Por JOSÉ LUIS MORANTE
Escritora multiforme, Sonia Chocrón (Caracas, 1961) protagoniza una propuesta creadora en la que buscan sitio la ficción narrativa, el cuento, los guiones cinematográficos y de televisión y un prolongado cauce poético, iniciado a comienzos de los años noventa. Una labor de convivencia de géneros que tiene voluntad unitaria y ha sido distinguida, en su desarrollo, con diferentes premios y reconocimientos. Tras la reciente reedición en España de Bruxa y Toledana en 2019 por Kalathos Editorial, al cuidado de David Alejandro Malavé y Artemis Nader, el volumen Hermana pequeña prosigue con su exploración lírica sobre la pulida piedra fría del presente. Cuenta con una introducción de la escritora cubana Zoé Valdés, quien describe el abanico de poemas como “un estado de excepción anímica”; resalta el divagar constante por lo mítico familiar para ser de niebla o no ser sino un puro flujo de la conciencia. Por su parte, la voz enunciativa de Saúl Sosnowski define este anclaje poético de Sonia Chocrón como un entrelazado autobiográfico de “Líneas que conjugan huidas, abandonos y rescates, a través de la memoria, de la amorosa entrega a lo más cercano, del sensual paisaje por su cuerpo”.
La poeta caraqueña deja como umbral una obertura que clarifica el título; el epígrafe procede de un fragmento del poema litúrgico para año nuevo “Ajot Ketaná” “Hermana pequeña”, del Rabi Abraham Hazan de Gerona, quien vivió en la baja edad media del siglo XIII. Junto a ese apunte de la tradición cultural judía, otros dos nombres fuertes preceden al deambular inquieto del poema: Idea Vilariño y Alejandra Pizarnik, dos territorios poéticos del canon, ya convertidos en paradigmas de la incertidumbre existencial. Con ellos sale a la amanecida un poemario cuyo tema esencial es la focalización de un ámbito preciso en un tiempo de soledad desapacible que empuja al exilio interior. En esta geografía perturbadora de la memoria se intensifican las conexiones entre el sujeto poético y una realidad agresiva en sus contornos. Los poemas enfocan lo doméstico, hacen de la observación del testigo un sustrato de conocimiento y búsqueda. La escritura nace desde la negación de un ahora proclive al derrumbe que invita a la huida. La esperanza no encuentra sitio y es necesario buscar un pasadizo a otra realidad más habitable: “Entiende que todos nos vamos aunque el cuerpo se / quede / de la misma forma que nos abandona / un suspiro y su estela impalpable / O como un desmayo negro sobre la / alfombra “. (P. 27).
En el ideario de Sonia Chocrón la evocación va sumando las escalas del tránsito vital. Son sitios marcados por ese afán de comprender la incontinente sucesión de causas y efectos que genera el discurrir; los recuerdos nacen desde otro tiempo donde las figuras familiares conforman todavía un equipaje afectivo. Los poemas propagan un luminoso legado sentimental, contrapuesto a las manos vacías del ahora, que alimentan el desconsuelo de una vejez prematura. Ese itinerario del estar es una senda repleta de espacios personales ubicados en la experiencia directa: la urbanización Altamira en el municipio Chacao, el Cementerio del Este o de la La Guairita, la Plaza el Venezolano, en una de las zonas más antiguas de Caracas… Son estaciones de paso donde se guardan secuencias vitales que perduran intactas. En “Cementerio del este” se acentúa la presencia de la muerte. La gravedad de la ausencia no es un concepto frío y objetivo sino una realidad que afecta a los padres, identidades concretas que ponen en la mirada un velo de orfandad estremecida. Poco a poco, la estela de instantes, vivida en común, crea la condición del superviviente, la obligación asumida de protagonizar una vida pequeña en lo diario, proclive a la añoranza y a las pesadillas. Esas historias nocturnas de la vigilia buscan su propia forma expresiva como mínimos relatos que no se disuelven en la amanecida, como si fuera necesario invocar en los meandros del poema todo aquello que ahora parece arqueología sentimental: “Cementerios vivos, casas muertas, calles estancadas”.
Se hacen puntos de luz en esta cartografía afectiva otros enclaves que alternan contrastes: el complejo recreativo del Club Puerto Azul, que tantas emociones depositó en la infancia, el corazón urbano de Caracas, donde se alborotaba la vida social o la propia casa familiar son supurantes heridas que han perdido el epitelio de la felicidad para convertirse en apagados destellos que confinan una tediosa incertidumbre. Ni siquiera el amor y el deseo siguen en pie, son espejismos del cuerpo que ya no pertenecen sino a las calladas turbulencias del cuerpo.
Hermana pequeña es un libro de estela autobiográfica, de recuerdos que manan hacia adentro con voz intensa y estremecida. Su lenguaje condensa despojamiento, desnudez y la complicidad estremecida del lector. En el recorrido personal del protagonista que marca las inflexiones de este largo poema fragmentado se impone la necesidad de compartir grietas y huidas. El peso sombrío de la memoria siembra sensibilidad para preservar los resquicios de lo vivido. Ese periplo de inquietudes que despliega un presente agónico, por el que caminan perdidas como extraños transeúntes las divagaciones y dudas. Más que nunca, se hace necesaria una conciencia en vela que descubra una realidad herida de contradicciones y engaños, solo habitada por la ausencia. Las palabras enuncian que existir es esa mezcla de pesimismo y esperanza que empuja a seguir en pie, que hace del poema una casa sólida, como un árbol firme que lucha a solas contra la tormenta.
*Hermana pequeña. Sonia Chocrón. Editorial Eclepsidra. Caracas, 2020.
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