La admiración por el Greco ha llevado a uno de los artistas chinos más prominentes actualmente, Cai Guo-Qiang (Quanzhou, China, 1957), a convertirse en uno de los pocos pintores contemporáneos vivos que expondrán en el Museo del Prado, cercano a la conmemoración de su bicentenario. El artista, afincado en Nueva York desde hace más de veinte años, presentará el 24 de octubre una muestra con el título El espíritu de la pintura, comisariada por Miguel Zugaza, que con este proyecto se despide de la dirección de la pinacoteca. Un diálogo con los maestros del Museo del Prado y especialmente con el Greco, en el que tratará de difuminar los límites entre Oriente y Occidente convergiendo en el tiempo en una exploración espiritual de la pintura.
Cai Guo-Qiang es conocido principalmente por sus pinturas realizadas con pólvora y por efímeros eventos explosivos realizados por todo el mundo, cuyo colofón tuvo lugar en la inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de Beiging 2008. Ha expuesto en los mejores museos del mundo, entre otros en el Metropolitan Museum o el Guggenheim de Nueva York y en España en el IVAM de Valencia.
Por ello, hablamos con el artista sobre cómo se gestó el proyecto del Prado.
―¿Qué puede adelantarnos sobre esta exposición?
“Las obras principales de la exposición se crearán en vivo en el Salón de Reinos de Madrid a mediados de septiembre de este año y serán expuestas en las galerías de exposiciones temporales del Museo del Prado. Durante más de un año he estado en Nueva York explorando ideas para estas obras, y también he hecho muchos experimentos, principalmente inspirados en la colección del Prado: por ejemplo, en obras de El Greco, Tiziano, Velázquez, Rubens y Goya. He visitado el Prado varias veces durante este período, en labor de aprendizaje con el director Miguel Zugaza, y con los comisarios y expertos del museo, incluyendo expertos del departamento de restauración. Con ellos como ‘puentes’, he estado esmerándome por construir un diálogo espiritual con los grandes maestros. Porque cuando se trata del trabajo de los maestros, una cosa es mirar su pintura, y otra realizar una obra con tu propio enfoque artístico, que converse con ella. Eso es completamente diferente”.
―Y, ¿qué sensación le produce convertirse en uno de los pocos artistas contemporáneos vivos que ha expuesto en el Museo del Prado, desde que se abrió al público por primera vez en 1819?
“Sentí que me enfrentaba a un gran desafío, lo cual hace que esta experiencia sea aún más excelente para mí. Las obras están ceñidas al medio de la pintura; usar el lienzo como punto de partida, y enfocarme en las cuestiones centrales, ‘qué pintar’, ‘cómo pintar’ y ‘por qué pintar’, me permite conversar con los antepasados de la pintura a través del Prado.
Aparte de la emoción, durante el último año también he sentido mucha ansiedad e inquietud. Porque cuando uno se limita a la pintura, entonces se enfrenta al problema: ¿cuáles son las preguntas que plantea la pintura de hoy? Solo afrontando estas preguntas podemos discutir el ‘espíritu de la pintura’. Algunas de ellas se remontan a tiempos antiguos, mientras otras son nuevas, pertenecientes a nuestra propia época”.
―¿Cómo surgió en usted la idea de exponer en el Museo del Prado?
“En 2009 vine al Prado principalmente para ver las obras del Greco. La colección del Prado me impresionó bastante, y quedé desbordado con las pinturas de los grandes maestros a los que había admirado mientras crecía, entre ellos Velázquez y otros. En 2014 volví al Prado tras ser presentado a Miguel por mis amigos españoles, y tuve el placer de ver la exposición El Greco y la pintura moderna en la conmemoración del 400 aniversario de su muerte. Me conmoví profundamente ese día: el arte del pasado no está simplemente confinado a los libros de texto. De hecho, todavía puede establecer nuevas relaciones con artistas contemporáneos y convertirse en un motor principal para impulsar la creación de la cultura hoy en día. Así que llevar a cabo una exposición en el Prado para entablar diálogos con estos maestros se convirtió en mi sueño. Cuando recibí la invitación de Miguel, ¡fue realmente un sueño hecho realidad!”
―¿Por qué cree que recibió esa invitación?
“Cuando Miguel me acompañó a El Greco y la pintura moderna, recuerdo que le conmovió bastante cuando le conté cómo una vez hice una peregrinación a todos los lugares clave de la vida del Greco. Tal vez esto fue lo que le incitó inicialmente a invitarme para realizar una exposición. Adicionalmente la renovación del Salón de Reinos se ha convertido en una nueva línea de pensamiento y un nuevo punto de partida para el museo, permitiendo al Prado desarrollar nuevas relaciones con nuestra era, cada uno afectando al otro”.
―¿Qué supuso este viaje siguiendo los pasos del Greco para usted y de dónde surge ese interés por el pintor griego?
“Desde muy joven, de todos los artistas del pasado, la obra del Greco se convirtió en mi favorita. El Greco eclipsó a los demás artistas del renacimiento al trascender su época y ver lo que estaba más allá. A mi modo de ver, compartimos la forma de expresar el mundo invisible y la espiritualidad a través de nuestra obra. Me hace reflexionar sobre mí mismo y sobre mi vida, que paralelamente a la del Greco, realizó su propio viaje desde China a Estados Unidos pasando por Japón. También en la manera en que persigo un método del no-método, donde no hay límites y que oscila entre lo antiguo y la vanguardia. Después de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, quise alejarme de la cultura china. Y fue la oportunidad para realizar este homenaje al Greco siguiendo sus pasos”.
―¿Cuál de los cuadros de los grandes maestros que componen esta colección han producido mayor impacto en usted?
“Los primeros que vienen a mi mente son: los de Velázquez, quien da a la gente la impresión de ser noble y seguro de sí mismo, y cuyas pinturas tienen un tipo de poder sincero y natural que es insustituible; Goya, sin barreras en cuanto a estilos artísticos, a veces espiritual o violento, a veces entrañable, ansioso por complacer… pero al final, El Greco es quien más me influye”.
―Como ha comentado, algunas de las obras con las que va a contar la exposición serán realizadas en una de las dependencias del histórico Salón de Reinos, ahora perteneciente al Museo del Prado y antes Museo del Ejército. ¿Qué más nos puede contar?
“Tengo la fuerte sensación de ser un niño bendecido por los dioses… Cuando reinaba Felipe IV, encargó a los mejores pintores de la época, incluyendo a Velázquez, que crearan pinturas específicamente para el Salón de Reinos. Más adelante, se convirtió en un museo militar. Así que para mí, poder crear pinturas con pólvora aquí hace que las obras sean específicas no solo en cuanto al sitio sino también a la cultura. Me imagino pintando aquí, con los rayos del ocaso derramándose a través de las ventanas… ¿Será que los espíritus de los grandes maestros surgirán de la nada para crear conmigo? Le pedí al Prado que no se instalara iluminación adicional en el salón, el sol se pondrá y la noche traerá la oscuridad, al igual que en el pasado. Esta es una hora del día excelente para que los espíritus aparezcan”.
―¿Por qué ha escogido como temas centrales de estas creaciones la “espiritualidad” o el “orgullo”? ¿Dónde reside lo espiritual en la pintura con pólvora?
“Por naturaleza, la pólvora es una sustancia muy espiritual. Antes de encenderla existe en forma de polvo y grano. Después del encendido, el resultado puede ser a la vez difícil de controlar y casi imposible de anticipar. A veces el efecto es tan maravilloso que se siente como si fuese resultado de tu propio método. Otras veces, como si fuese un desastre completo, como si hubieses perdido todo control.
Crear una obra de esta manera se convierte en un caso de ‘dejarlo en manos del destino’. Un material natural como la pólvora posee cierta energía, una fuerza que emana de la naturaleza y del mundo invisible. No se trata tan solo de que yo use la pólvora para pintar la espiritualidad y la energía. La pólvora en sí misma ya es energía y espiritualidad…”.
―Una de las obras que se presentarán en esta exposición será El espíritu de la pintura, 18 metros de largo y un diálogo espiritual con los maestros del pasado. Hábleme de ella.
“Este es un tesoro sellado que no he podido abrir todavía. En este momento, aun estoy buscando una entrada, tanteando una puerta tras otra en un camino largo y sinuoso. Todavía no sé lo que será esta pintura. ¡Espero que se me ocurra para cuando este trabajando in situ en Madrid! Dicho esto, no sé si me traerá una sorpresa agradable o simplemente decepción. A veces, no te puedes poner a pensar demasiado en el producto final cuando aún estás creando una obra de arte. Más bien, deberías estar disfrutando la travesía en sí”.
―A diferencia de sus trabajos iniciales con pólvora, los actuales tienen la novedad del uso del color. ¿Qué ha supuesto en su obra esta inclusión y en esta exposición en concreto?
“Esta exposición marca la primera vez que uso grandes cantidades de color en la pólvora. Será una de mis exposiciones con más color. La pólvora negra por naturaleza tiene cierta pureza y espiritualidad. En cierto nivel, lo que parece monocromático en la superficie puede realmente transmitir emociones de todo tipo de color. También transmite fácilmente la atmósfera espiritual y el carácter sublime relacionado con la cultura tradicional que yo, como persona de Oriente, expreso naturalmente en mi arte. Cuando una pintura usa color, se vuelve inseparable de las corrientes de la tradición de la pintura occidental. Además de todo esto, la vida es más vibrante y cambiante de lo que la gente supone: a medida que mis sentimientos evolucionan con la edad, los colores me permiten expresar más plenamente ciertas emociones”.
―¿Qué le parece que esta exhibición vaya a ser la última programada por Miguel Zugaza, uno de los mejores directores que ha tenido el Museo del Prado?
“Estoy muy agradecido con Miguel. Nunca hubiera imaginado que esta sería su última exposición como director del Prado, ni tampoco esperaba que, a pesar de los grandes cambios en su vida, lo manejara todo tan perfectamente, sin haber afectado nunca la planificación de la exposición. Ha sido el mejor director y el mejor curador. También reunió un equipo excelente para el proyecto, cuyos componentes se han convertido en mis compañeros de conversación, líderes y colaboradores en la creación artística.
Para mí, como ‘joven pintor’ que ha amado la pintura y los clásicos desde niño y luego ha estado inmerso en el arte contemporáneo como adulto, de repente me siento consciente de ciertos sentimientos que llegan cuando te conviertes verdaderamente en ‘pintor’. Como los antepasados que admiro tanto, son un sentido de auto-conciencia y honor”.