Peste
Huyendo de la peste que durante veinte duros años había asolado mi país hasta convertirlo en un erial, crucé la frontera sur vadeando un tormentoso río color mierda de perro. A horcajadas en un onagro, el último de su especie, una bestia solípeda, mansa y fiel, atravesamos un severo desierto de arenas amarillas que chicoteaban mis mejillas como diminutos cuchillos que me hacían sangrar. Yo protegía mis ojos enrojecidos con las vendas que en otro tiempo envolvieron los pies de un soldado de Cristo, que exhausto por la dilatada caminata desde la tierra de sus ancestros, a la vera del camino se había echado a morir. Al fin llegamos a un templo al parecer consagrado al rey de la lluvia. En un altar de piedra se hallaba un pequeño habitáculo provisto de una poceta y un espejo. Me miré al espejo y en mi rostro surcado de arrugas y cicatrices supe que al fin había encontrado un lugar para descansar. También en aquel espacio acogedor se dejaba ver un escrito, tal vez un mensaje de Borges. Pero no estaba yo para adentrarme en un universo de Aleph, paradojas y laberintos. Me bastaba con sentirme a salvo de la pestilencia.
Ednodio Quintero
(Sagrada) Familia
Grupo humano a larga distancia, emparentado entre sí por afinidad y consanguineidad, pero separado por mapas, huidas y leguas.
Descuartizada y dispersa en los confines del orbe por hambre, miedo, fracaso e indignidad, sus miembros han tenido que adoptar la virtualidad como cierta forma de amor seco, otrora tan dado al sentido del tacto.
Ojos y oídos grandes. Brazos en franca mengua.
Sonia Chocrón
Propiedad
La propiedad, junto con la vida y la libertad, es un derecho fundamental. Pero en Venezuela, aun antes de estos 22 años de dictadura, esto no ha sido reconocido así. Por 30 años las garantías de las libertades económicas estuvieron suspendidas.
Sin embargo, hoy presenciamos una política sistemática de destrucción de la propiedad de tal magnitud que podemos hablar de crímenes de lesa humanidad.
En este sentido, una interpretación de los crímenes de lesa humanidad desde la protección de la persona y sus derechos como una integridad, lleva a concluir que no deben considerarse crímenes de lesa humanidad únicamente a los actos armados y violentos contra una parte de la población destinados a su exterminio, sino que debe incluir otros actos de agresión, directos o indirectos, tendientes al mismo exterminio al atentar contra los medios que cada individuo posee para sostener su propia vida, esto es: la propiedad, la libertad de producir y contratar y una moneda sana. La destrucción de estos elementos produce los mismos efectos que las bombas y disparos por paramilitares, convierten al dictador en genocida, y esas consecuencias son palmarias en el proceso de destrucción actual de Venezuela.
Andrea Rondón
Sin el padre
(13 diciembre de 2019). Ir otra vez a Venezuela, luego de casi dos años. Ir para despedir a mi papá. No hay cabeza ni ideas claras para el viaje. Solo una maleta pequeña, un pequeño bolso con lo necesario para no permanecer todos esos días con una sola muda de ropa. Qué me importa la ropa. Qué me importa llevar si solo quiero llegar. Y la plata: menos mal que había algunos ahorros para una próxima mudanza. No es mucho, pero al menos alcanza para el pasaje en autobús, ida y vuelta, y colaborar en casa de mi mamá con la comida de esos días. Esta no era la manera de retornar a Venezuela. La cabeza se vacía. Los pensamientos se escurren y solo queda esa sensación de no estar en ningún sitio. El dolor se presenta con cierta ligereza, con sus puntas definidas, como de aguja sin hilo. Y allí estoy yo en el cuarto, buscando la manera de entender todo esto. De entender que mi papá ya no llamará más, que no hará sus preguntas de siempre. Que no veré esa forma de sonreír, que siempre tuvo, como de niño metido en ese cuerpo aún fuerte. No estaré en el sepelio. No podré llegar.
Néstor Mendoza
Sonrisa de niños
“Desde 1939, el Instituto Nacional de Nutrición (INN) comandó la guerra contra la desnutrición infantil. José María Bengoa fue pionero en la creación de centros de recuperación para escolares desnutridos. En un pequeño pueblo de Venezuela (Sanare) cuidaba a escolares demacrados y tristes. El sacerdote local le preguntó cuándo serían dados de alta del programa. Utilizando un excelente biomarcador, Bengoa respondió que serían tratados hasta que, y después que, volvieran a sonreír. Años después, la instalación de algunos centros de recuperación nutricional financiados con fondos públicos o privados casi eliminó la prevalencia de la desnutrición severa”. Fragmento de un artículo en inglés en revista científica que describe el desmantelamiento de la institucionalización y políticas de Estado destinadas a proteger el hoy derecho constitucional a una alimentación adecuada que ha puesto a los venezolanos en inseguridad alimentaria y nutricional. En 1991, una resolución del Ministerio de Salud decretó el reporte obligatorio de los casos de desnutrición evaluados por examen clínico o antropométrico. Desde 2007 no ha habido boletines oficiales publicados por INN. Actualmente 30% de los niños tienen desnutrición crónica (retraso del crecimiento) y 20% de desnutrición aguda, (Encovi y otras ONG). Hoy, pocas sonrisas; sin datos oficiales.
Pablo Hernández, Andrés Carmona, María Soledad Tapia y Siloyde Rivas
Sutilezas, miedo y barbarie
Le pregunté una vez al escultor inglés Lynn Chadwick (UK, 1914-2013) —que fue piloto de la Segunda Guerra Mundial— por qué habían destruido valiosas iglesias y monumentos en Alemania. La respuesta fue simple. Íbamos aterrorizados. Estábamos obsesionados con los cazas y de los bombarderos Messerschmitt. En Inglaterra la gente se observaba todo el día viendo hacia arriba —a la espera de lo peor—. Entonces lanzábamos las bombas en Berlín y regresábamos lo más pronto a casa. Era una lucha de guerra y vida. Otra vez le pregunté a un ruso qué había sido de los que tomaron Berlín, en la caída final de Hitler, por qué habían llegado tan agresivos, destruyendo todo y abusando de mujeres. La respuesta fue: Llegamos con mucha rabia. Teníamos ira contenida.
Las crónicas señalan que las Guerras de Independencia y Federal, en Venezuela, fueron feroces. Tanto realistas como patriotas arrasaban por donde pasaban. La huida a Oriente fue algo que unió tanto al pobre como al mantuano. No había posibilidad de salvar nada. Era la vida contra la muerte. Por eso no hay mayor patrimonio colonial. Y, quizás por ello, menospreciamos nuestra memoria. Pocos saben que para el siglo XVIII Caracas era llamada la ciudad de los conventos. Y era una de las ciudades más hermosas del Continente. Nada quedó. Entre los terremotos, los saqueos y los gobernantes de turno, cada uno destruyó lo que pudo.
¿Por qué se destruyen las obras de arte? ¿No hay diferencia entre el gobierno de turno y unos colectivos, que actúan con la ira del resentimiento y el feroz comportamiento grupal? La depredación es tanto de lo creado por la naturaleza como lo creado por el hombre. Ese es el recuerdo que dejarán a sus descendientes. No hay sentido de la historia.
Beatriz Sogbe
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