer diálogo: uno con el lector. El imaginario de lo erótico que compartimos –o no– con el texto puede contribuir a generar un efecto ya rechazo, ya de aceptación de cuanto ocurre en sus páginas. Las prácticas del cuerpo se modifican. Entonces, si el acto de escribir deviene ritual que ocurre por y en el cuerpo, lo que de él se diga o se lea sufrirá modificaciones también. ¿Cuáles son los límites, las diferencias, entre lo místico y lo erótico? ¿Qué cosas consideraríamos ahora como perversiones? ¿Cuáles son los alcances y limitaciones de los cuerpos en cada época?
La narradora/escritora, por ejemplo, se desnuda el torso antes de escribir, se vincula a través del tacto en sus yemas con el teclado y con su propia piel; los amantes se marcan con uñas y dientes, o con azotes. Besan y lamen sus heridas; se bebe de las llagas de Cristo un líquido dulcísimo. «La escritura y la sexualidad se ejercen siempre en espacios privados y por ello mismo susceptibles de violación, espacios secretos, sí, espacios donde se corre un riesgo mortal», escribe Margo Glantz, y lo retrata en cada página de esta breve y compleja novela.
Se escribe desde el cuerpo para hablar del cuerpo; se lo hiere para trascenderlo; se escribe para dotar de cuerpo a las ideas, a las palabras, a las sensaciones que se nos escapan. Todo eso está plasmado con prolijidad en Apariciones: atisbos de lo inasequible, de las prohibiciones impuestas, de pulsiones, resistencias y de un equilibrado contraste entre distintas formas de experimentar la corporalidad.
Jimena Maralda (Ciudad de México, 1994) Estudió Letras Hispánicas en la unam. Fue becaria en el Seminario de Edición Crítica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam. Textos suyos han sido publicados en medios digitales. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Ensayo. Forma parte del colectivo Pensar lo doméstico.