Por ALEJANDRO VARDERI
El dramaturgo Enric Nolla (Caracas, 1966) acaba de publicar su teatro reunido (1996-2018) en Barcelona, ciudad donde reside desde principios de los años noventa. Desde allí ha proyectado su obra, escrita y producida íntegramente en catalán, y traducida en parte al español y al griego. En julio de este año el Taller Experimental de Teatro (TET) montará Las meriendas de Ulises en el Teatro Luis Peraza. Una tarde de domingo, nos conectamos entre Barcelona y Nueva York vía Zoom para conversar sobre ella y sobre otros temas afines.
Hete aquí más de 30 años después de dejar Caracas y mudarte a Barcelona: una de tus obras podrá verse en la ciudad donde naciste, cerrando un periplo de varias décadas. ¿Cómo fueron esos comienzos en aquella Venezuela tan alejada de la actual?
Te agradezco mucho el poder compartir una parte de mi historia. En Venezuela nunca pensé que el teatro pudiera convertirse en una fuente de vida. Empecé estudiando Medicina en la UCV, pero tomé un curso de dramaturgia que dictaba Mariela Sánchez Urdaneta, y los talleres de teatro experimental dirigidos por Eduardo Gil, y a mediados de los ochenta dejé Medicina e inicié Periodismo. Trabajando como pasante en la Fundación Neumann, su directora Florinda Pena me puso en contacto con Elías Pérez Borjas, director del Teatro Teresa Carreño, quien necesitaba un asistente. Fue a entrevistarme con él y al día siguiente ya estaba trabajando en el teatro. Desde la gestión teatral, de una manera moderna como lo hacía Pérez Borjas, llegué a Barcelona en el año 91 para estudiar una maestría en gestión cultural, lo cual no existía entonces en Venezuela. Aquí conocí a José Sánchez Sinisterra, quien fue mi mentor. A partir de ese momento me vinculé con la Sala Beckett, un importante centro teatral, y comencé a escribir teatro.
¿Cuándo se montó tu primer texto?
Mi primera obra, cuyo título traducido del catalán sería A paso de hielo en el desierto, se montó en el año 96 en el Festival de Teatro de Sitges.
Que es un texto donde trabajas el travestismo, la prostitución masculina, la violencia en el mundo homosexual. Temas que no seguiste desarrollando a lo largo de las más de doce obras que has escrito hasta ahora.
De hecho la acción se desarrolla en Caracas, en la zona donde ahora está el Centro Lido, y donde antiguamente existía el cine del mismo nombre, que era también un lugar de encuentros dentro del mundo gay. Fíjate que he vuelto al tema en De cara a la pared, mi última obra, que centra la figura del trans pero vista en su vejez. Y aunque no lo he encontrado todavía, me gustaría tener a un intérprete trans maduro que hable de esta historia, que podría también ser la suya.
En tus textos posteriores te enfocas en los personajes femeninos, desde donde trabajas la violencia familiar y de pareja. ¿Cómo llegas a ellos?
Me fascinaba la habilidad de las actrices para montar y desmontar personajes, de desnudarse sobre la escena, y eso era algo que me conmovía muchísimo. Quería darles un espacio y un papel protagónico a su voz y a su figura. También mi madre está presente en ellas.
De hecho, piezas como Huracán me llevan al teatro de García Lorca, en la fuerza de los personajes femeninos. Por otra parte, en Safari, entra el tema de la revolución, tan cercano a la escritura de la diáspora venezolana. ¿Cómo incursiona lo político en tu teatro?
Yo parto de un principio de democracia y vida con una cierta dignidad. En el caso de Safari busqué mostrar cómo el poder se corrompe e, invariablemente, quienes eran las víctimas de un sistema, copian el mismo modelo y acaban siendo víctimas de su propia contradicción. No he visto hasta ahora ningún cambio radical de un sistema, que haya logrado una verdadera transformación y encontrado un equilibrio para la contención de los excesos. Las soluciones extremistas cuando llegan al poder se transforman en devoradoras.
Y destruyen sin importar su signo político. Ello ha provocado un enorme desarraigo, tema que también está presente en tus obras, así como el racismo.
En ese sentido, el texto más representativo es Las meriendas de Ulises, un texto de transición entre mi primera época que culmina con Cólera. Este texto es una experiencia particular en mi creación, pues fue un encargo que me hizo el Teatre Lliure de Barcelona y se basaba, justamente, en los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Un tema que pasó a Las meriendas de Ulises que habla de nuestra migración, con todo lo que eso significa, desde una Caracas muy hostil, como la veo desde mi experiencia personal. Un texto que habla del síndrome de perder tu espacio, de no poder volver al lugar de donde se parte. Para mí es muy frustrante haberme desarrollado en un país, en una cultura, y no habérselo podido devolver. Es una deuda que tengo, pues lo que se invirtió en mí hubiera podido revertir en el país.
Porque no has vuelto a Venezuela desde hace mucho tiempo.
Mi último viaje fue en el año 2000. En Venezuela está mi fantasía pasada, en un presente contextualizado con lecturas de la situación actual y con los amigos, pues curiosamente conservo muchos vínculos allí. Aunque también existe el temor de perder los espacios que me he abierto aquí.
Y que competen a tu mundo familiar, al ser hijo de catalanes, lo cual implicó volver a tus orígenes, no solamente a nivel personal sino lingüístico, ya que tu primer idioma fue el castellano, si bien desarrollas tu obra en catalán desde el momento en que llegas a Barcelona.
En este sentido, me identifico con Samuel Beckett, quien, siendo irlandés, escogió el francés como lengua de creación cuando se fue a vivir a París. Aunque, en mi caso, el catalán es mi lengua materna. El hecho de escribir desde otra lengua en teatro permite un distanciamiento que me ayuda a establecer procesos de exploración e indagación formal. Para mí este proceso se da desde el catalán, que es una lengua más alejada de mi universo en español y de mi lugar de formación.
¿Cómo llega a montarse Las meriendas de Ulises en Caracas?
El texto llegó a manos del TET gracias a mi buen amigo, el dramaturgo Elio Palencia. Se estrenará en julio en el Teatro Luis Peraza, lo cual me ilusiona mucho ya que es una buena oportunidad para que se conozca mi trabajo, a través de una obra donde la dispersión familiar, provocada por la diáspora, lleva a un proceso donde todo se fragmenta y luego es muy difícil que la vida pueda volver a su lugar.
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