“En realidad, el mito griego se equivoca. No fue Orfeo quien enseñó la música a los animales, sino al revés”. Es lo que piensa el músico, científico y naturalista Bernie Krause (Detroit, Michigan, 1938) autor del libro La gran orquesta animal. Este libro fue escrito para mostrar a la gente que los animales nos enseñaron a bailar y a cantar, y que los paisajes sonoros, en particular las biofonías y las geofonías, términos acuñados por el ecologista, han tenido una influencia decisiva en nuestra cultura.
Krause formó parte del famoso grupo estadounidense de música folk The Weavers. Posteriormente cuando el grupo se separó, creó el duo Beaver & Krause de música electrónica. En los años 60 introdujeron el sintetizador en la música pop donde tocaron en sesiones para músicos como George Harrison, Mick Jagger, Quincy Jones o Barbra Streisand entre otros. Al mismo tiempo participaron en la industria del cine con interpretaciones musicales en más de 100 grandes películas, como Apocalypse Now o Love Story. Desde hace más de cuatro décadas ha viajado por el mundo en un estudio bioacústico, grabando y documentando el sonido del entorno natural. Ha archivado el sonido de más de 15.000 especies, de las cuales, más de la mitad ya se han extinguido debido a la intervención del hombre en la naturaleza. Este material constituye más de 5.000 horas grabadas de música natural.
―Después de una vida entera dedicada a la música y al sonido, ¿cuál ha sido su evolución?
Como no veo muy bien, mi mundo siempre ha tenido como referencia lo que oía. Cuando era pequeño, lo primero que me atrajo fueron los sonidos clásicos del violín y la composición. En la adolescencia cambié a la guitarra y aprendí todos los estilos. En los años 60, cuando Paul y yo fundamos Beaver & Krause, introdujimos el sintetizador en la música pop y en las películas en la Costa Oeste y en Reino Unido. Nos dimos cuenta de que, con la introducción del sintetizador en la composición musical, las definiciones convencionales de música también habían cambiado. Es decir, redefinimos la música como el control del sonido. Esta definición ha seguido siendo válida para el diseño y las composiciones sonoras que mis compañeros y yo hemos producido desde que contribuí a crear el campo de la “ecología del paisaje sonoro”.
―¿Cuál diría que es el punto de encuentro entre el sonido del mundo natural y la música creada por el hombre?
Cuando nuestra existencia estaba conectada más estrechamente al mundo natural, imitábamos los sonidos procedentes de los bosques y las llanuras que constituían el entorno en el que vivíamos. Esas expresiones incluían el ritmo, la melodía, la armonía, la textura y la estructura del sonido, es decir, la composición. Observando el movimiento de los animales copiamos su viaje a través del espacio y aprendimos a bailar. En Norteamérica todavía hay tribus nativas que interpretan la danza del ciervo, o del oso, o del águila. El fundamento de todas ellas es la necesidad ancestral de mostrar deferencia al mundo vivo que nos rodea y nos proporciona el sustento.
―Después de haber grabado más de 5.000 horas de sonido de diferentes hábitats, tanto marinos como terrestres, y a más de 15.000 especies animales, ¿qué cambios más significativos ha percibido a lo largo de estas cinco décadas?
Lamentablemente, el mayor cambio ha sido la pérdida abrumadora de densidad y diversidad de especies casi en cualquier sitio al que viajo en la actualidad. En algunas partes, como el norte de California, donde vivimos mi esposa Katherine y yo, en 2015 vivimos la primera primavera absolutamente silenciosa que puedo recordar en mis casi 80 años de vida. Había muchos pájaros, pero no cantaban. Era el quinto año de la histórica sequía que afectó a nuestra zona del continente. Este año, la biofonía (el sonido colectivo producido por todos los organismos de un determinado hábitat) volvió en cierta medida, posiblemente debido a lo mucho que llovió el invierno pasado. Con toda probabilidad, estos extremos meteorológicos son consecuencia directa de los cambios drásticos que está experimentando el clima.
―Son muchos años de experiencia observando estos cambios climáticos…
A esto hay que añadir que, a consecuencia de esos cambios, de la extracción de recursos y de la transformación del territorio, bastante más del 50% de mi archivo de sonidos naturales, grabado a partir de 1968, procede de hábitats que en la actualidad están en completo silencio, o en los que ya no es posible oír las biofonías en su forma original. A lo largo de los últimos 25 años he buscado una sede para este valioso archivo en algún centro de estudio. Contiene paisajes sonoros que la mayoría de nosotros jamás volveremos a vivir en su estado natural.
―Entonces, ¿defiende la teoría del cambio climático producido por la actividad humana o cree que a pesar de las consecuencias del evidente incremento del C02 tienen más relevancia los ciclos naturales climatológicos?
Basándome en los trabajos científicos que he leído y en los numerosos viajes a los lugares lejanos de la Tierra en los que he estado, no puedo imaginarme otra explicación para lo que está sucediendo en todas partes. Somos una panda de tercos, analfabetos, egoístas y codiciosos. Y mientras sigamos consumiendo al ritmo que lo hacemos, sin límites a nuestra avaricia, sigo teniendo esperanza, pero no soy optimista.
―Y, ¿qué cree que ha contribuido más a la desaparición de las especies: el ruido, la polución…?
Las especies desaparecen sobre todo debido a nuestra necesidad desenfrenada de explotar los recursos que quedan en la Tierra para producir cosas que, lisa y llanamente, no nos hacen falta. Mucha gente lo justifica con mandatos bíblicos que, para empezar, siempre han sido miopes y patológicos. Especialmente en nuestros días, seguimos guiándonos por esos ecos desafortunados a pesar de todas las evidencias que nos dicen a gritos que desaceleremos si queremos vivir bien.
―¿Qué está perdiendo nuestra cultura con el alejamiento de los sonidos naturales?
Al final, antes de que mueran los ecos del bosque, posiblemente querremos escuchar con mucha atención las voces que, aunque mermadas, todavía queden en el mundo. No tardaremos en darnos cuenta de que nosotros, los seres humanos, no vivimos aparte. Al contrario; somos una parte vital de un frágil bioma.
―¿Cuántos de nosotros escucharemos el mensaje a tiempo?
El susurro de cada hoja y de cada criatura nos implora que cuidemos el mundo vivo que nos rodea; un mundo que, de hecho, puede que contenga secretos de amor por todo lo que existe, en particular por nuestra humanidad. Esta música divina se está atenuando a un ritmo acelerado. Se acerca la hora en la que tendremos que declarar como testigos cuando los espíritus de las criaturas vuelvan para la cacería final.
―¿Qué sonido ha sido el que más le ha impactado?
Un sonido llamado “el coro del amanecer”. Cada primavera, en las zonas de la Tierra todavía bien conservadas, es habitual que un gran número de pájaros pueble los biomas, donde, con sus extraordinarios cantos, compiten no solo por el territorio físico y las parejas, sino también por el territorio acústico. La organización de esas voces colectivas –que, por cierto, incluye también insectos, anfibios, reptiles y mamíferos– es lo que se llama “biofonía”. Las representaciones gráficas de estas biofonías se denominan espectrogramas. Cuando los paisajes sonoros están en buen estado, los espectrogramas se parecen mucho a una partitura musical contemporánea. Las voces colectivas de estos organismos evolucionan para ocupar nichos especiales, de manera que no interfieran unas con otras. De lo contrario, las respectivas voces se enmascararían. Y si la conducta vocal se ha desarrollado para ayudar a sobrevivir a esos organismos, las señales se tienen que oír con claridad. Creo que esto no es solo mi descubrimiento favorito y más importante, sino que también es el que me ha causado mayor impresión. Cada vez que voy a uno de esos sitios y escucho una biofonía bien conservada, me asombro.
―Entonces, según usted, ¿pueden los animales llegar a sincronizarse con sus sonidos como una gran orquesta?
Sí. Es que no les queda más remedio. Si no, reinaría el caos bioacústico. Los organismos han evolucionado para sincronizar el ritmo, la melodía, incluso para organizar sus voces en contrapunto. La manera en que sus voces se fusionan en capas y texturas es una forma de sincronización. Se puede percibir en la manera en que los chimpancés y las demás especies de simios superiores ejecutan ritmos complejos golpeando los contrafuertes de los ficus, o en la que las ranas y los insectos sincronizan sus voces cuando cantan a coro.
―¿Qué recomendaciones ofrecería para ampliar el conocimiento y el cuidado de los diferentes hábitats marinos y terrestres?
Creo que tenemos que aprender a cerrar el pico de una vez y dirigir nuestra prioridades a proteger activamente lo que queda de vida en nuestro entorno.
―A través de su compañía Wild Sanctuary ha grabado álbumes de música bio-acústica. Estas grabaciones también han sido utilizadas para crear ambientes interactivos en museos. ¿Podría explicarme cómo es esta relación con los museos?
Cuando, en la década de 1970, cambié mi profesión de la música a la ciencia, me di cuenta enseguida de que publicar exclusivamente artículos científicos significaba que los resultados del trabajo solo los verían o los escucharían unas cuantas personas. Así que decidí llegar a un público más amplio a través de mi obra artística creando esculturas sonoras. Cuando se publicó la traducción francesa de mi libro La gran orquesta animal, Hervé Chandes, director de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París, se puso en contacto conmigo. Me encargó que crease una obra de arte sonoro que no se reproduciría como música de fondo, sino que sería el elemento central de una exposición en la que los componentes visuales se inspirarían en las esculturas sonoras. Era una iniciativa muy arriesgada porque no existía ningún precedente de esa magnitud. La instalación, titulada Le Grand Orchestre des Animaux, que terminó este enero, fue una de las muestras más visitadas desde que existe la fundación.
―Convierte la música en esculturas de arte.
Nos guiamos principalmente por la vista. Casi todo lo que nos conforma se deriva de lo que vemos. La exposición cambió por primera vez esta ecuación. El “sentido en la sombra” (el sonido) ya no es efímero; por fin ha encontrado un lugar frágil pero fecundo en la jerarquía de los sonidos y, por tanto, de las bellas artes. La experiencia fue de lo más estimulante. Había llegado a deprimirme profundamente por lo que estaba pasando en mi país, donde no se despreciaba solo el valor de las artes, sino también el de la ciencia. Sentía una profunda desesperación. Con la llamada de la Fundación Cartier me sentí realmente esperanzado por primera vez en mucho tiempo.