Por CLAUDIA CAVALLIN
Cuando transitamos por los caminos diversos que se apropian del uso de la literatura como parte de la historia, vemos claramente cómo Lina Meruane incluye en sus obras — escritas en español o en inglés y traducidas en cinco idiomas— los arduos tropiezos de las relaciones familiares, metafóricamente representados a través de nuestros ojos. La capacidad de mirar, y de que seamos vistos, no solo se detiene ante una enfermedad, sino frente a las crisis políticas más profundas. Meruane, quien fue galardonada con el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Sangre en el ojo (2012), sigue recibiendo valiosos reconocimientos por reasentar a sus lectores, desde ese mundo oculto de los pensamientos refugiados en la ceguera, hacia los valores de una mirada atenta, frente a todo lo que sucede a nuestro alrededor.
Claudia Cavallin: En primer lugar, quisiera felicitarte por el Premio Metrópolis Azul 2023, otorgado al valioso conjunto de tu obra. Sé que en tu escritura aparecen siempre los recorridos dinámicos de la mirada, que instauran sentimientos entre los personajes que describes. Iniciándonos con tu novela Sangre en el ojo, vemos cómo un cuerpo, el de Lina ante la ceguera, refleja su existencia en la oscuridad de una casa vacía, en la entidad de su pareja temerosa, en la metáfora de una ausencia de luz, y en aquella ceguera interna que, como señalas, era “mi odio ciego a esa vida de la que quería divorciarme”. ¿De qué otra cosa más profunda se aleja Lina a través del no-mirar? ¿Del quiebre de la visión constante de una identidad que varía en los idiomas o en los países donde ella habita?
Lina Meruane: Querida Claudia, en primer lugar, muchísimas gracias. A más de una década de haber pensado y publicado esta novela, he adquirido cierta distancia para leerla y recordarla desde un lugar más crítico del que tuve cuando la escribí. Lo que yo percibo en Lina es que, al dejar de mirar hacia el exterior y conectarse, de manejar subjetiva y visual, con ese mundo, el de los otros, se centra en ella, y concentra su mirada en su propia sobrevivencia. Este es un personaje que va moviéndose hacia un lugar más obscuro, en el sentido metafórico del término, al exigirle a la medicina, y a su médico, que se cumpla la promesa de la mejoría del paciente. Ella está determinada a sobrevivir, a recobrar la vista, a recuperar un ojo, y en ese sentido se va aliando a un individualismo cruel y brutal. Eso es lo que yo percibí en esa movilidad hacia el interior —lo interno de un individuo—, y hacia esa promesa que tiene mucho que ver con el desarrollo neoliberal de la sobrevivencia, cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Entonces, me parece que allí hay una transformación de la identidad de la mujer, que pensamos siempre como una identidad de cuidado, una identidad de sacrificio, hacia otra que la pone en otro tipo de alianza, esta vez con el patriarca, con el médico, con el individuo, con las cuestiones más extremas de nuestra sociedad actual.
C.C.: Esos extremos que mencionas en ocasiones parecieran quiebres de lo social, metafóricamente representados en la literatura. Como lectora, me mudo ahora a otra de tus obras que nos lleva al imperio de la mirada en la escritura. En Zona Ciega (2021) volvemos al poder en los ojos, desde el inicio, cuando citas a José Saramago, a Carlos Droguett, a John Milton. Partiendo de un contexto político. ¿Qué significa abrir los ojos? ¿Darnos cuenta de la diatriba que nos amenaza a todos, como en Chile? ¿Es necesario vigilar, castigar y llegar a matar una mirada profunda?
L.M.: Me parece interesante cómo articulas la primera pregunta con la segunda, porque creo que aquí el gesto mío se repite, y una ciudadanía con los ojos cerrados sólo parece estar mirándose a sí misma, únicamente sometida a los mandatos del poder, un poder neoliberal del que conversábamos en la pregunta anterior. Entonces, abrir los ojos no solamente significa abrirlos ante la realidad social, política, económica de esa ciudadanía, sino que también es abrir los ojos y mirar a los otros. Darnos cuenta, como tú misma dices, que hay un poder que nos amenaza a todos. Esa conciencia y lucidez de la mirada — de la mirada atenta, de la mirada crítica—, que ocurrió en un momento puntual en Chile, hace que la policía militarizada chilena, y, diría, del mundo, quiera volver a cerrar esa mirada, a negar esa crítica, a inhabilitar a la ciudadanía para la protesta. Al mismo tiempo quieren hacerlo de manera precisa y literal, atacando los ojos, cegando de manera real, para amedrentar a los ciudadanos, para obligar a los otros a no mirar. Es la extrema violencia y también, para el Estado, es exhibir su impulso del capitalismo gore, como diría Sayak Valencia. A mí me parece que el gesto allí es doble: por un lado, es obligar a la ciudadanía a volver a cerrar los ojos, cegándola, y por otro lado es hacer esto de una manera tan extrema y tan gore, tan sangrienta, que esa violencia termina en representar y exhibir la fuerza del Estado.
C.C.: Concentrándonos en ese abrir los ojos que relatas, en tu obra también mencionas a Borges, su valentía y heroísmo ante la ceguera. No obstante, cuando te refieres a las mujeres añades que “valentía es una palabra que rara vez se le adjudica a una mujer y aún más raramente a una mujer que declara su sufrimiento o lo traspone en su obra”, pues “en la escritura de las mujeres la pérdida está desacreditada, es vista como un acto declarativo sin densidad literaria, carente de todo valor”. ¿Cómo defines el símbolo de la ceguera entre nosotras?
L.M.: A mí me llamó la atención la declaración que hace Borges, pues, a la vez que se niega a contar el posible drama de su ceguera, la reconfigura como un modo de vida de los valientes. Me interesaba esta idea porque la pérdida, en Borges, y en muchos otros hombres de esta generación o anteriores, se ve como un obstáculo que un hombre valiente debe superar. La pérdida está reconfigurada allí de una manera épica, mientras que en las mujeres la pérdida es una condición de debilidad. En una mujer nadie piensa en la pérdida más que como una declaración sentimental que debilita su posición. Entonces, lo que les pasa a las escritoras y, sobre todo a las escritoras ciegas sobre las que también hablo en Zona Ciega, o a las casi ciegas como las llamo, es que prefieren callar cualquier pérdida o falencia física, no sea que caigan en el campo de la debilidad y de la pérdida de las valoraciones de sus propias obras, cosa que les pasaba con demasiada frecuencia a las escritoras de antaño. Eso es lo que me parece que sucede en torno a la ceguera. Las mujeres escritoras como Gabriela Mistral, Marta Brunet, Josefina Vicens, de mediados y finales del siglo XX, prefieren solo hablar de sus dificultades físicas en cartas, en entrevistas íntimas, pero no escribir sobre ellas. Me parece esto algo que marca una diferencia de género muy importante que se sostiene todavía en mi época. Esto de que las mujeres no hablen de sus cuerpos, de sus pérdidas, de sus maternidades, con o sin hijos, ha sido silenciado y, en ese sentido, la ceguera es sencillamente otro objeto u otra condición que marca en las mujeres socialmente un signo de debilidad.
C.C.: Desde esa condición, actualmente, ¿cómo se asume la posición de la mujer? Citas a Guadalupe Nettel para señalar que cada ceguera es un idioma distinto…
L.M.: Me parece que eso ha cambiado muchísimo en las generaciones de autoras más nuevas que se están atreviendo, precisamente, a darle una vuelta a esa configuración ideológica del género. Guadalupe Nettel es una de esas escritoras, tiene dos libros que tratan sobre el tema de la ceguera: en uno, El Huésped (2006), la ceguera se politiza y en otro, El cuerpo en qué nací (2011), hace un relato más testimonial sobre un problema en su propio ojo, sin ocultarlo y, al mismo tiempo, sin debilitar su posición narrativa. También hay otras como Mercedes Halfon, en El trabajo de los ojos (2017), quien es un claro ejemplo de una escritora más joven, que profundiza en el tema de la ceguera y la dificultad visual. Verónica Gerber habla de su ojo torcido, Cristina Rivera Garza sobre su miopía, María Gainza sobre la osadía del nervio óptico. En todos estos casos hay una valoración de ese “no mirar” directo, de esa mirada lateral, torcida, dificultada, un poco ciega, que les permite a las escritoras jóvenes, las de mi generación y menores, producir otras perspectivas, otros saberes, es decir, producir conocimiento. Pienso que es muy interesante constatar lo que sucede en esta época.
C.C.: Partiendo de esta idea de una conexión que va más allá de lo corpóreo, retorno ahora al Sistema nervioso (2019) y al símbolo de la familia. De nuevo los pronombres, Ella, Él, o las categorías en mayúscula como Padre, Primogénito, Mellizos, Amiga, amplían la identidad anónima y compartida de los protagonistas. En cosas simples, como las notas de estudio intervenidas que allí aparecen, hasta en las más complejas como las infames sonrisitas de las enfermeras y de las jóvenes auxiliares que están acostumbradas al exhibicionismo de sus pacientes. ¿Existe una ceguera colectiva que nos impide ver ciertas crisis corpóreas?
L.M.: Sistema nervioso es una novela que escribí pensando en una familia que está articulada en torno a sus problemas físicos. Con esto quiero decir que es gente muy atenta a la materialidad y a la vulnerabilidad de los cuerpos, tanto los propios como los de la familia, más todo lo corporal en el entorno de cada uno de ellos. En ese sentido, es una familia que ha hecho de la crisis una manera de vida que, en cierta medida, ha normalizado una relación a través de una situación crítica lo que, para mí, fuera de la novela, es la situación en la que estamos todos. Antes o después, nos encontramos siempre con la vulnerabilidad de nuestros propios cuerpos, de nuestros familiares, o del entorno más amplio, y vivimos de manera directa o indirecta, o solitaria, las fragilidades de nosotros. Por supuesto, alguna gente prefiere cerrar los ojos frente a esta situación porque permanentemente estamos en contacto con una suerte de condiciones que nos confieren vulnerabilidad. Esta es la gente que estaría menos preparada para una crisis tan poderosa como una pandemia.
C.C.: Entonces, ¿hubo cierta premonición en tu escritura ante la posterior crisis de identidad y de valores que vivimos todos con la pandemia del COVID-19?
L.M.: Escribí una tesis doctoral, que ahora es un libro llamado Viajes virales (2012), sobre la pandemia que le tocó a mi generación en la década de los ochenta y de los noventa, del siglo pasado. En ese momento, una pandemia era una sentencia de muerte para quien contrajo el virus del SIDA, el VIH y, en las generaciones posteriores, una enfermedad endémica todavía de muchísimo cuidado y que sigue matando gente. Yo no creo que mi novela —ni yo misma—, haya tenido algún tipo de premonición, lo que yo tengo es una preparación para pensar en la pandemia y en las enfermedades que vienen, por un lado, de mi propia condición de salud, que ha sido compleja desde la infancia. Siendo miembro de una familia de médicos, aunque yo misma no lo sea, siempre estoy muy atenta a las situaciones y a los casos clínicos. Yo escribí sobre esa pandemia y pensé en su recurrencia, en sus signos, en sus respuestas y, en cierta medida, yo misma estaba preparada para la pandemia del COVID-19, pero porque la he estudiado. No me parece que hubo una premonición, sé que no era una premonición, porque como lectora de los temas de salud sabía que, en algún momento, íbamos a tener una pandemia zoonótica, es decir, una pandemia por contacto muy cercano con especies con las que no debemos tenerlo. Esas especies tienen virus que, si se pasan a nuestros cuerpos, nos encuentran sin inmunidad y, por tanto, nos pueden matar. Así que, más bien, hubo una premisa y pensaría, por llevarlo de vuelta a la novela, que en ella los personajes también estaban capacitados para una pandemia de la manera siempre incierta en la que uno podría prepararse para algo de esa categoría.
C.C.: Finalmente, quisiera hacerte una pregunta sobre Plan Equis (2022), que ha sido definido como el retrato de las familias chilenas ante la ideología, ante la presencia de una relación Madre/Hija donde, políticamente, la primera es de derecha y la segunda de izquierda, mientras generacionalmente cuestionan un supuesto legado allendista, ya que la hija descubre a “La Madre envalentonada. La Madre arrebatada. La Madre salida de madre”. Volviendo a la lectura de tus obras, y mudándonos desde la ceguera individual, familiar y social, hasta los vínculos familiares compartidos, ante una crisis política presente, ¿cómo definirías la figura de una madre?
L.M.: Gracias por mencionar este cuento que apareció primero en inglés y después en español. Plan Equis es un relato largo que escribí para una antología en inglés cuya comanda tenía la idea de cómo contar el golpe de Estado chileno. Yo pensé en una situación tal vez poco conocida y es que, durante el gobierno del presidente Allende, socialista, democrático, y también durante el largo periodo de la dictadura militar, el país estuvo dividido. Casi podría decir que, en dos mitades, una de derecha y otra de izquierda. O una mitad autoritaria y otra de valores solidarios. Tal vez menos sabido es que, incluso dentro del hogar, existió una división ideológica, pues había miembros de la familia que eran de izquierda o de derecha. Quería contar cómo eso ocurre, cómo se piensa y se trabaja en una situación de madre e hija, donde hay una gran confrontación ideológica y posiciones totalmente opuestas. Al mismo tiempo, hay un lazo de amor que es el familiar, donde esas conversaciones políticas se vuelven mucho más complejas. En este relato yo narro una gran tensión entre la madre que apoyó la dictadura, quien, de hecho, participó en los movimientos de mujeres contra el socialismo, donde estuvieron quienes empujaron al golpe de estado, y una hija historiadora, socióloga, quien ha estudiado el tema, pero no lo ha vivido, por lo tanto, tiene menos autoridad en términos de presencia y de testimonio. Pero la hija ha podido entender, más panorámicamente, cómo ocurrió el golpe y cuáles fueron sus efectos. Allí hay una tensión muy grande, pues, al contar la historia desde el punto de vista de una hija que descubre a la madre envalentonada, arrebatada, salida de lo que es ser madre, una madre que está convencida de que su posición es la única y verdadera, quería también pensar en el problema de la certeza y las fake news, que completan y martillan las verdades únicas. En Chile, esto nos lleva a una crisis política del presente, en la que todavía hay un país que no se pone de acuerdo en cuál es la verdad sobre ese pasado. Justo ahora, me interesan estas figuras femeninas que encarnan todas las nociones del patriarcado capitalista autoritario y creo que es importante sacar a las mujeres, en general, y a las madres, en particular, de una serie de posiciones estereotipadas sobre la bondad y el sacrificio, por un lado, y la demonización, por el otro. Uno de los proyectos de mi escritura ha sido otorgarle a la presencia de los personajes femeninos una densidad y una subjetividad mucho más compleja.