Por JOSÉ PULIDO
Alicia Perdomo y Dinapiera Di Donato son dos nombres de mucho significado para la literatura venezolana. Han sido compañeras de vida y de amor durante más de veinte años. Hace pocos días falleció Alicia. Ellas vivían en la calle Bogardus Place, en Nueva York. Como quien dice: han convertido esa calle en un texto propio, en un recuerdo literario que también será útil para hablar de amor.
Dinapiera, mientras hacía todas las diligencias habidas y por haber, con Alicia tan lejos ahora pero ahí mismo, ordenaba libros, revisaba los hábitos que ya no están; las fotografías de ellas, las plantas con flores que dejaban los vecinos ante su puerta como una condolencia.
El calor del verano jamás se ha condolido de los techos, de las azoteas, de la vegetación, de los cuerpos.
Dinapiera va y viene angustiada, entre vapores de verano y lágrimas. Ella sabía de clases, de aulas, de diálogos sobre poesía o narrativa, de profesoras enseñando y alumbrando situaciones; pero no de morgues, de funerarias, de esos otros papeleos. Tampoco había concebido un novenario íntimo, propio, a solas. Acompañada a distancia por sus amigos y familiares.
Creo que la muerte de una mujer que desbordaba sabiduría y amor por la vida es más dolorosa porque a eso se agrega el dolor de Dinapiera. A mí, en lo particular, me afecta mucho el dolor de una poeta como Dinapiera Di Donato. Ella es una especie de savia que va y viene, llevando y trayendo sensaciones que parecen insinuar la existencia de un universo donde el sentir y el pensar son unos lugares transparentes y elevados. Igual o parecido a subir hasta la cúspide del Ávila y observar Caracas.
Con Alicia Perdomo el país ha perdido uno más de sus mejores hijos. Ella pisaba firme los senderos y enseñaba a transitar con firmeza en el conocimiento de la creación literaria que implica también saber de la existencia.
Ella tenía esa seguridad intelectual que da el conocimiento y además de servirle para analizar y escribir, investigar y opinar, la usaba para disfrutar una canción o un buen momento, uno de esos en que la luz del día se presta para iluminar las zonas profundas donde se guardan los mejores recuerdos.
“Alicia Perdomo era doctora en Letras, graduada con honores en la Universidad Simón Bolívar. Se desempeñaba como profesora en The City University of New York. Ha sido Visiting Scholar en New York University, Yeshiva University, Fordham University y el Fashion Institute of Technology de Nueva York.
Ejerció la crítica literaria y se especializó en los problemas narratológicos de la literatura latinoamericana de los siglos XX y XXI. Fue colaboradora de varias revistas y periódicos venezolanos y extranjeros y publicó varios libros en torno al problema de la figura del narrador y sus variaciones. También desarrolló investigaciones en torno al nuevo discurso político y sus variantes en el texto cultural venezolano”.
Publicó La ritualidad del poder femenino (1991) y Análisis de… una colección de la Editorial Panapo basada en cincuenta y dos obras de autores de diferentes lugares de Latinoamérica y el mundo (de 1996 en adelante).
Estudió a fondo la novela Paradiso:
“En Lezama, el apoderamiento de la realidad y la necesidad de cantar la imagen se logra a través de la duplicación y del espejeo. Catóptrica de la estructura. A veces la mirada se desvía y se fija en el espejo equivocado. Algunos de estos personajes que se desplazan por Paradiso buscan el rostro y no la máscara. A veces se desprenden la máscara y arrastran jirones de piel. Buscan su imagen: la inconfundible y jánica imagen. La única, entonces. Foción, Fronesis y Cemí (o Foción-Fronesis-Cemí) tratan de encontrar la imagen que necesitan de sí mismos. Por eso la necesidad de códigos kinésicos: metalenguaje de gestos y miradas, de existencias que se ven y miran vivir la una en la otra. Cemí-Fronesis-Foción rescatan la imagen que necesitan del infierno donde están. Existe la necesidad de sentir al otro y de verse vivir en él, una hermosa definición de amor según María Zambrano. Esto es: la avidez de lo otro. Lo uno y lo otro: máscaras distintas de un único ser dividido”.
Habló de la escritura femenina:
“La novela hecha por mano de mujer —¿femenina?— está llena de anécdotas que cuentan o hablan de un salto. El salto generacional y los cambios que, a marcha forzada, han modificado el panorama y han revelado secretos odios amorosos. En el caso específico venezolano, se produjo un total descuadre entre el guion de vida —o patrón— diseñado e impuesto por las generaciones anteriores a la década del cincuenta y esa pesada herencia hubo de modificarse”.
Escribió sobre la novela de Antonieta Madrid No es tiempo para rosas rojas:
“Para la narradora, el recuerdo está íntimamente asociado con la primera experiencia amorosa lacerante que sigue siendo uno de los temas más importantes en la novela hecha por mujeres. Pero el enfoque cambia: se investiga el efecto del amor sobre la concienciación de la mujer (y, obviamente, se indaga en el inconsciente)”.
Sobre Elisa Lerner señaló, en un libro impecable:
“A Elisa Lerner no le interesan los rasgos épicos de la historia sino la pequeña historia, la historia particular de Venezuela y más la que no se escribe en los libros: las anécdotas que van desde datos o episodios históricos escritos o recogidos oralmente hasta las revistas del corazón o femeninas. Maneja las fuentes históricas —casi cinco décadas— como si fueran fuentes periodísticas actualizadas, creando paralelismos entre la historia y el acontecer”.
“Lerner-escritora se fascina frente al modelo cinematográfico de las actrices de los años cuarenta y cincuenta. Por ello, hay un plano de mediación que lo concede la ficción y es a partir de esa mediación que los personajes se transforman y Lerner-personaje-escritora se asume otra.
La libertad puede turnarse como versión teórica que se revierte en el deseo de ser otro, de aspirar a la galería de posibilidades. Nótese que el planteamiento ideológico es la libertad, pero su concreción está en la libertad de ser otro, para lo cual —contradictoriamente— se imitan modelos parodiándolos y, obviamente, destronándolos. Para lograr este proceso, los paradigmas son imprescindibles. El personaje se va a apropiar de un imaginario periférico (que funciona como mediador entre el personaje-sujeto y el objeto de deseo-libertad). Recurriendo al imaginario-pasión, se teje la red para escapar de la vida cotidiana siempre alienante, devastadora. En este contexto, ello implica querer ser otro: ser esas mujeres, esas actrices o ser esas exitosas escritoras de folletines como Corín Tellado o las escritoras de aeropuerto”.
De Massiani y su Piedra de mar dijo, entre otras cosas:
“La trama de la novela se va armando mediante las conversaciones reales o imaginarias de Corcho, el personaje narrador, con los otros personajes y consigo mismo, diálogos a través de los cuales vamos penetrando en el alma de estos personajes, para quienes el mundo externo pareciera siempre estar haciéndose, como un oleaje, frente a ellos, sin que, en definitiva, eso los afectase demasiado”.
PERSISTIR EN ESTO
Es necesario repetirlo: Alicia Perdomo y Dinapiera Di Donato son dos nombres muy especiales —juntos y por separado— para la literatura venezolana. Han compartido una vida de amor y de experiencias durante más de veinte años. Hace pocos días falleció Alicia. Ellas vivían en la calle Bogardus Place, en Nueva York. Como quien dice: han convertido esa calle en un texto infinito, en un poema que por tal condición no se marchitará.
Dinapiera ha desmenuzado el tiempo y lo ha convertido en recuerdos: una andanada de libros, de textos, y las visiones de allá afuera, donde los verdores procuran insinuaciones de una selva que no existe.
Dice Dinapiera: La calle Bogardus Place (mi calle); la parte del altar de Alicia (de sus marialionceros particulares) con la cerveza saporo, una de las favoritas”.
“Estoy agotada y el facebook me cambia todo y olvido las llaves dentro de casa y dejo en la calle mi chal blanco favorito y voy a leer a Cartarescu (le estoy cambiando el nombre) con algo de la Montaña mágica… porque ya no puedo más; empecé a escribirte y no era yo, sino alguien desconocido que se enredaba en sus palabras.
Claro…no era el mejor lugar para escribir…supuestamente era la cola de la funeraria.
El calor va y regresa
Alicia no regresa
ni hay que molestarla
solamente ha pasado un mes y parecen siglos.
Aquí vine, a ver si los poemas pasan adelante y se sientan y yo pueda al fin dormir un poco más pero no tanto como para no darme cuenta”.