Papel Literario

Entrevista a Ricardo Ramírez Requena: “No habrá otra oportunidad”

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Por JULIO TUPAC CABELLO

Hay gente que necesita moverse —los venezolanos lo sabemos en carne propia— para poder ver su futuro. Otros, en cambio, necesitan asentarse, para poder ver más allá. Ricardo Ramírez Requena no necesita ni una cosa ni la otra.

A juzgar por su obra, el contenido de su prosa, su actividad profesional y el lugar desde el que se posa su verbo, el escritor está en su lugar y, a la vez, está en movimiento. No necesita viajar para mirar afuera, ni se detiene por estar plenamente donde está.

Por el contrario, Ramírez Requena ha sido el gran fotógrafo poético del extraordinario movimiento migratorio, cultural e identitario de la venezolanidad. En cada uno de sus libros hay una crónica poética involuntaria o, más bien, inevitable, en la que describe con dolor, y al mismo tiempo con esperanza, los gestos que componen su vida íntima, el reencuentro con los que se fueron, la vibrante comunicación con el pasado, el presente y el futuro, y lo que, en su propia actividad laboral, lo mueve: La Poeteca, esa fundación de promoción cultural y literaria que apuesta por una región del alma humana que cualquiera creería nadie voltea a ver en un escenario tan precario como el venezolano.

Lo dice su prosa, su actividad laboral y su incesante dinámica académica: 3R, como le dicen algunos de sus estudiantes, vive el futuro ahora, es un rebelde victorioso de una dictadura que ha querido aislar a su país, hace talleres donde escritores de todas partes del mundo se conectan para compartir sus experiencias creativas, al ritmo de sus clases eruditas; sigue con denuedo lo que está pasando en la literatura mundial, y convive con una naturalidad asombrosa con el hecho literario, lejos del enciclopedismo clásico, la pose elitista intelectual moderna y la academia (de la que es un virtuoso profesor con numerosos estudios de postgrado).

Para él, la literatura ocurre desde el mismo momento en que respiramos. No por casualidad, el gran terreno que ha escogido para su obra es el diario.

“Escribir para saber que estás vivo”

Nacido en Ciudad Bolívar, 1976, en 2011 obtuvo una Mención especial en el I Premio de Poesía Eugenio Montejo con el poemario Maneras de irse. Es autor del libro de ensayos de literatura venezolana Otros bosques, y fue ganador del XIV Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana en 2014, quizás el destello que definitivamente lo dio a conocer en el mundo de los escritores, con su primer diario publicado, Constancia de la lluvia.  Algunos de sus textos aparecen en revistas y blogs en Venezuela, México, Colombia y España.

Escribir diarios sabiendo que van a ser publicados debe ser una experiencia invasiva. Escribir sobre tus fueros siendo tú mismo el invasor.  Ramírez Requena es la propia materia de su relato, que sostiene al lector en presente simple, una sensación de mindfulness que cualquier autor de suspenso quisiera lograr, que todos los sentidos estén en el aquí y ahora. Observando. A la expectativa. Sus entradas “avanzan hacia el pasado, mirando al futuro enseguida”, dice.

—¿Qué le ofreces al lector en El porvenir

—La experiencia de la enfermedad y su recuperación, la experiencia del vivir en un país sumido en una profunda crisis en todas sus áreas y cómo, a través de lo que conozco (lecturas, efectos), reflexiono sobre esto y lo llevo a cuestas.

—La idea de vivir en o con enfermedad está presente abundantemente en sus páginas. ¿Cómo te ha transformado el síndrome de Crohn?

—La enfermedad me llevó a escribir, a entender que el tiempo puede estar apremiando, a valorar la vida. Y ponerme a leer y escribir. A tomar decisiones: no podré leerlo todo: debo escoger.

En el libro, las posturas que muestras frente a la enfermedad intestinal que te aqueja se asemeja a la que tienes con el caos en el que el chavismo sumergió a Venezuela. Son circunstancias. No tienes la intención de que te condicionen.

—No. Yo me distancio del victimismo. Me parece terrible. Hay gente mucho peor, que necesita mucha ayuda. Yo he tenido todo el apoyo y la ayuda posible, emocional y financieramente. Lo mismo me pasa con el país: nos ha jodido, pero también he podido hacer mi camino.

—Tu diario y tu prosa son muy cercanos a la poesía. ¿Es ese tu verdadero sino? 

—Escribo desde la dicción que la poesía me ha enseñado. Eso me enseña a no dar vueltas, a ser lacónico. Me gusta mucho la prosa. Me siento cómodo ahí. Ahora, nunca me he sentido un novelista. Por ahí, por ahora, no van mis tiros. Creo que lo hace Emmanuel Carrere, y W.G. Sebald, Adam Zagajewski, ahí está lo que me interesa.

—Cuáles son tus referentes en el trabajo de diarios, ¿cuáles venezolanos? ¿Por qué escoges el diario? Es un trabajo riguroso, detallado, laborioso.  

—El diario da tranquilidad. Algunos se angustian por decir algo cada día; a mí me da paz saber que puedo hacerlo porque sigo vivo. También invita a cuidarme, aunque uno siente que la enfermedad está siempre ahí. Está en uno, aunque uno no es propiamente la enfermedad. Me gusta el diario de Kafka, el de Julio Ramón Ribeyro, el de Alejandro Oliveros. En Venezuela hay varios referentes, me quedaría con Oliveros, Victoria de Stefano y Rafael Castillo Zapata.

—En la medida en que el libro avanza, se siente una gran devastación. Sin embargo, tú haces una obra, personal y profesional, que florece. También otros. ¿Es un asunto de terquedad? ¿O hay una vida paralela al marasmo?

—Hay terquedad, insistir en lo que sabes y ser humilde. Eso es. Por otro lado, uno es un privilegiado. No forma parte del 10 por ciento que mejor vine, pero tampoco del 70 por ciento o más sumido en la pobreza. La lucha diaria es contra el deterioro: quedarte sin bombillos, que se dañen las cosas y no cambiarlas, por ahí.

Las lecturas que comentas son profusas y variadas. Sin embargo, tu aproximación a la realidad es franca, no pareces cultivar poses. Eso suma mucho a tu prosa.

—Gracias. Trato de leer desde el agradecimiento. Agradezco poder hacerlo.

Pareciera, por lo escrito en tu diario, que ya dejarás de hacerlos. ¿Por qué y qué viene ahora?

—Desde 2020 comencé a soñar mucho, o a recordar insistentemente esos sueños. He estado armando algo más desde el relato de la memoria, el registro, pero también vinculado con lo onírico, con lo ensayístico. Es un trabajo de la memoria, pero no un diario.

De hecho, ya en El Porvenir uno se topa como lector con muchos de sus sueños, registrados en detalle, oníricamente grandilocuentes, poderosos. “No sé mucho de sueños”, confiesa el autor, “pero me gusta recordarlos”.

De la oscuridad a la luz: la vida dura poco

Ricardo, como sin solemnidad todo el mundo lo llama, es un pedagogo afable ya muy conocido en la comunidad de escritores venezolanos. Gerente cultural, colaborador de La vida de nos, Profesor, exponente de las últimas filas de la generación X, se maneja con naturalidad en las redes sociales, aunque la suya no sea una generación nativa.

Los binomios de la tecnología y la precariedad venezolana, la modernidad y el primitivismo chavista, la libertad y la dictadura no causan contradicciones en él. El arte para Ricardo está en la cotidianidad. Y al tiempo, sigue conectado, desde la oscuridad a la que se ha sometido a la sociedad venezolana, con lo último que está pasando en la literatura oriental, con las tendencias europeas, con los nuevos autores latinoamericanos y norteamericanos.

Sin embargo, la vida le deparaba una prueba extra, la enfermedad. Pero ni eso quedó fuera del arte de contar, a este viajero de alma, provinciano de origen, caraqueño a juro, padre en ciernes, obsesivo del conocimiento.

Pensaste que no llegarías a los 40. Ahora que los pasaste, ¿qué piensas de la vida?

—Que dura poco, y que debemos amar mucho a quienes son importantes para nosotros. No habrá otra oportunidad.

 —Pareciera que eres un terco de la vida, y Tomás (su hijo) vino a auparte.

—¡Eso!

Tienes un registro muy consciente y pleno de tus muertos. ¿Qué te dicen tus muertos?

—Me recuerdan de dónde vengo, cuáles son mis herencias.

Hasta tus figuras pop emblemáticas son internacionales (Cranberries, Irlanda). 

—Lo anglosajón siempre ha sido importante para mí. Viví en Jamaica de niño y su cultura me llenó. Lo inglés, escocés, irlandés, me interesa mucho.

Tu relación con el hecho creativo está escrito explícitamente, y está en tu verbo oral y en tus talleres elude cierta pretendida exclusividad elitista que no ve poesía en la cotidianidad y los paisajes simples de cualquier mortal, cada día.

—Yo siempre me siento bienvenido en el mundo del arte y la literatura, pero vengo «de afuera». Una sensación de que no soy del medio, no tengo padres ni familiares artistas o bohemios o académicos. Llegué por las lecturas en casa e insistir, insistir, insistir. Abrirme paso. Podemos aspirar a todas las tradiciones, decía Borges. La clave está en leer, leer, leer.

Leer a Cadenas enseña mucho. Enseña, en especial, a mirar y habitar el mundo.

En algún momento de Constancia de la lluvia afirmas que el lector de esta era es cómodo, lee para turistear o divertirse. Como escritor, ¿te pones en situaciones incómodas?

—Sí, yo creo en el afán formativo. Me interesa el saber, el conocimiento, la formación intelectual. Toda mi vida he hecho listas de autores que me faltan por leer, u obras. De todas las épocas y civilizaciones. También idiomas, lenguas. Creo que uno tiene que ir siempre más allá.  La literatura puede ser sosiego, paz, pero la literatura no es un achatamiento cómodo.

No solo se percibe tu relacionamiento natural con todo movimiento cultural que te sea pertinente, sin importar las fronteras, sino que lo tienes sustentado en Borges.

—Así es. Borges es quizá el autor más importante en mi vida.

Te confiesas triste. ¿Te acompaña siempre la tristeza? 

—La derroto. Con la música, el baile, con la sonrisa de mi hijo.

¿No hay civilización sin barbarie?

—No hay civilización sin barbarie. Sin esta última, la primera nunca llega. La «barbarie», ahora bien, es cultura. No civilizada, pero cultura, al fin y al cabo. Me preocupan los afanes de la civilización por des-civilizarse, buscando una cultura en la barbarie que les devuelva algo, no sé qué.

A veces se siente el hastío en tu obra. 

—Sí, de la falta de tiempo, de ver que el país se hunde más y más; a veces, de que poco cambia.

Veremos la transición, dices, sin dudas. ¿Cómo te la imaginas?

—Sin mayores dramatismos; simplemente ocurrirá. Nos tocará, luego, trabajar una memoria de la justicia. No olvidar, en especial a las víctimas.

Hace diez años, en Constancia de la lluvia, te proponías una vida alternativa.  ¿Cómo sería hoy, que eres padre, esa vida?

—En condiciones económicas favorables, sería posible: una beca para estudiar en un país anglosajón, dedicarme solamente a la universidad y todo lo que ofrece. Sería posible. Pero no lo fue. A mí me gusta mi vida. No me quejo.

Una Venezuela. Un caraqueño por adopción y su registro.

Luz en la sombra. Ramírez Requena parece predestinado a encontrarla. Pero no por eso, o quizás precisamente por eso, no escapa a las resacas de la vida que le han dejado en la oscurana. Un universo que retrata esa dualidad es el de las librerías. El cierre masivo de ellas, en la Caracas que lo adopta, produjo en él gran duelo, acepta. “Porque cierran espacios de encuentro, de conocimiento. Y en las librerías he sido feliz”.

En algún momento de su andar como diarista, se da el permiso de una renuncia, aunque temporal, aplastante: “Todos somos hijos de una misma tragedia que nos mastica y devora. Un dolor que engendra otro dolor”.

Leer la obra de 3R deja a la vista el recorrido de un escritor que experimenta una maduración a velocidad insospechada, con una educación que atraviesa todo límite, con sobrada sensibilidad, exploración de formas creativas abundantes y una sencillez inconcebible.

La creatividad del poemario Maneras de irse convierte las horas aciagas del inicio de la gran crisis de la Venezuela chavista en un ensueño del que el lector se escapa a través de la puerta de la imaginación. Pero el padecimiento, la enfermedad, la esperanza y el tormento de El porvenir nos da un testimonio universal que, me permito afirmar, no debería dejar leer ningún venezolano en el futuro.

Si algún día —brindo por ello— volvemos a dejar protagonizar la civilización en nuestra sociedad, es preciso regresar a los tiempos en que vivimos la barbarie, de modo que sepamos, siempre, que es un sufrimiento que no vale la pena repetir.

Hay quien dice que la patria de quien es cercano a los libros es su propia biblioteca. ¿Cuál es tu patria?

—Mi patria es Venezuela. Me gusta mi país, no tengo mucho en contra de él, aunque lo critique todos los días y esté consciente de sus carencias. Venezuela no es mejor ni peor que cualquier otro país latinoamericano. Mi patria es mi infancia y juventud, mis viajes constantes a Ciudad Bolívar, Cumaná y San Cristóbal. Es mi familia y sus tradiciones. Es el país en el que me tocó vivir.

Tu travesía por la grieta de la venezolanidad parece acompañada de una gran serenidad. Recuerda a Víctor Frankl en El hombre en busca de sentido, relatando su asombrosa travesía por los campos de concentración nazi.

—Gracias por la comparación. Frankl es fundamental, un autor que me enseñó mucho. Lo leí cuando terminé el diario, y quedé muy impactado. Pienso que tiene que ver con testimonios, diarios, de sobrevivientes o simplemente gente que vivió la II Guerra Mundial, que fui internalizando.

—No naciste en Caracas, aunque vives en la ciudad desde niño. ¿Qué es Caracas para ti? 

—Caracas es una ciudad en donde me he convertido en mí mismo, el espacio en donde conjugar mis orígenes. Mi patio.

—¿Qué es lo que más amas de Caracas? ¿Y qué es lo que más odias de ella?

—Lo que más amo de Caracas pasa por su clima y vegetación, como a todos, pero me gusta en especial la zona donde vivo, que para mí va desde la Plaza O´Leary hasta la Plaza Brión. Fíjate, un espacio entre dos plazas en honor a dos extranjeros.  Aquí, y en ciertas zonas de El Paraíso, Chacao (el pueblo de Chacao), encuentro una «civilización del calor», como decía Picón Salas. Lo que más odio de Caracas es su violencia ciega. No la merecemos.

—Está registrado en varios de tus libros, repetidamente, con agonía, la suerte del toque de queda natural que por años se vivió en la ciudad.

—Sí, Caracas perdió la noche y cierta inocencia en sus recorridos y andares. El miedo se comió a la ciudad. Eso incluye su amabilidad salvaje. Nos hemos vuelto muy ariscos, duros.

—Uno es el tiempo que nos tocó vivir y nada más, dices al referirte a que no hay experiencias migratorias en tu familia. ¿Cómo es la vida en un lugar del que tantos se fueron? ¿Cómo has vivido tú el éxodo?

—Uno extraña mucho a la familia y a los amigos. Se da cuenta de que ya no hay un día a día, una cotidianidad. La ciudad vacía es más pobre, sucia, aburrida. Como un pueblo solo un domingo en la tarde. Deja de ser ciudad, desaparece el sonido que la caracteriza. Quizá su mayor símbolo sea el silencio, un silencio como de duelo, de rezo, de sollozo callado. Es un silencio diferente al de la montaña. Son diferentes. No son iguales. La ciudad vacía es un lugar abandonado. Los que nos quedamos intentamos resguardarla.

—En Constancia de la lluvia está frontalmente planteada la duda de irte del país. ¿Por qué te quedaste?

—Porque no se dieron las circunstancias: dinero, becas, oportunidades de trabajo. Nunca he dudado en irme a estudiar afuera, por ejemplo, o probar un tiempo una oportunidad de trabajo. Pero no se ha dado. Además, mi esposa y yo hemos podido trabajar en nuestras áreas y crecer. Tenemos nuestra casa. Luego, nuestros padres: para mí es fundamental estar cerca de ellos, ocuparme de ellos. Uno se va quedando, sin dramatismos, pero tampoco como un sino, un destino, una derrota. Así lo ve muchísima gente. No es mi punto de vista.

—En El Porvenir se registra el pico de mayor avance democrático desde que llegó el chavismo al poder (las elecciones de la Asamblea Nacional en 2015) y, también, su hora más oscura.

—Me tocó eso. En poquísimo tiempo. Venezuela en esos años fue una montaña rusa. Quién sabe qué cosas nos dejará en la psique, el cuerpo…

—En tus ensayos sobre literatura venezolana tocas un tema al hablar de Picón Salas, que parece augurar una bella problemática: el regreso. ¿Cómo ves el futuro de Venezuela? ¿Crees que, en efecto, muchos de sus hijos, con las dificultades que eso representa, regresarán?

—Creo que todo el que se fue tiene el derecho de venir cuando quiera. Ojalá pudiera ser más frecuente, como cuando los que estaban en Caracas iban a visitar a sus familiares en el interior en las fechas celebratorias. También que puedan hacerse negocios, proyectos, entre los que están afuera y acá. No creo que regresen muchos. Sí miles, pero no los millones que se fueron. Salir es duro, regresar, también.

-Por momentos, El Porvenir da sensación de hemeroteca. Es la revisión de la historia, pero de la historia de alguien. Es una sensación muy particular. Muertes, despedidas, nacimientos, enfermedad, literatura, música, cine. El apagón. Temblores. Devaluaciones. Detenciones, muertes. Cifras socioeconómicas. Deportes. Pandemia. En algún momento te preguntas incluso a ti mismo si eres periodista. La última frase de tu diario es Vendrán días mejores. No parece gratuita.

-Vendrán tiempos mejores. Ya verás.