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Entrevista a José María Salvador

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Por LINDA D’AMBROSIO

Natural de Bermillo de Sayago, Zamora, España, José María Salvador llegó en 1971 a Venezuela, donde se consagró a la investigación para nutrir la labor que realizaría tanto en el ámbito museístico como en el docente. Varias generaciones de estudiantes se formaron como investigadores bajo su égida. Gracias a él, quedaron registradas las particularidades de piezas que conforman el patrimonio cultural tangible de la nación. Sin embargo, es probable que su más importante aporte al país haya sido rescatar una serie de datos relativos a las artes venezolanas del siglo XIX, organizándolos en un sistema que relaciona el quehacer cultural de la época con su contexto social, económico y político.

Cinco idiomas, más de un centenar de publicaciones y diecinueve títulos universitarios son las señas de identidad de este hombre discreto y amable. En 2021, separado de su despacho en la Universidad Complutense de Madrid por la pandemia de la covid-19, lo encontramos recluido en su casa madrileña, próxima al río Manzanares, en donde rememora con serenidad sus treinta años de vida en Venezuela.

Arte para un Cincuentenario: el museólogo 

Revisando los archivos hemerográficos, encuentro su fotografía al pie de una consigna publicitaria: Un hombre. Una idea. Se trata de una campaña de prensa de IBM, la centenaria corporación, que, todavía en los ochenta, lideraba el mercado informático.

¿Cómo fue que usted, un hombre de humanidades, se vio involucrado en la campaña publicitaria de IBM?

En 1989 se celebraba el cincuentenario de la fundación del Museo de Bellas Artes de Caracas, del que yo era subdirector. Pensé que era una circunstancia propicia para obtener algunas piezas de arte venezolano, porque teníamos muy pocas. Era la oportunidad de preguntarle a ciertos artistas si querían tener la generosidad de donar alguna obra para la colección permanente del Museo, que no tenía presupuesto para adquirirlas. Participar en la campaña de IBM era darle visibilidad a esa solicitud. Y hubo una serie de creadores que accedieron a ello. Donaron unas cincuenta obras, que se expusieron y luego se promocionaron con la publicación de un libro: Arte para un Cincuentenario. 

Fue precisamente en 1989 cuando muchos de los museos venezolanos pasaron a ser Fundaciones de Estado. Con ello se procuraba que obtuvieran del sector privado los recursos que el sector público no podía proveerles. Así que, de cara a esa situación presupuestaria, solo una iniciativa como la de Salvador podía lograr que los artistas nacionales estuvieran representados en los fondos del Museo, cuya colección de arte venezolano había sido transferida a la Galería de Arte Nacional en 1977.

Yo estaba prácticamente en mi último año de gestión —prosigue. Tenía ya cuatro años haciendo exposiciones con las obras de la colección, las únicas que estaban a nuestro alcance, ya que no era posible obtener ninguna venida de fuera, salvo en el caso de algunas embajadas, como la de Italia, que nos dio la oportunidad de exhibir obras de los museos italianos. Del resto, no teníamos cómo organizar una exposición con obras extranjeras, porque no había en absoluto la posibilidad de pagar ni los seguros, ni los embalajes, ni los fletes, ni mucho menos las tarifas que los museos exigen.

¿Se hacían, pues, exposiciones, solo con los fondos del Museo? 

Sí. Pero también se hicieron exposiciones de artistas venezolanos vivos, cuya trayectoria era lo suficientemente digna como para que participaran en muestras de tipo individual o colectivo. En este último caso (cuando se hacía una colectiva) también se solicitaban obras a algunos coleccionistas, sobre todo cuando el artista ya estaba muerto.

¿Cómo llegó usted al Museo?

Llegué a instancias del viceministro de Cultura, Manuel Jacobo Cartea. Me conocía porque yo había sido alumno suyo en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Me preguntó si quería ser el subdirector del Museo de Bellas Artes, y yo, por supuesto, le dije que sí, que estaba muy complacido de asumir ese reto, teniendo en cuenta que yo tenía una cierta trayectoria en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (Maccsi). Ya había sido designado el director Oswaldo Trejo, y cuando él se enteró de mi nombramiento, también estuvo muy contento. Las relaciones que tuve con él siempre fueron muy cordiales y muy respetuosas: él me dio carta blanca para acometer todas las iniciativas que estimé oportunas, respetó mucho mi trabajo, y yo, naturalmente, respeté mucho su responsabilidad, su dirección y su autoridad.

¿Entonces había trabajado usted en el Maccsi antes de incorporarse al Bellas Artes?

Sí. Yo me incorporé en 1981, cuando regresé de Europa, tras terminar mi doctorado en La Sorbona. Sofía Imber (fundadora y directora del Maccsi) me sumó inmediatamente a su equipo y estuve trabajando con ella desde 1981 hasta 1984. Era el jefe de la División de Educación, aunque en la práctica me dedicaba también a investigar, porque era una tarea que había que hacer y no había demasiada gente para hacerla. Entendí que motorizar todo lo relativo a las visitas guiadas, las guías didácticas, los paneles de las exposiciones y cosas por el estilo, requería investigación. Entonces investigué a fondo las colecciones del Museo, para poder producir estudios que aparecieron después en los catálogos.

De hecho, Salvador regresaría años más tarde al Maccsi, en donde permanecería como asesor y responsable de las ediciones hasta 1999, cuando se trasladó con su familia a España.

Usted es autor de una antología de las obras del Maccsi, una obra que recibió varios premios, entre ellos, el de El libro más bello. ¿Data de esa época? ¿Se trataba, una vez más, de documentar la colección del Museo, poniendo en luz su valor?

Se publicó poco después de mi salida del Maccsi: Obras Ejemplares del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Volumen 1. De Albers a Lêger. Era el primero de una serie de libros que estudiaban las obras más representativas del Museo. Las plasmé meramente en orden alfabético, porque en esa selección había distintas manifestaciones, técnicas, estilos y épocas. Dificultades de índole económica impidieron que se publicasen los volúmenes siguientes.

“Aún aprendo”: el académico

La intervención de Salvador en el área educativa de los museos redundaba en beneficio del público, facilitando la comprensión y el disfrute de cada muestra, pero también iba a favor de otros investigadores, que encontraban recopilada en sus textos información que de otro modo hubiera estado dispersa. Sin embargo, también se vincularía a la educación formal.

¿Usted desarrollaba todas estas actividades en paralelo con su trabajo como profesor de la Escuela de Artes de la UCV?

Sí. Yo tenía a mi cargo una serie de asignaturas en la Escuela de Artes, a la que entré en 1983. Durante todo ese tiempo desarrollé en paralelo las dos actividades, la docente, en la Central, y la investigadora en los dos museos. También fundé en la UCV la Maestría en Artes Plásticas: Historia y Teoría, de la que hubo una serie de promociones de egresados.

Y, ya que entra en lo del diseño curricular: ¿fue usted quien conceptualizó el desaparecido Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón (Iuesapar)?

No del todo: el ministro de Cultura, José Antonio Abreu, me llamó para que contribuyera con otros expertos a diseñar esa nueva institución educativa. Di solamente un pequeño impulso al principio, que no tuvo continuidad, porque salí de todas esas instancias administrativas, y también porque regresé a España en 1999.

Tengo entendido que tanto la Escuela de Artes de la UCV, como el Iuesapar, suponían un avance, en el sentido de que procuraban dar respuesta al hecho de que hasta entonces no existía una entidad que se dedicara a formar, ni estudiosos específicamente en el campo del arte, ni artistas que estuvieran profesionalizados a nivel universitario. ¿Es así?

Esa era la idea. El Instituto Universitario intentaba combinar esos dos aspectos que son, a mi juicio, indispensables: por una parte la práctica (saber pintar, dibujar, modelar, grabar, o lo que sea) y por otra un sólido soporte teórico, conocer a nivel científico la historia del arte, la teoría del arte, la estética, las técnicas artísticas… El Iuesapar intentó ampliar la formación, inicialmente muy práctica, que recibían en la Cristóbal Rojas.

Esa labor docente prosiguió en España, en el seno de la Universidad Complutense, donde en 2021 es director del Grupo de Investigación Capire y fundó las revistas Eikon Imago y De Medio Aevo. También creó Musacces, un consorcio que, con fondos de la Comunidad de Madrid, procuró hacer accesibles las obras del Museo del Prado a invidentes, personas sordas y reclusos en instituciones penitenciarias. Intento sondear en el contenido de sus investigaciones.

Entiendo que usted también ha escrito sobre asuntos medievales…

Como recalé en el Departamento de Arte Medieval de la Universidad Complutense de Madrid, mi ámbito de investigación y de docencia desde 2005 se restringe a esa época, y es lo que estoy haciendo ahora: una serie de publicaciones en el campo de la iconografía medieval religiosa y más específicamente de la iconografía mariana.

Sus estudiantes de la Universidad Complutense lo valoran positivamente. ¿Usted cree que lo vivido en Venezuela ha nutrido o beneficia de alguna manera la labor que usted está realizando en España?

¡Sin duda alguna! Cada experiencia sirve para otras actividades posteriores. Al menos eso es lo que yo estoy intentando hacer: que cada día el resultado ante mis estudiantes, ante la comunidad académica internacional, sea lo mejor posible. Me esfuerzo cada día más para hacer una labor lo más seria y rigurosa posible desde la perspectiva científica y académica.

Evoca jocosamente, la frase “aún aprendo”, explicándome que es el título de uno de los dibujos de Goya.

Indagando a fondo: el investigador

Su gran aporte ha sido rescatar datos historiográficos que reposaban en sus fuentes originales: cartas, facturas, contratos, periódicos… Dicen que usted reescribió la historia del arte en Venezuela. ¿Es verdad?

Eso es quizás exagerado, pero he intentado contribuir a ello con mi granito de arena. Y es que me di cuenta de que la historia de la cultura venezolana (no solamente del arte, sino de la cultura en general) no tenía dolientes. Y, cuando descubrí, haciendo mis trabajos de ascenso, que en el Archivo General de la Nación y en la Biblioteca Nacional de Venezuela había mucho material que estaba sin explorar, me pareció interesante hacerlo. Primero, en la historia colonial, sobre todo la historia de los siglos XVII, XVIII e inicios del XIX, pero después en el siglo XIX, que es cuando, lograda ya la Independencia, Venezuela se abre hacia la modernidad. Pasé muchas, muchas, muchas horas transcribiendo con lápiz y bolígrafo (porque no había entonces recursos informáticos) los datos que iba consiguiendo en los manuscritos, en los periódicos, o en documentos por el estilo, y ese esfuerzo se tradujo en un repertorio de datos muy interesante que está ahí. Han aparecido ya dos volúmenes de Historia de la Cultura en Venezuela. Hay otros dos más que aguardan su publicación.

¿Los publicó la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB)?

No, la UCAB publicó Efímeras efemérides, que versa sobre las fiestas cívicas y el arte efímero en la Venezuela de los siglos XVII, XVIII y XIX. Los dos primeros volúmenes de la obra a la que me refiero fueron publicados por Fundarte en 2006. Los restantes no terminaron de imprimirse por esas aleas que se dan con los cambios de gobierno. Tengo un montón de datos en el ordenador que llegan hasta el Monagato (gobierno de los hermanos Monagas). Tengo también bastantes elementos en torno al fin de la Guerra Federal y de Guzmán Blanco, algunos de los cuales han aparecido en forma de artículos por aquí y por allá. La época de Guzmán Blanco ha tenido bastante reflejo en varios artículos que he escrito, en varios trabajos de ascenso que hice, e incluso en la tesis que presenté para obtener el Doctorado en Historia del Arte en la Universidad Complutense, que se relacionaba con la escultura en Venezuela durante ese periodo.

En sus estudios sobre el siglo XIX usted investigó varios edificios emblemáticos de Caracas. ¿Fue consultado como experto durante la restauración del Teatro Municipal?

Uno de los trabajos de ascenso que hice en la UCV, para Agregado, me parece, fue El Teatro Municipal desde su fundación hasta nuestros días, porque en esas investigaciones que estaba haciendo en el Archivo General de la Nación, en la Biblioteca Nacional, en la Hemeroteca, me di cuenta de que había detalles interesantes, a nivel inclusive de la previa destrucción de un templo (el templo de San Pablo) para construir el teatro. El descubrimiento fortuito de unas pinturas, que habían estado cubiertas, los llevó a pedirme algún tipo de asesoría. Aparecieron en la cúpula durante la restauración del edificio. Realicé la investigación para identificar quién había sido el autor. No les pude decir mucho, porque era un artista que yo no conocía.

Donde se nace o donde se pace

Rememoramos su llegada a Venezuela en 1971. No fue hasta que consolidó su posición en Caracas cuando José Salvador, su padre, decidió llevarse consigo a la familia. Había embarcado siguiendo la recomendación de su cuñado, que le había precedido en el viaje. José María, sin embargo, el tercero de cinco hijos varones, permanecería estudiando en España, y solo de vez en cuando visitaría a sus parientes, ya instalados en la orilla americana del Atlántico. Concluidos sus estudios —los de entonces, pues a sus 74 años se encuentra finalizando su quinto doctorado— fue cuando se trasladó permanentemente a Caracas.

Usted ha recorrido Venezuela, ha estado en El Tisure…

Sí, estuve ahí con motivo de una exposición que se le hizo a Juan Félix Sánchez en el Maccsi. Como no había quien escribiera gran cosa, decidí hacer un trabajo por mi cuenta, para lo cual fui a El Tisure con otros compañeros, a ver en persona el lugar y lo que estábamos exponiendo meramente en fotografías. Lo que sí se llevó al Museo fueron los objetos: las esculturas y los muebles que Juan Félix produjo. Me parecía oportuno ir y conversar con Epifanía y con Juan Juélis, como le decía ella —explica el académico con ternura. También viajaba regularmente a Ciudad Guayana, donde gestionaba las exposiciones de la Sala de Arte Sidor.

¿Se sintió alguna vez discriminado?

¡No! Venezuela era muy diferente. Para aquel entonces no existía propiamente la discriminación. Siempre salía el ¡Portugués! ¡Gallego!, pero un poco coloquialmente. No había ese resentimiento que puede manifestarse ahora, no digo ya en Venezuela, que es algo notorio, sino en todas partes… Todo ese fenómeno de discriminación y también de odio y de conflicto frente al que es distinto… Distinto por raza, por religión, por orientación sexual o por pensamiento político. Distinto por lo que sea. Yo no me sentí particularmente discriminado. Se me aceptó como a todos los portugueses, italianos, españoles o argentinos que estaban radicados allá y que daban lo mejor de sí para que el país prosperara comercialmente, intelectualmente, académicamente.

Nuestra memoria se pasea, entonces, por los nombres de otros españoles que dejaron, sin duda, huella en varias generaciones de estudiantes: Atanasio Alegre, Daniel Salas, Juan Nuño, Santiago Pol, José María Cruxent…

¿Se enamoró de Venezuela? ¿Hubo la intención deliberada de construir, de descubrir, de sembrar?

¡Pues evidentemente! Me tocaba “reinventarme” dentro de una nueva circunstancia, y nada mejor que tratar de contribuir al desarrollo de ese país. Intenté que lo que otros artistas y creadores habían producido en la historia de la cultura pudiera quedar en luz, si es que permanecía en la sombra porque nadie lo había investigado. Intenté que, aquello que habían hecho los venezolanos de muy diversos periodos y muy diversas circunstancias pudiese ser disfrutado y conocido por las generaciones actuales y futuras. Intenté corresponder así a lo que Venezuela me estaba dando al proporcionarme una nueva vida.

¿Y por qué regresó a España?

Regresé temporalmente, con una beca sabática, de 1999 a 2001. Pero ya después mis hijos y mi esposa estaban aquí en Venezuela y no me quedaba otra alternativa que trasladarme yo también —nótese el lapsus: intentaba decir que estaban en España.

Haciendo un balance de lo que aportó Venezuela a su vida: ¿cree que fue una buena decisión ir?

¡Evidentemente, sí! Si yo me hubiera quedado en España, quién sabe lo que hubiera sido de mí. No lo sé. A lo mejor no hubiera tenido tantas opciones. Llegar a ser profesor universitario, por ejemplo, requería un doctorado, que pude hacer en La Sorbona gracias a la ayuda del gobierno de Venezuela. Eso me permitió ser profesor universitario en Venezuela y me permite ser profesor universitario hoy aquí en España. Incluso hice otro de los doctorados en la UCV. De haberme quedado en España, quizá no hubiera tenido el mismo recorrido.

Venezuela tampoco sería la misma si él no hubiera estado allí.

Cae la tarde en la ribera del Manzanares. Cae la sombra en la casa y en el alma, proyectada por las cosas que no deben ser nombradas, por la nostalgia de treinta años de nuestra vida. Ambos estamos tristes.

José María ha recorrido, y más aun, ha desvelado, parte de la fisonomía cultural de Venezuela, que además dejó plasmada en sus cuadros. Cuando todo pase, cuando todos hayamos pasado, seguirá existiendo su legado: el rescate de las fuentes documentales para el estudio de la historia de las artes en el país, que han de contribuir, no poco, a reconstruir la desmedrada historia de la cultura venezolana.

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