Ramón Guillermo Aveledo | Vasco Szinetar

Por NELSON RIVERA

Parece existir una tendencia creciente a un ejercicio de la política alejado de las ideas o de la ideología. Como si la dimensión pragmática de la lucha por el poder fuese la política suficiente. ¿Qué consecuencias o riesgos tiene una política de espaldas a las ideas?

En las ideas políticas hay diferentes planos: valores, doctrina, ideología y finalmente programa. Corrientemente se llama pragmática a la aproximación que centrada en la acción inmediata se limita a un programa, sin referencias en alguno de los otros tres niveles que ordenan a los fines. Creo que incluso como denominación esa visión es equivocada, difícilmente es práctico un medio desvinculado de fines. Como cualquier actividad, sin propósitos la política es un despropósito. Y el poder per se no basta, porque carece de sentido. El riesgo de una política vacía de ideas es que carezca de movimiento, como no sea caminar en círculo, inevitablemente vicioso. El precio lo paga la sociedad y, tarde o temprano, también el político presuntamente “pragmático”.

Propone una reivindicación de los valores como fundamento de la acción política o la acción en el espacio público. ¿A qué valores se refiere?  

Primero, hay que tener ideas claras acerca de qué es y qué no es el poder, para qué sirve y para qué no sirve. Los valores que pueden servir de guía a un político hoy podríamos resumirlos en los derechos humanos y su desarrollo, cuyo fundamento es la dignidad de la persona, sus posibilidades de realización plena, tanto en su dimensión de individualidad personal como en esa por natural inseparable que es su dimensión social o comunitaria. Los valores que profeso en su raíz son cristianos, aunque sus antecedentes provengan del judaísmo y la cultura de Grecia y Roma. Cristianos que no son sólo católicos como lo era Maritain. No son casuales los capítulos que el libro dedica a Angela Merkel, luterana y a Martin Luther King, evangélico del Sur de los Estados Unidos. Valores que explico, con sus tensiones al enfrentar las realidades de su tiempo, en la experiencia de gobierno de Biden, católico irlandés y confeso maritainiano. Valores como la libertad y la responsabilidad que son mellizas univitelinas. Juntas posibilitan que la justicia, la solidaridad, la paz, la prosperidad con inclusión sean posibles. Los valores se hacen asibles en la medida que su guía sirva para moldear la acción. Se expresan en instituciones y en vida social real. El trabajo de la política, lo anoto allí varias veces, es hacer posible lo necesario.

El ensayo dedicado a Guillermo Yepes Boscán me ha hecho pensar que él formó parte de una generación de políticos que tenían un lazo tendido a la historia, a la cultura. Compartían un respeto activo por el saber. ¿Ha cambiado eso? Mi sensación es que entre los políticos más jóvenes, quizás con alguna excepción, hay menos comprensión de lo humanístico.

La cosa para mí es sencilla: sin la vida humana, la política no tiene vida. Lo difícil, sin embargo, a veces es comprenderlo y practicarlo. Guillermo Yepes Boscán fue un buen ejemplo del empeño por esa noción humana honda y ancha de la política, por eso me parece útil hablar de él a los políticos jóvenes a quienes va dirigido principalmente este libro. En ellos está mi esperanza, aunque confieso que a veces me confunden o giran contra la cuenta de mi paciencia, que no es infinita.

Una relación muy novedosa para mí es la que usted establece entre Las Tablas del Pacto y la idea judía de la democracia. ¿Lo explica a nuestros lectores? 

Me atrevo con ese tema que me parece invita a más estudio del que generalmente se le ha dado. La democracia es un gran aporte de Occidente a la humanidad toda. Se habla, no siempre bien por cierto, de una civilización judeo-cristiana y vale, aunque no sería posible prescindir de la herencia greco-romana. En ese contexto, los Diez Mandamientos son un código moral para la vida personal y la convivencia en sociedad que incide en judíos y cristianos. Hubo una trayectoria histórica concreta, no siempre democrática, como en todo Occidente. Pero el sentido de esa historia ha avanzado, con dilaciones, retrocesos y desvíos, hacia el poder institucional, no personal; limitado, no absoluto; distribuido, no concentrado. Es decir, democrático. Y esa noción se ha esparcido, con ejemplos notables de éxito, hacia sociedades no occidentales. En la idea judía de democracia notaremos la impronta bíblica en su contrato social, la igualdad y el derecho a la participación pluralista.

Se refiere al libro recién publicado por Diego Bautista Urbaneja, en el que éste señala que la IV República, nacida bajo el diseño de la Constitución de 1961, era ideológicamente ecléctica. ¿Los fundamentos republicanos deben aspirar a una mayor cohesión o es saludable que en ellos convivan elementos plurales? 

El reconocimiento a la naturalidad de la diversidad pluralista no implica eclecticismo. Es parte del armazón valorativo de la democracia que solo así puede asimilar lo diverso. Una de las ventajas de la democracia es su progresivo enriquecimiento desde la noción liberal hacia la social y a la más nueva, calificada por autores como Meier de los derechos humanos. Esa ampliación y profundización no elimina lo avanzado, al ampliarlo y profundizarlo lo mejora. Recién estoy leyendo un interesante libro relacionado al tema, es de Yascha Mounk, El Gran Experimento, acerca de por qué fallan las democracias diversas y cómo hacer que funcionen.

La “carta democrática” de Maritain, ese consenso democrático compartido, puede aportar la coherencia necesaria para procesar la diversidad que es natural. Por eso dedico a una lectura actual de ese documento, escrito en 1951, el capítulo de cierre de mi libro La Política y Los Valores.

Sobre el propósito de alcanzar una cierta moderación en la política confrontar sin excluir, ¿qué mecanismos pueden hacerla posible en ambientes signados por la polarización?

La política trata de encontrar equilibrios que tienen que ser justos. En el pensamiento venezolano, desde Fermín Toro para acá debería ser cuestión dilucidada. Pero claro, no es tan simple. En la procura de los equilibrios no hay estación final, solo escalas. Porque humanamente hablando, perfecto no hay. Siempre será perfectible. Y surgirán nuevos desafíos. Una “fórmula” aplicable, en su acepción de método práctico para resolver un asunto, sería: claridad de fines, respeto a todos y reglas que lo garanticen efectivamente.

La democracia nos pide convivir con opiniones y formas de vida que reprobamos, dice Savater con razón. Tolerancia no es equidistancia ni neutralidad, nace de la conciencia de nuestra falibilidad, de la certeza de nuestros errores y es consecuencia lógica de nuestra aspiración a que los otros nos acepten como somos. Los extremismos, los fanatismos, eso que llaman los radicalismos, son en esencia antidemocráticos por intolerantes y envenenan la convivencia en paz. De Aristóteles en adelante, es decir desde hace bastante más que dos mil años, la cosa está en buscar el justo medio. Hay quien de la expresión lee solo “medio” y dispara, pero no se fija que antes viene “justo”. El “medio” no es equidistante, debe ser “justo”.

El pensamiento de Jacques Maritain es una especie de espina dorsal de su libro. ¿Podría contarnos de Maritain y sus ideas?

Así es, el libro propone, justamente, una lectura actual de Maritain, en la teoría y en las experiencias. Aparte de su influencia en mi idea de la dignidad humana, de la sociedad incluso la mundial y la política, lo considero uno de los filósofos políticos imprescindibles del Siglo XX, con una proyección en el XXI que puede ser fértil a cuando intentamos desanudar cuestiones retadoras, relativas a la libertad y a la organización social y política que posibilite su desarrollo.

Nacido protestante en 1882, se casa con judía y juntos se convierten al catolicismo. Francés se va al exilio en Estados Unidos cuando los nazis invaden su patria. Graduado en la Sorbona y discípulo de Henri Bergson y su humanismo vitalista. Se le cataloga neo-tomista y en 1944 en Nueva York y 1947 en París publica De Bergson a Tomás de Aquino. Ensayos de metafísica y de moral.

Según propia confesión “nunca soñó guiar a nadie”, sin embargo, se advierte su impronta en grandes decisiones y acontecimientos trascendentes de su tiempo. Sus ideas fueron muy influyentes en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, la reconstrucción de las democracias de Europa después de la II Guerra Mundial, la formación de esa gran proeza política del siglo XX que es la Unión Europea e incluso en el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII y desarrollado bajo la égida de Pablo VI, el cual marcó un hito en la Historia del Catolicismo.

En lo político, me parece, sus obras de mayor impacto son Humanismo Integral (1935), Principios de una política humanista (1944), La Persona y el Bien Común (1947) y El Hombre y el Estado (1951), pero no sólo piensa y escribe filosofía política, se ocupa de la lógica, la metafísica, la teoría del conocimiento y escribe para la comprensión de la filosofía y de filosofía moral, de la educación, del arte, de la poesía, de la naturaleza. Las obras completas de Maritain y su mujer Raisa Oumansoff se reúnen en dieciséis volúmenes.

Su ensayo sobre Ángela Merkel es también un homenaje. Vista desde Venezuela, ¿por qué podría interesarnos?

Es un homenaje, ciertamente, aunque trata de distanciarse del mero elogio. Porque no hay liderazgo perfecto y su evaluación es contemporánea e histórica. Su balance entre valores y pragmatismo me parece de mucho valor. Sin dogmatismo ni oportunismo. Su capacidad para procurar y encontrar zonas de entendimiento y políticas comunes en estos tiempos tan demandantes. En su país, tanto en el seno de su familia política de los partidos hermanos la Unión Demócrata Cristiana alemana y la Unión Social Cristiana bávara, así como con socios de coalición, fueran liberales o socialdemócratas; también en Europa y en la escena mundial.

Su condición de mujer en un espacio dominado por hombres, así como su formación en el ambiente hermético de la extinta RDA, el extinto Estado socialista del Este alemán ocupado por la Unión Soviética donde, en sus propias palabras, “siempre nos topábamos con límites antes de poder descubrir nuestros límites personales” y sin embargo, poder adaptarse con éxito a la política y la sociedad abierta de la Alemania unida. Adaptarse sí, pero no instalarse, como diría Mounier. Con una comprensión de la realidad siempre inconforme, para buscar modos de introducir cambios. Para no alargarme tanto como me provocaría, creo que como venezolanos de hoy nos convendría tener presente aquel letrerito en su despacho “la fuerza se encuentra en la serenidad”.

Entre muchos pensadores demócratas hay una alarma, la presunción, hipótesis o simple intuición de que el modelo de democracia liberal ha entrado en un declive o en su trecho final. ¿Es reversible ese proceso? ¿Para permanecer deben cambiar las bases del modelo que hemos conocido hasta ahora? 

Tiene razón, abundan más los motivos que las razones, pero es un dato relevante y no sólo en los países del Tercer Mundo, cuyos resultados son tan decepcionantes, sino en Europa, el Japón o los Estados Unidos. Al respecto, recordemos primero que la democracia liberal no se quedó estacionada en su pasado más remoto, ha ido cambiando al impulso de los cambios de la realidad social. Dejó de ser burguesa, por ejemplo, cuando se incorporaron las masas proletarias a la política y a las decisiones. Se hizo democracia social con el constitucionalismo de México, de Weimar o de la Segunda República española, pero se declaró tal por primera vez en la Ley Fundamental Alemana de 1949 y de ahí en adelante ha seguido desarrollándose. Ahora enfrenta nuevos retos. Ha cambiado el demos (pueblo) y sin embargo, el kratos (gobierno) no lo ha hecho al mismo paso. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han introducido mutaciones dramáticas, se han ampliado exponencialmente los medios para informarse, lo cual en principio es bueno, pero la información “pulverizada” no es necesariamente nutritiva o de digestión sencilla, con la secuela de que ya no hay ágora donde encontrarnos. Surgen los populismos que miren a la derecha o la izquierda, apelan sobre todo a prejuicios y sentimientos. Anne Applebaum habla del “señuelo seductor del autoritarismo”. Los autoritarismos, máxime si son o tienen vocación totalitaria, tienen una “ventaja” en su afán de conservar el poder a toda costa que es desventaja, insuficientemente apreciada por la sociedades libres que la dan por descontada, reducen la libertad de expresión y el derecho a la información, a veces hasta extinguirla.  Runciman habla de un nuevo “solucionismo” acelerado por la revolución digital, los partidos son impactados por una política personalizada que dificulta la representación. Este politólogo de Cambridge ve en la democracia una “crisis de la mediana edad”.  De la crítica presente a la democracia hay visiones pesimistas, optimistas y otras matizadas. Leo en el libro de Mounk propuestas de cómo construir “una vida significativamente compartida” y habla de prosperidad segura, solidaridad, instituciones eficaces e inclusivas, respeto mutuo. Davies, desde una perspectiva de economía política, reconoce que el temor, el dolor y el resentimiento nunca son eliminados, pero si son comprendidos pueden ser canalizados. Así que atender y entender las características de los seres humanos y su vida real, puede generar una alternativa (política) a la tecnocracia insuficiente y a la demagogia engañosa. Creo que en el centro, en la búsqueda de equilibrios está el camino y ahí la guía de Maritain es de enorme valor.


*La política y los valores. Carta a los jóvenes políticos sobre Humanismo Integral, en las ideas y la experiencia. Ramón Guillermo Aveledo. Universidad Católica Andrés Bello, Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro y Fundación Konrad Adenauer. Caracas, 2022.


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