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Enrique Bernardo Núñez, detalles biográficos

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Los siguientes fragmentos provienen de la lectura de Enrique Bernardo Núñez, biografía que hizo Eloi Yagüe Jarque para la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Fundación Bancaribe.

Por LUIS MANCIPE LEÓN

Enrique Bernardo Núñez nació el 20 de mayo de 1895, en Valencia, Carabobo. Por esos años Venezuela vivía entre alzamientos y revueltas. Pocos días después de su cuarto cumpleaños, el 23 de mayo de 1899, cruza el río Táchira, en marcha triunfante hacia Caracas, la Revolución Liberal Restauradora, llevando a Cipriano Castro y a su compadre Juan Vicente Gómez al poder. Hacia 1943, casi medio siglo más tarde, Núñez escribió El hombre de la levita gris, un ensayo biográfico sobre Castro y su desordenado gobierno, que puso fin a los pequeños caudillismos y al que le tocó enfrentar el desafío administrativo de la deuda que Venezuela tenía con Alemania, Francia, Holanda y algunos otros países de Europa.

Anota Néstor Tablante y Garrido: “El 11 de febrero de 1902 visita a Valencia el presidente Cipriano Castro; el niño Enrique Bernardo declama, al pie del monolito de la Plaza Bolívar, el poema ‘La Paz’, de Heraclio Martín de la Guardia. Don Cipriano, emocionado, abraza y felicita al niño, a quien obsequia con un espléndido regalo…”.

En 1908 Castro sería destituido por Gómez, quien gobernó hasta su muerte, en 1935. En suma, la mayor parte de la vida de Núñez transcurrió bajo dictaduras: de 1948 a 1958 la de la Junta Militar y Marcos Pérez Jiménez.

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La ciudad de Valencia, fundada el 25 de marzo de 1555, serviría como base durante la Conquista para preparar el dominio y fundación en 1567 de Santiago de León de Caracas, ciudad de la que EBN sería nombrado cronista ya en el siglo XX. Quiso dar cuenta de la épica de ambas ciudades, y se consiguió con la dificultad de hallar registros indígenas, aunque fuese un punto de vista respecto de aquellos acontecimientos. “De los primeros moradores muy poco o nada sabemos. Quisiéramos conocer ahora sus mitos, sus leyendas, su música y sus danzas, los nombres que daban a las constelaciones. Pero solo queda de ellos sus osarios y alguna que otra palabra (…). Vestigios preciosos de una hermosa lengua”, escribiría el propio Núñez.

Terminado el bachillerato en 1910, se traslada a Caracas con sus padres. Tiene 15 años. Eran tiempos de mucha pobreza. Empieza a trabajar desde entonces. Cinco años más tarde ingresa a la Universidad Central de Venezuela, en la vieja sede de San Francisco, como estudiante de Medicina y luego como oyente en Derecho.

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En esa segunda década del XX, Caracas no era tan moderna. Durante su dictadura, Gómez decidió instalarse en Maracay, y el diseño urbanístico de la capital estaba algo rezagado en cuanto a otras ciudades como su natal Valencia; “más que capital de la República parecía del desengaño venezolano”, escribió Picón Salas. Sin embargo, será allí en 1912 donde surja el Círculo de Bellas Artes, al que acudieron tanto pintores como escritores: Manuel Cabré, Leoncio Martínez, Armando Reverón, Julio y Enrique Planchart, Rómulo Gallegos, Fernando Paz Castillo, entre otros. Luego vendría La Alborada, y los poetas de la llamada generación del 18. Núñez no pierde de vista la cultura mientras se forma como médico, o intenta. La universidad, a razón de unas protestas estudiantiles, es cerrada por Gómez. No poder asistir a clases le va a servir para replantearse su vocación.

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En 1916 publica su primer artículo en prensa, para El Heraldo de Barquisimeto. Ya en 1917 ha publicado en El Diario, El Nuevo Diario. En 1918 lo hará también en El Universal. Apoyado por el entusiasmo de su amigo Ángel Miguel Queremel, Núñez abandona los estudios y decide dedicarse al periodismo y la escritura literaria. Ese año publica su primera novela Sol interior.

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La novela no es bien recibida. Escribe Orlando Araujo: “Mal crítico de sus novelas, Enrique Bernardo Núñez, en la vehemencia de sus 23 años, creyó dar al país con Sol interior una buena novela. Y no era cierto”. Esto fue un duro golpe a su confianza como escritor, y en textos posteriores “envuelve sus quejas en una retórica que no disimula las heridas y deja, en cambio, entrever una alarmante susceptibilidad”. La novela, aunque fallida, da cuenta de la ambición de Núñez por hacer espacio para la historia en sus relatos de ficción: menciones a la Edad Media, el Renacimiento, los Welser, el indio Paramaconi: son muestras de lo que más tarde su pasión iría perfeccionando. Núñez despacha Sol interior de su bibliografía como un “pecado de juventud”.

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Un segundo intento: Después de Ayacucho (1920). Escribe Orlando Araujo: “La trama es sencilla: un enredo amoroso entre el mulatico [Miguel Franco] y la nieta del mantuano provoca, por reacción del primero ante las humillaciones y obstáculos sufridos, una cadena de acontecimientos que lo ponen (…) en el único camino que el hombre del pueblo tiene para surgir y ser de arriba: la guerra [Federal] (ser militar)”. Para Alexis Márquez Rodríguez: “desafortunadamente se quedó en un intento fallido, pues la novela apenas alcanzó un mediocre nivel de calidad”. Javier Lasarte sugiere que el sentido del humor, cierto tono picaresco e irónico, la salva de ser cursi y la aleja de la tendencia criollista de la que para 1920 todavía padecen algunas publicaciones.

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El 4 de marzo de ese año contrajo matrimonio civil con Cimodocea de las Mercedes Burgos Müller, madre de sus dos hijas: Isabel Mercedes del Monte Carmelo (1921) y Carmen Elena Enriqueta (1923). Enrique Bernardo se convierte en el sostén de su familia, lo que lo lleva a trabajar casi sin descanso: a veces escribía dos artículos en un día. Pasarán once años antes de que vuelva a publicar ficción: “El periodismo me impide emprender trabajos de algún aliento. Proyectos de ese género se van quedando de lado, sin tiempo para más”. Entre las columnas que sostuvo destacan Signos en el tiempo firmada por EBN en El Universal, y Relieves firmada por Cardón en El Heraldo; serían compiladas y publicadas más adelante. No obstante, en esas compilaciones, Núñez no incluyó textos anteriores a 1930: el ambiente conservador impuesto por el gomecismo en la prensa puede ser el motivo: Núñez trabajó para El Nuevo Diario, periódico abiertamente gomecista, dirigido por Laureano Vallenilla Lanz.

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En 1925, el escritor Manuel Díaz Rodríguez es designado por Gómez como presidente (cargo de aquellos años) del estado Nueva Esparta, el autor de Ídolos rotos solicitó a Núñez como secretario. Juntos fundan El Heraldo de Margarita. Núñez fue su director por breve tiempo. El periódico decae, pasa a semanario y luego a quincenario hasta desaparecer en 1926. Sin embargo, antes de renunciar al trabajo, Núñez hace un descubrimiento maravilloso que le inspira la escritura de su próxima novela: Cubagua (1931). “Una capilla franciscana me servía de oficina. Un aire caliente y mohoso se respiraba en esa capilla (…) había un altar roto, y ladrillos que hice refaccionar para poner libros y papeles, y en el suelo, contra la pared, una lápida sepulcral, también rota. Allí se leía la crónica de Fray Pedro de Aguado, hallada por azar entre los pocos libros del Colegio de La Asunción, en la cual se narra la historia de Cubagua. Nombres, personas, cosas, ruinas, soledades, venían a ser como un eco del tiempo pasado. Aquellas imágenes acudieron luego a mi memoria, y ese fue el origen de mi librito…” (Huellas en el agua, El Nacional, 13 de diciembre de 1959). En efecto, cuatro años después iniciaría en otra isla –Cuba– la escritura de Cubagua.

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El país desarrollaba su incipiente industria petrolera con una evidencia prometedora: las reservas son enormes, impresionantes. Sin embargo, el dinero va casi todo a las trasnacionales, y por supuesto, a la fuerza de la dictadura y la comodidad de su gestor. En febrero de 1928, con la excusa de celebrar el carnaval, recién formada la Federación de Estudiantes Universitarios, los estudiantes de la UCV salen a desfilar a la calle. Frente al Panteón, donde estaban antes los restos de Bolívar, se quitan las máscaras y dan rienda suelta a la protesta antigomecista. Entre quienes participaron estaban Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, y tantos otros. A pesar de la represión, asesinatos, tortura y exilio, y la evidencia de que el dictador gobernaría hasta su muerte (1935), aquella efervescencia preparaba el terreno para un profundo cambio en el país.

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Aunque tiene amigos poetas participa muy discretamente de la efervescencia política y literaria –son los años de la revista Válvula. Su prioridad era dar sustento a su familia.

Cuando regresó de Margarita, no encontraba trabajo en Caracas. Los periódicos, que de por sí no pagaban bien, no tenían espacio para Núñez. El Nuevo Diario le admite algunas reseñas. Por una de ellas, sobre un libro del canciller, Pedro Itriago Chacín, le ofrecen la Legación de Venezuela en Colombia. Lo toma y se va con su familia a Bogotá en 1928. Nace entonces su hijo: Francisco Xavier.

De Bogotá se irá a La Habana y de allí a Ciudad de Panamá. Mientras trabaja establece amistades e intercambios con otros escritores: José Eustasio Rivera, Juan Marinello, entre otros. En Cuba escribe Cubagua. En París, bajo el sello Le Livre Libre la publica. De esa primera edición solo llegaron sesenta ejemplares a Venezuela, el resto, parece, fueron quemados en la aduana. En Panamá empieza a escribir La galera de Tiberio.

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De vuelta en Venezuela sigue trabajando para el gobierno, como secretario general interino en el estado Anzoátegui. Allí pondrá punto final a su cuarta novela. La negación a leer un discurso preparado por el presidente del estado, y el atrevimiento de leer uno propio, le vale el cese laboral para el Estado. A Gómez le llega una carta en la que se dice que Núñez no es afecto al régimen.

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Vuelve a publicar en algunos diarios, pero no es suficiente. Acepta en 1934 un trabajo como operario telefónico –un call center– del Acueducto de Caracas. Una de sus columnas por esos días se llamaba: “Servicio de Aguas (5747)”. “Era como un grillete atado a mis pies. Yo desearía escribir las costumbres de los pájaros, por ejemplo, o la vida de nuestros pueblos (…). Pero uno no siempre escribe lo que quiere (…). Escriban otros el lado poético de las cosas”.

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Para 1938, ya muerto Gómez, EBN logra ser nombrado cónsul de Venezuela en Baltimore, donde está enterrado Edgar Allan Poe, a quien dedica un artículo de Signos en el tiempo en El Universal. Endeudado como está, no puede llevar a su familia a Estados Unidos.

Engavetada por seis años, Núñez al fin encuentra cómo costear La galera de Tiberio. Desde Bélgica llega la novela. Descontento con el libro, decide arrojar la edición al río Hudson en Nueva York. Conserva unos pocos ejemplares, que rayará y corregirá. Esos cambios serían incluidos en la edición de 1941. Núñez nunca dio explicaciones de tan radical actitud. Escribe Osvaldo Larrazábal: “La obra se sitúa en Panamá, principalmente, pero abarca toda una comunidad de necesidades y de sojuzgamiento ideológico. Está transcurriendo en 1930 y 1931 pero su trascendencia es tan vigorosa que aún está en plena vigencia (…). Enrique Bernardo Núñez hace una revisión premonitiva [sic] del futuro de nuestros pueblos y después de conjeturar al respecto (…), decide dar un grito de alerta y proponer una voz de esperanza en la recuperación de la vida con Ernestina y Pablo Revilla”. Hay factores autobiográficos e ideológicos de importancia en la novela, incluso aparece el propio Enrique Bernardo Núñez (que no es el narrador) como personaje en la novela.

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Tras abandonar la escritura de ficción y dedicarse por completo al periodismo y la historia, Enrique Bernardo Núñez escribirá Viaje por el país de las máquinas como corresponsal de El Universal en Estados Unidos, por motivo de la Segunda Guerra Mundial. También escribió en Estados Unidos El hombre de la levita gris, la biografía sobre Cipriano Castro.

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De regreso en Venezuela, Núñez ocuparía dos veces el cargo de cronista de Caracas (1945-1950 y de 1953 hasta su muerte, en 1964). Escribe entre esos años La ciudad de los techos rojos y seguiría publicando en diversos diarios del país. En El Nacional llevaría la columna Huellas en el agua. Publicaría Juan Francisco de León o el levantamiento contra la Compañía Guipuzcoana, Miranda o el tema de la libertad, Fundación de Santiago de León de Caracas, Anales diplomáticos de Venezuela, Contribución a los trabajos preparatorios del Cuatricentenario de Valencia. Este último tramo de su carrera goza también de trazos brillantes, y es que Núñez fue uno de los pensadores más consecuentes en su amor por la palabra y la historia en nuestro país. No alcanza el espacio ahora para ahondar en ello, cierro con una cita de Juan Liscano: “Núñez fue un hombre retraído y singular, disconforme; combatió desde la prensa y desde sus trabajos de investigación, por una toma de conciencia de lo venezolano, en aspectos que razonaban constantemente lo espiritual. Guillermo Sucre, en una hermosa evocación a raíz de su muerte, le define como un rebelde a lo Unamuno, que puso grandeza y pasión en su obra, humildad en su vida y que murió ‘de soledad en medio de muchedumbres”.

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