Por CLAUDIA PIGNATARO BELGRAVE
Miro un árbol.
Tú miras lejos cualquier cosa.
Pero yo sé que si no mirara este árbol
tú lo mirarías por mí
y tú sabes que si no miraras lo que miras
yo lo miraría por ti.
Roberto Juarroz
Una imagen memorable te hace preguntas, te interpela y no te deja en paz por un rato. Llega a ti para quedarse, sin pedir permiso. Haciendo eco del profeta de la post-fotografía Joan Fontcuberta, en un mundo saturado de imágenes:
Las fotografías se están convirtiendo en algo parecido a las palabras. En algo que todo el mundo usa. La excelencia estará en las modalidades de uso, es decir, cómo combinamos esas palabras para llegar a decir algo inteligente.
Una madrugada, dedicándome al automático menester del scroll down en Instagram, me topo con la imagen de una niña. El dedo se detiene en seco. Recuerdo que no me gustan los niños, ni en fotos. Pero hay algo en esta imagen que me hace estacionarme en ella. Me sorprende no haber descubierto esta cuenta antes y me lo reprocho.
Marienna no se duerme en los laureles. Desde que se hizo con una cámara no ha parado de documentar lo cotidiano a través de un lenguaje profundamente orgánico.
Si bien en esta ocasión podríamos detenernos en por qué el trabajo de tantas mujeres artistas pasa desapercibido, o en la naturaleza de esa diáspora que reúne a tantos fotógrafos venezolanos en el extranjero, me temo que por hoy, solo por hoy, vamos a dedicarnos a hilar otras cuestiones. En esta entrevista, que se sintió más como una conversación que supo a poco, visitamos sus primeros pasos en la fotografía mientras nos adentramos en su búsqueda de la huella familiar a través de la serie de retratos a su hija.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos que tienes con cámara en mano?
—Creo recordar que fue con una de mi papá seguramente. La recuerdo inmensa. Analógica, de lente intercambiable.
Siempre me gustó documentar todo a mi alrededor. Desde el colegio sentía esa inquietud. De dejarlo todo registrado. Llevaba cámara y cámara de video. No me importaba la estética. Solo registrar, registrar. Pero me decido a dedicarme a ella, y tenerla como modo de vida, como a los 26 o 27 años. La anécdota es larga. Me imputaron por un delito político. Y meterme a estudiar fotografía fue una terapia.
—¿Qué te impulsa a hacer fotos?
—Hoy una sed de conocimiento. Autoconocimiento, y por tanto, conocimiento de todo lo que me rodea. Es un puente, una vía para llegar ahí. A ese lugar, a un momento, a esa persona. Aunque al final me vaya sin ninguna imagen. Me hace detenerme, pausarme, observar, tocar, escuchar, oler. Me hago mil cuestionamientos, le pregunto a mis fotos, y ellas me responden. En estos momentos estoy trabajando mucho con el archivo familiar. Y con la naturaleza, que ha estado presente en mi vida en los últimos años, sobre todo desde mi embarazo, cuando comencé a ser más consciente de los ciclos de vida.
En algún momento me ayudan a sacar mis grandes demonios también… nuestros miedos más profundos pueden ser sanados con una intención, así sea de sacar cualquier cámara y hacer una imagen. Exorcizar los demonios, como decía Luis Brito. Es terapéutico… y así fue cuando comencé.
Cuando vivía en Venezuela, en cambio, me enfoqué en querer tocar la sensibilidad de las personas, haciendo que se cuestionaran cosas, a través de mis fotografías que iban más por una línea social/denuncia. Me encasillé en «soy documentalista». Siempre vamos a documentar, ¿no? Lo que pasa es que uno va mutando con el transcurso del tiempo. Las preguntas que nos planteamos ya no son las mismas, ni los intereses. Esa es la maravilla. ¡Qué aburrido hacer siempre lo mismo!
—¿Algún referente fotográfico que te haya marcado?
—No te puedo decir ninguno en específico. Son tantos… ¡muchos! Quien está conmigo siempre presente es Luis Brito. Me acompaña en mi día a día.
—En tus imágenes, noto una especie de guiño hacia el álbum familiar. Percibo un aire nostálgico, pero también noto una atmósfera casi atemporal y libre de poses. ¿Cómo definirías tu trabajo?
—“Libre de poses” (risas). Desde que nació mi hija, instintivamente le he hecho fotos y videos casi a diario. Es un juego divertido con ella, que siempre terminará en un registro de las memorias de su vida. Estoy construyendo un archivo familiar, sin duda. Ella es el centro, también sale su padre, los abuelos, los primos… Siendo ella mi centro, también es mi puente que me conecta con muchas cosas.
—En la serie de imágenes en la que retratas a Arena, percibo una energía especial, no solo a través de los espacios que ella habita como el bosque y el mar, sino la que ella misma transmite como protagonista, como guía. ¿Se trata de una construcción intencional?
—Es que es energía. Como tú y como yo. Pero en su caso es una energía pura. Es calma. Es contemplación. Es pura esencia. Y es porque tiene 5 años. Ojalá todos pudiéramos mantenernos con esa serenidad y con esa capacidad de asombro que tienen los niños frente a las cosas. Como te decía, es el puente que me conecta conmigo, con la naturaleza… me lleva de la mano.
Algo de intencional tiene… de alguna manera, uno como padre/madre no quiere proyectar en sus hijos nuestras fallas, errores, o algunas cosas con las que nos educaron y con las que no estamos de acuerdo. Es otra generación, otra manera de pensar. Tuve a Arena a los 37, mayor, aunque no tanto jajaja, y sí, sin duda creo en que la educación para los niños hasta 5 y 6 años debe de ser respetuosa, promoviendo el juego al aire libre, conectados con la naturaleza, donde ellos, guiados y acompañados por personas especializadas (y nosotros en casa por supuesto), decidan libremente. Exploren, contemplen, descubran, se asombren… creen. ¿De eso se trata la vida, no? Pero creo que nosotros los mayores nos olvidamos.
Pero, aparte de esto… sí, ella es un alma libre.
—A través de tus fotos me da la sensación de que tratas que tus sujetos olviden que la cámara está allí. ¿Estoy en lo cierto?
—Soy curiosa por naturaleza, me encanta observar, y escuchar. Y hacer mil preguntas. Interactuar con las personas y desvelar qué hay tras de ellas es un verdadero placer. Luego saco mi cámara, mi puente, del que te hablaba antes… fíjate que no la había sacado.
A veces no hace falta ni preguntar. Solo seguirles la pista, como un perro sabueso. Eso hago con Arena… la dejo ser, y voy detrás. Hago storytelling. La que no quiere aparecer soy yo. Quiero ser invisible.
—Para ti ¿cómo es un día en la naturaleza haciendo fotos? ¿Algún ritual?
—Es mi mayor placer. Un día que no estoy muy de ánimo, me llevas a un bosque y salgo renovada. Llena de energía. No tengo que hacer la excursión de 5 horas, ni llegar a la cima de la montaña. Es ir, caminar, escuchar mis pasos, detenerme, tocar la corteza de un árbol, mojarme los pies en el río… el ir a hacer fotos no es mi prioridad. La cámara me acompaña la mayoría de las veces. Y mi instinto me hace sacarla cuando me detengo a tocar esa corteza.
Me gusta llevar algo de comer, dependiendo de la época del año. Frutos secos siempre. Aceitunas. Alguna fruta. Chocolate siempre. Gazpacho en verano. Patatas fritas. Tortilla de papa.
¿Rituales? Sí. Muchos. Me gustan los rituales. Es una excusa perfecta para agradecer. Si se hace en familia, con amigos que estén en la misma onda, pues es maravilloso. La energía se repotencia. Y el poder que tiene el agradecimiento también suma. Me gustan los rituales en los comienzos y finales de ciclos. Todo en la vida son ciclos… La naturaleza es la metáfora perfecta de cada uno de ellos. Velas, actos de psicomagia, invocar a los antepasados… todo eso es bienvenido y divertido.
—En tus fotos con Arena percibo muchas veces una atmósfera onírica, en parte por el desenfoque selectivo, que contribuye a construir ese universo íntimo, de ensueño. ¿Es intencional?
—Me interesa el subconsciente. Me interesa lo que está oculto. Me interesa el alma. Como te comentaba, cada vez más, a través de la fotografía, de mis imágenes, trato de auto-conocerme, y por ende, conocer lo que hay allí fuera. La Ley de la Correspondencia, principio Universal, dice que como es dentro es fuera, un espejo del lugar que habito. Creo que mi respuesta entonces es que sí, quizás mi instinto me lleva a desvelarme, desvelándola. Sí, me gusta fotografiar su cuerpo sutil también.
—Cuando Arena crezca ¿qué te gustaría que reconociera en esas imágenes de las que es centro?
—Es un compromiso absoluto. Siempre digo que me puede demandar por exponerla tanto.
«Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo», decía Susan Sontag. Estoy construyendo un archivo familiar. Los archivos hablan, nos dan respuestas. Yo puedo mantenerme fiel a una realidad. A una realidad mía. También puedo crear una ficticia. Ahora bien, está en ella el que pueda descifrar todo ese archivo y ella misma pueda encontrar su memoria individual. No estará de manera explícita en muchos casos, pero espero poder darle las herramientas para leerlas y que reconozca su verdadera esencia.
Somos lo que recordamos. Hoy le agradezco a ella, pues gracias a mi obsesivo deseo por documentarla, me recordaré yo también. Será recíproco entonces.
—Sobre las imágenes a continuación ¿puedes regalarnos alguna anécdota del momento de la toma?
I. Arena tapándose un ojo: Arena se sienta frente a la cámara con un vestido de cuando yo era pequeña. No le digo que sonría. No le doy indicaciones. Ella sola decide taparse un ojo. Este vestido y otros muchos los guardó mi mamá para que cuando yo tuviera una hija se los pusiera. Yo no se los puse. Mi mamá sabía que no se los pondría. Sin embargo me encantan. Es una representación del lazo familiar abuela/madre/nieta.
Mi mamá me decía que había guardado en vano todos mis vestidos. Estaba convencida de que no se los pondría a mi hija. Se equivocó. El otro día los desempolvé y se los puse. Todos. Y le hice miles de fotos.
II. Arena apunta a la cámara: esto pasó un día de verano, visitando una hermosísima capilla en ruinas, en el medio de la nada, al borde de un acantilado en Cantabria, al norte de España. Esto lo hacemos mucho. Es parte de nuestros viajes familiares en carro. Aquí, ella entró y se subió a un muro, lo que sería el ábside de la capilla. Yo le había hecho unas fotos antes, y me acerqué mucho con el gran angular, que es el lente que suelo usar en mis viajes. Y Arena, en ese momento, debió haber estado harta de mí o algo, y se puso a jugar, uno, dos, tres segundos. Esa era la foto.
III. Ella en una hamaca: descubrimos estas mágicas hamacas en Decathlon hace unos años. Y no salimos sin ellas. Esto fue en Galicia, enfrente teníamos el mar. Pero realmente ella navegaba entre pinos, y remaba con una pala. Yo solo me puse a jugar con las perspectivas sabiendo el discurso que quería darle.
Si algo nos regala el discurso visual de Marienna es esa mirada inteligente y penetrante hacia lo cotidiano. Con ello se cumple el círculo perfecto de la imagen. Supo combinar las palabras para comunicar algo memorable, con una estética inconfundible.
Y parte de la maravilla de su trabajo reside también en la construcción de un universo familiar a través de una suerte de correspondencia. Sin querer, la madre, al retratar a la hija, se retrata a sí misma, en esa suerte de anti-álbum familiar, libre de poses y de ornamentos, en el que simplemente habita el sujeto en el follaje.