El estadounidense Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955) puede considerarse uno de los artistas más influyentes de su generación. Como representante de la tendencia artística Post-Pop, su obra también se alimenta de movimientos como el surrealismo o el dadaísmo, incluyendo también elementos clasicistas y barrocos en una interconexión temporal con el conjunto de la historia del arte. Su irrupción en la escena pública data de comienzos de la década de 1980 en Nueva York, con una reinterpretación de los ready-made de Duchamp al estilo de Andy Warhol. Luego evolucionará hacia un arte que sintetiza lo objetivo, más cerebral con lo subjetivo, más sentimental. La obra de Koons, dotada de gran sensualidad y seducción, representa de una manera precisa nuestra era de capitalismo postmoderno, lo que le ha proporcionado una exitosa comunicación con las masas. Koons avisa que no entenderemos su arte si previamente no nos dejamos llevar por los sentimientos que su obra nos suscita: el medio para alcanzar, en el plano de las ideas, el sentido racional de su arte. Un mensaje optimista de superación y de transcendencia más allá de lo sensible, invitando al espectador a que dialogue con su obra y de ese modo la complete.
Entro en el estudio de Jeff Koons en Chelsea donde lo primero que me encuentro es con su deslumbrante sonrisa, su tono de voz amable y un espacio blanco y mate que contrasta con sus esculturas satinadas.
―Su juventud ha transcurrido en una América en plena transformación cultural cuando se fraguaba el sueño del American way of life. ¿De qué manera se refleja todo ello en su obra?
“Mi padre tenía un negocio de diseño de interiores y una empresa de decoración, así que siempre estábamos relacionándonos con gente. Participar en una comunidad más amplia nos proporcionaba una sensación de alegría y satisfacción. Teníamos la impresión de que podíamos transformar nuestra existencia. Nuestras vidas eran cada vez más interesantes, y siempre nos pareció que la vida se podía mejorar a través del trabajo duro, y también de la educación y la experiencia. De algún modo, mediante las experiencias intensas se podría seguir alcanzando la trascendencia”.
―Se da a conocer en los años 80 cuando su generación se vuelca principalmente en la pintura como reacción al minimalismo y arte conceptual anterior. Entonces usted se decuelga con el reciclaje de objetos como el ready-made con las aspiradoras o balones suspendidos en líquido. ¿Buscaba usted distinguirse de su generación?
“Siempre me han gustado el dadaísmo y el surrealismo. Fui a la Escuela de Arte del Instituto Maryland de Baltimore y luego cambié a la escuela del Instituto de Arte de Chicago. Chicago se fundamentaba en gran medida en la iconografía personal, así que el trabajo te producía sensaciones, sentimientos. Los sentimientos son la base de todas las ideas. Primero experimentamos sentimientos, y luego estos se convierten en ideas. Así aprendí una iconografía personal y cómo influir en mi manera de sentir y en la manera en que sienten los demás. Entonces me mudé a Nueva York. Pero quería involucrarme en otro arte más objetivo y no dedicarme tanto a mi vida interior en la línea de la tradición del dadaísmo y el surrealismo. Me sentí atraído por el mundo exterior, y aprendí a confiar en mí mismo y automáticamente quise salir fuera de mí. Creo que acabé trabajando con los objetos como una metáfora de la gente. No se trata de descubrir en ellos relevancia, perfección o imperfección, sino de que puedas aceptarte a ti mismo, y entonces aceptar a los demás. Este es en realidad el estado objetivo más elevado. Todo es una metáfora de ese estado. Salir de la caverna de Platón consiste en este proceso de aceptación de uno mismo, de ser capaz de aceptar a los otros. Gracias a él, puedes acabar con la ansiedad y, ojalá, alcanzar el máximo estado consciente”.
―Su arte parece expresar una nostalgia de la infancia, como un estado paradisíaco en el que no hay límites ni represión…
“Recuerdo mi infancia con cariño en la granja de mi abuelo. Tengo recuerdos muy gratos de mis estancias allí, del hecho de ser artista, y de tomar consciencia de ello y de disfrutar del arte cuando tenía cuatro o cinco años. Toda esa época fue un periodo estimulante, lleno de aceptación… de estar abierto al mundo y de disfrutar de todo, no de cerrarse, de rechazar cosas. Hay una actitud receptiva y de aceptación de todo lo que sea perfecto en su propio ser. Me encanta esa apertura. No acabas de entender los mecanismos, pero en determinado momento empiezas a involucrarte más profundamente, a darte cuenta de que sí que intervienen fuerzas que restan poder. Hay gente que quiere establecer reglas y poner determinados límites que, en la práctica, le dan poder a ella y se lo quitan a los demás. Mi arte es una forma de llegar a la gente, de dialogar sobre la cultura y sobre una manera de sumergirse en ella, de empujar a la gente a través del obstáculo o rodeándolo”.
―¿Cree usted que las sociedades muy desarrolladas están más reprimidas?
“Una de las cosas que buscamos cuando observamos las sociedades antiguas, la antigua Grecia o la antigua Roma, es su apertura y que no tuviesen represión. Lo eterno adopta dos formas: tenemos el ámbito biológico para hacer que la vida siga, y luego el ámbito de las ideas, de la abstracción y el platonismo, la cualidad eterna de las ideas. Así, en las grandes obras de arte, encuentras que se producen ambas formas de diálogo, porque son maravillosas y tienen su espacio para disfrutar de los sentidos, para ser capaz de alcanzar el más alto nivel de trascendencia a través del uso de los sentidos. Las sensaciones se convierten en ideas. Leonardo da Vinci diría que la forma más elevada de arte es el arte erótico, porque afecta a todos los deseos de trascender, de preservar el yo, de procrear, de ser y participar en una sensación de unidad y también en la esencia del universo, todo al mismo tiempo. Si nos fijamos en el canon de la historia del arte y en los grandes maestros todos dieron cabida a la sensualidad, se entregaron al gozo de estar vivos a través del cuerpo como de la mente”.
―¿Qué aspectos abarcaría su concepto de libertad?
“Libertad es alcanzar el propio potencial de consciencia. Durante los últimos diez años, para mí Picasso ha sido una figura realmente asombrosa. Siempre me había gustado su obra, pero nunca me transmitió una sensación de libertad. Veía libertad en Duchamp y en las ideas de lo que yo pensaba que era arte objetivo. Entonces, en determinado momento, me di cuenta de que en Picasso lo objetivo y lo subjetivo completan un ciclo. Su obra es una capa sobre otra de pensamiento intuitivo; recorre un ciclo completo en el ámbito del vocabulario universal y del arquetipo. Es totalmente objetiva. Duchamp, o el tipo de pensamiento que se le ha atribuido, se volvió distante para mí. Me daba la sensación de una ausencia total de libertad. Porque los objetos no son lo que nos interesa, es la gente y que todo es una metáfora. Así que Picasso actuaba en un plano mucho más personal. He encontrado muchísima libertad en él. Y que los grandes artistas son cada vez mejores. Cuando, hace un momento, me refería al canon de la historia del arte, en él no hay ningún caso de retroceso”.
―Y como artista ¿cómo se ha ejercitado usted en ser cada vez más libre?
“He hablado de la caverna de Platón. Yo quiero alcanzar el máximo nivel de consciencia. Si pudiéramos abrirnos a la libertad que tenemos de expresarnos podríamos ver que lo que de verdad queremos hacer está a nuestro alcance… Es asombrosa la inmensa cantidad de posibilidades de expresión que tenemos. Pero es como si estuviésemos ciegos y creo que la ansiedad es uno de los factores que hace que estemos así. Por tanto, me gustaría alcanzar un estado de conciencia superior para ser capaz de ejercer esa libertad y estar abierto al potencial de que disponemos. Me imagino en el lecho de muerte en el preciso instante en que llegas a tu último aliento y alcanzas esa conciencia. Y yo no quiero experimentarla cuando me vaya a morir, quiero experimentarla ahora”.
―Ese diálogo entre el pasado y el presente me hace recordar el impacto que me produjo su exposición Gazing Balls en Nueva York, en la que inmensas esculturas de escayola grecorromanas mantenían el equilibrio de una bola azul que sostenían. ¿Por qué esa tensión entre la belleza del arte clásico y un objeto cotidiano actual?
“Me gustan esas esferas decorativas, y para mí son un símbolo de generosidad. Cuando se empezaron a imponer, y hasta la actualidad, mucha gente las ha colocado en su jardín o en el patio delantero de su casa. Es un verdadero acto de generosidad con los vecinos, ya que, cuando pasan por allí, las miran y experimentan una sensación de intensidad visual. Las crearon en Venecia allá por el siglo XVI, luego se pasaron de moda y el rey Luis II de Baviera volvió a popularizarlas. Y en Pensilvania hay un montón de gente de ascendencia alemana, así que a lo mejor esa es una de las razones de su difusión allí. Entonces te adentrabas en esos diálogos de alcance cada vez mayor sobre la trascendencia y te encontrabas con un Hércules Farnesio. Por lo tanto, efectivamente, estaba teniendo un diálogo de tipo nietzscheano y platónico sobre los dos dominios paralelos de lo eterno. El tema era la afirmación”.
―Ha comentado que una de las mejores exposiciones que ha hecho ha sido en el Guggenheim de Bilbao, cuya escultura emblemática es su Puppy. ¿En qué ha marcado la diferencia esta exposición?
“Creo que todas las exposiciones han sido fantásticas, pero de lo que disfruté mucho en Bilbao fue de la generosidad de la arquitectura. Lo que la hizo tan especial y única fue que el público podía entrar a la exposición después de haber pasado junto a Puppy. Así que ya había iniciado un diálogo filosófico sobre la obra. Le había otorgado un dominio espiritual, porque es orgánico, son plantas vivas creciendo, la vida y la muerte. Ves la condición mortal de las plantas, el ciclo de la vida frente a la arquitectura, porque lo orgánico y lo inorgánico se entremezclan. Así que, filosóficamente, eso hace que el espectador entre con un cierto estado mental. Cada planta es un elemento de control, una decisión, pero, al mismo tiempo, se trata de renunciar al control y apartarse. Entonces las cosas están en manos de la naturaleza. Esa es su belleza”.
―Es una buena metáfora de la vida…
“Sí, en la vida hay ciertas áreas en las que necesitas control. Si no lo haces, no podrás hacer que tu vida sea lo más productiva posible. Pero hay otras áreas, como las relaciones con la gente, en las que tienes que renunciar al control, no hay lugar para él”.
―¿Y qué obra suya diría que representa más lo que usted es?
“La verdad es que no hay una sola. Sería una recopilación de diferentes experiencias. Pero destacaría mi obra con cuatro espejos, una flor y un conejito hinchable. Para mí, la experiencia visual fue muy intensa. Hegel diría que la única manera de que algo inorgánico pueda procrear es a través del reflejo, y yo lo estaba presenciando. Quiero decir que lo capté en su totalidad, tenía mucha fuerza, y tuve que marcharme y tomarme una cerveza, porque fue una experiencia visual embriagadora muy intensa. Fue difícil bajar de esa intensidad del poder del arte y de la toma de consciencia de que ciertos colores, diferentes texturas y diversas clases de metáforas se pudiesen comunicar con tanta perfección”.
―Como coleccionista de arte fundamentalmente clásico, ¿cuáles son sus criterios cuando se trata de comprar arte?
“Cuando era joven, a veces hacía intercambios con artistas, y me hice con algo de arte contemporáneo. Cuando coleccionas arte, puedes absorber y viajar en el tiempo y sentir lo que se sentía al experimentar las sensaciones de esa persona. Me gusta esa clase de percepción de la cualidad metafísica. El arte es algo que sucede dentro del individuo. Un gran cuadro de Giorgione es lo que tú sientes cuando lo contemplas. El arte es una percepción de tus propias posibilidades, tu propia sensación de lo que puedes llevar a cabo, de cómo puedes expandir tus parámetros en la vida. Eso es lo valioso. Lo único que tiene valor es cómo mejorar tu vida. Me siento en contacto con ello a través del trato con cosas que no son contemporáneas, porque hay una cualidad intemporal y yo siento curiosidad por los arquetipos y por lo universal”.
―Usted ha ido más allá que otros artistas estadounidenses como Tom Wesselmann o Mel Ramos que transformaron el sexo en pop, al convertir su propio exhibicionismo en arte pop…
“Una de las cosas que siempre he disfrutado del pop es que es un estilo artístico que abre un diálogo muy cerebral, y ayuda a comunicar una información. No de una manera árida sino que reafirmando que las ideas llegan a través de los sentimientos. Así que la gente se puede sentir ligeramente excitada y la comunicación te puede llegar a través de los genitales o de otras partes del cuerpo. Porque si presentas a la gente ideas áridas, la gente se va. La gente no suele percibir cuánta abundancia de cosas hay a su alrededor. Lo último que querría hacer sería tener un diálogo contigo sobre el ready-made de cáracter árido y cerebral, porque eso no es vida. La vida lo es todo, y eso es lo que han hecho los artistas pop, como usted ha dicho”.
―No parece que usted sufra la soledad del artista; el suyo parece más bien un arte “comunitario”.
“Mi proceso creativo no es comunitario. Yo me enfrento a la libertad de expresar. Tengo el lienzo en blanco delante de mí en todo momento. Cada día, cuando me despierto, allí está. Para crear lo que de verdad quiero crear y llevar a cabo las cosas que de verdad quiero llevar a cabo en la vida, tengo que hacerlo. Como pintor pasa lo mismo. Tanto si alguien está pensando en un tema, como si está aumentando su nivel de consciencia, o eligiendo sus materiales y el tipo de práctica, el desafío sigue siendo esa expresión”.
―Con sus símbolos de lo banal, ¿nos está mostrando nuestro mundo como si estuviese diciéndonos que eso es lo que somos, que así es como son las cosas, y que nos las arreglemos?
“Yo creo en la comunicación. Así es como pienso en el espectador. No se trata de obtener ninguna respuesta diferente a la emoción y la energía que yo he puesto en esa comunicación. El espectador es siempre el que la completa; trae su propia historia, le añade otras cosas, y quiero que tenga la sensación de que es posible comunicarnos y la mejor experiencia de esa obra”.
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